Subíamos por un sendero escarpado hasta el monasterio de San Pedro, con el abismo de la costa a un lado, las rachas fortísimas de la Tramontana azotaban implacables y el pelo tapaba y destapaba las caras aleatoriamente, la vista era espectacular, al llegar a un recodo mientras las ramas se batían furiosas le dije:
-Espérame un momento, voy a hacer algo que no puedes hacer por mi, ella sonrió maliciosamente.
-¿Seguro que no?
Dijo mientras su hermosa melena rubia le tapaba la cara momentáneamente. Me aparté unos metros a un sitio resguardado de la vista del sendero, en una distancia de cortesía, ya no podía aguantar mas, desabroché la bragueta, apunté distraído a unos matorrales, en pleno proceso de micción, desde atrás unas manos atraparon el pene, ella se había acoplado por detrás y ahora tenia mi miembro en sus manos.
-¡¡Vaaaa!! ¡Dejame probar! No seas carca, siempre he querido ver como va esta manguerita.
-¡No!, ¡para, para!
Y empezó a apuntar a la derecha a la izquierda, pero con el forcejeo se subió ligeramente la piel, lo cuál provocó que el chorrito perfectamente controlado se convirtiera en un aspersor sin ningún tipo de control, al girarme para evitar males mayores, una racha fortísima de viento de frente nos inundó, en una de las situaciones mas violentas que jamás he vivido, pues la chica a la que apenas conocía y yo mismo estabamos totalmente empapados por una lluvia dorada totalmente incontrolada.
Se hizo un silencio muy tenso en el que solo se podía oír el ulular del viento como presagio del final de una bonita historia. No podía ni mirarle, su vestido, su cara y su pelo goteante del dorado elemento y aún peor me imaginaba la mía, como no había podido parar de mear el resultado había sido catastrófico.
-Igualito que la lluvia dorada de Dánae
Rompió el silencio y afortunadamente su sonrisa se abrió paso entre las gotitas doradas.
-Si ahora entiendo lo que le pasó a Zeus.¿Te imaginas a Tiziano excitándose mientras pintaba a Dánae?
Dije yo para romper el hielo.
-No, la verdad es que me resulta muy lejano. Y no creo que se hubiera meado encima de la modelo para pintar su obra.
Una sonrisa muy dulce, apareció por fin bajando la mirada y la voz como un tanto azorada.
-No te preocupes la culpa ha sido mía.
Ella ahora me mostró otra faceta, su lado menos frío, se sacó las gafas y alargó los brazos como un gato desemperezándose, sentí un cosquilleo muy dentro de mí.
El escote del fino jersey totalmente húmedo se ladeó un tanto, resbalando, dejándola con un hombro de piel muy blanca, casi como el del cuadro aquel que ella describió tan intensamente.
-Me ha excitado lo que nos ha pasado y me has hecho abrir los ojos sobre un detalle fascinante sobre el cuadro de Tiziano, acerca de Dánae. ¿Conoces la historia?
-Pues no.
-Es que para comprender el detalle que acabo de descubrir, necesitas saberla. Lo importante es que la lluvia dorada que cae sobre el sexo de la Dánae (en griego Δανάη, “sedienta”)
Zeus estaba loco por ella. Al ser un Dios poderoso, hubiese podido raptarla sin ningún problema, pero quería mantener el secreto, evitando que se enterara su esposa Hera.
Todo ocurrió en una noche estrellada...Dánae yacía desnuda en su lecho, mientras soñaba con la ansiada libertad, cuando apareció Zeus a través de una rendija e inmediatamente se transformó en una suavísima lluvia dorada, se transformó en su propio semen, que cayó sobre la doncella.
Así, gota a gota, entró Zeus en el cuerpo desnudo y asustado de Dánae, patidifusa ante tan importante visita. Aquellas gotas doradas, cual cálido, perfumado, luminoso y vibrante abrazo, lograron el lascivo propósito del dios, la posesión de la hembra, y, de paso, introdujeron en el impúdico vientre femenino la semillita de una nueva vida: la del futuro héroe Perseo.
-Interesante historia, fascinante.
Bajamos al pueblo y al entrar en el bar nos miraron de arriba a abajo, de modo que disimuladamente entramos en el lavabo para adecentarnos un poco.
Pedimos unas cervezas y unos pequeños bocadillos que nos cobraron por adelantado, supongo que por nuestro aspecto, estaban deliciosos, mientras hablábamos, mordisqueábamos y dábamos pequeños tragos, disfrutando de aquella conversación.
-Resulta que hoy gracias a ti he descubierto algo nuevo... es que…verás, (Se notaba que tenía ganas de contarlo y se atropellaba a si misma al hablar, estaba visiblemente emocionada).
-La diosa está tumbada así ¿no? Preparada para recibir la lluvia dorada.
Ella atrae hacía si otra de las pequeñas sillas de madera, se recuesta entre las dos sillas imitando la postura de Dánae. Yo busco la imagen en el móvil y asiento con la cabeza.
-Pues bien, una de sus piernas tapa la mano, y por la situación del brazo suponemos que reposa en la ingle. Pero si te fijas, esa mano se ve, pero está muy borrosa.
Dice ella colocándosela por debajo del envés del muslo.
-Ahí viene lo bueno, te das cuenta que ésta aprieta los dedos contra la carne como si quisiera abrirse más de lo que puede y deseara empujar ¿Lo ves? Mira así !!
Estaba eufórica, abre ahora sus piernas y aprieta los dedos contra la tela del pantalón. Al punto, se deja caer sobre la silla, toma la otra silla la acerca y se queda tumbada y da unos casi imperceptibles golpes de cadera al aire.
Había adoptado a la perfección la postura de la diosa, que aparecía acostada y desnuda sobre un lecho con las piernas abiertas y flexionadas y la cabeza ladeada. A pesar de los tejanos y de su llamativo jersey yo estaba imaginando a Dánae allí delante de mi. Instintivamente moje las yemas de los dedos en la cerveza y lancé gotitas sobre su sexo, con las luces que se filtraban por la ventana parecían pequeñas perlas. Ella aumentó sus golpes de cadera al aire abriendo aún más su sexo bajo los jeans.
Pasan unos segundos y se incorpora, se sienta recta como guardando la compostura y se coloca el escote del jersey, que inmediatamente se precipita hombro abajo.
Yo estaba alucinando, me ajusté las gafas, no podía dejar de mirarla, me estaba imaginando a la Dánae en la época actual, en una cafetería bajo una lluvia dorada, y un hombro desnudo al aire libre, al ver que la miraba tan intensamente ella bajó la suya.
-Ven, siéntate más cerca y le acerqué una silla a mi lado
Ella dudó unos momentos concentrada en los dibujos de las vetas del mármol de la mesa, de repente soltó:
-¿ Y por qué no?
Vuelve a sonreír, se levanta y en lugar de sentarse en la silla que le había preparado, se sienta sobre mi muslo, dándome la espalda, casi de un salto, apoyándose sobre mi pecho, estaba ahí en mi regazo, dejando su peso en mi pierna y aguantando con la punta de los pies en el suelo.
Instintivamente me acerco a su cuello y lo huelo, mejor no entrar en detalles acerca de su olor pero puedo sentir su calor a través de su amplio escote y un olor a lavanda y excitación que surgía de su interior......
En este preciso momento el dueño del bar se acerca hacia nosotros, bajando la voz nos dice,
- ¿Os importa salir de aquí? Esto es un bar familiar y no quiero líos.