Por Graciana Petrone
Cierro las puertas
las ventanas;
bajo con fuerza
las persianas para
que se compriman
con fuerza
los listones de madera
y no permitan que se filtre
ni una gota de luz.
A veces me recuerdo
trepando de madrugada
por la ventana de tu pieza
blanca de cal
y en una
y en cientos
de historias
casas
puertas
besos
y ventanas
que ya no me pertenecen.
Graciana / Rosario 2019
"Nos abocamos tenazmente a impedir la existencia de los espacios en blanco, de los subterráneos y de las medidas de los ríos que suelen variar con demasiada frecuencia". GRACIANA
Me visitan
martes, 14 de mayo de 2019
lunes, 13 de mayo de 2019
Juan Oscar Pérez: la historia del gaucho que vio un ovni y se hizo película
Por Graciana Petrone
A los 12 años Juan trabajaba en una zona rural de Venado Tuerto. Aseguró que vio una luz muy fuerte y una casilla de metal y entró. Durante años sostuvo su historia y todos creyeron que estaba loco. La experiencia del gaucho de origen guaraní fue llevada a la pantalla grande
Juan Oscar Pérez es un hombre sencillo, sereno, nacido y criado en el campo. Viste siempre con bombachas, sombrero y camisa de gaucho, fiel a su origen guaraní. Habla pausado y, sobre todo, con tranquilidad cuando relata su historia, esa que asegura vivió cuando tenía 12 años en una zona rural de Venado Tuerto. Siempre según su relato, que pudo contar décadas después y que fue llevado al cine en la película documental Testigo de otro mundo, siendo apenas un niño iba a caballo por el campo árido santafesino y se topó con una luz muy fuerte y detrás con lo que para él era una “casilla de metal”, y entró.
“Como nos habían avisado de que iban a traer tractores para desmalezar la zona, cuando vi eso pensé que era una casilla, porque para mí era eso, una casilla pero no de chapas como las que estaba acostumbrado a ver. Mi caballo se empacó, tenía miedo entonces lo até a una escalera que salía de la casilla para que no se escape y entre“, cuenta. Después, la historia sería otra. Se aisló durante mucho tiempo por miedo a las burlas de sus compañeros de escuela y de su mismo entorno familiar.
Cuando pudo contar abiertamente lo que según el afirma que le ocurrió, fue atendido, escuchado y analizado por un equipo de psicólogos y psiquiatras que lo ayudaron a convivir con su realidad. Así, de a poco fue reinsertándose en la sociedad al punto que su historia se convirtió en un filme en 2018 con guión y dirección de Alan Stivelman, con ayuda del astrofísico Jacques Vallée. Un derrotero que empezó con aquel encuentro que de acuerdo a su relato fue con una nave espacial y dos extraterrestres. El viaje hacia el pasado del gaucho guaraní cuando tenía 12 años combina en la película creencias étnicas y lo que él continúa sosteniendo hasta hoy: su experiencia de un “encuentro cercano”.
La historia de Juan y el documental sobre su vida fue noticia en los diarios El País y El Mundo de España que le dedicaron más de una página. Lejos estuvieron los medios tradicionales de la Argentina en interesarse, excepto aquellos canales de información estrictamente abocados a los fenómenos extraterrestres y la Ufología.
Juan fue uno de los personajes más requeridos por el público durante los tres días que duró el IV Congreso del Ovni en Victoria a mediados de mayo pasado. No hubo nadie que no quisiera sacarse una foto con él. “Mire usted si antes la gente que me conocía iba a querer acercarse, al contrario, se me escapaban. A veces me pasaba con personas de mi misma familia“, dice a El Ciudadano.
