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domingo, 8 de diciembre de 2024

NO FUE LA POBREZA: FUERON LOS MALDITOS LOS QUE NOS ABANDONARON ¡POR MARCOS GARCÍA CABALLERO!


 

 

Charles Baudelaire, figura icónica entre fines del romanticismo y lo moderno, nació en 1821; mientras tanto, México transitaba de colonia española a ser, de forma vacilante, una nación independiente. Baudelaire murió exactamente 40 años después, en la miseria y el abuso de sustancias tóxicas (por ejemplo, el opio); el otro ícono, Rimbaud, tuvo más o menos la misma suerte ya muy conocida. Su legado ha sido venerado casi los doscientos años que nos separan de ellos: en Francia, en el bachillerato, los jóvenes actuales franceses se enteran de ellos por obligación; los poetas que les hemos tomado como influencia en medio mundo, nos siguen leyendo mucha gente, sí es así pues, (no deseo hacer mucha especulación sobre, digamos, la poesía mexicana reciente, pero con afán de robustecer el escrito los remito a mi blog-spot que ya saben la dirección y el texto es de Sergio Vicario, titulado: ¿De qué hablamos cuando hablamos de poesía?) pero los llamados hasta hace por lo menos un lustro serios o importantes secretos del mundo que hacen a la gente descubrir aún a muchos autores; ya sean poetas, cuentistas, ensayistas o novelistas, ya no buscan a los poetas malditos: mejor dicho: ya no hay nuevos secretos del mundo dichos o sugeridos por los poetas malditos. La poesía fue, otra vez, violada, esta vez no perdió originalidad, fue acusada de ya no poseer secretos. Hubo mayoría de votos, fue noticia de terceras páginas y eso, en pocos diarios. Vivo en una ciudad mediana del centro del país: ahí, ya no veo a jóvenes hombres que vayan fumando por la calle vestidos de negro con Efraín Huerta o Octavio Paz bajo el brazo. Esa parte de la cuestión es la justificación de estas líneas. Los jóvenes actuales, “aunque vivan entre la cerveza y el speed metal” (cito de memoria a Monsiváis), hace ya tiempo que dejaron de escribir sobre el metro urbano, ya jubilaron los trajes negros, los cortes de pelo punkies y toda ésa masa de cultura underground que aprendieron de The Cure y que después se enteraron que todo eso venía de los poetas malditos como golpeando la tangente de los contenidos europeos que hablan, por ejemplo en Charles Baudelaire, de la gloriosa época micénica de hace 2500 años a. C. y los tiempos en que Sócrates les tiraba rollos aplastantes a sus interlocutores. Tal vez el sueño de los malditos era también como el de los griegos: el ágora permanente, ajá, pero a los jóvenes que conviven con nosotros en este país desde fines de los años noventa y el inicio exacto del siglo XXI ya no les importa leer, qué va, ni siquiera vestirse como darks, dandys o flaneurs, ¿Qué es lo que sí les gusta? Bad Bunny, que les dice, en vez de José Agustín, de qué se trata lo que les empieza a importar, de hecho mucho tiempo les gustó El Cártel de Santa, y es ahí donde vive y entra nuestro país actualmente, el fenómeno migrante de la masa de inexistentes inmigrantes de Centroamérica, México, Colombia y anexas, de ahí surgen los ya conocidos documentales sobre La Bestia, la fea, (pues sí, es fea y da tristeza), pobreza que no nos abandona, pero gente como Roberto Bolaño o José Vicente Anaya que fueron camaradas de la marginalidad y mucho después reconocidos casi mundialmente, ya no existen.

“Quiero transparentar mi lugar de enunciación” Dijo Ana Emilia Felker, (recientemente publicada en Letras Libres) en otras palabras, separemos el kiosko donde se vende Letras libres del puesto de mangos enchilados y llenos de moscas ¿Verdad Felker? Aguante vara porque usted es una dama muy guapa; permítame descorchar un tinto en honor a su Premio Nacional de Periodismo 2015.

Ya lo había dicho José María Pérez Gay, (supongo que en Tu nombre en el silencio), caminar por Londres o París es como dar quince pasos en cualquier otra ciudad del mundo, (afortunados los latinos que hemos podido), pero dar quince pasos en la CDMX, entre el mar de gente, los autos Audi y Mercedes-Benz, los puestos de comida callejera junto al hecho mismo de que es imposible asimilar todo ese paisaje en segundos, todo eso me hace pensar que Bolaño o Anaya, si vivieran, serían en estos tiempos, los recogedores de basura de Tepito hasta La Condesa, y en las noches de eso harían sus narraciones y sus poesías.

¿Y ése sería el secreto del mundo?

Buenas noches, estimados radio escuchas, estamos aquí en vivo y en directo hablando para una transmisión con Charles Baudelaire para hablar de su nuevo libro, qué tal ¿cómo le gustaría empezar?

Merci, mire, mi libro es una sátira de El Cartel de Santa que empieza con una cita de Jenófanes y otra de Anaximandro, ¿se puede fumar aquí dentro?

¿Pero la pobreza? Mal e “invisible desde mi lugar de enunciación”, pero ¿Qué te digo lector? ¿Aceptarías que a estas alturas del partido te dijera: ¡¿Mi hermano mi semejante eh hipócrita hermano!?

 

sábado, 7 de diciembre de 2024

¡PORQUE USTED LO PIDIÓ! SOBRE LA POESÍA Y EL INFIERNO (DESPUÉS DE 450 CONSULTAS) POR MARCOS GARCÍA CABALLERO,.

 

SOBRE LA POESÍA Y EL INFIERNO

 

 

En una entrevista realizada en Madrid hace ya varios años y aparecida en el suplemento El semanal del periódico La Jornada, (La Jornada Semanal no. 434 junio, 2003) el periodista Carlos Alfieri intentó (y lo logró en gran parte) sacarle confesiones significativas para el público al filósofo francés André Comte- Sponville, que como dice la nota introductoria, “pertenece al reducido grupo de filósofos que conocen la gloria equívoca de la popularidad”. En dicha entrevista, Comte-Sponville se declara un pensador anti sistemático alejado de los grandes sistemas filosóficos como lo son los de un Hegel, un Spinoza o un Kant, y se declara partidario de filosofías como la de Pascal o Montaigne que, al abordar la labor filosófica, antes que nada lo hicieron en primera persona, no desde el mundo de las ideas o alguna otra entelequia más o menos respetada.

            Comienzo con ésta introducción porque aclaro que voy a hablar en primera persona, es decir, desde mi propio nombre y como escritor y voy a acompañar mi reflexión con escritores y filósofos que considero notables y decididamente universales; en primer lugar, porque dicha sea la verdad y así lo creo, los grandes pensadores, novelistas, poetas, artistas o investigadores, lo son porque comenzaron su saber desde sí mismos y luego lo insertaron en sus respectivos ámbitos o derroteros particulares. Desde luego no es que yo me considere un súper gran escritor de peso completo, pero creo que entiendo que me han invitado a participar aquí   principalmente por mis libros y porque aunque sea uno, tengo un premio nacional de narrativa y cursé un semestre de la carrera de Filosofía, además de que soy egresado de la Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM. Es decir, me siento nadando a gusto en esta mesa y presiento que todo lo que voy a decir parte de una visión estrictamente personal. La razón es que en el campo del saber literario es precisamente la óptica propia lo que es precioso, es el qué de lo contado pero también y más importante el cómo es contado; es la abertura de la lente y con buena velocidad en el obturador y luz suficiente para la fotografía que pretendo tomar ante ustedes y de ustedes lo que me importa, si mi cámara no es lo suficientemente buena ya se verá, pero mientras tanto, ustedes manténganse a foco.

            El Diablo, el chamuco mexicano o su respectiva contraparte femenina que es la chingada, Satán para los Hebreos, es decir, el Adversario, el Enemigo; para la Grecia Clásica el Diablo, o sea el Acusador, el Calumniador, el Demonio en resumidas cuentas, es el santo patrono de la poesía y de la literatura toda. Por ejemplo, para los pensadores del Medioevo que pusieron a la Filosofía de sirvienta de la Teología como San Agustín, el “infierno” es un “lugar” etc, seguramente con muchas llamitas. Sé que esta expresión puede no ser compartida por todos ustedes, pero sostengo que tiene un muy alto grado de verdad en particular para la poesía moderna que se inicia en 1821 con el nacimiento del primer poeta maldito y uno de los dos o tres más grandes de Francia: Charles Baudelaire y más o menos igual Arthur Rimbaud. En la expresión latina non serviam, es decir, no servir, no ser útil en términos prácticos o de solidaria cooperación social, es donde se encuentra el poeta y subrayo a Baudelaire y Rimbaud porque ellos fueron los primeros poetas iconoclastas, irreverentes o, por lo menos, los primeros reconocidos a nivel mundial que además de clavar su mirada poética en lo putrefacto, la carroña, lo infernal, sirven como ejemplo perfecto para esta exposición simplemente por su frase: “La más hermosa habilidad del Diablo es habernos persuadido de que él no existe”(Baudelaire). Toda la poética de Baudelaire es una metafísica, es decir, un discurso que se basa en la ausencia y la presencia. La pregunta fundamental de la metafísica es: ¿por qué hay algo y no más bien nada? Desde Hesíodo, el poeta griego autor de la Teogonía, los grandes metafísicos han dado diversas respuestas a su indagación ontológica partiendo de esta frase. Algunos, lo resuelven remitiéndose a Dios, el padre creador del Universo; otros, más audaces como Jean Paul Sartre, llegaron a la conclusión de que el ser humano “es una pasión inútil”, sin Dios, ni Demonio, ni… precisamente, nada. Sartre experimentó y estudió una ontología basada en la intemperie del Ser. Sartre fue audaz y hasta en sus errores fue genial porque prefirió morir-mortal que morir con la inmortalidad del premio Nobel, que aunque a Sartre le cabe mucha inmortalidad, el prefirió morir escribiendo su filosofía y sus doctrinas para sus camaradas en el vivir y de ahí se explica el Monumento Sartre repartiendo volantes de la lucha estudiantil del Mayo francés de 1968.  Pero vuelvo a Baudelaire y ésta idea de lo infernal que resulta la creación poética.

