miércoles, 27 de noviembre de 2024

Reiteración sin fin

 


¿Os imagináis leer en el periódico cada día la misma noticia, acompañada de las mismas imágenes? ¿No sería lo suficientemente cansino como para dejar de comprar ese periódico? Pues algo parecido sucede con las noticias emitidas por las distintas cadenas de televisión de este país. Y uso el plural porque ello no es cosa de una única cadena ni de un único programa informativo. Todos practican ese mismo juego, especialmente cuando la noticia es muy jugosa, es decir, que da para mucho, tanto por su interés mediático como social.

Este hecho, que vengo observando desde hace años, últimamente ha llegado a cotas, a mi juicio, exageradas e innecesarias.

Desgraciadamente, estamos viviendo malos momentos en nuestro país. A las desgracias naturales hay que añadir las tormentas políticas. Entiendo, pues, que haya que dar cobertura periodística a todas ellas, pero en su justa medida.

Da igual si el protagonismo se lo lleva la terrible DANA, el caso Koldo/Ábalos, la pareja sentimental de Díaz Ayuso, el caso de Begoña Gómez, de Víctor Aldama, de Álvaro García Ortiz y de tantos otros personajes supuestamente implicados, directa o indirectamente, en posibles casos de corrupción.

Pero una cosa es informar y otra muy distinta es repetir hasta la saciedad las mismas noticias y las mismas imágenes durante semanas. Hay programas de tertulia social y política que, a lo largo de sus tres horas de emisión, tratan de los mismos temas en bucle. De pronto pasan a otro nuevo para luego volver al anterior, cuando parecía que ya había quedado finiquitado, pues han invitado a nuevos tertulianos para conocer su punto de vista. Y esas mismas noticias e imágenes también acapararán los informativos de la mañana, mediodía, tarde y noche.

Entiendo que a lo largo de 24 horas se repitan las mismas noticias para que quienes se incorporan al programa a una hora determinada tengan la oportunidad de enterarse, pues no han podido conectarse durante el resto del día. Pero si, por estar de baja, jubilado o en el paro, se tiene la posibilidad de ver la televisión en distintas franjas horarias, no es de extrañar que tenga que volver a oír y ver exactamente lo mismo. Pero lo que no es de recibo es que esa reiteración se produzca con una excesiva continuidad.

La información sobre hechos relevantes tiene que actualizarse aportando nuevos datos a medida que estos se producen. A fin de cuentas, es como una serie televisada, que con cada nuevo capítulo continúa la historia allí donde la has dejado. Recordatorio sí, para hacer memoria de cómo empezó todo, pero que con el paso del tiempo tengamos que volver a ver, por ejemplo, la visita de los reyes a Paiporta y todos los incidentes que tuvieron lugar durante la misma, cómo la riada de agua arrastraba coches y contenedores, la misma manifestación popular contra los dirigentes políticos y las mismas declaraciones, y así un largo etcétera, es totalmente inaceptable. ¿Acaso no hay novedades sobre la reconstrucción de las zonas afectadas por la DANA o bien sobre los casos de corrupción que se están investigando, que tenemos que ver y oír una y otra vez los mismos comentarios de unos y de otros? Sí que se va aportando nueva información, faltaría más, pero siempre precedida o seguida de la que ya conocemos de antemano y de memoria. Y todo ello para llenar horas y horas de programación y pensando siempre en el índice de audiencia. Que el resultado de un partido de fútbol muy interesante se emita uno o dos días después de haberse jugado es natural, pero imaginaos ver el mismo resumen durante toda la semana. Sería ilógico y pesado. ¿Por qué, pues, nos machacan con la misma información durante semanas enteras? Después de tal hartazgo, dure lo que dure, los periodistas y los periódicos o emisoras de radio y televisión para los que trabajan se olvidarán del asunto y a otra cosa mariposa. Porque, ¿qué ha sido de los afectados por la erupción volcánica en la isla de La Palma? ¿Han recibido todos ellos las ayudas prometidas? Pero este tema ya ha perdido su interés mediático, ya no sirve para calentar los ánimos ni para que los políticos se peleen. Hay, pues, que pasar página y buscar algo nuevo en el que cebarse.

Y también podría citar las noticias poco relevantes con las que rellenan las que sí lo son. Vaya por delante que siento muchísimo la pérdidas humanas y materiales que han sufrido los habitantes de las zonas afectadas por la DANA, pero me parece innecesario ir entrevistando a cada uno de los afectados para que nos cuenten y muestren cómo quedó su casa, cuántos enseres han perdido y lo desesperados que están por la escasa ayuda que están recibiendo. Hay momentos que siento como algo morboso los detalles de cómo fallecieron sus amigos, vecinos o familiares, cuando ya tenemos información suficiente sobre la catástrofe y ya hemos visto cientos de veces las mismas imágenes. Podría alegarse que se quiere sensibilizar a los espectadores y que comprendan —si todavía no lo han comprendido— lo desesperante de cada situación personal y promover las donaciones de particulares.

