El chófer fuma un cigarrillo junto a la limusina, encogido por el frío. Da vueltas en círculo para generar calor, esconde la cabeza entre las solapas de su abrigo. El coche es de color negro y está completamente abollado. Alguien ha rayado la palabra “Escoria” con un objeto punzante en la puerta del copiloto. Es posible que comience a nevar de un momento a otro.
El chófer se llama Jacob. Lleva la cabeza afeitada al cero y usa unas gafas de sol de diseño imposible. Hace solo dos meses que aprendió a conducir. Durante varios años, Jacob trabajó en un musical titulado “Sodoma” en el que interpretaba a una especie de arcángel de estética punk. Allí conoció a Renata, con la que contrajo matrimonio por medio de un rito balcánico sin validez legal.
Jacob no sabe si Renata sigue viva.
Han pasado veinte minutos desde que aparcó la limusina frente a la puerta principal de Pueblo Dorado, un lujoso complejo de edificios rodeado por un muro de hormigón ligeramente inclinado hacia el exterior. Dos agentes con armaduras de caucho reforzado sostienen sendos bastones eléctricos junto a la garita de la entrada. Uno de ellos sufre un curioso tic que consiste en propinar un cabezazo violento a la nada cada diez segundos aproximadamente. Jacob lanza el cigarrillo aún encendido a los bajos de la limusina cuando el prestigioso mentalista Igor Dreyer aparece con una expresión fúnebre pintada en la cara.
-Buenos días, señor D. –dice Jacob mientras abre la puerta trasera para que su pasajero se acomode en el interior.
Antes de arrancar el vehículo, Jacob envía con disimulo el mensaje de texto que previamente ha guardado en la carpeta “borradores” de su teléfono móvil.
“El tigre está en la jaula”.