Un día, sin mas, llegó sin anunciarse y dijo: -Soy la ene.
-Me da mucho gusto conocerla -respondió-. Un hombre que aprecia las siempre se alegra al hallar una. ¿En qué puedo servirla?
-Tengo algunas quejas -contestó-. El diccionario de la Academia ni siquiera dice cuál es mi nombre, a diferencia de lo que hace con mis vecinas, la ka, la ele y la eme. Además se me usa para designar lo indeterminado: "El señor N."... "A la N potencia"... "Por enésima vez..."... Y yo soy una letra muy determinada; tanto que sirvo para decir: "No".
-Ya veo -le dijo-. Tiene usted ene quejas. Pero ha caído con un N.N., alguien desconocido que nada puede hacer para ayudarla. Somos enes los dos. Pero si nos acompañamos dejaremos de ser enes.
Ella aceptó mi compañía. Desde entonces los dos tenemos nombre. Ya no somos N.N., y no nos importa que nuestro nombre no esté en el diccionario.
Historia no sólo de la N, mas bien una mas de N historias.
Con amor, 4s