Pero más bien pienso que los periodistas que se acercan a los damnificados, como moscas a la rica miel, solo buscan notoriedad y publicidad para la cadena de televisión para la que trabajan, en cuya redacción ya se encargarán del montaje de la noticia y de debatir lo mismo hasta la extenuación (del espectador, claro).

Además, creo que tanta información ha propiciado que muchos desaprensivos y malnacidos se dediquen a fabricar bulos que luego se extienden como la pólvora por las redes y se hacen cada vez más grandes y peligrosos.

Así pues, información sí, toda la necesaria, fiable, por supuesto, pero con la debida mesura. Más vale una información breve, pero de calidad, en lugar de estirarla como un chicle sin aportar nada nuevo, dando vueltas y más vueltas sobre el mismo tema y así tener ocupada la audiencia el tiempo que haga falta.

La reiteración periodística hace, a mi entender, un flaco favor al periodismo serio y de calidad. La solución definitiva para no sufrirla es la desconexión total, pero no es fácil, por no decir imposible, vivir aislado de lo que ocurre a nuestro alrededor.

En todo caso, se puede recurrir a una solución intermedia: apagar el televisor cuando se pongan pesados mostrando por enésima vez los mismos vídeos y los mismos comentarios, porque cambiar de canal no siempre es útil, ya que en todas partes cuecen habas.

 

martes, 19 de noviembre de 2024

Los escapistas

 


Según el diccionario, el escapismo consiste en la práctica de escapar desde un encierro físico o de otras trampas. Yo, aquí, le doy otro significado: escapista es el que se evade de cualquier responsabilidad cuando algo sale mal por su culpa.

Desgraciadamente, a raíz de la tragedia producida por la DANA en Valencia, parte de Castilla-La Mancha y de Andalucía, vemos como ha proliferado esta actuación, cuyo primer responsable de la falta de proactividad y de una pésima gestión, no solo se excusa de su responsabilidad, sino que echa balones fuera, como popularmente se dice, señalando a otros estamentos: la AEMET, la UME, la Confederación hidrográfica del Júcar y, como no, al Gobierno de la Nación.

Pero no voy a tratar aquí esta desgraciada tragedia y lo que se desprende de ella, pues yo, siento decirlo, empiezo a estar saturado de tanta información, desinformación, mala praxis, bulos y falsas acusaciones.

Aun así, el tema que quiero tratar aquí está íntimamente relacionado con lo anterior, pues esta suerte de escapismo está presente en muchos otros ámbitos de nuestra vida, especialmente el laboral, tal y como yo, por desgracia, he tenido ocasión de observar e incluso vivir en primera persona.

Cada vez que oigo a algún político acusando a otro de algo que solo a aquél le concierne, señalando a los que están a su alrededor, ya sean colaboradores subordinados o iguales de otros departamentos, que nada, o casi nada, tienen que ver con el asunto fracasado, se me revuelven las tripas.

He visto y oído las excusas más disparatadas a fin de no reconocer el fracaso personal delante del superior jerárquico. Son individuos que mienten sin titubear ni mucho menos sonrojarse, incluso sacando pecho. Y si, por casualidad, quien debe analizar las causas de tal fracaso es un ignorante en la materia —algo no excepcional, pues ser jefe o director no significa que domine forzosamente las actividades de su departamento—, pues se cree a pies juntillas lo que afirma el escapista de turno.

Hay personas que tienen el don de mentir con tal naturalidad que dan la impresión de llevar razón en lo que dicen, si nadie es capaz o se atreve a contradecirlas.

He conocido a perfectos inútiles que se han ido salvando de toda responsabilidad gracias a su pericia y a su “carisma”. Y siempre hay el pobre “pringado” que se las carga por mucho que defienda su inocencia. Y es que en estos casos ocurre como a veces sucede con los testigos de un acoso sexual o laboral, que nadie se atreve a respaldar al acosado o acosada por temor a las represalias o porque son tan indecentes como el acosador.

La falta de moralidad a la hora de reconocer la culpa propia suele deberse al orgullo, a la soberbia y al deseo de escalar sin importar a quien se llevan por delante, aunque también puede deberse a una profunda cobardía. Un prepotente suele ser un cobarde o un acomplejado que compensa sus deficiencias con una actitud agresiva.