            Y es que el rango metafísico de lo infernal le corresponde a la poesía primero que a todas las artes (y es la que posibilita y da vida a todas las demás disciplinas artísticas) por la misma razón que al Diablo lo mandaron al infierno: por no servir para nada, por un rotundo exclamar que sus obras y sus glorias no cabían en éste mundo hecho para la técnica del trabajo y alejados cristianamente de la soledad, otro tema importante en la literatura, porque es a partir de la soledad y precisamente por la soledad de donde nace la poesía, autogenerándose, compitiendo en forma desleal en un mundo en que estamos hechos individuos en un ser-para-sí pero también ser-para-los-otros, en todas las modalidades que se pueda y con las responsabilidades que nuestra condición humana conlleva.

¿Pero la poesía? ¿Qué es la poesía? La poesía primero y antes que nada es un acto de libertad, pero como su más alta misión en solidarizarse con la soledad ajena, el poeta, al luchar para encontrar su propio canto y todo lo que después los críticos vendrán y dirán: “Ha, lo que pasa es que este poeta se expresaba en metáforas, prolepsis y analepsis”, primero es una energía que para ser considerada poética, debe atravesar la sensación de vacío precisamente para que el vacío en el resultado del texto poético haya quedado  trascendido y superado, y por medio de la poesía el ser humano experimente el recogimiento. El recogimiento de sí mismo. Trascender el vacío como una de las formas de experimentar la ausencia del ser y sus cualidades ontológicas de las que todo Ser comparte: Verdad, Unidad y Bondad, en palabras del filósofo tomista Joseph de Finance en su Tratado del Ser (editorial Gredos). ¿Por qué es infernal la poesía? Porque no sirve para nada, a lo que remite el mensaje del poeta es a la subjetividad mía o la de cualquiera, a experimentarse uno a sí mismo libre, una categoría individual que no se agota en criterios políticos, jurídicos o de sólo horarios de trabajo, sino la posibilidad de albergar amor, o ser principio de una historia mítica. Es decir que en todos cabe la posibilidad de ser poetas porque estamos solos (y de hecho la Poesía juega a metamorfosear esa soledad), y al mismo tiempo en todos cabe la posibilidad de ser virtuosos porque nos lo cuentan, es decir, porque nos cuentan cuentos y es, sin lugar a dudas, de la virtud de lo que hablan los buenos cuentos; de cómo aprovecharla, ganarla, perderla, sufrir su ausencia o recobrarla, nada más piensen en los cuentos cinematográficos o literarios que más les hayan dejado algo y me entenderán o compartirán esta idea. ¿Ejemplos modernos? La última versión cinematográfica de El conde de Montecristo, la gran obra de Dumas, o los cuentos del gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso recientemente fallecido, del cual me disculpo en ausencia y presencia porque en una entrevista que me hicieron en el radio dije que él no era buen escritor, espero que allá en el infierno  me perdone y mi castigo dantesco sea que por los siglos de los siglos  él me recite o me lea su obra, porque yo, tanto gusto, sería bueno amanecer todos los días en el infierno y recordar eternamente que el dinosaurio sigue ahí, el dinosaurio como problema metafísico y que trasciende a la Historia con mayúscula, porque sigue ahí y ahí seguirá…. Qué caray. Pero bueno. La virtud, el tema filosófico universitario… Aristóteles, o por lo menos  lo que sabemos de Aristóteles (pues la mayoría de su obra está perdida quizá para siempre), sabemos que él no comprende las virtudes como algo fijo, seco o acabado, Aristóteles nos dice que para ser virtuosos imitemos al virtuoso, hay que recordar que Aristóteles es uno de los rectores intelectuales de la Humanidad de todos los tiempos. Pero no he acabado con Baudelaire y Rimbaud, ni pienso acabar, veamos un fragmento del poema 143 de su primera obra importante, Las flores del mal de Baudelaire y después un fragmento significativo para ésta mesa de Una Temporada en el Infierno de Rimbaud:


“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,

Dios traicionado por la muerte y privado de alabanzas,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Oh Príncipe del exilio, a quien se ha agraviado,

Y que, vencido, siempre te vuelves a levantar más fuerte,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Tú que todo lo sabes, gran rey de las cosas subterráneas,

Familiar curandero de las angustias humanas,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Tú que, hasta a los leprosos y a los parias malditos,

Enseñas mediante el amor el sabor del Paraíso,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!”

 

El poema es largo, cito sólo éste fragmento pero creo que se aprecia lo fundamental que Baudelaire sostendrá en todo su poema, el ritmo de acumulación o en otras palabras, Baudelaire busca que su lector se sature de la oración que él le hace a Satán. Ahora imaginemos cómo estaba Baudelaire para escribir esto y, sobre todo, un libro que mantiene el mismo tono.

Ahora de Arthur Rimbaud:

 

“ Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían, en el que todos los vinos se escanciaban.
Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la encontré amarga. - Y la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a ustedes se les confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla, salté como una fiera, sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, en la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.
Ahora bien, últimamente, habiendo estado a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del antiguo festín, en el que había, quizá, de recobrar el apetito.
La caridad es esa clave. - ¡Semejante inspiración demuestra que todo fue un sueño!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que de tan amables adormideras me coronó. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo, y todos los pecados capitales."
¡Ah! Ya he aguantado demasiado: - Pero, querido Satanás, te lo suplico, menos irritación en la pupila. Y mientras van llegando las pequeñas cobardías que faltan, para ti, que tanto valoras en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, arranco unas cuantas páginas repelentes de mi cuaderno de condenado.”

Sé que mi voz jode, por eso leí el poema con tanta vehemencia, creo que realmente no hay otro modo de dar una ponencia que mostrando ira. De lo demás Rimbaud es el que tiene la culpa, pero no se preocupen, en toda Francia es lectura obligada desde el bachillerato. (Escribir nota para mi agente literario y preguntarle qué pensó la gente de mis risas detrás de dientes).

Es que la palabra Diablo en el pensamiento suena con mucho peso, al contrario de Dios, que es una palabra con muy poco peso, quiero decir, hablar de Dios es reducirlo, simplemente nombrarlo es en parte acabar con su grandeza —seamos creyentes o no—, pero en cambio hablar o leer sobre el Diablo tiene mucha fuerza y mayor que la del propio Dios en la conciencia humana. Si como algunos experimentos han demostrado que durante el día a una persona normal le pasan cerca de 100 veces por la cabeza ideas sobre el sexo, sería interesante saber cuántas veces pensamos sobre el infierno o sobre el Diablo aunque sea sólo en pequeñas dosis y breves instantes. En efecto, la cita literaria dice “en el instante entran Dios y el Diablo”. O sea que dios y el diablo están en este instante… [clic] y en éste instante también. La poesía ensancha el instante, lo fomenta, lo puebla de signos y significados que es, en otras palabras, la polisemia: multitud de significados. Si al hacer enorme el instante, entonces la poesía debe mucho a dios y al diablo: pensemos en los grandes poemas de Efraín Huerta, Octavio Paz o José Gorostiza, en especial su celebradísimo poema Muerte sin fin, veamos un fragmento entresacado:

 

 

¡Tan-Tan! ¿Quién es? Es el Diablo,

es una espesa fatiga,

un ansia de trasponer

estas lindes enemigas,

ese morir incesante,

tenaz, esta muerte viva,

¡oh Dios! Que te está matando

en tus hechuras estrictas,

en las rosas y en las piedras,

en las estrellas ariscas

 y en la carne que se gasta

como una hoguera encendida,

por el canto, por el sueño,

por el color de la vista.

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el diablo,

ay, una ciega alegría,

un hambre de consumir

el aire que se respira,

la boca, el ojo, la mano;

estas pungentes cosquillas de disfrutarnos enteros

en un solo golpe de risa,

ay, esta muerte insultante,

procaz, que nos asesina

a distancia, desde el gusto

que tomamos en morirla,

por una taza de té,

por una apenas caricia.

 

[Fin de cita] Entonces la experiencia cotidiana contiene a dios y al diablo, efectivamente. Eros y Tanatos en términos freudianos; el bien o la ética y el mal en términos de filosofía; en poesía, ambas polarizaciones condensadas y fundidas en una sola y única experiencia: la creación poética. De ahí que los grandes filósofos como un Nietzsche, tomó como poeta de cabecera a Hölderlin y Hiedegger hizo su brillante ensayo de poética tomando como remanente al mismo Hölderlin, el verdadero titán de las letras alemanas, porque aceptó su locura y abandonó la poesía debido, entre comillas, a “una oscura locura”, que claro, a los psicoanalistas les encanta analizar porque precisamente las grandes mentes tienen mucho qué decir, y los psicoanalistas, al escuchar la sensación del infierno, piensan para sus adentros: Aquí está lo sabroso. La realidad es que la filosofía ha demostrado, después del paso de los siglos, que nos ha enseñado a pensar, pero ahora, cuando la filosofía no se convierte en un discurso politizado, es decir, una verdadera doctrina, como la de Marx, brillantemente seguida en México por Adolfo Sánchez Vásquez, en el que la expresión ser-radical significa ir a la raíz del ser humano, digo, sino se hace filosofía así, sólo se está jugando o demostrando pedantería, por eso es que se enseña Historia de la Filosofía o se “problematizan” cuestiones ya superadas en las aulas de filosofía y no se enseña  a filosofar, como quería Kant, porque eso, verdaderamente hablando y siendo alejados de la academia y uno solo y su sombra, la filosofía está muy bien leyéndola, pero filosofar, realmente no sirve para nada más que para que uno expanda su horizonte cultural (se hable así mismo), mientras que la poesía sigue vigente y válida y los psicoanalistas lo saben muy bien porque piensan que cuando sus pacientes les hablan de su dolor, están haciendo poesía, ¿que crean eso? ¿En estricto sentido, el dolor y sólo el dolor es igual a la poesía? Yo creo que no, bueno, que ellos lo piensen está bien, después de todo, no cualquiera es poeta, sobre todo porque casi nadie aguanta “el peso bruto de la nada” en palabras de Octavio Paz. 

Pienso también en Alejandra Pizarnik: “Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical”, una extraordinaria artista, que nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936, en una familia de inmigrantes del este de Europa. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y, después, cultivó su afición a la pintura bajo la supervisión de Juan Batlle Planas. Entre 1960 y 1964, Alejandra vivió en París, donde trabajó para la publicación Cuadernos y para algunas revistas francesas; colaboró con poesía y crítica de varias publicaciones en francés y en español; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé e Yves Bonnefoy, y estudió historia de las religiones y literatura francesa contemporánea en la Sorbona. A su regreso a Buenos Aires, Alejandra publicó tres de sus volúmenes más importantes, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical, así como la obra en prosa La condesa sangrienta. En 1969 se le concedió una beca Guggenheim, y en 1971 una beca Fulbright. El 25 de septiembre de 1972 salió de la clínica de psiquiatría en que estaba internada para pasar el fin de semana; falleció por una sobredosis de seconal que tomó por su propia mano. Y mientras la recordamos siguen existiendo las guerras estúpidas, la abyección del hombre que se comporta como lobo para el hombre, etc...

