Continúo con este la serie de textos en los que me hago preguntas que creo que mucha gente se plantea en relación con la música clásica. Preguntas seguidas de sencillas respuestas, aptas para la comprensión inmediata de cualquier lector sin una preparación especial. Añado unas direcciones de sitios de internet con grabaciones que ilustran lo expuesto.
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Pregunta 6
¿Hay que saber música para entender y apreciar la música clásica?
La respuesta a esta pregunta es sí, algo hay que saber de música para disfrutar de la audición de obras clásicas. Yo diría que incluso de obras musicales en general. Y ¿qué es necesario conocer y con qué profundidad? Esto requiere una explicación pormenorizada, que es lo que quiero exponer a continuación.
Lo primero es definir detenidamente el concepto básico ‘saber música’. En la vida cotidiana se entiende que consiste en poder leer una partitura. Y, en efecto, ese es un aspecto importante de la formación musical, pero no el que más, si se trata de ser solamente público o receptor, oyente. Para tal función no se precisa el solfeo, aunque nunca está de más. Ahora bien, cuando hablamos de compositores o de intérpretes, ya es otra la cuestión: en tal caso, sin ser absolutamente necesario siempre, sí que conviene desenvolverse con soltura en el lenguaje musical escrito por ser muy útil como recurso. Aunque, muchas veces, depende de la obra y del instrumento, y de la índole del ejecutante. Pensemos en «la 40» de Mozart: sería casi imposible que, en un período de tiempo razonable, la preparara y tocara una orquesta donde los músicos no fueran lectores cualificados. Quiero citar, sin embargo, el nombre de un compositor e intérprete magistral que, pese a todo, creo que nunca aprendió a leer las notas: me refiero a Paco de Lucía. Según se dice, L. Pavarotti, un tenor tan eximio, tampoco fue lector de pentagramas, al menos en una primera etapa de su carrera. Artistas así deben compensar su falta con un oído y una memoria extraordinarios.
Por lo que toca a los oyentes, que es en lo que me quiero centrar, si algo han de aprender de música, no se trata en esencia de descifrar partituras. La competencia del oyente consiste en ‘saber escuchar’ y no tanto en ‘saber leer’. Y ¿en qué consiste eso de saber escuchar? En síntesis, radica en una serie de nociones, habilidades y actitudes musicales de carácter específico; su posesión, como otras facultades de los humanos, creo que tiene algo de innato.
En efecto, cuando el bebé se embelesa con una nana, hace palmitas para marcar el ritmo de una canción que escucha…; cuando, después, ensaya unos pasos de baile, canta, se emociona con una melodía que desea escuchar una y otra vez, etc., está poniendo en juego su capacidad de aprender a escuchar y la está cultivando, desarrollando, al mismo tiempo. Son destrezas acústicas, como discriminar la música del simple ruido o del habla humana, diferenciar timbres, identificar melodías agradables y desagradables, hacerse con el ritmo, y también desarrollar actitudes positivas hacia la música, configurar el propio gusto, así como un concepto elemental de cómo están construidas las obras musicales.
Todo ello, en un grado elemental, correspondiente al nivel de complejidad y novedad u originalidad, no muy alto, que presentan las obras infantiles en particular y la música popular, ligera, en general. Ocurre lo mismo con la lengua y la comunicación humana, cuyos componentes básicos, léxicos y constructivos, ya encontramos en la competencia infantil. Y, lo mismo que esta va progresivamente enriqueciéndose con nuevas aportaciones de todo tipo, paralelas al nivel y el carácter de las producciones a las que el niño esté expuesto (y a la acción educativa, imprescindible), las capacidades de audición y aprecio musical crecen y se diversifican con la escucha, tanto pasiva como activa (análisis, aun somero) y el apoyo y guía didácticos, bien secuenciados.
Si tuviera que destacar qué ámbito de la competencia musical debe encomendarse a la educación explícita y cuidarse especialmente, diría que es la forma o modo como están construidas las obras, su estructura, su tejido, su arquitectura. Con ello me sitúo, en parte, en el campo de la armonía. Así, por ejemplo, poder percibir varias voces en un dúo o trío, y distinguirlos de un tutti coral u orquestal, ser consciente de cuándo se está ante un pasaje de contrapunto o de homofonía, apreciar ligereza, gravedad, fastuosidad, melancolía, gozo… en una pieza o segmento musical, así como la relación entre un estribillo (o ritornello) y las estrofas, la diferencia entre un himno y un vals, un aria y un recitativo, las cuerdas, las maderas, los metales, la percusión, etc., etc.; más aún, tomar conciencia de cuándo se está oyendo una frase temática y cuándo suenan variaciones de cualquier tipo (melódicas, armónicas, tímbricas, rítmicas…) o cuándo y cómo se suceden momentos de tensión y de distención sonora, los adornos, las articulaciones, las modulaciones o cambios de tonalidad, el no perder nunca, más bien al contrario, el poder de emocionarse con la música, etc., etc. No es poco, pero bien ordenados estos y otros saberes, destrezas y actitudes en programas escolares o en centros de formación especializados, no creo que resulten gravosos en exceso y, en cambio, serán muy fructíferos. Estoy convencido.
JOSÉ ANTONIO RAMOS
8.4.21