En la noche del pasado día 7 tuvo lugar, por fin, el único
debate de la campaña electoral entre los candidatos de los dos grandes partidos
políticos españoles. Existe la
costumbre, aquí y en todos los países democráticos, de efectuar una valoración urgente
al concluir, entre periodistas, comentaristas, tertulianos…, así como mediante una
encuesta rápida, por teléfono, realizada a una muestra de población a cargo de
empresas demoscópicas. El objetivo es, sobre todo, obtener una calificación en
términos de “vencedor” y “vencido”. En
este caso, parece que el triunfo se ha otorgado a Rajoy por una diferencia
clara, aunque no demasiado abultada.
En mi opinión, esa es una manera de evaluar a los aspirantes
excesivamente simple, demasiado imprecisa,
como casi todo lo periodístico. ¿Qué significa vencer? Supongo que consiste en
ser más o ser menos que el otro en algo, terminar por encima o por debajo…, pero
¿en qué? Seguro que cada uno de nosotros
tendría una respuesta distinta si le preguntaran. Por supuesto, dicha
respuesta se relacionaría con lo que esperara del debate y de los participantes
antes de celebrarse.
En teoría, actuaciones como las de anoche deberían servir
para que el votante se hiciera una idea más clara, más ajustada, de lo que
venden los aspirantes, para así cualificar su voto, y eso es lo que buena parte
del público espera. Pero no siempre, casi nunca, coincide con la intención de los protagonistas; su objetivo
es otro, pues la mayoría no aspira a que los entiendan, sino a que los voten. Más
aún, puede no coincidir la finalidad respectiva de los que se enfrentan, porque
depende mucho de la posición de partida en cuanto a intención de voto del
electorado, según se refleja en las encuestas, así como de la pertenencia o no
al partido a la sazón gobernante, etc.
En tal sentido, las circunstancias eran muy desfavorables
para Rubalcaba, que cargaba con el lastre de una gestión de su gobierno
discutida (incluso condenada) por todos. Rajoy, en cambio, no solo se
encontraba libre de esa servidumbre, sino que contaba con el recuerdo colectivo
de una buena labor en la etapa de Aznar, sobre todo en materia económica, que
ahora se ha convertido en el problema capital. Y, además, con las encuestas de
cara, como consecuencia de lo mal que lo ha hecho Zapatero, así como,
seguramente, de la forma en que el PP ha llevado la precampaña y la campaña.
En tal situación, Rubalcaba, que no parece aspirar a ganar
las elecciones, en la noche del debate (seguido por más de once millones de
espectadores), se decantó desde el principio por una estrategia clara: a) no
darse por aludido cuando Rajoy recordara los pecados de su gobierno, aún en
funciones; b) intentar sacar de su oponente alguna concreción programática (de
ahí las continuas preguntas), mejor si iba referida a “recortes” sociales, para
elevarla retóricamente a la categoría de principio identitario y descalificar
así todo el programa del PP como “antisocial”, tintarlo todo de negro, digamos,
a partir de una “mancha” pequeñita, confiando en que al día siguiente los
titulares de los periódicos (sobre todo, los amigos) se encargarían de
colaborar en esta labor; c) destapar las “verdaderas” intenciones del PP, al
margen del programa escrito, o no tan al margen, pues buscó el candidato
socialista dos o tres frases un tanto ambiguas que pudieran dar pie a interpretaciones
como las suyas (aunque también las contrarias); d) callar en la medida de lo
posible su proyecto, sus “soluciones”, temiendo una crítica obvia: ¿por qué no
has actuado así en estos años? O no son tan buenas dichas soluciones o eres un
cínico por no habértelas guardado para usarlas ahora en tu favor.
Por su parte, el aspirante conservador, respaldado por las
encuestas (y también por la sensación de hastío generalizada y el deseo de
cambio, de que “se toque ya el final del partido”) y crecido en su actitud por
eso mismo, además de buen conocedor de las añagazas del más que veterano
socialista, ahora candidato, pero nunca cándido, jugó su partido: a) aunque sin
cebarse, desautorizó en varias ocasiones a quien tenía enfrente, aludiendo (con
datos)a las tropelías del gobierno del cual era vicepresidente y portavoz, que
nos han llevado al borde del precipicio, con frases duras en su contenido,
aunque no tanto de forma (Rajoy no suele ser enfático, no intensifica demasiado…,
para bien o para mal); b) advirtió hacia donde apuntaban las balas del enemigo
y se cerró en banda, no concedió casi ninguna concreción, no desveló casi
ningún detalle, pese a que el otro le arrastraba a hacerlo con tantas
preguntas, tendentes también a exasperarlo y sacarlo de sus casillas por lo insistentes;
c) exponiendo tan solo el esquema o esqueleto de su proyecto (o sea, lo más
fácil de explicar y de entender, e incluso de aceptar sin problema), se propuso
dar la sensación de tener un proyecto y proyectar así seguridad, confianza en
sí mismo, frente a las improvisaciones, bandazos y contradicciones del los
socialistas; d) explicó con meridiana claridad y contundencia, sin señalar
matices ni riesgos, sin aludir a posibles fallos en la previsión, etc., los fundamentos de su plan, basado en el
incremento del empleo como eje y columna fundamental, más que en la
intervención del gobierno como motor de la activación y recuperación económica,
que es el modelo socialista, “evidentemente fracasado”.
En síntesis, la meta de Rubalcaba era abrir una brecha y
colocar una bomba en la fortaleza del contrario; y la de este, no permitir que
eso ocurriera e incluso, si fuera posible, incrementar la protección de dicha
fortaleza. Definidas así las intenciones, y tomándolas como criterio, como aspectos
de mi particular baremo, estoy ya en posición de evaluar y calificar. Me parece
que, como la mayoría de los interrogados han dicho, seguramente de modo
intuitivo, Rajoy consiguió lo que quería en un porcentaje superior al de su
contrincante.