Muchas empresas y organismos oficiales funcionan con este tipo de personal en su organigrama, que no repara en hacer daño a diestro y siniestro para salvar el culo.

Todos estos personajes deberían pagar sus culpas tarde o temprano, pero, como ya dije en una ocasión, el famoso karma no existe, o por lo menos yo no lo he visto actuar, y si caen, siempre caen de pie, como los gatos.

 

lunes, 11 de noviembre de 2024

¿Quién hay detrás de esta firma?

 

Los que seguís asiduamente este blog, sabéis que suelo tratar temas de bastante actualidad, pero en esta ocasión me ha resultado muy difícil elegir uno con la importancia necesaria para tratarlo con la suficiente seriedad, conocimiento y objetividad. 1) La terrible DANA que ha sufrido la Comunidad Valenciana y cuyos efectos tardarán meses, si no años, en desvanecerse, y las implicaciones políticas de ese desastre que bien podría haberse evitado o, por lo menos, reducido su impacto sobre las vidas humanas; 2) los incesantes ataques del ejército israelí sobre Gaza, al frente del cual se erige la figura vil y retorcida de un genocida; 3) la persistente confrontación bélica entre un dictador ruso que se cree emperador de las rusias zaristas; 4) la crisis climática, que no hay Cumbre del Clima que logre acabar con ella, ni siquiera llegar a acuerdos realmente eficaces; 5) el negacionismo imperante por parte de influencers malintencionados; 6) la historia amorosa y financiera del rey emérito; y así un largo etcétera de casos que, al menos a mí me tienen desbordado, asqueado, anonadado y no sé cuántos calificativos más.

Ante ello, he recurrido a lo más fácil, a la figura del que será el nuevo presidente de los EEUU a partir del 5 de enero próximo. Será el segundo mandato de este líder tan controvertido y con características de su personalidad rayando la enajenación. Hablar del futuro a corto y medio plazo de los EEUU y el más que probable deterioro democrático es algo tan complejo que solo puede exponerlo con propiedad un periodista especializado. Así pues, me he decidido a reproducir lo que publiqué hace exactamente seis años y seis meses sobre la figura de este dictador moderno y populista, pues nada de lo que dije entonces ha cambiado y goza de la misma actualidad. Porque hay cosas que no cambian con el tiempo.

Así pues, eso es lo que escribía el 11 de mayo de 2018, durante la primera presidencia de Donald Trump:

 

Esta vez no voy a andarme con rodeos, ni con sutilezas, dejando al lector adivinar o sospechar quién está detrás de la historia, como hice en mi relato “El hombre más poderoso” (Retales de una vida, 05-02-2018). No, esta vez hablo de Donald John Trump, el magnate y político norteamericano, presidente de los EEUU por obra y gracia de sus votantes y propietario de esta firma. No hay posibilidad de confusión, no hay ─creo yo─ otra firma igual. No hay que ser un experto en grafología, cada firma lleva su seña distintiva de identidad. Vale, no es como una huella dactilar, pero casi. Así pues, ¿quién se esconde detrás de esta firma sin igual?

Según los expertos en el tema, la grafología es una pseudociencia que pretende definir la personalidad y el carácter de una persona. Según sus defensores, sin embargo, la escritura sí es una expresión de la personalidad. Algunos grafólogos incluso opinan que puede servir para diagnosticar el grado de salud mental de un individuo.

Recordaréis que, ante las continuas sospechas o acusaciones de desequilibrio mental de Trump, este fue sometido, por voluntad propia, a un test psicológico que determinó que sus facultades mentales eran óptimas. Según el médico de la Casa Blanca, Ronny Jackson, no había duda de que el presidente, “pese a bordear la obesidad y de abusar de las hamburguesas, estaba en plena forma física”. En cuanto a su salud mental, la prueba a la que fue sometido, un test cognitivo conocido como Montreal Cognitive Assessment, que evalúa básicamente la atención, concentración, memoria, lenguaje, pensamiento conceptual, capacidad de cálculo y orientación de un individuo, dio resultados más que satisfactorios. Dicho de otro modo, que Donald Trump es capaz de concentrarse, entender y memorizar lo que le dicen, sabe expresarlo ─a su manera─, y calcular y orientarse correctamente. Lo que ya no sé ─seguramente porque no soy psicólogo clínico─ es si sabe calcular el alcance de sus decisiones. El hombre está, pues, sano y cuerdo. Veamos ahora, según la grafología, qué tipo de hombre sano es.

