martes, 25 de abril de 2023

Adiós a las armas

 


La segunda enmienda a la Constitución de los EEUU de América, aprobada el 15 de diciembre de 1791, protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. También establece que ni el gobierno federal ni los gobiernos estatales y locales pueden infringirlo. Aun así, también establece que este derecho no es ilimitado y no prohíbe la regulación de la producción y compra de armas. Sin embargo, Estados Unidos es uno de los países con menores limitaciones para adquirir y portar armas de fuego.

Recientemente, existe un importante debate social y político en torno a ese derecho constitucional, con muchas voces que preconizan una restricción en la adquisición de armas de fuego, especialmente las de tipo militar, que han proliferado de tal modo que hay quien tiene un verdadero arsenal en su casa.

Los defensores de tal derecho, por su parte, afirman que un pueblo armado actúa mucho mejor en la legítima defensa y evita que las autoridades gubernamentales se vuelvan tiránicas. Todo un despropósito de grandes dimensiones sociales.

Los defensores del control de armas insisten en que las ciudades estadounidenses serían más seguras si no hubiesen tantas armas de fuego, mientras que los que abogan por su uso en las circunstancias actuales argumentan que cuando los ciudadanos respetuosos con la ley se arman, actúan más rápido y mejor que la policía y, por tanto, las armas reducen la tasa de criminalidad.

En 2016, cuatro de cada diez estadounidenses declaraban poseer al menos un arma de fuego en su casa, aunque esta cifra podría ser mucho mayor, ya que no todo el mundo revela si posee o no un arma de fuego. En ese mismo año, el 76% de la población, tanto votantes demócratas como republicanos, se oponía a la derogación de la Segunda Enmienda, mientras que esta cifra era de tan solo un 36% en 1960.

Hasta aquí, la información que todos podéis recabar de cualquier publicación que trate sobre este tema. Ahora pretendo dar mi punto de vista, basándome en lo que vemos y oímos en las noticias sobre el empleo de armas de fuego por una parte de la población estadounidense.

Últimamente, son continuos los tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales y demás lugares públicos. En lo que va de año, se ha reportado más de 130 y en los últimos tres años más de 600 anuales, casi dos al día. Y parece que esta cifra irá en progresión si no se pone coto a la adquisición indiscriminada de armas de fuego.

Puedo entender que alguien que se siente amenazado o inseguro en su hogar y dada la elevada criminalidad de algunas localidades, desee tener una pistola en su casa o incluso en la guantera de su coche, pero ¿para qué quiere tener un rifle con mira telescópica o una ametralladora de uso militar? ¿Y por qué tener todo un arsenal más propio de una milicia paramilitar? Pero el problema reside, a mi entender, en la disponibilidad de este tipo de armas, que cualquiera puede adquirir en una armería con solo mostrar su permiso de armas que, por cierto, se debe otorgar sin demasiados miramientos. Una cosa es proteger la propia seguridad y actuar, si se da el caso, en defensa propia y de la familia, y otra es lanzarse a disparar a diestro y siniestro, en una vorágine de violencia armada totalmente injustificada.

Hemos visto en más de una ocasión cómo un padre adiestra a su hijo de corta edad en el manejo de un fusil ametrallador y se siente orgulloso porque su vástago demuestra tener una buena actitud y mejor aptitud para el tiro al blanco. Un fiel heredero de la mente belicista —por no decir demencia belicosa— de su progenitor.

La gente se echa las manos a la cabeza cuando tiene conocimiento de una masacre realizada por un desquiciado y con ánimos de venganza que se ha llevado por delante decenas de inocentes indefensos, incluyendo a niños. Cuando sobreviene algo tan grave y deleznable es cuando se resucitan las exigencias de regular la producción y adquisición de armas letales de tal calibre, porque exigir su total prohibición levantaría una avalancha de protestas, tanto de los usuarios como de los fabricantes, que podría llegar a derrotar en las urnas a quien osara proponer tal medida. Es por ello, que el actual presidente de los EEUU, el señor Biden, solo se atreve a censurar esas masacres y abogar por un control más restrictivo de la venta de armas, algo que, por lo visto, cae en saco roto.

No sé si el incremento en el número de matanzas llevará, con el tiempo, a una verdadera y profunda reflexión en el pueblo norteamericano y que se decida, por una amplia mayoría, impedir la adquisición de armas de gran calibre y alcance, pero de no ser así auguro un futuro muy funesto, con miles de muertos al año a manos de descerebrados. 

La abolición total es, por ahora y por muchos años, una utopía. Ojalá algún día podamos decir “adiós a las armas”.

 

miércoles, 19 de abril de 2023

Desastres evitables

 


Esta entrada está, en cierto modo, relacionada con la anteriormente publicada, pues tiene como denominador común la falta de agua y su derroche injustificado, pero en esta ocasión centro mi planteamiento en algunos desastres naturales que hubieran podido evitarse, o por lo menos minimizarse, si se hubiera practicado el más vale prevenir que curar.