 

Ustedes no sé si se aferran a la psicología o al psicoanálisis, yo me aferro a la literatura y al pensamiento. Una de las cosas que aprendí en los distintos infiernos donde he estado (parecidos a los de Pizarnik), es que ni el tiempo adentro del infierno destruye al pensamiento, o bueno, eso creo yo, esa es mi creencia probada en el sentido que le da a las creencias Ortega y Gasset, pero ya se cerró la cámara y ya tomé mi foto, el que estuvo en el infierno bien lo hizo, el que estuvo en el cielo con sus alitas y su aureola también, bien lo hizo. Y ahora, después de éste instante, un poema, porque la poesía, finalmente nos hará libres.

Muchas gracias.

 

 

viernes, 6 de diciembre de 2024

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO SOBRE “EL PERSEGUIDOR” DE JULIO CORTÁZAR

 POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

SOBRE “EL PERSEGUIDOR” DE JULIO CORTÁZAR

 

Fuentes, Julio Cortázar y el pintor Alberto Gironella

El Perseguidor de  Julio Cortázar está narrado  en blanco y negro por  tres razones: las letras de imprenta son negras y el papel es blanco, el monitor a  colores todavía no se inventaba en los sesentas del XX y porque propone principalmente dos posturas o más bien, dos impostaciones  que tiene qué asumir el lector o lectora: o la del personaje Johnny Carter, que es, al mismo tiempo, el músico locochón  y bohemio que-se-quedó-en-el-viaje y el que  sensualiza  con sus ideas sobre lo que le pasa al tiempo en el metro de París (hablar del tiempo en abstracto nos vuelve inmediatamente poetas, si no es que filósofos espontáneos), la historia que Cortázar ofrece. Las mujeres del relato aparecen como objetos sexuales en la pura memoria de los otros personajes o encarnando roles polarizadamente femeninos como sirviendo tasas o sirviendo de ayuda a los otros personajes para que no echen a perder la historia. Éste personaje-impostación para el lector (Johnny) in memoriam del gigante del jazz Charlie Parker, encarna la visión del mundo adolescente en la raíz misma de la palabra: es el que adolece, el enfermo, su talento para el saxo es la joya que tiene qué pagar por el hecho de que los que están a su alrededor no le quiten ni un segundo la mirada y posibilitan, ante ellos y para él, un cierto tipo de sublimación: no hay problema, hay que perdonarle su locura y sus drogas con tal de que sea siempre lo que nosotros queremos que sea: un músico drogo pseudo genial, mientras que Johnny, (justo como manda la justicia poética) obviamente vive en otro mundo como únicamente se puede vivir en éste: negándolo. Al negar al mundo y asumir su dudoso talento —Cortázar hace vacilar a Bruno de que sea un verdadero genio, pero por lo menos siempre el mito de un aspirante a genio debe ser genial—, éste personaje tiene que vérselas auténticamente con lo que le pasa a una mente que deja de ser responsable. Todas las circunstancias lo  arrastran, todo le pasa encima, sus colegas o el saxo, o el sexo con su  mujer de planta, todo le vale un comino y se las arregla para que Cortázar, fiel al talante literario, pueda contar el delirio desde un equilibrio, que es Bruno, el otro personaje o impostación  (para el lector), significativamente el  biógrafo, el personaje que representa el sentido común, la mente serena y calculadora, la lucha porque la vida siempre es dura, etc. Toda la historia de El perseguidor es la historia de cómo Cortázar llega al primer personaje para luego deshacerse de él como sólo le ocurre a los personajes entrañables, que son, obviamente los que se mueren. Un ejemplo moderno, (para no citar al Quijote, que más que moderno es la modernidad literaria institucional) es el personaje de Diana o la cazadora solitaria, de Carlos Fuentes (Alfaguara 1994). Diana es la obsesión encarnada de un arquetipo de personaje femenino para Fuentes, pero Fuentes va más allá que Cortázar en rango de significación, lo que Fuentes aniquila es toda una época (los sesentas) con sus propias formas de amar, soñar, hacer política, literatura, etc. Fuentes fue un lector agudo de las teorías del francés Roland Barthes, que en tono canónico escribe en El grado cero de la escritura (traducido al español por siglo veintiuno, 1973):

 

“Lengua y estilo son fuerzas ciegas; la escritura es un acto de solidaridad histórica. Lengua y estilo son objetos; la escritura es una función: es la relación entre la creación y la sociedad, el lenguaje literario transformado por su destino social, la forma captada en su intención humana y unida así a las grandes crisis de la Historia.”

 

“Solidaridad histórica” de Barthes u “Horizonte de expectativas” de Karl R. Popper, significa que aunque no lo quiera, el escritor está comprometido con su tiempo (compromiso con el contexto literario a esbozar), su sociedad (compromiso con las costumbres, los modos de ser y de pensar)  y su pasado (el origen del escritor, su memoria y por ende el origen de su talento), las cuales provienen siempre ¿de? La imaginación. La imaginación es siempre aquí y siempre es ahora. Fuentes lo resumió así hace un par de años en una declaración a los periódicos: “Mantener viva la imaginación es el compromiso político del escritor.” La explicación debe partir de que Fuentes llegó pronto a la política y en cambio, Cortázar la descubrió mas tarde. Lo anterior sin detrimento de su obra monumental sino en detrimento más bien de “las previsibles payasadas de los cuervos revolucionarios, que tanto se habían aprovechado de él en los últimos años”. Como puntualiza Vargas Llosa en su prólogo a cuentos completos/1(1945-1966) [edición de Alfaguara, 1996]. Creo que Cortázar miraba la literatura y el mundo más como  creador (aunque sus poemas son bastante ingenuos y mal hechos o mejor diríamos, no era su veta o su forma de expresión más lograda), que como intelectual y su evolución tardía a la política explica  el Tótem Cortázar de cincuenta y cuatro años en el mayo francés del 68. Si por su parte la cultura anglosajona tenía su Tótem John Lennon escandalizando a los padres de familia con sus declaraciones: “Nosotros somos más famosos que Jesucristo”. (Es decir, The Beatles… y en realidad sería creíble en un hit parade de esos tiempos) o en  Estados Unidos había  reminiscencias de la cultura beatnik y los hippies, en Latinoamérica los sueños y la cultura juvenil tenían a Cortázar o al Che Guevara. Nacido en Bruselas pero de padres argentinos, Cortázar vivió y asumió más tiempo que muchos otros la postura heroica de lo que han sido las culturas Latinoamericanas oprimidas por dictaduras y golpeadas por crisis sociales a todos los niveles. (Hay que recordar su compromiso con Nicaragua y el libro que dedicó a ese país). Gobiernos sordos, déspotas y autoritarios generaron novelas y música de impecable factura. Como buen creador, Cortázar asumió internamente la pugna de los Latinoamericanos por refrendar su identidad, pero como reto para seguir inventándola. ¿Pero por qué tenían que inventarla los novelistas o los músicos, si la identidad es lo que se mama en el seno materno, la casa, el barrio, la escuela y luego el trabajo, en movimiento perpetuo? Claro, en movimiento perpetuo, pero porque la identidad humana, como estableció el filósofo italiano Pico della  Mirandola,  es una identidad-aún-no-idéntica. De lo que se deduce que nunca será idéntica, lo cual sería su muerte, una identidad nacional que no avanza está en peligro de extinción. La pluralidad en etnias o grupos sociales, literaturas o formas de expresión, trabajo, o cualesquiera formas de participación social son la base de la prosperidad democrática a la que debe aspirar un gobierno sensato en líneas de avance, abierto al diálogo con el otro que no piensa igual y, sobretodo, gobierno que no cierra los ojos ante la realidad política que diferentes políticas hacen y comparten desde distintas realidades. El pasado oprimido de Latinoamérica como algo de lo que hablaban Salazar Mallén, Samuel Ramos  y Octavio Paz que quedó inscrito en eso que es El laberinto de la soledad que, aunque lo quieran los seguidores de ellos, o más bien, los que creen que el pensamiento y la literatura mexicanos sólo son de, o por Octavio Paz, no es una radiografía definitiva: la identidad mexicana necesita ese libro y también una relectura de toda la obra paceana, pero más urgentemente necesita su segundo piso, su distribuidor vial en el siglo XXI por el que corran la pluralidad de identidades mexicanas, desde la perspectiva de la globalización que impone y cercena y de la que responde de modo creativo. Por ello, mientras exista la identidad humana habrá escritura, arte y pensamiento, triunvirato que siempre estará en crisis, justo es decirlo, igual que la identidad humana. Cosa que saben muy bien los generales (que generalmente suelen ser también oligofrénicos desde el gen), de la reciente guerra contra Irak; para matar a los iraquíes también había que matar su cultura, destruir sus museos y si por ellos fuera, hasta destruirían los dichos de la cultura popular iraquí. Afortunadamente en algo llegaron tarde: la epopeya de Gilgamesh, el libro más antiguo de la Humanidad, circula por todos lados y la opinión internacional, “la otra potencia” como la definió el New York Times, periódico que debería promover, para verdaderamente batir a contracorriente, una lectura mundial de ese monumento literario y que la Humanidad no perdiera por el gen de los que generalmente son imbéciles. El perseguidor no es una obra con la conciencia de la “solidaridad histórica” de la escritura en el sentido de Barthes, pero tal vez sea solo por su formato y su forma: es una noveleta, no un discurso totalizador y verlo como tal, resultaría chabacano y artificioso. El mal poeta Cortázar, pero lleno de energía y de poética, resuelve la convivencia latinoamericana con Rayuela y en el caso de El perseguidor tiene que matar al personaje creativo de la narración para así, volverlo de cierto modo inmortal. “Sólo lo romántico merece ser inmortal” parece decir Cortázar, fans de Rimbaud y el Che Guevara. (Que juntos, son todavía algo así como un Sócrates y un Napoleón para los jóvenes escritores que descubrieron a uno con Bretón y al otro con las playeras y la chemanía prefabricada. Tal vez los jóvenes escritores necesiten más a un Carl Marx, a una María Zambrano y a un Ingmar Bergman para ellos, pero remasterizados y recargados, no sé, pero estoy seguro que lo que no necesitan es una Matrix, ni recargada ni retro futurista y ni siquiera en una galaxia lejana…).