En un artículo publicado el 30 de enero de 2017 en RT por María Jesús Vigo Pastur (ignoro la intencionalidad de esta redactora y técnica de comunicación), la grafóloga y perito calígrafo, Sandra Cerro, una de las expertas en grafología más reconocidas y solicitadas de España, calificó la personalidad de Trump, en base a su firma, del siguiente modo:

Las mayúsculas iniciales altas, forma angulosa (los llamados dientes de sierra) o ejecución en eje vertical, denotan autoridad, orgullo, inflexibilidad, temperamento fuerte y determinación.

La escritura continua, uniendo unas letras con otras, y la forma de terminar la firma indica un carácter de líder autoritario, el del yo ordeno y mando, más autoafirmador que realizador.

Esta información, según Sandra Cerro, revela que Trump es el “clásico líder dictatorial de tipo coercitivo”, que demanda ser el centro de atención y que requiere obediencia inmediata y sumisión por parte de sus subordinados. “Es una persona intransigente, que le cuesta ser flexible a la hora de respetar las opiniones y criterios de los demás”. Finalmente, lo califica como “una persona vanidosa y con una autoestima bastante alta (¿solo bastante?), a quien le gusta el ejercicio del poder desde la cúspide”.

Pero no todo van a ser rasgos negativos. Entre los positivos, la grafóloga destaca “su gran determinación y perseverancia. No para hasta conseguir sus objetivos”, aunque, a mi modesto entender, estas cualidades pueden ser un arma de doble filo, según sea el objetivo de su determinación. Lo que sí resulta claramente positivo y tranquilizador es que, según esta experta, también “es una persona moderada y reflexiva, en tanto que no es una persona impulsiva que se lance sin control a enfrentar decisiones o proyectos”. A mi modo de ver, no es esta la imagen que da ese mandatario ante las cámaras. Pero si lo dice la reputada grafóloga y perito calígrafo, por algo será.

Solo espero que así sea, y que esta cualidad la comparta con su rival en la política estratégica internacional Kim Jong-un, de cuya firma no he logrado obtener una imagen clara y fiable (¿será un secreto de Estado?), aunque recientemente este líder parece mostrar una cara más amable y una actitud más tolerante de la que nos tiene acostumbrados.

¿Y por qué tanto interés por la personalidad de Donald J, Trump?, os preguntaréis. Pues no sé. ¿Será porque le veo a diario, porque me cae fatal, porque es uno de los hombres más poderosos del mundo y porque tiene, en algún lugar ─espero que a buen recaudo─, un botón nuclear que, según sus propias palabras, es más grande y más poderoso que el de su colega norcoreano?

 

Nota: los que en su día leísteis y comentasteis esta entrada, estáis dispensados de volver a hacerlo. Poco debe quedar por añadir, pero si queréis agregar algo a lo que dijisteis en aquella ocasión (si es que lo recordáis) estáis en todo vuestro derecho de hacerlo. Faltaría más. 😉

 

martes, 29 de octubre de 2024

La fábrica del terror

 


El domingo día 13 y el lunes 14 de este mes de octubre, el programa de La Sexta, Salvados, emitió un reportaje, presentado por el periodista Fernández González (Gonzo) y dividido en dos partes, titulado “Las redes sociales: la fábrica del terror”. Y realmente me resultó terrible lo que vi y oí.

Todos sabemos lo peligrosas que pueden ser las redes sociales en manos de desaprensivos, que las usan con fines que muchas veces se pueden calificar de delictivos. Pero nunca me había imaginado que una red social como Facebook pudiera albergar una cantidad ingente de horrores con la connivencia de su fundador, Mark Zuckerberg.

En la Parte I del documental, Arturo Béjar, un ingeniero y ex directivo de Facebook, reveló los secretos más oscuros de esta plataforma, que, junto a Instagram y WhatsApp, conforma el Grupo Meta.

Este ex directivo, a lo largo de la entrevista, fue detallando cómo esa empresa tecnológica ignoró los daños que producía a sus usuarios y que acabó obligando a Mark Zuckerberg a comparecer ante el Senado de los EEUU y pedir disculpas públicas, asegurando (falsamente, como luego se vio) que se estaban tomando medidas de control para evitar dichos daños.

Béjar fue, precisamente, contratado por Zuckerberg para diseñar las herramientas de protección al usuario de Facebook. Pero, tras comprobar que la empresa ignoraba, a pesar de sus informes y recomendaciones, los perjuicios que Meta provocaba en los usuarios, el ex directivo decidió contar lo que sabía y podía demostrar. Este hecho y el descubrimiento del uso indebido de los datos de 87 millones de usuarios, hizo que Zuckerberg tuviera que declarar ante una comisión del Senado de los EEUU, presidida por el senador Dick Durin, viéndose obligado a pedir perdón a las víctimas de sus redes sociales.