La mano del hombre ha influido muchísimo en el desarrollo de métodos y sistemas que han llevado a un mayor estado de bienestar. Pero también ha sido la causa de grandes calamidades al no prever las consecuencias de sus actos. Pero hay otra actitud tanto o más peligrosa como es la inacción ante un desastre que se avecina y que, de no poner un remedio a tiempo, acaba devorándonos y conduciéndonos irremediablemente hacia el caos.

Como amante de la naturaleza y de la preservación del equilibrio ecológico, me duele y me subleva observar la pasividad de quienes poseen los medios necesarios para evitar la brutal degradación del Mar Menor y del Coto de Doñana, por poner dos ejemplos que claman al cielo. Podríamos también citar el estado agónico de las Tablas de Daimiel y otras reservas naturales de un gran valor ecológico, no solo nacional sino también internacional, pues a fin de cuentas la Naturaleza es patrimonio de la humanidad y su defensa nos compete a todos.

Es tal la ignorancia y la soberbia de algunos políticos en los que recae la responsabilidad de conservar el medio ambiente de su territorio que no se percatan de lo que se avecina y hacen oídos sordos a quienes sí tienen los conocimientos necesarios para ilustrarlos y aconsejarlos para evitar un desastre mayor.

La ignorancia, asociada a la soberbia de quienes creen saberlo todo y a los intereses partidistas y económicos, es el peor enemigo de la Naturaleza. Donde hay posibilidades de sacar un rendimiento económico (y a veces electoral), la preservación del medio les trae al pairo y no se avergüenzan de sus actos y mucho menos de sus aberrantes afirmaciones. Ahí tenemos el reciente ejemplo del vicepresidente del Gobierno de la Comunidad de Castilla y León, Juan García-Gallardo, de VOX, poniendo en duda el efecto contaminante del CO2. ¿Ignorancia, mala fe, o ambas cosas a la vez? Me aterroriza dejar en manos nuestro bien más preciado, como es el medio ambiente, a individuos tan negligentes, por no utilizar un calificativo peor y más apropiado.

La situación extrema que está viviendo el Mar Menor y el Coto de Doñana, este último declarado Parque Nacional (desde 1969) y Parque Natural (desde 1989) y que es Patrimonio de la Humanidad por ser una reserva de incalculable valor para la flora y la fauna, no es reciente. Su estado crítico no viene de hace un año o dos. Los ecologistas ya venían anunciando la degradación de ambas zonas desde hace algunos años. Así que a este problema “natural” hay que añadirle la pasividad oficial. En ambos casos, el origen de dicha degradación está en la sobreexplotación agrícola ilegal. En el caso del Mar Menor, es el vertido de un exceso de nutrientes —principalmente nitratos y fosfatos, que llegan a la laguna a través de las cuencas vertientes del Campo de Cartagena— procedentes de la agricultura intensiva y de otras actividades humanas sin que nadie, hasta la fecha, haya puesto coto a esas actividades. En el caso del Coto de Doñana, sucede algo parecido, pues se han permitido desde hace años la implantación de fincas y pozos ilegales que han llevado a la sobreexplotación de los acuíferos, agravando la escasez de agua, que es el elemento primordial para la conservación de las marismas en su estado natural.

Y una vez más, la ignorancia hace acto de presencia en boca del mismísimo presidente de la Junta de Andalucía, que, junto con VOX, pretenden legalizar los campos de cultivo que han provocado el estado crítico en el que se encuentra el Coto. Cierto es que la falta de lluvia ha agravado todavía más la situación, pero esta decisión puramente política, para contentar a los regantes de la zona, es como echar gasolina al fuego. Y, una vez más, pesa mucho más los votos de quienes priorizan su bienestar económico —hasta cierto punto comprensible— que la preservación de un bien común que incluso intentan proteger las autoridades europeas. Y lo más paradójico e injusto es que si España no cumple con las directrices europeas para la protección de ese espacio natural será severamente sancionada con una cuantía económica muy importante. De este modo, la penitencia del pecado cometido por las autoridades de una Comunidad deberá ser cumplida por el Gobierno Central, a cuyas advertencias dicha Autonomía hace oídos sordos.

Si bien el Mar Menor, una de las joyas del litoral español, parece haberse recuperado un año después de sufrir la última mortalidad masiva de especies, su estado de salud todavía está muy lejos de ser el óptimo, de modo que los especialistas en la materia advierten que su situación sigue siendo extremadamente frágil y reclaman más medidas que, de momento, no parecen progresar.

Solo espero que finalmente se imponga el sentido común y se tomen medidas drásticas a corto plazo para reparar estos agravios porque quiero creer que todavía estamos a tiempo de revertir esos desastres que no se habrían producido si no fuera por la dejadez y la incompetencia de las Administraciones Públicas.

