VACA SOLA
Hay una vaca enorme aquí en mi sueño
que pasta
entre las tumbas.
Una vaca
que ignora el himno de los mártires,
el ciclo
de las témporas
y que
apedrean los deudos cuando acuden
con su
hebra de luto y sus flores de plástico.
Sobre su piel dibuja el mundo
los
negros continentes, los océanos blancos.
Y ella
ignora su peso, la deuda de los días,
el signo
que el destino ha escrito en su testuz
y que
sólo los hombres logran interpretarlo.
Su mugido es oscuro, como el turbio
acecho de
la ira, la cuerna del hondero.
Y convoca
en agosto las tormentas de azufre,
los tábanos
de fuego que pregonan
el
lubricán del juicio, ese arrecife último
de las generaciones.
Ella ignora la promesa de Dios,
pero se deja, mansa,
ordeñar
por el ángel de la desolación
mientras
camina lenta,
arrastrando
sus ubres, el hilo de su leche
sobre las matas verdes de ortiga y achicoria,
sobre las
tumbas negras que aguardan todavía
el vano
despertar, el alba de la carne.