En la Parte II del documental se mostró el infierno al que se enfrentan lo/as moderadore/as de contenido contratados por Telus International, una empresa canadiense subcontratada por Meta, que deben visualizar durante una jornada laboral interminable aproximadamente 800 vídeos y fotografías que circulan por esas redes y cuyo contenido, que se reveló en el programa, me puso los pelos de punta.

Son miles los moderadores que trabajan a diario frente a un ordenador para que, cuando los usuarios entremos en una de esas redes, no tengamos que ver lo más perverso, violento y obsceno que se publica y que jamás creeríamos posible.

Estos trabajadores tienen que firmar un acuerdo de confidencialidad al ser contratados, de modo que no puedan ser identificados. Aun así, en el programa participaron dos de incógnito, sin mostrar su rostro y con una voz distorsionada, pues quisieron contar lo que han vivido y que les ha cambiado para siempre, necesitando ayuda psicológica por el trauma sufrido por su trabajo.

El testimonio de Vanessa y Carmen, los nombres ficticios de las dos moderadoras de contenido que accedieron a participar en el programa, confirmó lo que Béjar denunciaba en el primer episodio de esta serie: la protección del usuario pasó de ser una prioridad a convertirse en un obstáculo para ganar más dinero.

En las visualizaciones a las que estaban sometidas esas dos jóvenes se podían ver decapitaciones, pornografía infantil, violaciones en directo, mutilaciones, torturas y suicidios de adolescentes, entre otras atrocidades, una forma, según calificaron, de ver “el mal encarnado en las redes”.

Si en un principio, cuando estos controladores veían algo susceptible de ser censurado —calificaban en tres los grados de gravedad— lo reportaban a un nivel superior que decidía si eliminar el contenido de la plataforma, al final ese examen se volvió mucho más laxo y tolerante, porque, según manifestaron, se valoraba muchísimo más el número de visualizaciones que su efecto nocivo. Obviamente, ello contradice por completo las palabras de Zuckenberg al prometer públicamente que haría todo lo posible para evitar a los usuarios de cualquiera de las plataformas de Meta un daño moral y psicológico.

Siempre me pregunto para qué sirven las comisiones de investigación si nunca, o casi nunca, se llega a aclarar lo investigado y, por lo tanto, a sancionar al supuesto delincuente, que siempre, o casi siempre, se libra de toda responsabilidad.

En el mencionado programa de La Sexta, no quedó claro qué ocurrirá en lo sucesivo con estas redes sociales tan frecuentadas por nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) y cuyo contenido, en muchos casos, absorbe la mente de muchos seguidores, que caen en la red de infuencers y demás desaprensivos, cuya influencia puede llegar a ser muy perniciosa. Pero lo más preocupante es que puedan seguir difundiéndose fotos y vídeos como los que produce esa “fábrica de terror” y que pueden escapar al control de los sufridos vigilantes y al cribaje y decisión final de los que dicen actuar de protectores de la salud mental de sus usuarios, pero que solo les mueve un interés económico.

Las autoridades deberían llevar a cabo un control mucho más férreo de esas prácticas, pero ¿quién controla al controlador?

 

lunes, 21 de octubre de 2024

¿Qué es arte?

 


¿Qué se considera arte? Interesante y compleja pregunta, que puede dar lugar a una gran divergencia de opiniones.

De entre las definiciones que he hallado destacaría las siguientes:

-        Es la manifestación o expresión de cualquier actividad creativa y estética por parte de los seres humanos, donde plasman sus emociones, sentimientos y percepciones sobre la realidad o lo que imaginan con fines estéticos y simbólicos, utilizando diferentes recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.

-        Es una manera única de expresar sentimientos y emociones. Un medio en el que todo está bien, no hay reglas ni limitantes, no hay métodos correctos o incorrectos, porque simplemente es arte.

Según estas definiciones, pues, arte puede ser cualquier cosa producida por alguien considerado artista. Dicho de otro modo: un artista es aquel que produce lo que le viene en gana en base a una idea, sea o no descabellada para un observador.

Entiendo y acepto que cada uno vea una obra de un pintor o escultor con distintos ojos, y lo que a uno le parece una maravilla, a otro le puede parecer una mamarrachada.

Recuerdo los comentarios negativos que recibió la mascota olímpica de Barcelona 1992, el famoso Cobi, obra del diseñador valenciano Javier Mariscal, y que con el tiempo acabó siendo, no solo aceptada sino aplaudida por los que antes la denostaban. Y así podríamos relatar numerosos casos de dibujos, carteles, posters y cuadros que han sido y son objeto de burla a pesar de que sus autores son artistas consagrados.