Matar al personaje principal significa para el narrador Cortázar renunciar a una obsesión, una idea o un conjunto de ideas fijas que, ya resueltas en un personaje, son ideas  que han llegado a su fin. Las obsesiones de los escritores se llaman, en grandes rasgos,  literatura simbólica o simbolista. En pintura, por fechas parecidas a El perseguidor, estaba la pintura simbolista de Remedios Varo, el Tótem femenino que se va a pincel por el camino artístico. La elocución verbal de Cortázar trabaja por elisión: Johnny vive desvaneciéndose, desapareciendo, de ahí su fuerza: entre más se muere, entre  más decadente se vuelve y  el lector presencia esta elisión de personaje, más poder de seducción contiene el relato. Éste tipo de personajes-obsesiones, la mayoría de los escritores los pintan (es decir, su prosopografía) es de seres flacos, enternecidamente débiles o frágiles, —igual pasa en la pintura: El grito de Munch es delgado, y en arte plástico la Femme nue debout (Desnudo de piel) de Giacometti hacia 1954-57 es tan delgado como una vara que haría explotar el aire ¿pero en realidad? Son gordos, están atascados,  tienen anchura mental en el creador  o el narrador y por eso se les debe matar desde el principio y durante todo el trayecto narrativo, (así comienza El perseguidor: Bruno va a buscar a Johnny) a medida que éstos enflacan en la mente del escritor, se vuelven terriblemente gordos en los lectores, es por eso que los extrañamos cuando mueren, porque los tenemos en las entrañas, son platillos que tienen sus aspirinas, el haiku japonés, por ejemplo. Si pensamos que la literatura o la escritura (indistintamente) son el mejor atropomorfismo gráfico que el ser humano tiene para observarse, retratarse y alegrarse, la analogía no es gratuita, veamos este ejemplo japonés:

 

                        Un libro

 

El maestro sacó un libro de su baúl. Cuando abrió el libro y empezó a hojearlo, surgió un suave olor a canela.

 

Yamamoto Tsunetomo (1659-1719)

 

Éste ejemplo contiene casi ya todo lo que busca un lector en Cien años de soledad, por ejemplo. Es la relación entre lo grande y lo pequeño, el mundo y una calle,  un platillo y un postre, el metadiscurso y el microtexto.

He querido titular este texto aludiendo al sentido de la culpa por pedazos narrativos del entramado de El perseguidor, que son eso, el sentido de la culpa. El sentir popular echa la culpa, “¿yo tengo la culpa?” Dice el niño. El adulto dice: “Es mi responsabilidad” Es decir, la culpa primero está interiorizada por el niño o el que juega a ser animal (que tiene tantas variantes como animales), porque no ha entendido o no se ha despojado completamente del mundo como UNO, un único o única que juegan y en la infancia, todos lo sabemos después de Freud, jugar significa hacer magia y la magia, desde la concepción cristiana pero sobre todo desde la concepción adulta, es una barbaridad irresponsable. Pero no pretendo descalificar el pensamiento mágico (Mircé Eliade tiene un buen libro sobre el tema), más bien quiero reivindicar para la literatura el rol que también la magia en ella juega. La culpa puede matar o curar, depende de su uso y la interpretación que de ella y ese sentir haga el ser humano. Me refiero a la culpa en abstracto y todo su elixir o su pecado porque, finalmente soy escritor, no psicoanalista ni psicólogo. La culpa del niño o de la niña sin distinción, (porque en ambos sexos aparece a la fuerza) requiere aprendizaje y maduración para sortear el grave peligro de la locura: la otra forma de llamar a la irresponsabilidad y que, con razón, así debe decirse. ¿Por qué? Porque los seres humanos tenemos y somos un cuerpo y tenemos una mente que desea y no sólo piensa; pensamos a partir de lo que deseamos para luego obtener ese deseo, ya sea un martillo o una casa en Florencia, por ejemplo; toda la antropología filosófica que problematiza la existencia real del hombre en el mundo y frente a su mundo o su espacio de acción (Ernest Casirer, por ejemplo) subraya este hecho como punto de partida para su estudio. Baste decir que Freud habló muy bien sobre el tema, en lo que devuelto a la sabiduría popular es el complejo de tal y que si patatín y que si patatán. La culpa originaria, “cruda”, que nos demuestra eso es la madre, es la culpa pasiva del niño que pregunta. El hombre adulto o la mujer adulta tienen “responsabilidades” porque han entendido —entender esto es lo que se llama “madurar”—, que el sentido de la culpa debe de quedar fuera: es decir, en la próxima acción que nos aleje del nacimiento biológico. Aceptar la muerte como lo único y lo irrevocable de la condición humana es el fin de la culpa. ¿Cómo debemos de erradicarla? Actuando, y no solamente actuando sino aceptando que actuamos, lo cual ya debe verse, como la postura vital que enseña el padre, como responsabilidad. ¿No es la adolescencia la etapa más poética —y la más peligrosa, por supuesto— de toda nuestra vida? En esta etapa se quedó y murió Johnny, porque su culpa se la quedó Bruno, lo admiraba pero nunca le dio oportunidad para quitársela porque era él quien la pensaba y de ese modo la hizo suya,  ejemplo al canto, habla Bruno en un monólogo interno:

 

“Si Johnny llega a beber demasiado coñac o a fumar una nada de droga, el concierto va a ser un fracaso y todo se vendrá al suelo. París no es un casino de provincia y todo el mundo tiene puestos los ojos en Johnny. Y mientras lo pienso no puedo impedirme un mal gusto en la boca, una cólera que no va contra Johnny ni contra las cosas que le ocurren; más bien contra mí y la gente que lo rodea, la marquesa y Marcel, por ejemplo.”

 

Super significativamente dice más adelante, como aventándoles la pelotita de culpable a alguno de los dos: o Johnny o Bruno:

 

“El cambio de posición es el símbolo de un cambio en la voz, en lo que la voz va a articular, en lo articulado mismo.”

 

Más adelante en el relato Bruno vuelve a ver a Johnny y continúa su perorata magistral:

”¿Qué mundo es este que me toca cargar como un fardo? ¿Qué clase de evangelista soy? En Johnny no hay la menor grandeza, lo he sabido desde que lo conocí, desde que empecé a admirarlo. Ya hace rato que esto no me sorprende, aunque al principio me resultara desconcertante esa falta de grandeza, quizá porque es una dimensión que uno no está dispuesto a aplicar al primero que llega, y sobre todo a los jazzmen.”

 

Bruno, inconsolable; Cortázar, con conciencia de sus miles de lectores en el mundo entero, hace al Bruno-bruto espejo de Johnny decir cuando los dos salen de un bar:

 

“Pero cómo resignarse a que Johnny se muera llevándose lo que no quiere decirme esta noche, que desde la muerte siga cazando, siga salido (yo ya no sé cómo escribir todo esto) aunque me valga la paz, la cátedra, esa autoridad que dan las tesis incontrovertidas y los entierros bien capitaneados.”

 

Estos pedazos de párrafos bien camuflados entre los monólogos internos de Bruno, demuestran que la culpa, nunca la tuvo Johnny, porque nunca fue conciente de la vida, pero no nos engañemos: Bruno no es Cortázar ni viceversa, es Cortázar hablando desde más allá del individuo Cortázar y por eso, Julio Cortázar es una autoridad, literaria y humana. Una lectura fina del texto presupone a un Julio contento de su trabajo, un Julio satisfecho de haber confeccionado una obra maestra y que sabía que daría de qué hablar. Johnny murió en la inconsciencia, el delirio, la droga, murió rebelde (primera impostación  para el lector: un humano no se muere jamás en ninguna impostación: sólo los personajes trágicos y los héroes de los cuentos y las novelas). Bruno, no satisfecho de sus cavilaciones sobre Johnny, al final le pasa la estafeta de la culpa de Johnny y se la regala a su mujer. (Segunda impostación para el lector; sólo un idiota como Hitler o alguien que tiene La Casa Blanca y la mente en blanco podría morirse o cristalizarse haciendo el amor, nunca un buen personaje literario). Es decir, Bruno se viola al recuerdo mismo del semi genio del saxofón Johnny en el cuerpo de su mujer (al parecer incluso con dinero extra) y lo demás queda a la imaginación; como buen relato, es el lector el que se queda pensando que le contaron una historia soberbia. Julio, el inmortal verdadero, parece decir: “Ya estuvo de culpas mujer, mejor vamos a coger”. He ahí su gran lección pero también su machismo, dedicado a los lectores-hembra como el mismo decía en esa seudo teoría de la literatura dividida en lo que le toca al lector hombre y a la lectora mujer, pero, ¿pero? Vamos por partes: ¿Es que tú no has leído El perseguidor? ¿No has entendido el dinamismo de su estética y su sabiduría realmente, desgarradoramente humana, su parodia y, al mismo tiempo, su dimensión metafísica? Es tu culpa.

jueves, 5 de diciembre de 2024

SOBRE EL HUMOR EN EL MEXICANO,. POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

SOBRE EL HUMOR EN EL MEXICANO

 

 

 

