La segunda enmienda a la
Constitución de los EEUU de América, aprobada el 15 de diciembre de 1791,
protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. También
establece que ni el gobierno federal ni los gobiernos estatales y locales
pueden infringirlo. Aun así, también establece que este derecho no es ilimitado
y no prohíbe la regulación de la producción y compra de armas. Sin embargo,
Estados Unidos es uno de los países con menores limitaciones para adquirir y
portar armas de fuego.
Recientemente, existe un
importante debate social y político en torno a ese derecho constitucional, con
muchas voces que preconizan una restricción en la adquisición de armas de
fuego, especialmente las de tipo militar, que han proliferado de tal modo que
hay quien tiene un verdadero arsenal en su casa.
Los defensores de tal derecho,
por su parte, afirman que un pueblo armado actúa mucho mejor en la legítima
defensa y evita que las autoridades gubernamentales se vuelvan tiránicas. Todo
un despropósito de grandes dimensiones sociales.
Los defensores del control de
armas insisten en que las ciudades estadounidenses serían más seguras si no
hubiesen tantas armas de fuego, mientras que los que abogan por su uso en las
circunstancias actuales argumentan que cuando los ciudadanos respetuosos con la
ley se arman, actúan más rápido y mejor que la policía y, por tanto, las armas
reducen la tasa de criminalidad.
En 2016, cuatro de cada diez
estadounidenses declaraban poseer al menos un arma de fuego en su casa, aunque
esta cifra podría ser mucho mayor, ya que no todo el mundo revela si posee o no
un arma de fuego. En ese mismo año, el 76% de la población, tanto votantes demócratas
como republicanos, se oponía a la derogación de la Segunda Enmienda, mientras
que esta cifra era de tan solo un 36% en 1960.
Hasta aquí, la información que
todos podéis recabar de cualquier publicación que trate sobre este tema. Ahora
pretendo dar mi punto de vista, basándome en lo que vemos y oímos en las
noticias sobre el empleo de armas de fuego por una parte de la población
estadounidense.
Últimamente, son continuos los
tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales y demás lugares públicos. En
lo que va de año, se ha reportado más de 130 y en los últimos tres años más de
600 anuales, casi dos al día. Y parece que esta cifra irá en progresión si no
se pone coto a la adquisición indiscriminada de armas de fuego.
Puedo entender que alguien que
se siente amenazado o inseguro en su hogar y dada la elevada criminalidad de
algunas localidades, desee tener una pistola en su casa o incluso en la
guantera de su coche, pero ¿para qué quiere tener un rifle con mira telescópica
o una ametralladora de uso militar? ¿Y por qué tener todo un arsenal más propio
de una milicia paramilitar? Pero el problema reside, a mi entender, en la
disponibilidad de este tipo de armas, que cualquiera puede adquirir en una
armería con solo mostrar su permiso de armas que, por cierto, se debe otorgar
sin demasiados miramientos. Una cosa es proteger la propia seguridad y actuar,
si se da el caso, en defensa propia y de la familia, y otra es lanzarse a disparar
a diestro y siniestro, en una vorágine de violencia armada totalmente
injustificada.
Hemos visto en más de una
ocasión cómo un padre adiestra a su hijo de corta edad en el manejo de un fusil
ametrallador y se siente orgulloso porque su vástago demuestra tener una buena
actitud y mejor aptitud para el tiro al blanco. Un fiel heredero de la mente
belicista —por no decir demencia belicosa— de su progenitor.
La gente se echa las manos a
la cabeza cuando tiene conocimiento de una masacre realizada por un desquiciado
y con ánimos de venganza que se ha llevado por delante decenas de inocentes
indefensos, incluyendo a niños. Cuando sobreviene algo tan grave y deleznable
es cuando se resucitan las exigencias de regular la producción y adquisición de
armas letales de tal calibre, porque exigir su total prohibición levantaría una
avalancha de protestas, tanto de los usuarios como de los fabricantes, que podría
llegar a derrotar en las urnas a quien osara proponer tal medida. Es por ello,
que el actual presidente de los EEUU, el señor Biden, solo se atreve a censurar
esas masacres y abogar por un control más restrictivo de la venta de armas,
algo que, por lo visto, cae en saco roto.
No sé si el incremento en el número de matanzas llevará, con el tiempo, a una verdadera y profunda reflexión en el pueblo norteamericano y que se decida, por una amplia mayoría, impedir la adquisición de armas de gran calibre y alcance, pero de no ser así auguro un futuro muy funesto, con miles de muertos al año a manos de descerebrados.
La
abolición total es, por ahora y por muchos años, una utopía. Ojalá algún día podamos
decir “adiós a las armas”.