La concertina es un instrumento musical, paradójicamente, de la familia de los de lengüeta libre. En fin, música que en el viento suena a alegre celebración. Sin embargo, a las que hago referencia no son de esa bondadosa naturaleza, son por el contrario malas bocas que muerde sin piedad a esos hombres y mujeres que, en la fatal creencia de ser marea alta de un océano de razón y justicia, se lanzan sobre ellas a desprecio de sus vidas. Las cuchillas abren en la carne profundas heridas de posible cosido y debilidades en el alma imposibles de remendar, no en vano socaban lo que les resta de confianza en lo humano, en la humanidad, porque no lo es tratarlos como si fuesen animales en estampida.
Pero la impiedad tiene, como todas, su propia música en los telediarios donde las de acero se tornan instrumentos de lengüeta libre, y es que se habla de ellas con tan musical suerte y certera equidistancia que producen náuseas de inocencia. Son solo navajas que brillan en la cotidiana gresca de los grupos políticos, pasto de asociaciones de derechos, cuestiones sobre las que cabe discutir y crear brillantes discursos.
Duele, no lo niego, pero solo hasta ese punto en el que pasas de sus terribles efectos a la pasarela de moda de París y de ella a la última ocurrencia en la red de redes y de esta a las bondades de esa exitosa música a la que le han puesto grupo. A partir de ahí, todo es sonata para concertina y buena conciencia.