Y yo me pregunto si el Ecce Homo de Borja, restaurado por la bienintencionada feligresa Cecilia Giménez, puede también considerarse una obra de arte, pues cumple con cualquiera de las dos definiciones anteriormente aportadas. En este caso, sin embargo, podemos alegar que no se trata de una obra original sino, como he dicho, de una restauración de una obra primitiva dañada por el paso del tiempo y, por lo tanto, lo criticable sería no haber sabido reproducir aquel original de una forma mucho más aceptable.

Pero si obviamos esta anécdota, también hay casos de reproducciones en cera, en bronce o en cualquier material plástico, de un personaje famoso, que pueden considerarse realmente grotescas, cuyo parecido con el modelo es pura coincidencia.

Yo no soy un entendido en arte y, por lo tanto, no me atrevo a criticar ciertas obras expuestas en museos, aunque en algunos casos lo que ven mis ojos me lleva a conjeturar que, o soy un ignorante redomado, o estoy ante una burla que solo un iluminado sabe apreciar y entender.

Pero dejémonos de circunloquios innecesarios que no nos llevarían a ninguna parte, ya que, como bien dice la sabiduría popular, para gustos los colores.

Lo que me ha llevado a publicar esta entrada y que abunda en la consideración de lo que es y no es arte, es el cartel conmemorativo del 125o aniversario del FC Barcelona, realizado por el artista mallorquín Miquel Barceló, definido por los entendidos como un pintor próximo al neoexpresionismo, y entre sus obras más destacadas está el cuadro Faena de muleta, que fue subastado en 2011 por 4,4 millones de euros. En el cartel al que aquí hago referencia figura un jugador vestido con los colores del club blaugrana que, según el autor, representa, entre otros aspectos (a saber cuáles), el sistema de juego propio de club (¿?).

La verdad es que no entiendo la satisfacción con la que el presidente del Barça, Joan Laporta, y sus directivos, han recibido esa representación tan... neoexpresionista de la mano de ese afamado pintor. Yo he quedado anonadado, pues sin ser un culé empedernido, siento una admiración y cariño, desde niño, por el club de mi ciudad y de mi familia y al que siempre he seguido con interés y respeto, tanto en sus mejores momentos como en los peores. Pero ver esa “expresión artística” del pintor mallorquín en un cartel que conmemora un siglo y cuarto de historia del FCB, me ha producido unos retortijones mentales que todavía me asaltan cada vez que lo contemplo.

Desde luego, ateniéndome al hecho de que «en el arte no hay reglas ni limitantes, ni métodos correctos o incorrectos y que el artista lo que hace es expresar sus emociones, sentimientos y percepciones sobre la realidad», pues entonces no me queda más remedio que claudicar y darme por satisfecho —acepto pulpo como animal de compañía— muy a mi pesar.

No sé cuáles han sido esos sentimientos y percepciones sobre la realidad de Miquel Barceló a la hora de concebir esta obra magna, ni tampoco sé si alguno de los jugadores, actuales y pasados, del FCB se verán representados en ella, pero tengo serias dudas.

Y para muestra, un botón:

 


jueves, 26 de septiembre de 2024

Abogados y abogados

 


Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y todo detenido a un abogado. Y si no puede permitirse pagarlo, siempre dispone, según la ley, de uno de oficio.

Si el acusado considera que un abogado de oficio no le garantiza la calidad de su defensa porque tiene un montón de casos de los que ocuparse y, por lo tanto, un tiempo muy limitado para dedicarse en profundidad a estudiar el que se va a juzgar, por poco que dicho acusado, o su familia, pueda echar mano de su cartera, optará por un letrado particular y a ser posible “de los buenos”, esos que casi lo ganan todo y se enorgullecen de ello.

Hasta aquí nada del otro mundo, pero lo que sí me subleva e incluso me indigna es ver cómo ciertos abogados, en su papel de defensor, se ponen del lado del delincuente hasta el punto que no solo intentan procurarle una sentencia más benévola, buscando algún atenuante, sino que parecen congeniar con la mente retorcida que ha llevado a su defendido a cometer un acto execrable.

En este sentido, me viene a la memoria el abogado defensor de la manada de Pamplona, que cuando comparecía ante las cámaras, se comportaba como uno más de los miembros de ese grupo de violadores, exhibiendo una actitud agresiva y chulesca, intentando hacer ver que no eran más que unos angelitos que, bajo el efecto del alcohol, habían cometido un pecadillo de juventud sin maldad alguna.