Lo cierto es nadie en el campo creyó su historia hasta que hace más de una década el psiquiatra rosarino Néstor Berlanda –miembro del equipo del hospital neuropsiquiátrico Agudo Ávila, investigador en etnopsiquiatría, estados ampliados de conciencia, culturas precolombinas, y aplicación potencial de plantas sagradas en psicoterapia- se interesó por el caso de Juan. “Hoy somos grandes amigos, cualquier cosa que siento que me pasa lo llamo a él. Hoy tengo muchos amigos como decía esa canción que se escuchaba cuando era chico“, cuenta casi con ingenuidad, refiriéndose al tema de Roberto Carlos que fue furor por los inicios de la década del 70.
El aislamiento
Berlanda contó a este medio que después de arduos estudios “se descartaron patologías psiquiátricas en Juan y que no había sufrido un brote psicótico en su adolescencia cuando aseguró haber visto una nave espacial“. En el relato del gaucho hay mucho de místico y así lo refleja la película. “Entonces tendríamos que decir que todos los domingos hay millones de personas en el mundo que están convencidos de que toman sangre convertida en vino y estaríamos frente a millones de psicóticos. Por eso es una cuestión de fe, de las propias creencias de cada cultura y hay que abordarla con el respeto que se merecen“, agrega el psiquiatra.
Pero la realidad del gaucho guaraní no encajaba en los parámetros que le imponía la sociedad y decidió aislarse, vivir como cazador y agricultor (así se autodefine). También asegura que en sueños, puntualmente cuando duerme del costado izquierdo que fue la zona del cuerpo que afirma que le tocaron los extraterrestres, puede ver cosas que van a suceder. Premoniciones que se acercan a las formas de creencias de los guaraníes y allí es el punto en donde interviene la neurociencia, para ayudar a que el mismo Juan comprenda lo que le pasó y pueda convivir con ello sin sentirse diferente a los demás.
Entrevista a Juan Oscar Pérez
—¿Cómo está viviendo esta experiencia de que su vida haya sido llevada al cine?
—Me gusta porque es una historia que me pasó. Hay cosas que faltan en la película porque lo mío fue a los 12 años pero siguieron pasando casos y esa es la primera historia mía. Me gusta porque por esa película se me dejaron de reír a gente. Hoy me agradecen. ¿Por qué no antes?, ¿se tenía que descubrir hoy?
—¿Cree que las cosas pasan por algo o que llegan en el momento justo?
—Sí, un ciclo. Yo estaba bien antes de los doce años, el mismo lugar en el que estoy hoy. Tengo 53 años y volví de vuelta a ese lugar y se me acomodaron las cosas.
—¿Influyó el hecho de que pudo contar abiertamente lo que le pasó y hubo alguien que creyó su historia?
—Había mucha gente de mi propia familia que me preguntaba a dónde iba y decirle, como soy yo, un paisano como usted me ve, sencillo. Y decirle: ‘Me voy al Paraguay a filmar parte de la película que está por hacer Alan (Stivelman) y el doctor Berlanda y me decían: ‘¿Vos vas a hacer una película?, ¿De qué? Y yo le contestaba ¿Cómo te voy a contar antes si vos nunca me quisiste escuchar? Así le cortaba. Chau. Cargaba la mochila, tomaba el colectivo enfrente de mi casa, iba a la termina, después a la casa de Berlanda, y de ahí me pasaban a buscar y me tomaba el avión. Nunca dije le voy a tapar la boca a los que se me rieron. Lo verán.
—¿Cree que esta película puede ayudar a mucha gente, incluso a los que no creen?
—Hay mucha gente que me dice lo mismo y no sé en qué parte puede ayudar pero ayuda un montón, mire. Ayer (en el Congreso del Ovni en Victoria) había más de 200 personas y que tantas personas de golpe queriéndose sacarse fotos conmigo, que soy un hombre de campo, sencillo. Ando con esta ropa de salir (bombachas de gaucho y botas) y después me calzo la ropa de trabajo y sigo viviendo mi vida.
—¿Aún hoy los sueños con premoniciones continúan?
