Y tres o más si es necesario, como ahora lo es, señor notario, dice el feo, porque quiero entender los tecnicismos, los
afianzamientos y demás zarandajas que ustedes usan para hacerles comprender a estos señores de la Caja que los 900 millones de
luros que me han tocado los dejaré de la siguiente manera:
¡Tal y como ellos me dejaron 126.000 euros para una hipoteca de mi casa que todavía no he
acoqui!
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El señor notario calla y los señores
representantes:
¡Eso es inviable, pero por Dios, aquello era una hipoteca y usted va a depositar su dinero bajo nuestra confianza y amparo!
Al
oír esto, al feo le entra una risa que hasta el notario le acompaña. No así a los
representantes, a los que llamaremos
Juana y Miguel, que muy serios repiten: ¡ de todo punto inviable!
Pues si es de todo punto inviable, me voy a otro banco. Y el feo se levanta.
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Miguel y
Juana se miran.
Juana se incorpora como un resorte y con delicadeza extrema, le agarra por el hombro y mirándole como jamás lo hizo una mujer, le dice:
No se preocupe, porque llegaremos a un acuerdo y como son las tres menos cuarto y es la hora de comer, que le parece si usted y yo vamos a un restaurante y lo hablamos.
Mira el feo a Manuel el señor notario y amigo y dice a
Juana que si él no viene, no hay nada que hacer.
Juana secamente le dice a Miguel: puedes irte y se despide con un sí, señora vicepresidenta.
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Así aquí
tenéis al feo, esperando a que le abran la puerta del coche. Una vez dentro y sentados en el pedazo carro,
Juana dice un nombre al chofer y abre un
compartimento del coche. Aparece un bar. Coloca hielo en tres vasos y luego los llena de
vermú.
Sonriendo y ji,ji, para intentar desbloquear el tema, pero el feo en sus trece, que no son doce y qué
cojones, son 900 kilos y si los quieren, que sufran, como tuvo que sufrir él para pagar a la Caja que es de la tía esta y que está
pa mojar pan y si no se la folla primero, no mete el dinero. Hasta ahí podríamos llegar.
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Y llegan al restaurante de esos de
lujochicybonitodecojones y les meten en una habitación donde hay una mesas redondas puestas en unos platos cuadrados y enormes que son preciosos y todo muy refinado, sí.
Un hombre les acomoda y cuando se va, vienen otros dos para servir un vino que dicen su nombre y
Juana asiente con la cabeza.
Juana le dice al camarero que vuelve y
blablabla unos platos y en unos instantes lo traen tres camareros más y el feo ve el plato que si lo enmarca, le quedaría de puta madre en el comedor de casa y se ríe.
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Así que le dice al tío que se lo coma él y que le traiga 500 gramos de angulas con
ajitos tostaos y un par de guindillas que piquen lo justo. El camarero al que llaman
maitre y es
pestoso, mira a
Juana. Esta asiente y Manuel dice que él quiere lo mismo.
Y el vino piensa el feo que está de puta madre aunque otro camarero, le retira la copa y le pone otro vino, pero blanco, no le dice nada, porque piensa probarlo. El hombre espera ahí, a su lado y pregunta: qué le parece al señor, como en un susurro y vaya que sí. Se bebe la copa de un trago y otro camarero que está detrás, le sirve de nuevo, sacando la botella de la
hielera y no se cae ni una gota de agua.
Desde
chiquitito, cuando mi padre era rico no probaba las angulas, dice el feo con lágrimas en los ojos.
Se bebe la botella de vino que ni siquiera emborracha y le traen otra.
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Espera el segundo plato y ve lo que imagina: ¡otro plato cuadro!
Ni de coña. Que te parece Manuel ahora unas
cocochas de merluza con almejas dice el feo y qué buena idea, responde Manuel.
Mientras
Juana para comerse un dedal de comida tarda la hostia y le dice al empalagoso:
Dale la enhorabuena a
Rufus de mi parte, por favor y el
pestoso, le cuenta y tarda y tarda la historia del plato.
Se da cuenta antes de que venga el segundo plato de que no se ha hablado de dinero. Entonces piensa que los ricos muy ricos, nunca hablan de dinero y bueno, alguno habrá pero dirán que lo hablen los subalternos.
Mientras se come el segundo plato, se ríe de vez en cuando pensando en esta gilipollez.
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Viene los postres y un camarero para cada uno lo ponen en la mesa. Cuando en su plato ve que sale un vapor de hielo, como el que salía del que usaba para vender helados en el coche, les dice que le quiten esa mierda de ahí y que le pongan una porción de tarta de Santiago.
¡Que puta manía las estupideces de la cocina moderna! Habla en alto mirando a
Juana y dice al feo: tienes que probarla, y ya le llama de tú, para saber.
Contesta: sé lo que quiero y sé que no quiero ser maricón, ni probar las
moderneces de cocineros que se creen artistas.
Juana se ríe y cuando terminan de comer pide una copa de
güiski que el feo no había oído nunca y
también un descafeinado solo, de máquina.
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El
guiski es extraordinario y mientras lo toma se siente cómodo y alegre y
Juana lo sabe y pregunta afirmando: qué te parece si le envío un borrador a Manuel para que sepas exactamente los intereses que te vamos a pagar al mes, si llegamos a un acuerdo. Mira a Manuel y antes de afirmar dice a
Juana que tendríamos que discutirlo cenando esta noche en algún hotel.
Vaya, parece que la ha molestado, pero coño, no, solo ha sido un cambio casi imperceptible en su rostro durante un milisegundo y responde que sí y voy a saltarme la historia de esta noche, que es solo mía, de la
choferesa y
guardaespaldas de
Juana y de
Juana misma, dice el feo, mientras pide otra ronda para todos en el bar de Paco, que somos ciento y la madre.
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Y vuelve aquí, al restaurante donde está y sabe ya, que los muy ricos tampoco pagan y le dice a Manuel que como los tontos leemos dos veces y tres o más, si es necesario, por qué no tenerle a él que no es tonto y si lee solo una vez se entera.