Este mes he subido en solitario al Cotiella y al Turbón.
Y cuanto caminas en solitario por la montaña hallas muchas cosas, pero
sobre todo tiempo para pensar.
Te encuentras en el espacio y el medio propicio para repasar elementos significativos
de tu vida, o incluso insensateces.
Se erige un imaginario mental y espiritual, y como de una baraja bien mezclada,
van brotando poco a poco contenidos.
Conforme vas alzando cartas una a una, se van situando en su hilera
correspondiente. O no. Puesto que algunas enraman perfectamente, y sin embargo otras
parecen no casar con nada.
Ya he escrito hace poco sobre ello, pero ratifico una vez más que llevo
meses practicando meditación y me gusta mucho.
Y explorando este hecho de la meditación, descubrí que era una melodía que ya
me sonaba. Me resultaba familiar.
Todos meditamos sin ser conscientes de ello.
¿Cuantas veces nos hemos perdido en nuestras reflexiones mientras
caminamos, conducimos, corremos, o estamos sentados en un sofá con la mirada extraviada?
De repente te abstraes, y al poco te descubres despertando como de un
sueño; Estabas, pero sin estar.
Por unos instantes has desaparecido en tus reflexiones y no has sido
consciente ni del paso del tiempo, ni del lugar. Eso es meditar.
Una de las reflexiones que me surgieron mientras caminaba hacia la cima de
esas montañas, fue que, “la inteligencia, o más bien el pensamiento, es nuestra
mayor virtud, pero asimismo nuestra gran maldición”.
Pensar, imaginar, soñar, prejuzgar, prevenir, presentir, predisponer… en
conclusión miedos, miedos y miedos.
Y en momentos así no hay dónde esconderse.
Vivir despierto es afrontar; es subirse a una pequeña canoa y lanzarse al
océano en busca de tierras remotas.
Te sientes libre, sí, pero antes o después acabas tropezando con el miedo.
Pero, aun así, te sientes atraído irremediablemente por ese misterio que
está esperando fuera, aún sin saber si tendrás el valor para hacerle frente.
El miedo es algo colectivo; lo siente todo bicho viviente.
Y no es disparatado sentir miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido.
Forma parte del hecho de estar vivos.
Pero la mayoría de las veces no es real, y lo desarrollamos en la mente, ante
la posibilidad de hallar la soledad, la muerte, o la perspectiva de no tener
nada a lo que aferrarse. Es una reacción natural y espontanea al aproximarse a
la verdad. Tu verdad.
Y si cambiamos el chip, y nos comprometemos a quedarnos justo donde existimos,
las cosas se ven mucho más claras.
Subrayo que: ¡No podemos estar en el presente y al mismo tiempo proyectar nuestra
vida! Este es un error que yo siempre cometía.
Esto por escrito parece algo obvio, pero cuando lo descubres por ti mismo, es
cuando te transforma.
Cuando comenzamos una búsqueda, la que sea (todos lo hacemos en un momento
determinado de nuestra vida); Buscamos respuestas que nos satisfagan.
Pero realmente, lo que buscamos es someter el miedo y mirarlo de frente; Hallar
una manera nueva de mirar, escuchar, olfatear o incluso pensar.
Y cuando comenzamos a hacerlo, no queda mucho espacio para el orgullo, que
era la consecuencia de agarrarnos a nuestros ideales.
Ese orgullo que aflora inevitablemente, es sacudido por nuestro coraje de
ir un paso más allá.
Y las respuestas que hallas no tienen que ver con tus ideas, si no con
tener el coraje para morir continuamente. Estar en el sitio.
Cuando nos paramos en el sitio, y no afirmamos ni nos coartamos, y no nos
culpamos ni a nosotros mismos ni a los demás, nos encontramos con nuestro
corazón.
Siempre luchamos equivocadamente contra la ira, la lujuria, la pereza, el
orgullo, pero sobre todo contra el miedo.
Y curiosa y definitivamente, la clave está en dejar de luchar.

Aceptar de todo corazón que eres irritable y celoso, que te resistes y
luchas, pero sobre todo que tienes miedo.
Aceptar que eres inteligente y estúpido a la vez, espléndido y escaso, y
por encima de todo, que eres totalmente indescifrable.
Nadie nos dice nunca que no debemos evitar el miedo.
Nadie nos cuenta que nos acerquemos a él y nos acomodemos.
Muchas veces estamos acorralados, y en instantes así no hay dónde
esconderse.
Entonces, antes o después entendemos que el miedo es el que nos introduce en
todas las enseñanzas. Y el coraje entra en escena.
La gente valiente tiene miedo, pero lo conoce íntimamente.
El destino, es encontrarse con uno mismo dentro de esos miedos.