Ya sé que el
arrepentimiento no es más que una forma de nostalgia, ya. Pero hay veces
que el alma poética, señalada más por la virtud ajena que por su propia miseria,
acaba asumiendo su atrición y acude por Cuaresma al confesionario con la mansedumbre
de los bienaventurados.
Los de la orden Critica, ya se
sabe, suelen ser confesores sin tonsura, que a saber quién les impuso las
manos; clérigos un tanto contrahechos, Quasimodos de esta Nôtre Dame que,
impotentes para folgar con ella, la
Poesía , hicieron voto de castidad y se consolaron con señalar y absolver los pecados ajenos. Pero, eso sí, a canónicos
nadie les echa la pata, que cuentan ellos las sílabas con los dedos como
acostumbra la clerecía y se saben los catecismos de carrerilla, celosos de la
santa doctrina de las musas.
Así que
fuíme allá donde el padre García con la convicta intención de poner freno al descarrío de mi poética.
-Ave Poesía Purísima.
-Sin Defecto Concebida –respondió con
voz descalza, sacristana hasta el susurro-. ¿Cuánto ha que no te confiesas,
Ramírez, hijo? Veo que te has dado al más feo e indigno de los vicios, el de
los concursos literarios. Qué perversión la tuya, hijo mío.
-Así es, padre García. Me puede esta
ludopatía poética, hasta el extremo de que me regodeo en ellos. Sí, ya sé que
el mío es vicio solitario, pero prefiero aviarme yo solo antes que acudir a
editores puteros que se dejan comer la oreja por la babosería dadivosa de tanto
poeta administrativo.
-¿Ves tú? ¿Ves tú cuanta es tu
contumacia, caro Ramírez? Deberías morderte la lengua. El editor lírico es ese
arcángel que pone alas en tus libros. Sin ellas, sin sus alas, tus obras jamás
alcanzarán la otra vida eterna, la de la Fama que dijera Manrique.
-Mire, padre, que no. Que a mi me va la vida y en la posteridad no hay
vida ninguna ni arcángel que pueda administrarla, así que vengamos a lo
presente, que dijo también el clásico. Porque déjeme que le diga, padre García,
que lo que es ir yo fui donde los editores líricos pero, en viéndome llegar
corito, hicieron peste de mí. Así que dime a las Diputaciones y sus concursos,
con harta suerte y mayor complacencia.
-Pues dígote, Ramírez, que debieras
enmendar y cambiar de proceder si es que aspiras a un puesto en el empireo
celeste que Dios Nuestro Señor nos tiene prometido. Porque decirte he que no hay concurso en que no te halle de
participante.
-Y usted de jurado, padre; que en mi
pecado va su penitencia. Pero cambiar de vida sí que quiero. Yo quiero llevar
una vida como la suya, de miembro de jurado; jamás de concursante. Si usted
pudiera echarme una mano redentora…Yo sé que los pagan bien y que es obra pía,
didáctica en extremo. Acabaría aborreciendo de los concursos, se lo juro por
Dios, padre García. Pero mire que le digo que sin pecado no habrá ya sacramento
de confesión y menguará con ello su hacienda.
-¿Qué cosa es la quieres decirme con
eso, hijo mío?
-Pues está bien claro, que muerto el concurso se acabó el jurado. Lo
dice un proverbio rabiosamente canino.
-Dejémonos de refranes, amicísimo Ramírez, y vengamos a lo
que nos trae, que no todo es materia de confesión y éste es santo lugar para
divagaciones profanas .Dime, anda dime. ¿Qué otras flaquezas fueron las tuyas,
hijo mío?
-He de confesarle también, padre
García, que suelo mezclar los géneros haciendo impureza de sus virtudes. Y que
escribo poemas falsos, hijos del azar. Y que, a veces, huyendo del corazón me
amparo en la habilidad y saco gran gozo
de ello, a solas yo con la lengua madre en incesto sumo, que me ha vuelto
prolífico como ve, a cualquier hora del día entregado a sus carnes, dispuesta ella. ¿Qué haré? ¿Qué puedo
hacer para remediarlo?
El padre García se ha echado atrás en un gesto de displicencia y
se ha limpiado con la estola la espumilla de sus comisuras.
-Continencia, amigo Ramírez. Debes
moderar tu incontinencia incestuosa y limitar tu inspiración a esos momentos
únicos de experiencias de vida, a ser posible tristes, que no gozosos. Las habilidades
las carga el diablo. Las habilidades son propias de los poetas artesanos y
profesionales que no tienen corazón.
-Es que mire usted, padre, que a mí no
me gusta mezclar la poesía con el corazón; que acabo de decirle que soy un
putero luzbelino que vive de la suficiencia de su lengua madre. Que yo no sufro
el poema como Cernuda, don Luís. Que vivo de la habilidad gozosa de trastearme
a la lengua. Sí, que soy su chulo, padre García. Yo quiero ser como San Juan
Ramón ¿No era también un incontinente el
de Moguer? ¿No puedo ser como él?
-No le está permitido por el estricto
precepto del Ars Poética que presido,
amigo mío. Si me dejáis aconsejaros, alma de Dios, os reconduciré por el camino
único que lleva a la posteridad y la gloria.
-Aconséjeme pues, padre García. Soy un
alma descarriada que necesita de su sabia experiencia.
El padre García me arrima
entonces su aliento a la oreja con la unción misma de un oráculo.
-Has de saber hijo, que las habilidades de
un alma poética más que para el arte
deben reservarse para el mundo y su acomodo. Así que, si pretendes burlar la
corriente de esta Estigia oscura
que emborrasca la adversidad de los
tiempos y que conduce a la ribera de la Eternidad , lo mejor son las antologías. Sí, esas
balsas de Medusa de las antologías en las que, si no puedes pasar como poeta, debes
hacerte pasar por balsero o antólogo pertiguero, que en el fondo no viene a ser
más que un vergonzante polizón. Así mismo, es conveniente que vivas de la cita
ajena y que las referencias de tus lecturas amparen tu impotencia poética.
Sería también bueno que aborrecieras de
tu apellido y tomaras mejor el de García que es estirpe conspicuamente
crítica en nuestra España, de ese modo
podría llegar a participar en varios jurados y luego probar de concursante
ganador en esos mismos. Ahora que, si de veras quieres enmendar tus pasos, lo
más acertado sería arrimarte al pesebre administrativo de tu dehesa boyar y admitiendo
la Vara por
consigna regenerarte en un manso…
-¿Buey yo, padre García?
-Buey sagrado, hijo. Te celebrarían. Acabarías coronado como un Apis
nupcial. Ahora, eso sí, tendrías que aborrecer de la tiza y mudarte a Mérida.
-¿En Mérida un manso? ¿No debiera estar
mejor en Cabeza del Buey?
-Calla esa lengua, hijo y vaya Dios
contigo y con mi absolución. In nómine
patris et…
El padre García traza en el aire el garabato de una cruz y vuelve a
recogerse en su garita confesionaria con el
gesto de una larva que aguardara encapullada la trompetería endecasílaba,
el arrebato de la posteridad.