Estos días largos en los que disfruto de bastante tiempo libre, aprovecho por leer algunas cosas pendientes. Estamos ya muy cerca del solsticio de verano. Me entretengo precisamente con un libro de Avelino Hernández titulado "Dónde la Vieja Castilla se acaba: Soria", editado inicialmente en 1982 y reeditado de nuevo en León el día de san Alipio del año pasado. La festividad de san Alipio se celebra el veintiséis de noviembre. A pesar de los años y de la ausencia del autor, la obra goza de una rabiosa actualidad. Recorridos por la vieja Castilla, podría ser el Cerrato, Ayllón o la Tierra de Campos; en este caso se trata de tierras sorianas. Dice Julio Llamazares en el prólogo que "más que un libro, una declaración de amor, una introspección poética, un recorrido por una tierra que es más que eso, una exaltación, en fin, de todo lo que la literatura tiene de misterioso y emocionante". Encuentro un párrafo que viene muy a cuento precisamente en relación con los acontecimientos de estos últimos días:
Acerca de la creencia en los beneficios de la religión y en los poderes propios del Cielo
En el día del solsticio de verano se buscaba impetrar el favor del Bautista, o sea de san Juan, para curar a los niños o adolescentes herniados, Para ello se juntaban a medianoche en un huerto que tuviera un guindo, una mujer que se llamara María y dos hombres (uno de ellos llamado Juan y el otro que se llamara Pedro). Los que representaban a la Virgen María y a san Juan se pasaban el uno al otro, tres veces, al niño herniado por encima del árbol, a la vez que decían:
Tómalo tú, María.
Dácalo tú, Juan.
¡Que la Virgen lo cure
y el Señor San Juan!
Después, el otro hombre acompañante, que había de llamarse Pedro, injertaba al guindo un frutal de hueso y fajaba al herniado. Se creía que si el injerto agarraba, el quebrado quedaría sano.
Esto es lo que cuenta el amigo Avelino. Cierto que estamos en pleno solsticio aunque lo de niño o adolescente me queda ya algo lejano así que he preferido ponerme en manos de san Joaquín (no en vano abuelo de Jesús), que tiene mucha experiencia y una enorme humanidad. Me ha ido bien, no tenía ninguna duda. Lo de pasarme por encima del árbol me habría dado cierto pavor, nunca me gustaron las atracciones de feria. Y mira que si al final el injerto no hubiera agarrado...
Sin duda mucho mejor la solución de mi amigo Joaquín (quien tiene un buen amigo tiene un tesoro).
En Vailima tengo dos guindos y un madroño que miro las noches de luna llena.