En su libro de entrevistas Conversaciones con escritores, (Ed. Diana, colección  SepSetentas 1981) Federico Campbell entrevistó a Gabriel Ferrater y entre otras cosas preguntó si el cultivo de la irrealidad era manifiesta o evidente entre los más jóvenes poetas europeos. El profesor catalán, erudito de la filosofía del lenguaje, con varios tragos de ginebra aunados a la longitud de su pensamiento, respondió: "Es una cosa que a partir de cierta edad ya no interesa." Y ofreció una anécdota que versaba así: "Uno de los primeros fonetistas que hubo en el mundo, el abate Rousselot, se fue a una aldea francesa a estudiar la lengua de las gentes y le pareció que se hablaban en realidad tres lenguas: la de los viejos, la de la gente de mediana edad y la de los jóvenes. Veinte años después otro lingüista fue a la misma aldea francesa para corroborar las conclusiones del otro. Pues bien, los viejos habían muerto, los de mediana edad eran más viejos, los jóvenes eran ya de mediana edad y había una nueva generación, pero existían las tres lenguas idénticas que el primer visitante había detectado. Al pasar a la mediana edad, los jóvenes adoptaban la lengua exacta de la gente de mediana edad, y los de mediana edad adoptaban la de los viejos. No había una tendencia al cambio de la lengua, y los tres estratos subsistían. Es elemental. El tratamiento de usted, por ejemplo, no lo utilizan los niños al empezar a hablar, pero a partir de cierta edad el niño adopta el tratamiento de usted. Entonces cuando me hablan de las generaciones, de la irrealidad o del realismo, pues bien, yo los espero a que tengan 48 años y estoy seguro de que pensarán exactamente lo mismo que yo, o sea, que lo único que tiene valor es la realidad". Y así dio respuesta a la pregunta del escritor mexicano, que si bien cuestionaba sobre la irrealidad en la creación poética,  me parece que como paralelismo para  hablar de humor, literatura y mexicanidad  actual es perfectamente válido: porque es  el lenguaje la llave para todo el resto de saberes, y como dentro de esos saberes también  figura el humor, entonces obviamente habrá, por lo menos haciendo una generalización, tres niveles o quizá tres distinciones  de humor en una sociedad, y tres niveles con los cuales cada uno se reirá por lo menos de la esfera en la que se mueven los restantes y en esta era de las computadoras ya se está notando: gente de cierta edad recibe información, chistes y anuncios cibernéticos de acuerdo a su edad con el lenguaje propio a su edad. (No miento: las famosas presentaciones de power point que el usuario de computadoras recibe por internet con chistes, motivo de días festivos, anuncios eróticos, religiosos, políticos, etcétera, son un ejemplo al calce, o por otra parte el lenguaje propio de los jóvenes cuando chatean o usan el teléfono móvil con más caritas amarillas que palabras, por no hablar de los famosos memes de choteo del tema candete del momento). Y esto es precisamente porque gracias al lenguaje captamos de la sociedad el tipo de contenidos en prensa, radio, tele, cine, internet, libros, amistades, familia, etc, el contenido de lenguaje que está dedicado a nosotros. Y si cada nivel de humor de una sociedad se ríe subrepticiamente de la esfera en la que se mueven los restantes niveles será a puerta cerrada y que no lo oiga nadie de otro nivel: (“estos niños de hoy ni quién los aguante”,  “la verdad aquél es un cobarde que sólo con el alcohol se siente muy hombre”, “aquella de tu amiga es una histérica porque se quedó como madre soltera” “los rucos de mis abuelos no me entienden porque no tengo varo”, pobrecitos, pobrecitos, je je je… ¡Por no hablar de los super incompetentes compañeros de trabajo!). La de cosas que hacemos con tal de molestar, habrá que ver. Como los chismes de poder entre los científicos que cuenta Jorge Volpi en su obra híper mencionada En busca de Klingsor (premio Biblioteca breve, Seix Barral 1999, además de finalista en la encuesta Las mejores novelas mexicanas de los últimos 30 años, hecha por la revista Nexos, donde quedó en octavo lugar con cinco votos), de la que defiendo su carácter chismoso sin adjetivarla como obra menor, es precisamente el what comes next, como dijo el finado y muy honorable Guillermo Cabrera Infante: ¿Qué seguirá en el próximo capítulo, se pregunta el lector? ¡Saber si tal o cual científico tenía vida sexual activa después del horario de clase o trabajo! Cosa que la vuelve una novela muy honesta, con subtemas muy logrados, aunque su sentido del humor es muy alemán, de los alemanes que trataban de fabricar la bomba atómica experimentando con agua pesada, mientras que los mexicanos, si tuviéramos ese enorme poder, haríamos pesada la bomba (del festejo y para la cruda), por supuesto, para celebrar una semana si es que a Alemania le ganáramos en el mundial. (Después, claro, de eliminar a los gringos en semifinales).

Pero ya en serio: ¿De qué se ríe el mexicano? ¿De dónde surge su humor? Saltándonos la gravedad histórica apuntada en El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz,  tendríamos que decir sin más miramientos, que el mexicano no se anda con juegos que le hagan concesiones a la ternura o a la sensibilidad del arte elevado; el mexicano, que lo que más desea es NO tener una vida en continua zozobra, una vida en perpetuo naufragio, se ríe  —en forma unívoca o recíproca— de la perplejidad de la muerte en todos sus aspectos, de la muerte suya y de cómo se está muriendo el otro, de cómo le va mal al otro.(Esto pareciera ser simplemente crueldad, pero al mexicano lo han chingado y bocabajeado los españoles y los gringos, como bien dice Octavio Paz, es decir, cuando me río de ti, soy tu español o tu gringo que me río de cómo te estoy matando o infringiendo sufrimiento…) ¿Dónde está la muerte en nuestra cultura? Pues en las calaveritas de azúcar, en los corridos, en la música de la onda narco-grupera, siempre traumática por sus temas, (mas no por el arte. ¿Verdad que sí Eduardo Lizalde?), en las frases sentenciosas como el: "Si me han de matar mañana, que me maten de una vez." etcétera. Además de en cualquier esquina donde uno permanezca más tiempo del debido en la noche, claro está.

En su Fenomenología del Relajo, Jorge Portilla apunta que el humor "nos libera de un valor negativo, de una adversidad." Y hasta donde yo tengo noticia, en esta vida no hay mayor adversidad que la muerte y todo aquello que la acarrea o nos hace sentir el vértigo de su amenaza.

Hablo de que el mexicano se ríe de la muerte en forma unívoca o recíproca porque la risa de un modo u otro siempre está asociada con ella: se le insinúa la muerte al otro, con una pequeña carcajada o una broma pesada; en lo individual, es un chiste de humor negro para poder sobrellevar la idea. Del mismo modo que el patetismo puede provocar carcajadas (por ejemplo en mi caso, espero no haber sido el único que al ver por vez primera el Otelo shakesperiano soltó algunas). Dicho de otra manera, todo aquello que parece borrar el horizonte de la muerte de nuestra perspectiva, adquiere un barniz humorístico o satírico, puesto que en lo más hondo, creemos que la muerte nunca vendrá a cerrarnos los ojos y se coronará victoriosa: al descubrir cierto absurdo en nuestro empeño en la vida de creernos inmortales diariamente, descubrimos que en el fondo del pensamiento se establece una contradicción. (Eso que Albert Camus llamó El mito de Sísifo). Una contradicción fugaz en la que pocas veces reparamos, pero sin pensarlo demasiado avistamos su rostro real, y al verlo, nos mata de risa (o de miedo, el giro significa lo mismo en la conciencia cuando va naciendo con esta noticia). De esta manera entramos a la conciencia: con la certeza de que ante todo, estamos ya muriendo, y de que la noticia, finalmente no es tan grave, puesto que en el tránsito muchas carcajadas nos esperan. El mexicano promedio, se dedique a lo que sea, tiene que ser ese tipo que nunca se queja: la sociedad desprecia al que se queja porque en realidad en México todos nos queremos quejar y que medio trabaja mal o muy bien y gracias a la auto proyección de su soberbia en su conciencia, se sigue riendo sabiendo que él: “es el rey que las puede todas”. De este modo y en este país, no hay nada tan subversivo como la risa, el relajo, el pitorreo, la parodia burlesca, pues frente a todos los órdenes lógicos que imparte la muerte en nuestra sociedad desde el Estado,  la risa llega y lo despedaza todo, muestra la inutilidad de todo cuanto no nos posibilita el estado ideal de la risa, que en México no es propiamente la alegría, la alegría que celebran los filósofos franceses como única respuesta a la oscuridad de la existencia, sino el relajo: el abandono de los miramientos sociales y olvidar que las cosas tienen un valor. Visto de éste modo se entiende el por qué la juventud es a lo que más nuestras sociedades postmodernas le rinden culto, ya que la juventud es la época en que todo simplemente vale madres y es preciso que todo joven compre, haga y consuma montones de cosas que valen pura madre.

Habría que apuntar que el tema ha sido por demás explorado y de ahí me viene la prudencia para abordarlo. ¿Qué no se ha dicho ya sobre la risa del mexicano? Jorge Portilla apunta que la afirmación de que el humor negro es el que prevalece en México no es para nada errónea. Para finalizar y cerrar con la idea primaria de este texto, sólo un pequeño comentario acerca del motivo de risa de los tres niveles de edades del mexicano:

El niño ríe ante la magia que le causa el mundo, en el cual, para él aún no está presente la muerte del todo (la idea de la muerte se descubre hasta los 8 o 9 años). El joven y el hombre de mediana edad se ríen de lo que imaginaron cuando niños y utilizan la risa esgrimiéndola ante la muerte, queriéndole ganar el juego, es decir, queriendo confundirse con ella ante sus adversarios sean éstos quienes sean, y saben ya que la muerte existe como el hecho definitivamente irrevocable y en esencia es de eso de lo que ríen. El viejo, el hombre o la mujer que ya han vivido todo lo que les correspondía, ríen con nostalgia recordando todo aquello que en la vida los motivó y los hizo penar, pero alegremente, valiéndoles madre: por ejemplo Octavio Paz y Jorge Portilla: ¡Cómo escribieron tanto! ¡que mataditos salieron esos gatos! Ja,ja,ja.

Ha-Ja.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

SOBRE KARL R. POPPER, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO.