—Sí. Y allá en el guaraní me enseñó cómo tenía que hacer. Yo tengo que cuidar el árbol. ¿Quién es el árbol? Mi familia, mi papá, mi mamá y mis hermanos. El árbol está formado por el tronco, que es mi mamá y salen las ramas y las hojas que son los hijos. Aprendí de ahí. A mucha gente le he dicho cosas que soñé y se quedaron asombrados pero ¿a quién quiere que le cuente si me trataron de loco porque vi una nave? En un sueño soñé con mi propia muerte, que me pasó. Y para mí contarlo era muy difícil, me ponía mal, no sabía qué hacer con eso.
—Usted habla sobre su origen guaraní y el respeto por el monte y la naturaleza…
—Ellos (por los guaraníes) antes de cortar una planta medicinal la oran para poder cortarla porque alguien la creó, alguien la hizo nacer y fue la madre tierra. Pero nosotros vamos y lo cortamos y no vemos el desastre que estamos haciendo.
—¿De qué trabaja hoy?
—Tengo una discapacidad en el pie y no puedo hacer el trabajo que hacía. A mí me gusta, y para el que sabe del trabajo en el campo entiende de lo que digo, abrirle la retranca, pegarle unos buenos gritos y revolcarme con el bicho en la traba y curarlo o castrarlo. Lo llevo en la sangre, es lo mío. Pero como ya no puedo hacerlo trabajo en mi casa, tengo una buena quinta orgánica, lo hago para mí porque todos sabemos lo malo que son los químicos. También crio jabalí, me siguen y conmigo son muy mansos, mire, más dóciles que el chancho casero.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
A los 12 años Juan trabajaba en una zona rural de Venado Tuerto. Aseguró que vio una luz muy fuerte y una casilla de metal y entró. Durante años sostuvo su historia y todos creyeron que estaba loco. La experiencia del gaucho de origen guaraní fue llevada a la pantalla grande
Juan Oscar Pérez es un hombre sencillo, sereno, nacido y criado en el campo. Viste siempre con bombachas, sombrero y camisa de gaucho, fiel a su origen guaraní. Habla pausado y, sobre todo, con tranquilidad cuando relata su historia, esa que asegura vivió cuando tenía 12 años en una zona rural de Venado Tuerto. Siempre según su relato, que pudo contar décadas después y que fue llevado al cine en la película documental Testigo de otro mundo, siendo apenas un niño iba a caballo por el campo árido santafesino y se topó con una luz muy fuerte y detrás con lo que para él era una “casilla de metal”, y entró.
“Como nos habían avisado de que iban a traer tractores para desmalezar la zona, cuando vi eso pensé que era una casilla, porque para mí era eso, una casilla pero no de chapas como las que estaba acostumbrado a ver. Mi caballo se empacó, tenía miedo entonces lo até a una escalera que salía de la casilla para que no se escape y entre“, cuenta. Después, la historia sería otra. Se aisló durante mucho tiempo por miedo a las burlas de sus compañeros de escuela y de su mismo entorno familiar.
Cuando pudo contar abiertamente lo que según el afirma que le ocurrió, fue atendido, escuchado y analizado por un equipo de psicólogos y psiquiatras que lo ayudaron a convivir con su realidad. Así, de a poco fue reinsertándose en la sociedad al punto que su historia se convirtió en un filme en 2018 con guión y dirección de Alan Stivelman, con ayuda del astrofísico Jacques Vallée. Un derrotero que empezó con aquel encuentro que de acuerdo a su relato fue con una nave espacial y dos extraterrestres. El viaje hacia el pasado del gaucho guaraní cuando tenía 12 años combina en la película creencias étnicas y lo que él continúa sosteniendo hasta hoy: su experiencia de un “encuentro cercano”.