Y así se podrían enumerar muchos otros casos, tanto o más execrables, en los que me resulta incomprensible que haya un abogado, o abogada, que acepte defender a un asesino que ha realizado un acto monstruoso, a un violador reincidente o a un pederasta multi reincidente cuya culpabilidad ha quedado más que demostrada. Y todavía me llama más la atención que sea precisamente una mujer la defensora de un brutal maltratador que ha acabado con la vida de su pareja o ex pareja, o que ha perpetrado una abominable violencia vicaria.

Si bien un abogado de oficio está obligado a ocuparse del caso que se le ha asignado (ignoro si tiene la posibilidad de rechazarlo por convicciones morales), el abogado particular puede ejercer la objeción de conciencia y rechazar ser contratado, de forma que si lo acepta es o bien por dinero, por notoriedad pública o porque no le hace ascos al asunto en el que debe actuar. Las tres opciones me parecen igualmente obscenas.

Entiendo que si no hubiera ningún abogado o abogada que aceptara un caso como estos, el acusado quedaría sin defensa, debiendo defenderse a sí mismo o recurriendo a uno de oficio que, aunque le repugnara tener que defender lo que considera indefendible, no le quedaría más remedio que actuar para conseguir, si no la absolución, sí la mínima pena posible, o bien convencerle de que se declare culpable, aceptando el veredicto que proceda.

Y es que parece que hay abogados (algunos se han hecho, si no famosos, sí populares de tanto aparecer en los medios) a los que les gusta aceptar los casos más desagradables, implicándose tanto en su papel, que actúan como el alter ego del violador o asesino.

Quizá todo esto no sea más que un prejuicio por mi parte, pero no puedo evitar torcer el gesto ante la imagen de un abogado defendiendo vehementemente a su cliente, apelando a la inocencia de quien merece recibir un castigo ejemplar ante la sociedad.

¿Quién puede ser capaz de defender con uñas y dientes al marido y a las decenas de violadores de Gisèle Pelicot invitados por aquel mientras mantenía drogada a su esposa? ¿Qué atenuantes pueden esgrimir sus abogados?

Desde luego, hay abogados y abogados.


jueves, 12 de septiembre de 2024

Turismo de verano

 


Espero que hayáis disfrutado de vuestras vacaciones, dentro o fuera de España, y no hayáis sufrido ningún contratiempo importante. Yo me he quedado, como siempre desde hace años (gracias a la jubilación, evito las temporadas altas para viajar), en nuestro apartamento en la Costa Brava, soportando, por primera vez en mucho tiempo, un calor bochornoso y asfixiante, pues, estando situados frente al mar, nunca habíamos experimentado tal agobio climático.

Pero al incordio calórico hemos tenido que añadir uno mucho peor: la masificación turística, que, a mi juicio, ha rebasado notablemente la que hemos tenido que soportar y a la que ya estábamos acostumbrados durante las últimas décadas.

Siempre he abominado de la falta de civismo de la mayoría de extranjeros que visita nuestras costas (ya tenemos suficiente con los desaprensivos locales), y que no buscan precisamente practicar un turismo cultural sino el clásico turismo de desmadre y borrachera, al que los ayuntamientos de las poblaciones costeras dicen querer hacer frente incrementando la calidad de la oferta, algo que hasta ahora ha resultado inoperante porque para ello hacen falta medidas que muchos comerciantes no están dispuestos a asumir. Lo que quieren estos comerciantes, ya sean de la restauración, de la hostelería o propietarios de tiendas de artículos varios (camisetas, bañadores, artículos de playa, souvenirs, etc.) es hacer caja y poco les importa los desmanes de los jóvenes (y a veces no tan jóvenes) que dejan las calles y las playas como un vertedero, o las peleas nocturnas entre grupos de nacionalidades rivales, sobrados de alcohol y/o droga.

Este año hemos tenido que llamar a la policía local en varias ocasiones para que desalojaran de la playa, justo delante de nuestro bloque de apartamentos, a individuos que, bien entrada la noche y de madrugada, alborotaban, riendo y gritando como dementes, acompañados de música a todo trapo. En la última ocasión que tuvimos que pedir la intervención de los municipales, tardaron en acudir 45 minutos porque estaban literalmente desbordados y no tenían efectivos suficientes.

No soy capaz de hacer un ranking de gamberros playeros y callejeros, pero yo pondría en el top ten a franceses, británicos, italianos, holandeses y alemanes, por este orden. Los rusos, todavía muy abundantes, en cambio, se comportan francamente bien. Claro que estos no suelen ser turistas de paso, sino propietarios de apartamentos (generalmente de lujo) y, por lo tanto, velan por la integridad y seguridad del lugar que se ha convertido en su primera o segunda residencia.