 

SOBRE KARL R. POPPER

 

Porque lo queramos o no, Popper, filósofo muerto en 1994, es ya un clásico. En primer lugar puede darse el lujo de bajar de su eterno pedestal a ni más ni menos que a uno de los rectores del pensamiento de todos los tiempos: Platón, en la obra La sociedad abierta y sus enemigos (5° reimpresión española, 1992), tabique de 693 páginas que por sí solo ya produce un goce estético: “¡Este cuate pensaba tanto!”, porque como se sabe, el tabique es hermoso pero más hermoso es el horno de donde sale…

            Como dice George Steiner no es lo mismo el Platón de Gadamer o el de Karl R. Popper, pero se trata de pavimentar y adornar los circuitos viales de la especulación de cada pensador. Gadamer es el más genial en el tema de la teleología de la verdad, pero debemos recordar que se quedó callado cuando sus alumnos alemanes le preguntaron qué había pasado en Alemania 27 años antes de 1968. Pero no es contra Platón el personaje por sí mismo que ataca Popper, sino: “más bien, a destruir todo aquello que, a mi juicio, tiene de perjudicial esta filosofía. Es la tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón lo que trataré de analizar y criticar.” Si éste fuera el espacio para justificar tal ataque habría qué recordar que Popper dijo muchas veces después de publicar el libro que La Sociedad Abierta y sus enemigos era un libro de guerra, obvio, tratando temas filosóficos: Heráclito, Platón, Marx… pero que el objetivo era ir en contra del eje Berlín-Roma-Tokyo. “No habían visto más que los árboles los comentadores del libro” -se lamentaba irónicamente Popper- “Pero no han visto el bosque: éste es un libro de guerra”. Fue tan lamentable para Popper esas aclaraciones como si a un moderno autor de literatura best-seller de México le preguntaran: “¿No es otro pendejo libro sobre narcotráfico su libro ¿verdad?” “No por supuesto -dice éste supuesto autor- mi libro habla de narcotráfico”. Describamos el ataque a Platón en forma resumida partiendo de la siguiente afirmación: en algún grado de verdad,  el psicoanálisis y sus mayores expositores de cierta forma le dan un golpe bajo a toda la producción intelectual occidental, por lo menos, precisamente hasta la desde los tiempos de la Grecia clásica y de la misma manera lo hace Popper con Platón cuando nos refiere el contexto en el cual fue creciendo el discípulo de Sócrates: “Durante la juventud de Platón, el gobierno democrático de Atenas se vio envuelto en una guerra mortal con Esparta, la ciudad cabecera del Peloponeso, que había conservado muchas de las leyes y costumbres de la antigua aristocracia tribal. La guerra del Peloponeso duró, incluyendo una interrupción, veintiocho años. […] Platón nació durante la guerra y tenía veinticuatro años cuando ésta terminó…” ¿Pero qué guerra fue o por lo menos, qué dimensiones tenía mientras crecía Platón? Atenas, en sus años de mayor esplendor, debió haber sido, comparativamente, del tamaño de la ciudad de Aguascalientes en los años 60’s del XX, mientras que Popper, es preciso recordar, escribió La sociedad abierta y sus enemigos cuando el rumbo de La Segunda Guerra Mundial todavía era incierto para los países aliados. Imagino a Popper, este pensador inmenso y orejón, escribiendo con la auténtica conciencia de que su obra lo iba a inmortalizar, diciéndole a Platón en su soledad: “Yo no fui cobarde como tú, porque no me acobardó Hitler ni perdí la dimensión del pensamiento crítico, mientras que usted, a los 24 años ya era un cobarde ante su realidad política”. Pero de la analogía no debe desprenderse un símil de pleito de machitos de cualquier cantinita, sino cuál fue la actitud tanto de Platón frente a su realidad como la de Popper frente a la suya, ambos en ardua labor de pensamiento profundo y creador. Mi especulación debe quedar como lo que es: mera especulación, pero  tal axioma especulativo puede servir para entender cómo Popper derrumba a Platón en uno de los temas centrales de la obra: el ataque a toda forma de interpretación historicista, y el método del pensador historicista, aclara Popper al comienzo de la obra: “es la tendencia a juzgar los Grandes acontecimientos, las Grandes Ideas, las Grandes Naciones o los Grandes Líderes dentro de la comedia representada en el escenario Histórico y claro está que si logra hacerlo será capaz de predecir las evoluciones futuras de la humanidad”. Éste párrafo nos da la oportunidad para entender que el enemigo intelectual de Popper no es Platón propiamente, sino los líderes de los países del eje y se puede así considerar que La sociedad abierta y sus enemigos no fue escrita por mera casualidad en esas fechas —1943—: puede hablarse de que verdaderamente es un monumento intelectual para afirmar que ante la aberración de la guerra, Popper hace lo mejor que puede ejercer un intelectual: mostrarse como verdadera autoridad frente a la barbarie. Es decir, Popper maltrata a Platón para que Hitler no gane la Segunda Guerra Mundial.

            Si como tan difundida está la idea en nuestra actualidad de que una mala lectura de Nietzsche fue lo que hizo que el Tercer Reich tomara las brutales determinaciones que fueron parte de la peor guerra de la humanidad hasta la actualidad, tal afirmación peca principalmente de partir de un lugar común y no de una investigación seria. (Es cierto que muchos soldados alemanes cayeron muertos con un ejemplar de Zaratustra, como lo relata Georges Bataille en sus Meditaciones Nieztcheanas, pero esto fue, obvio, porque el libro fue causa de un gran malentendido en Alemania desde que Lucía, la hermana de Nietzsche, fue obligada a reinterpretar los libros de su hermano.) Popper escribe la obra desde una perspectiva de autoridad moral irrefutable que cuestiona a Platón pero no alza el dedo para decirle: “La culpa de mi presente eres tú”, simplemente —como si así lo fuera—, hace una trayectoria intelectual de la filosofía social y hacia nosotros, los del siglo XXI, nos dice que  el problema de la guerra no fue causado  por malas lecturas de Nietzsche, sino por planteamientos y determinaciones funestas que, en parte, (compréndase: en parte), tuvieron su origen en la cuna de la civilización donde se gestaron los primeros errores casi tan descomunales como los mejores hallazgos de  lucidez; pensar de modo historicista es decir:  en la Grecia clásica se gestó el germen de la guerra contra Irak, George W. Bush, la Coca cola, La fura dels baus o el Mundial de Francia 98 o que acaban de ganar el Super Tazón los Jefes de Kansas City, pero el origen del historicismo platónico se vio obligado a utilizar un “principio discriminatorio entre los rasgos buenos, originarios o antiguos de las instituciones existentes”, de modo tal que siempre devendrá en decadencia; de ahí, por ejemplo, el desarrollo del historicismo platónico en la obra Decadencia de Occidente, de O. Spengler, de modo tal que la excelencia en cualquier campo social estará en el pasado; en Creta, por ejemplo. En una carta a un amigo suyo, Karl Popper le dice: “Platón=Hitler.” Y piensa que esto es todo un descubrimiento y así lo argumenta, como podemos ver en el reciente libro: Después de La Sociedad Abierta, (Paidós, 2010) que es principalmente correspondencia de Popper con colegas en todo el orbe, mientras redactaba el libro en cuestión desde Nueva Zelanda.

            Si Platón, como sostiene Popper, albergaba nociones de una raza superior que debería de gobernar Atenas, así como la defensa de un Estado promotor de la esclavitud de ciertos miembros de la ciudad, (nociones que actualmente son simplemente un mito para cualquier persona… ¡aunque ho my god! ¡difícil de creer pero sigue existiendo en las periferias del Planeta!), Platón se lo tomaba con verdad como dice el epígrafe de la primera parte de la obra, llamado El Influjo de Platón: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aún en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello.” (Platón de Atenas).  Al mismo tiempo que su noción de lo que es el cambio —idea que retoma de Heráclito—; para Platón el cambio en el gobierno, en las almas, en la sociedad, sólo puede generar degeneración: “En conclusión —escribe Popper—, Platón enseña que el cambio es el mal y que el reposo es lo divino”. Dicha conclusión es monstruosa para el contexto del futuro que seguiría La Segunda Guerra Mundial. Y es que Platón, a parte de provenir de la familia real, creía que las fuerzas que operan en la historia eran de carácter cósmico; como muchos de los presocráticos, entre ellos Heráclito, su poética era su filosofía (pero para nosotros los posmodernos la poética y la filosofía no deben  contraponerse, pero tampoco una sustituye a la otra o la toma como máscara), por eso podemos entender que muchos de los poemas presocráticos, eran leídos en aquél entonces con una visión científica; ciencia que provenía de la mitología griega y mitología griega que desembocaba  muchas veces en una visión historicista: Edipo encuentra su destino fatal, por ejemplo, debido a la profecía y a las medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de ellas. Estos rasgos son, en la literatura contemporánea mexicana, simplemente un exceso de creencia en la fatalidad…

            Popper recorre fragmentos de Las leyes y de La República para demostrar que  Platón, (probablemente debido a su origen real) ordena y justifica desde un punto de vista sociológico, que los gobernantes de Atenas o de los estados existentes, no fueran sino la copia de una Forma o Idea inmutable, de la cual sólo puede esperarse la decadencia y la vejez, (como el destino de todo hombre es la decadencia, así lo es de toda ciudad y de toda época) pero como a Platón esto le sirve para justificar la esclavitud o el totalitarismo autárquico, la relectura de La sociedad abierta y sus enemigos es de suma urgencia en la actualidad precisamente porque Popper explica y desentraña “la licencia poética” que debe rodear al nacimiento de las grandes creaciones, como en este caso, los estados nacionales, ni más ni menos. Y además de ser un libro de guerra, es una joya del pensamiento filosófico, que insistentemente le dice al lector: “Un tratado político nunca va a traer, por el sólo hecho de juntar las dos plumas de la firma de un tratado de dos Presidentes que lo firman, el Cielo a la Tierra para la Humanidad, y tampoco es eso lo que hay que buscar; somos los ciudadanos, nosotros mismos, no el Estado, los que debemos arreglar la sociedad cuando amenace el totalitarismo”.

            Si bien Karl Popper durante toda su vida insistió y repitió muchas veces  que la filosofía debía ser una crítica de la ciencia, no desistió de analizar el fenómeno literario, como lo es su teoría del “Horizonte de expectativas”, (de acuerdo con la Encyclopedia of Contemporary Literary Theory, fue él y el sociólogo Karl Manheim quienes acuñaron el término, pero que se hizo famoso a raíz de que lo utilizó Hans Rober Jauss para medir el valor estético de una obra literaria.) Según Gadamer –teórico que influyó en Jauss–, el “horizonte de expectativas” es un punto de partida desde donde analizamos cualquier circunstancia, el cual está ligado a los prejuicios y los conocimientos previos que limitan nuestras posibilidades de visión. Es una hermenéutica literaria en otras palabras, un método que enseña que, por ejemplo, la lectura de un Kafka o un Joyce o incluso una pieza dramática de Arthur Miller, no fue lo mismo en el XX de lo que será en el XXI, ya que las posibilidades de visión de cada época están marcadas por un sinfín de complejidades en todo tipo de aspectos. Popper es un pensador profundo que intervino también contra el materialismo histórico y la obra de Marx en lo que a su parecer, guarda remanentes del pensamiento platónico, cuando el pensamiento platónico comete también sus errores.  Dice Fernando Savater en algo de su vasta producción, que el aire platónico ha quedado para siempre como la marca de todo pensamiento filosófico (esa altísima tensión mental), aunque muchas de sus ideas sean, como he tratado de mostrar en este artículo, del todo monstruosas.