La historia de Juan y el documental sobre su vida fue noticia en los diarios El País y El Mundo de España que le dedicaron más de una página. Lejos estuvieron los medios tradicionales de la Argentina en interesarse, excepto aquellos canales de información estrictamente abocados a los fenómenos extraterrestres y la Ufología.
Juan fue uno de los personajes más requeridos por el público durante los tres días que duró el IV Congreso del Ovni en Victoria a mediados de mayo pasado. No hubo nadie que no quisiera sacarse una foto con él. “Mire usted si antes la gente que me conocía iba a querer acercarse, al contrario, se me escapaban. A veces me pasaba con personas de mi misma familia“, dice a El Ciudadano.
Lo cierto es nadie en el campo creyó su historia hasta que hace más de una década el psiquiatra rosarino Néstor Berlanda –miembro del equipo del hospital neuropsiquiátrico Agudo Ávila, investigador en etnopsiquiatría, estados ampliados de conciencia, culturas precolombinas, y aplicación potencial de plantas sagradas en psicoterapia- se interesó por el caso de Juan. “Hoy somos grandes amigos, cualquier cosa que siento que me pasa lo llamo a él. Hoy tengo muchos amigos como decía esa canción que se escuchaba cuando era chico“, cuenta casi con ingenuidad, refiriéndose al tema de Roberto Carlos que fue furor por los inicios de la década del 70.
El aislamiento
Berlanda contó a este medio que después de arduos estudios “se descartaron patologías psiquiátricas en Juan y que no había sufrido un brote psicótico en su adolescencia cuando aseguró haber visto una nave espacial“. En el relato del gaucho hay mucho de místico y así lo refleja la película. “Entonces tendríamos que decir que todos los domingos hay millones de personas en el mundo que están convencidos de que toman sangre convertida en vino y estaríamos frente a millones de psicóticos. Por eso es una cuestión de fe, de las propias creencias de cada cultura y hay que abordarla con el respeto que se merecen“, agrega el psiquiatra.
Pero la realidad del gaucho guaraní no encajaba en los parámetros que le imponía la sociedad y decidió aislarse, vivir como cazador y agricultor (así se autodefine). También asegura que en sueños, puntualmente cuando duerme del costado izquierdo que fue la zona del cuerpo que afirma que le tocaron los extraterrestres, puede ver cosas que van a suceder. Premoniciones que se acercan a las formas de creencias de los guaraníes y allí es el punto en donde interviene la neurociencia, para ayudar a que el mismo Juan comprenda lo que le pasó y pueda convivir con ello sin sentirse diferente a los demás.
Entrevista a Juan Oscar Pérez
—¿Cómo está viviendo esta experiencia de que su vida haya sido llevada al cine?
—Me gusta porque es una historia que me pasó. Hay cosas que faltan en la película porque lo mío fue a los 12 años pero siguieron pasando casos y esa es la primera historia mía. Me gusta porque por esa película se me dejaron de reír a gente. Hoy me agradecen. ¿Por qué no antes?, ¿se tenía que descubrir hoy?
—¿Cree que las cosas pasan por algo o que llegan en el momento justo?
—Sí, un ciclo. Yo estaba bien antes de los doce años, el mismo lugar en el que estoy hoy. Tengo 53 años y volví de vuelta a ese lugar y se me acomodaron las cosas.
—¿Influyó el hecho de que pudo contar abiertamente lo que le pasó y hubo alguien que creyó su historia?
—Había mucha gente de mi propia familia que me preguntaba a dónde iba y decirle, como soy yo, un paisano como usted me ve, sencillo. Y decirle: ‘Me voy al Paraguay a filmar parte de la película que está por hacer Alan (Stivelman) y el doctor Berlanda y me decían: ‘¿Vos vas a hacer una película?, ¿De qué? Y yo le contestaba ¿Cómo te voy a contar antes si vos nunca me quisiste escuchar? Así le cortaba. Chau. Cargaba la mochila, tomaba el colectivo enfrente de mi casa, iba a la termina, después a la casa de Berlanda, y de ahí me pasaban a buscar y me tomaba el avión. Nunca dije le voy a tapar la boca a los que se me rieron. Lo verán.
