CON ESE RIESGO CÓMPLICE.
Siempre quise acercarme a ella, pero nunca tuve ocasión. ¡ Por Dios, volver a verla!
Y la vi al salir de casa.
Y me quedé ahí parado, mirándola y mirándola y hablando sin parar para seguir viéndola, para que no se alejara.
A su tía, ocho pasos hacia atrás, la miraba de vez en cuando y miraba su juventud perdida y su tristeza por saberlo.
A mi vecina la miré a los ojos y le miré su cuerpo atrapado en un vestido que dibujaba su hermosura. Y mi mirada decía que nadie, NADIE podría extasiarla como yo de amor y sexo si ella me dejara.
Y sí, ella entendió mi mirada y la suya la entendí como jamás lo hice en ninguna mujer. Y ese instante, fue una explosión de júbilo.
La recordé niña y tiré el recuerdo, como el cigarrillo, al suelo y lo aplasté.
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Porque mi edad no importaba, supimos que todavía podíamos amarnos.
Fue entonces, cuando entré en su casa. Claro, yo la seguí hasta la habitación, como los perros siguen a la perra en celo.
La habitación a oscuras. Con el aire acondicionado encendido.
Hasta que me acostumbré a la oscuridad, pasaron algunos segundos.
Ella se tumbó en la cama y se desnudó. Por favor, enciende una luz, la dije. Espera, aún no, acercate, contestó. Sentada en la cama, ella me desnudó y yo allí de pie ante ella, me dejé hacer.
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Cuando advertí un movimiento extraño en la cama y un bulto, la pregunté qué pasa.
Me dijo: antes de ser tuya, tienes que hacértelo con mi tía abuela. Su marido murió hace mucho y venga, antes de que se muera; yo te ayudaré.
¡COJONES! Y se lo hice a la tía abuela que por fin, murió feliz, dando un estertor de placer inmenso.
Con tu tía me niego a hacerlo, ya lo sabes, le dije.
No te he pedido nada mas, ¿no?
Y seguí viéndola y disfrutando del sexo, con ese riesgo cómplice.
Le pongo un título
Hace 15 años