Pero no sólo nos queda la obra de Popper como su inmenso legado para los hombres y las mujeres del XXI, sino también esta idea que hace poco por un efecto mediático y de coyuntura política rescató Carmen Aristegui en uno de sus programas de radio. Ella recordó que Popper, poco antes de su muerte, al parecer en una entrevista en el mismo año de su muerte (1994), declaró que si en la actualidad la televisión era un poder, como todo poder debería tener un contrapeso. Así como el poder ejecutivo tiene como contrapeso al legislativo, por ejemplo. Carmen Aristegui lo dijo y siguió dando noticias, pero al echar un vistazo al enorme poder de los medios en la actualidad, donde al instante nos enteramos de un tsunami en Indonesia y una protesta en El Cairo, por ejemplo, la pregunta-reflexión popperiana, parece no perder ninguna vigencia. Yo creo en lo personal, que Popper se preguntaba: ¿Cómo pensarán los poderosos que hay detrás de la Televisión?

 

martes, 3 de diciembre de 2024

SOBRE JOSÉ VICENTE ANAYA POR MARCOS GARCÍA CABALLERO..!!

 

SOBRE JOSÉ VICENTE ANAYA

 

 

Dejemos a los alcohólicos y los cocainómanos tocar fondo, que pierdan su humanidad para descubrir que finalmente hay un dios cualquiera que éste sea. Si ya hay hasta la generación del Kristal y el Fentanilo pues que se lo acaben, bobos, si tan tentados se sienten, qué carambas con Los jóvenes locos de aquél verano pues. En fin. (Espero que el Maestro Gerardo de la Torre no se revuelque en su tumba si acaso participó en este libro). Dejemos a los políticos corromperse, volverse tiranos y soñar con el poder a como dé lugar.  Los poetas, los creadores y toda la comunidad artística tenemos nuestros propios negocios: viajar y cabalgar sobre el trueno (los artistas son aprendices de la luz, como decía Carlos Pellicer) y cabalgar también sobre unos muslos femeninos o masculinos, ya sea el caso. Para compartir la aventura que significa ser parte del género humano, la empresa de la observación y de la óptica propia, el ángulo exacto  que pone en entredicho, refleja o cuestiona las luces y sombras de la sociedad y en tal actitud el creador pone de manifiesto que el sentido o el sinsentido de nuestros actos y de nuestra participación en la sociedad se refleja en la obra artística que tácitamente y con un rumor silencioso nos recuerda que el significado de la vida, realmente está en otra parte,  en una dimensión que se nos escapa, cuando nos preguntamos si merecemos más felicidad que aquella, cuando la dicha estaba cerca, o si el sufrimiento o la pena que nos embarga debería ser menguada por equis o ye circunstancia que ya no está aquí, sino en la memoria. Y a pesar de que la labor filosófica contesta racionalmente diciendo que el sentido de la vida no existe, ni siquiera el filósofo más armado y más preclaro de entendimiento puede sostener de por vida la argumentación que relativiza nuestro malestar ante los embates de la vida cotidiana. El poeta, por el contrario que el filósofo, debe saber que el logos, la aprehensión intelectual del mundo, tiene un componente racional y otro irracional, que no se contraponen sino que se complementan, por eso los tratados de psicología o de filosofía, frente a las grandes obras poéticas resultan fríos, ajenos a la vida,  a la vivacidad y la pasión humana, porque precisamente es la obra poética, —en su sentido más general, el sentido que abarca cualquier concepción de poética— donde se dan  la mano el intelecto, y la capacidad o la vitalidad de la imaginación. En este sentido, el poeta es un ser con mayor compromiso con su obra que el académico o el crítico, toda vez que el creador es el primero y el primigenio de donde parte cualquier exégesis, paráfrasis o tratado de donde surgen los segundos. Por eso es que sólo hay un Borges y un solo Roberto Bolaño mientras que hasta el cantinero del bar de la esquina tiene su comentario borgeano o su comentario sobre Arturo Belano, que se lo comentan los jóvenes poetas creyendo que al cantinero le va peor que a ellos.

El poeta debe entregarse a las aguas de la divinidad —o de la podredumbre y la putrefacción, como lo hizo Baudelaire— y su obligación, es decir, lo que su soledad creadora debe a los demás hombres, es mostrar sus resultados, la obra, “la poesía indispensable que no sirve para nada”, en palabras de Jean Cocteau, debe de ser vista como el archipiélago rocoso que une a una isla con otra, cuando el poeta bucea para encontrar esa unión y ese nexo inquebrantable, el nexo entre individualismo y sociedad, entre hombre y mujer, entre padre e hijo o cualquier otro tema o derrotero que persiga el poeta. ¿Pero qué labor es ésta? ¿Por qué el poeta tiende a ser segregado por la incomprensión que causa su trabajo? En ese centro, que es la incomprensión del arte, está la pregunta y cada vez más como duda: ¿qué es o qué será la poesía? ¿Cómo se hace un poema que merezca ese nombre? Que se lo dejemos de tarea a los políticos. Ya hay la frase: “Los Gobernantes deberían leer a los poetas”. Es una frase profunda que por lo visto nunca ha sido entendida. El verdadero poeta, el autor preparado, sabe que su respuesta es la misma pero es diferente cada día, pues tal es el caso de las grandes cosas: carecer de cualquier definición perpetua. Y cualquier tentativa nueva, entre más vital, innovadora y significativa sea, será mejor bienvenida, tal es el caso de la obra del maestro José Vicente Anaya (Villa Coronado, Chihuahua, 1947- Ciudad de México 2020).

            En julio de 1995 me encontraba en una sórdida habitación de un hotel de Mérida, mi novia me había abandonado sin comida, sin dinero y sin esperanzas, sólo con una pesada sensación de fracaso, resaca y dos libros que a pesar de lo que yo había visto como una traición, me los devolvió, esos libros eran: Van Gogh o el suicidado por la sociedad, de Antonin Artaud y Híkuri, (1978) de José Vicente Anaya. Sólo hasta después comprendí que yo estaba naciendo como escritor en esos años y que de quien José Vicente Anaya había tomado hondas lecciones era de Antonin Artaud y en mi desesperada soledad de Mérida, entendí que no era gratuito mi primer acercamiento a Artaud junto a José Vicente Anaya. Y es que cuando uno está en peligro y tiene que sacar fuerzas de algún lado, no se sabe de dónde, es buen momento para leer poesía; así me tocó descubrir Híkuri, (nombre del peyote en lengua rarámuri) este catártico poema hecho para expandir la mente a base de las lecciones-visiones del peyote y siempre recordaré:

 

                        Súbete al tren de lo desconocido

                        para saciar la vida y

                        visita la luna

                        antes de que la traguen los coyotes

                        C          A         M        I          N         A

                        y sólo confía en el movimiento

                        Cruza tus propios precipicios

                        sin dejar de conocer las celdas

                        donde agonizan los poetas

                        que han encontrado la distancia

                        en el centro de sus corazones:

                        el manicomio de Rodez

                        está en tu casa y

                        el Hospital de Santa Isabel

                        organiza redadas en los plenilunios.

 

Años después me seguía intrigando y preguntando el porqué de los paréntesis, las rayas, los círculos dentro del texto y la musicalidad sincopada que emana de Híkuri aunado a sus palabras en lengua rarámuri. En su conjunto era exactamente lo que todo buen poema debe ser y manifestar: la libertad absoluta del creador donde convergen la memoria del pórtico natal,  la experiencia recorrida y la urgencia de la expresión del poeta que proviene de un saber de la singularidad de su experiencia vital y de su época que, al ser compartida, nos enriquece y nos da el perfil de una generación —la generación de los jóvenes en 1968— de donde sólo los más hábiles pudieron  dejar testimonio, que como es sabido, fue un parte aguas en la historia de México. Híkuri debe ser recordado y asimilado como una búsqueda interior del reencuentro con la otredad cuando precisamente la política mexicana de la época contestaba con autoritarismo y represión. Por ejemplo, en la película sobre la matanza de la Plaza de Las Tres Culturas, de Óscar Menéndez, que vi recién en la tele, hasta sé que un soldado apunta al poeta José Vicente en medio del caos. Luego fueron los dorados años de los infrarrealistas, los setentas, y el actualmente tan aclamado Roberto Bolaño jamás mencionó a José Vicente Anaya en su enorme novela Los Detectives Salvajes (ni siquiera con otro nombre y eso que eran grandes amigos: uno pasaba con las mujeres como  el nuevo André Bretón y el otro como Antonin Artaud) y vaya, ni siquiera los actuales grandes comentadores de Bolaño como Rodrigo Fresán, Enrique Vila-Matas o Carmen Boullosa mencionan a Anaya: Abro en cualquier página el libro de ensayos Bolaño Salvaje, (segunda edición de 2013, Editorial Candaya) y no, nadie de verdad habla de José Vicente Anaya. Creo que por ese solo hecho nada curioso, José Vicente Anaya merece un lugar especial entre nosotros. Además si los midiéramos estrictamente a los dos por sus mejores obras, Roberto Bolaño es novelista y el poeta y ensayista es Vicente Anaya. Híkuri, al paso de los años, no se lee como si fuera la brizna de un poema caribeño, carajo, José Vicente Anaya llegó con una mano adelante y otra atrás a la Ciudad de México desde Villa Coronado. Y ahora para nosotros, los escritores actuales, es una especie de maldito sagrado con un “lugar muy suyo” en La Poesía Mexicana. Tal como dijo de él Herman Bellinghausen a los pocos días de su muerte en el periódico La JornadaHíkuri lo que muestra no es sino la desesperación de la autoconciencia en los momentos de alteración que causa el peyote: “Infierno y Paraíso esta Conciencia/ Otra Razón que no es razón. Silencio”.  O como él dice más adelante: “la biznaga poderosa del todo, del bien-mal”, es decir, para Anaya, el peyote significó el límite de una comprensión entre las dualidades de conceptos polarizados: Eros y tanatos, blanco y negro, hombre y mujer, lo bueno y lo malo, Dios y el Diablo y todo por “la biznaga poderosa”, que obviamente produce y altera la visión y la energía psíquica, en un pensamiento hecho cascada que apresa el instante: Híkuri no es un poema que marcha, sino que irrumpe, como todo lo rebelde, y por tal motivo, para ser asimilado es mejor observar sus silencios y sus pausas y lo significativo de éstas. Híkuri es compromiso veraz con la palabra que no es pesadez de concepto, ni mera orfebrería de imágenes como lo hacen los malos herederos de Octavio Paz a los que él tanto les rebatió, sino auténtico aliento, respiración que es saberse y confirmarse como libre, un hálito, punto de partida hacia un viaje iniciático. Heredero en el mejor sentido de la palabra de los beats, Vicente Anaya se acercó al peyote igual que ellos, pero como hombre consciente de su momento histórico, no pretendió ramplonamente imitarlos: los beats crecieron en Anaya en su lengua original, el inglés, y Anaya, dos generaciones más joven, se miró en ellos como mexicano y los vio como una forma de maduración poética y personal. No sé si antes de Híkuri Anaya se había pasoneado de peyote, pero Híkuri es rotundamente iniciático.