—¿Cree que esta película puede ayudar a mucha gente, incluso a los que no creen?
—Hay mucha gente que me dice lo mismo y no sé en qué parte puede ayudar pero ayuda un montón, mire. Ayer (en el Congreso del Ovni en Victoria) había más de 200 personas y que tantas personas de golpe queriéndose sacarse fotos conmigo, que soy un hombre de campo, sencillo. Ando con esta ropa de salir (bombachas de gaucho y botas) y después me calzo la ropa de trabajo y sigo viviendo mi vida.
—¿Aún hoy los sueños con premoniciones continúan?
—Sí. Y allá en el guaraní me enseñó cómo tenía que hacer. Yo tengo que cuidar el árbol. ¿Quién es el árbol? Mi familia, mi papá, mi mamá y mis hermanos. El árbol está formado por el tronco, que es mi mamá y salen las ramas y las hojas que son los hijos. Aprendí de ahí. A mucha gente le he dicho cosas que soñé y se quedaron asombrados pero ¿a quién quiere que le cuente si me trataron de loco porque vi una nave? En un sueño soñé con mi propia muerte, que me pasó. Y para mí contarlo era muy difícil, me ponía mal, no sabía qué hacer con eso.
—Usted habla sobre su origen guaraní y el respeto por el monte y la naturaleza…
—Ellos (por los guaraníes) antes de cortar una planta medicinal la oran para poder cortarla porque alguien la creó, alguien la hizo nacer y fue la madre tierra. Pero nosotros vamos y lo cortamos y no vemos el desastre que estamos haciendo.
—¿De qué trabaja hoy?
—Tengo una discapacidad en el pie y no puedo hacer el trabajo que hacía. A mí me gusta, y para el que sabe del trabajo en el campo entiende de lo que digo, abrirle la retranca, pegarle unos buenos gritos y revolcarme con el bicho en la traba y curarlo o castrarlo. Lo llevo en la sangre, es lo mío. Pero como ya no puedo hacerlo trabajo en mi casa, tengo una buena quinta orgánica, lo hago para mí porque todos sabemos lo malo que son los químicos. También crio jabalí, me siguen y conmigo son muy mansos, mire, más dóciles que el chancho casero.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
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ENTREVISTAS,
NOTAS PERIODISTICAS
Porque el Diego siempre es noticia: emoción por una foto de los Juegos Evita 1973
Por Graciana Petrone
El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo. Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10
Si algo no tiene margen de discusión es que El Diego es El Diego, no hace falta aclarar a quién se hace referencia. Ya sea una declaración que brinde a los medios; o si sigue en pareja con Rocío Oliva o con la madre del pequeño Dieguito Fernando; o si su estado de salud tambalea; o por tener a los hinchas en vilo viendo un partido de Dorados de Sinaola de la B mexicana. Nada queda en las sombras. Con Diego eso nunca va a suceder.
Y esta semana, mientras festeja otro triunfo de Dorados y le gana un partido judicial a Claudia Villafañe, que le ordena entregar sus trofeos de guerra (camisetas históricas y premios), una foto que fue subida a Twitter provocó un sinfín de reproducciones y generó que muchos recordaran con ternura el inicio de una carrera gloriosa.
La foto salió publicada en El Gráfico a fines de diciembre de 1973. La imagen es entrañable. El pibe de Villa Fiorito –con la camiseta 10 del equipo Los Cebollitas–, se acercó a consolar al jugador correntino Alberto Pacheco, que había perdido contra Entre Ríos en los Juegos Nacionales Evita, disputados en Embalse, en el Valle de Calamuchita.