Otro despropósito de este mes de agosto ha sido la masificación en la playa, motivada esta principalmente por la desaparición de una franja importante de arena y del paseo marítimo en un extremo de la cala, por culpa de un tremendo temporal primaveral, de modo que los habituales de esa parte de playa han tenido que desplazarse hacia el espacio que hasta ahora ocupaba la gran mayoría de usuarios. Pero esto no es lo peor, pues entiendo que la gente tiene que buscarse un lugar donde plantar su sobrilla y extender sus toallas y enseres playeros, pero he quedado sorprendido del instinto tremendamente gregario de algunos, que no dudan en asentarse a medio metro, e incluso menos, de tu toalla, de modo que están abordando tu espacio vital y eliminando toda posibilidad de que otros bañistas puedan avanzar hasta la orilla sin tener que hacer verdaderas piruetas entre las toallas de sus vecinos.

Desde hace un par de años, solemos bajar a la playa a las nueve de la mañana, cuando está prácticamente vacía, el sol es mucho más benigno y solo hay unos pocos madrugadores, generalmente de cierta edad (quizá porque son de poco dormir o buscan tranquilidad). Pero este año, a esa hora ya había una larga hilera de gente acomodada en la orilla, empezando a ser un poco complicado hallar un buen lugar en primera línea de playa donde asentarnos sin molestar a nadie. Pero, una vez conseguido el objetivo, la tranquilidad duraba muy poco, pues al cabo de una hora escasa parecía que habían abierto las puertas del redil y una multitud de individuos cargados con sillas plegables, sombrillas, bolsos y toallas, desembarcaban a nuestro alrededor, situándose en pequeños espacios que nadie habría pensado que cupiera toda una familia, con bebé y cochecito incluido.

Y ya solo faltaba la exagerada extensión de tumbonas y sombrillas de alquiler, que restringen todavía más el espacio destinado a tomar el sol a todo aquel que no desea pagar por el uso de tales elementos. Desde nuestra terraza observaba cada mañana, a eso de las ocho y media, como el “tumbonero-sombrillero” iba esparciendo esos bártulos a lo largo y ancho de la playa, dejando entre tumbona y tumbona un par de metros, a lo sumo, llegando hasta unos seis metros de la orilla. Ello acabó en bronca diaria por parte de los usuarios que no hallaban dónde situarse de forma mínimamente cómoda, mientras que el 90% de las rumbonas estaban sin ocupar ni alquilar.

Y ya para terminar, hay que añadir que, debido a la zona de playa impracticable antes mencionada, por culpa del temporal, a los dos chiriguitos que estaban instalados allí, el ayuntamiento les ha concedido un permiso temporal (en principio hasta que se haya rehabilitado la parte de la playa dañada y del paseo hundido) para trasladarse, uno delate de nuestro edificio, y el otro a unos treinta metros de aquel. En general, no hemos sufrido ninguna molestia seria, salvo el olor a fritanga (estamos en una tercera planta) durante el horario de las comidas, desde las doce del mediodía a las cuatro de la tarde, y desde las seis de la tarde a las once de la noche. Y luego la contaminación acústica, no tanto por el griterío de los clientes sino por el ruido estrepitoso, por fortuna muy breve, producido por el vertido de los envases de vidrio vacíos en un contenedor adosado al local. Y así tantas veces al día como fuere necesario. ¿Solución? Mantener cerrada la puerta de la terraza, para poder así hablar, leer y ver la televisión sin molestias. Y con todo cerrado a cal y canto y con el calor y bochorno de este verano, hemos tenido que hacer algo insólito hasta el momento: comprar unos ventiladores, especialmente útiles por la noche, al acostarnos, pues la temperatura nocturna no permitía el descanso y dormir con las puertas que dan a la terraza abiertas era exponernos a un insomnio por culpa de las algarabías de los paseantes que no hallaban el momento de retirarse a dormir.

Por supuesto, no todo ha sido tan calamitoso, pues también ha habido momentos de relax, acariciados por la brisa marina y acomodados tranquilamente en la terraza, un placer de poca duración, pero intenso. Será cierto aquello de que lo bueno, si breve...

Ya sé que todo puede contarse desde varias perspectivas, que hay quien ve el vaso medio lleno y otros lo ven medio vacío. No sé si será por la edad, pero todos estos inconvenientes que he narrado, se me hacen cada vez más cuesta arriba. Ahora solo espero que llegue el otoño para ver desaparecer todos estos elementos fastidiosos, ver la playa prácticamente vacía, los chiringuitos cerrados y poca gente deambulando por las calles, mucho más limpias y transitables.