Del mismo modo que el acceso a un trabajo y a una vivienda digna, a una sanidad universal y de calidad y a la enseñanza son derechos constitucionales, la conservación de la Naturaleza debería ser una obligación inexcusable, pues la lucha contra la desertización progresiva de nuestro planeta es también sumamente importante.

 

Ilustración: Vista aérea del estado de la laguna permanente de Santa Olalla, en Doñana, el pasado mes de septiembre, obtenida por la Estación Biológica de Doñana (CSIC)

 

lunes, 3 de abril de 2023

Lluvia milagrosa

 



Vaya por delante que casi no sé nada de meteorología y nada en absoluto de ingeniería en ninguna de sus ramas o especialidades. Pero cuando uno es observador e ignorante a la vez no deja de preguntarse el por qué de las cosas. En el caso que hoy me ocupa se me hace muy extraño que ante una problemática tan repetitiva, acuciante y vital, como es la escasez de agua por la falta de lluvia (otra vez la dichosa emergencia climática), el hombre sapiens y la tecnología super avanzada que ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas, no haya dado con una solución ingeniosa, eficaz y definitiva, por complicada y costosa que sea.

Es triste, por no decir inaudito, ver que en pleno siglo XXI todavía se recurra a rezos y procesiones para pedir a un santo o a una virgen que haga llover. Cuando el campesino dirige su mirada al cielo debería ser, en todo caso, para otear las nubes y recurrir a la sabiduría popular para anticipar qué tiempo hará y no para enviar un mensaje al altísimo y a sus santos rogando que se haga el milagro de la tan deseada lluvia.

Y es curioso que un país, como el nuestro, rodeado de agua por los cuatro puntos cardinales, tengamos que pasar sed, como las células de un diabético que estando rodeadas de glucosa son incapaces de utilizarla. Si la desalinización ya es un hecho, no solo en países extranjeros sino también en España, ¿por qué no construimos más plantas desalinizadoras a lo largo de nuestras costas, sobre todo en las zonas de mayor déficit hídrico? ¿Por qué no hay ideas innovadoras y más inversiones para solucionar la sequía sin tener que recurrir al rezo o a disparar cohetes contra las nubes?

A veces me sorprende que, habiendo logrado hitos científicos que no habríamos podido imaginar hace tan solo unos años, no seamos capaces de solventar problemas en apariencia mucho menos complejos. Podemos analizar la composición mineral de un meteorito, comprobar la existencia de agua en un exoplaneta, ver imágenes en color y de gran nitidez de la superficie del planeta rojo al que pronto enviaremos una nave no tripulada (todo se andará) y, en cambio, no podemos obtener suficiente agua potable para cubrir nuestras necesidades, dependiendo enteramente de la naturaleza.

Ya sé que la ignorancia es muy atrevida, pero en más de una ocasión he pensado que en lugar de dejar correr el agua de la lluvia, por escasa que sea, hacia el alcantarillado y de ahí al mar —pienso sobre todo en ciudades costeras—, derrochando tan preciado elemento, bien podrían construirse grandes depósitos subterráneos que almacenaran el agua de lluvia sobrante para ser posteriormente tratada hasta convertirla en potable o útil para el riego. Transcurren semanas, si no meses, sin llover y cuando lo hace, nuestras calles se convierten en torrenteras sin ninguna utilidad pública.

También es triste ver cómo mientras unas Comunidades tienen agua a raudales, pues las lluvias son generosas en esos lugares, otras pasan penurias y se echan a perder sus cosechas por falta de riego. ¿No existe ninguna posibilidad, por remota que sea, de construir unos vasos comunicantes de modo que cuando en una zona haya agua abundante y sobrante, pueda ceder parte de ese superávit a otra con una escasez alarmante? Sé que estaríamos ante una obra faraónica de conexión entre pantanos y ante un reto quizá más inalcanzable: la solidaridad entre comunidades. Si un trasvase de un río a otro ya es motivo de sublevación popular, qué no ocurriría con un trasvase entre pantanos.

Así pues, parece mentira que, salvo la construcción de estos embalses, no hayamos ideado ningún otro sistema para suministrar agua a los campos y ciudades y sigamos dependiendo del cielo como en la edad media. Ojalá pudiéramos viajar al pasado para ver si los antiguos egipcios o los romanos, tan duchos en obras de ingeniería, pudieran aportar alguna idea. Pero como todavía no es posible viajar en el tiempo, tendremos que esperar a que a un genio se le ocurra alguna idea brillante, aunque no sé cuál de estas dos cosas es más probable.

No sé si todo lo que acabo de exponer es una chifladura propia de un ignorante en la materia, pero, caramba, ¿no creéis que deben existir métodos, por costosos que sean, para paliar los efectos de una sequía tan recalcitrante y a la que estamos condenados de ahora en adelante? Si se han construido ciudades en medio del desierto, no veo porqué no se puede idear un sistema para obtener agua sin tener que depender de la meteorología.

¿Alguien sabe la respuesta?