Y como todo lo que hace y dice Diego genera alguna discusión, hasta en la nota publicada en El Gráfico a fines del 73 se pone en tela de juicio dónde se hospedó cuando viajó a Córdoba. Sí, una simple imagen de Maradona de purrete, genera discusión y polémica, así fue y será su vida, dentro y fuera de la cancha.
De acuerdo a las declaraciones y recuerdos de quienes estuvieron en aquella edición de la competencia, “Maradona estuvo en Embalse y no en Río Tercero” y se habría alojado en el hotel de la Unidad Turística.
Eduardo Luchini, jefe de atención al turista de la UTE, contó a El Gráfico: “Maradona vino con Los Cebollitas al Torneo Evita y no a Río Tercero como él cuenta en su libro. Fue acá, en Embalse. Y los partidos se jugaron en la vieja cancha del hotel 1, donde ahora hay una de rugby. Recuerdo que a todos nos recomendaban ir a ver un negrito que tenía la 10 de Argentinos Juniors y era una barbaridad. Me acuerdo del partido con los santiagueños. Justo ese año, 1973, empecé a trabajar acá, en los hoteles. Y estando en el hotel 6, donde había como un gran depósito de elementos deportivos, conseguimos camisetas para los chicos santiagueños, que habían tenido un problema. Me acuerdo del partido, y si mi memoria no me falla, con Maradona jugaba Domenech. Los Cebollitas los tenían locos a los santiagueños, pero sobre el final, uno de ellos les clavó un zapatazo de mitad de cancha. Y se fueron a los penales, y les ganaron a los de Argentinos. Después salieron campeones. Pero ese negrito flaquito, que después fue Maradona, era tremendo. Mucha gente iba a ver al 10. Muchos aún dicen que lo vieron en el Polideportivo. Y no, fue en la cancha del hotel 1, donde también había canchas de básquet, y ahora está todo destrozado. Había tribunas de madera. Mi viejo hacía el sonido del evento y después le dieron una medalla. No puedo recordar, pasó mucho tiempo, dónde se alojaron Los Cebollitas, si fue en hotel 3 o en el 5(…)”.
Lo que contó Luchini contradice a lo que el mismo Maradona relata en su libro “Yo soy el Diego”, a través de la pluma del periodista deportivo Ernesto Cherquis Bialo. Claro está, que para mucha gente, Embalse y Río Tercero es lo mismo.
Diego llegó a Embalse en diciembre de 1973, con 13 años, para disputar los Juegos Nacionales Evita que se habían suspendido en 1949 y que el gobierno se decidió retomar con el retorno de la democracia.
“Cuando asumió el gobierno peronista en 1973 con el doctor Cámpora, en el lugar donde se hizo el complejo deportivo del hotel N° 1 de la Unidad Turística había un bosque. Yo mismo vi cuando arrancaron los árboles e hicieron un complejo que tenía pista de atletismo, canchas de tenis, un círculo para lanzamiento de martillo, y la cancha de fútbol”, contó a la reconocida, aunque ya inexistente revista deportiva, José Pérez, un respetado comunicador de Embalse.
El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo. Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10.
¿Cuánto de mito o de verdad generó su visita entonces? ¿Será cierto también que muchos se “peleaban” por regalarle una Coca “al negrito que la rompía cuando salía a la cancha” al final de cada partido? ¿Será real que Jorge Cysterpiller no lo dejaba ni a sol ni a sombra y era el único que le acercaba un refresco al 10? Como muchas cosas que giran en torno a la figura de Maradona quedarán en discusión entre los que fueron testigos de aquello que ocurrió tras las sierras. Lo único que no deja margen para la duda es el consuelo que aquel pibe de Villa Fiorito le dio al futbolista correntino, luego de la derrota de su equipo, y que quedó inmortalizada en una foto que pinta de cuerpo y alma cómo era Diego cuando entraba a una cancha de fútbol.