Tuvieron que pasar seis años después de lo de Mérida para que conociera personalmente al maestro y con su generosidad me ayudara a publicar mi primer libro. Ante mis ojos me resultó siempre como un poeta que hablaba de la poesía como si fuera otra (o la verdadera) antropología, el verdadero estudio del hombre; luego estaban sus vivencias fronterizas: Tijuana, San Diego, Los Ángeles y de ahí, como según me dijo en una de nuestras largas conversaciones, fue de los primeros mexicanos en traer discos de Tom Waits a la ciudad de México. También me fascinó su absoluto respeto ante los hallazgos ajenos: él no lee un haiku de Bashoo: él ve toda una declaración de estética. En fin, un hombre cabal, completo, pues. Un poeta por los cuatro costados y los cinco sentidos.

            No es posible seguir la apretada agenda de un escritor que se ha consagrado al estudio, escritura, traducción y difusión de la literatura como él desde toda su vida: ha colaborado con reportaje, crítica y ensayos en más de 12 revistas y periódicos nacionales e internacionales como La Cultura en México de Siempre!Casa del Tiempo (Universidad Autónoma Metropolitana), UnomásunoAtticus Review (de San Diego, California, USA), Bajareque (Universidad del Zulia, Venezuela), Alero (Universidad de San Carlos, Guatemala), La Jornada Semanal del periódico La JornadaEl Financiero, etc.

            Ha dado lecturas de poesía y conferencias en varias universidades y centros culturales de México, Estados Unidos e Italia y ha tenido importantes aventuras editoriales en más de seis sitios diferentes, hasta que en marzo de 1997 fundó y  junto con José Ángel Leyva y María Luisa Martínez Passarge, dirigió  Alforja REVISTA DE POESÍA, que tuvo  proyección nacional e internacional y a mi juicio, fue absolutamente la mejor revista de poesía que circuló en sus 13 años de vida  y la más arriesgada; en alforja se  escribió  sobre las relaciones entre el tiempo y la poesía, poesía y budismo, poesía contemporánea española, poesía y vanguardia, poesía femenina y feminista, poesía neo helénica, poesía y Jazz, etcétera. El grupo de escritores que nos  reunimos  en torno a alforja, más que pretender acaparar la hegemonía o la directriz de un discurso que dictara  las pautas del quehacer poético y ensayístico,  fue un  conglomerado de voces que prorrumpieron en  distintos escenarios poéticos, donde se ha dado lo mismo un espacio a textos polémicos de toda índole, el rescate a viejos poetas que pernoctaban en el olvido como José María Facha (1879-1957) o los primeros esbozos poéticos de autores y autoras menores de veinte años (incluso yo me encargué de eso). También incluyamos los maratones poéticos donde protestamos en contra de la guerra de Irak, etcétera. Precisamente como alforja se mantuvo como revista independiente, no pudo adjudicarse una actitud de patriarcado cultural como los resentidos le  achacaron:  nada quedaba más lejos de nuestras intenciones, ya que en palabras del mismo Anaya: “alforja nació para expresar todas las voces de los poetas, todas sus búsquedas y las muchas culturas del mundo, con la idea de propiciar la diversidad en este mundo que ha ido cerrándose en la ceguera de dogmas que derivan en fundamentalismos y caudillismos con sus típicos abusos en la intolerancia.”

            ¿Desde dónde escribe el poeta? Existen casi tantas respuestas como poemas: desde el delirio, desde la razón, la soberbia, el bruto egocentrismo, la tonta ocurrencia, la genial espontaneidad, lo libresco, lo erudito, la pasión, la pesadilla... En sus otras obras poéticas, Anaya se coloca —o más correcto sería acotar—: se desliza, hacia estados que provocan un llamado de conciencia, pero no un vértigo estéril que desemboca en el desasosiego; más bien todo lo contrario: su poesía nos trae a nosotros mismos ante nosotros mismos. El tema puede ser terrible, pero no se nos impregna; poesía que pide ser escuchada desde la conciencia hacia un más allá de ella, como creo percibir en Morgue (1975-1976), una de sus más fecundas rachas creativas, donde el poeta entra al mundo para recorrerlo y el mundo hace lo mismo con él:

                       

He salido a revolcar la voz. Con cada paso

                        ascienden las cenizas

                        de los incinerados. La garganta

                        no puede con otro ritmo

                        que esté alejado

                        de los acordes con que responde el piso

                        en cada huella... La noche

                        está empeorando,

                        con esta canción

                        que se introduce

                        a envenenar las venas, como

                        si otro alguien, que soy yo,

                        se hubiera metido en mí

                        para usurparme

                        las ganas de vivir... y

                        en esta pena

                        me preparo un escándalo mayor

                        que sufriré más tarde.

                       

Otro caso que merece mención es el poemario Los valles solitarios nemorosos, publicado por vez primera en 1976, que contiene lo que el escritor Alí Calderón de Puebla, juzga como lo breve descomunal, noción que me parece un acierto, varios lo comentaron así, pero ya el maestro Anaya en una entrevista aparecida en La Jornada Semanal (num. 287, diciembre de 1994) abundaba sobre el tema:

 

            “Esa expresión está sustentada en la profunda cosmogonía del pueblo chino. Por ser la cultura más antigua del oriente, la cultura china civilizó al Japón y a los pueblos que la rodean. El interés por la brevedad se da principalmente en el taoísmo, allá por el año 400 a. de C. Y en el budismo Chan, que en Japón la pronunciación se deformó en zen, siglos después. El confucianismo es la otra parte filosófica que cultiva la discreción, lo sucinto, el empleo de las palabras en su justa medida y oportunidad. [...] Hay también poemas chinos muy largos, poemas y novelas muy extensos. Lo que más le interesa al taoísmo es hacer que el individuo se sienta como parte de la armonía del Universo, se trata de un concepto llamado sincronicidad. [...] La unidad conforma un signo de totalidad, es la relación entre lo grande y lo pequeño.”

 

            Esta idea del breve concepto poético que rompe con esquemas occidentales de pensamiento, se une a sus otros grandes temas: Vallejo, Miguel Hernández, la posibilidad del surgimiento de cualquier tipo de vanguardia en todo momento (él acotaría que sólo siempre y cuando sea el momento oportuno para que los escritores den a conocer sus intereses profundos), la poesía y el humor, la poesía de los beatniks, sus traducciones de Gregory Corso, Marge Piercy, Allen Ginsberg,  Henry Miller, y la polémica en torno a la demasiada veneración y culto a la figura de Octavio Paz entre las plumas mexicanas, que una vez hecha la brecha, gustosos la recorren sin aportar legítimamente nada nuevo. Me parece que esto es un debate, pero por favor nadie me quiera a mí para eso. El propio Paz, que a propósito de Sade escribió: “tanto el erudito, el sabio, el poeta y el que sueña con la abolición de la siniestra realidad, disputan como perros sobre los restos de tu obra”, ¿Esto ejemplificará lo que a él mismo le ha ocurrido?

            En sus poemas amorosos, como en el ya celebrado Morgue, Anaya ve a su amante que baila, que se desdobla y se crea ante sus ojos; a lo que el poeta le inventa un nombre, Dorinda, en un baile que resulta ser un éxtasis y evocación de la memoria en el que el poeta recorre su trayectoria política y cultural: “Y tuvimos Rock para olvidar/ el fastidio de una ciudad/ que se nos encima a fuerza.” O las amigas: “esperaban/ la reencarnación de Trotsky/ en algún compañero/ para hacer el amor con el gran viejo/ sin cráneo destrozado...” Y al final:

                       

Danza, muchacha,

                        porque nuestro tiempo

                        no tiene ritmo, ni madre.

                        El tiempo nos asalta

híbrido para empujarnos hacia un túnel

de espacio tumefacto.

Danza, muchacha, porque

no queremos morir repletos de vacío.

 

 Si tuviera que elegir entre los mejores libros de Anaya, elegiría sin dudar, HíkuriMorgue, Peregrino (ediciones Alforja 2002), donde hay Haikus brillantes como:

Mariposas en vuelo

hacen el amor

arriba de mi pelo.

 

Poetas en la noche del mundo (UNAM, 1997). Éste último libro pertenece a una corriente que prácticamente él ha inaugurado en México; el libro de ensayos-traducciones, tal como lo es también su estudio sobre los beatsLos poetas que cayeron del cielo. Pero Poetas en la noche del mundo a mi parecer, es más ecléctico,   más extenso y  —afortunadamente—, más pretencioso: ahí se encuentran analogías entre Rimbaud y Henry Miller, la poesía de Charles Bukowski, (poeta “punk” como él lo define), el surrealismo propio de Artaud, una aproximación a las  más arriesgadas y sagaces  poetas contemporáneas suyas estadunidenses: Di Prima, la poeta suicida y llorada (yo la lloré antes de saber de su muerte) Anne Sexton, Daiane Wakoski y la segunda parte del libro, que es algo así como un conjunto de intensidades/ aproximaciones al fenómeno poético que recaba Anaya de esa auténtica pandilla mítica-meta-histórica de locos y anarcos: Rimbaud, Cesare Pavese, Efraín Huerta, Henry Miller, Jack Kerouac, Robert Duncan, Concha Urquiza, Cioran, Ezra Pound, Vicente Huidobro, Sylvia Plath, Jim Morrison, etcétera.

            En fin, creo que Vicente Anaya ha terminado periodos creativos y ha iniciado otros; por más que lo quieran encasillar los críticos simplemente como traductor (lo digo porque como buen creador siempre huyó de los encasillamientos), el permanecerá como una de las voces más originales de la literatura mexicana con su obra escrita, traducida y recopilada (sospecho que la tríada es indisoluble) y lo que falta por venir... No me queda nada más que agregar, más que José Vicente Anaya, como el eterno retorno del que hablaba Nietzsche, está condenado a repetirse cada vez más breve-enorme, más plural-etéreo, más inagotable y que siempre llegará al límite verdadero: cada nuevo decir poético.

 

NOTA: Este texto fue escrito antes de la muerte el pasado 2020 del Maestro José Vicente Anaya, no creo que haya mejor pretexto para invitar a la lectura del gran amigo, conversador, escritor, poeta, traductor he incansable promotor cultural que fue en vida José Vicente Anaya.