Nota publicada en el Suplemento El Hincha, el Ciudadano web
El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo. Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10
Si algo no tiene margen de discusión es que El Diego es El Diego, no hace falta aclarar a quién se hace referencia. Ya sea una declaración que brinde a los medios; o si sigue en pareja con Rocío Oliva o con la madre del pequeño Dieguito Fernando; o si su estado de salud tambalea; o por tener a los hinchas en vilo viendo un partido de Dorados de Sinaola de la B mexicana. Nada queda en las sombras. Con Diego eso nunca va a suceder.
Y esta semana, mientras festeja otro triunfo de Dorados y le gana un partido judicial a Claudia Villafañe, que le ordena entregar sus trofeos de guerra (camisetas históricas y premios), una foto que fue subida a Twitter provocó un sinfín de reproducciones y generó que muchos recordaran con ternura el inicio de una carrera gloriosa.
La foto salió publicada en El Gráfico a fines de diciembre de 1973. La imagen es entrañable. El pibe de Villa Fiorito –con la camiseta 10 del equipo Los Cebollitas–, se acercó a consolar al jugador correntino Alberto Pacheco, que había perdido contra Entre Ríos en los Juegos Nacionales Evita, disputados en Embalse, en el Valle de Calamuchita.
Y como todo lo que hace y dice Diego genera alguna discusión, hasta en la nota publicada en El Gráfico a fines del 73 se pone en tela de juicio dónde se hospedó cuando viajó a Córdoba. Sí, una simple imagen de Maradona de purrete, genera discusión y polémica, así fue y será su vida, dentro y fuera de la cancha.
De acuerdo a las declaraciones y recuerdos de quienes estuvieron en aquella edición de la competencia, “Maradona estuvo en Embalse y no en Río Tercero” y se habría alojado en el hotel de la Unidad Turística.
Eduardo Luchini, jefe de atención al turista de la UTE, contó a El Gráfico: “Maradona vino con Los Cebollitas al Torneo Evita y no a Río Tercero como él cuenta en su libro. Fue acá, en Embalse. Y los partidos se jugaron en la vieja cancha del hotel 1, donde ahora hay una de rugby. Recuerdo que a todos nos recomendaban ir a ver un negrito que tenía la 10 de Argentinos Juniors y era una barbaridad. Me acuerdo del partido con los santiagueños. Justo ese año, 1973, empecé a trabajar acá, en los hoteles. Y estando en el hotel 6, donde había como un gran depósito de elementos deportivos, conseguimos camisetas para los chicos santiagueños, que habían tenido un problema. Me acuerdo del partido, y si mi memoria no me falla, con Maradona jugaba Domenech. Los Cebollitas los tenían locos a los santiagueños, pero sobre el final, uno de ellos les clavó un zapatazo de mitad de cancha. Y se fueron a los penales, y les ganaron a los de Argentinos. Después salieron campeones. Pero ese negrito flaquito, que después fue Maradona, era tremendo. Mucha gente iba a ver al 10. Muchos aún dicen que lo vieron en el Polideportivo. Y no, fue en la cancha del hotel 1, donde también había canchas de básquet, y ahora está todo destrozado. Había tribunas de madera. Mi viejo hacía el sonido del evento y después le dieron una medalla. No puedo recordar, pasó mucho tiempo, dónde se alojaron Los Cebollitas, si fue en hotel 3 o en el 5(…)”.
Lo que contó Luchini contradice a lo que el mismo Maradona relata en su libro “Yo soy el Diego”, a través de la pluma del periodista deportivo Ernesto Cherquis Bialo. Claro está, que para mucha gente, Embalse y Río Tercero es lo mismo.
Diego llegó a Embalse en diciembre de 1973, con 13 años, para disputar los Juegos Nacionales Evita que se habían suspendido en 1949 y que el gobierno se decidió retomar con el retorno de la democracia.
“Cuando asumió el gobierno peronista en 1973 con el doctor Cámpora, en el lugar donde se hizo el complejo deportivo del hotel N° 1 de la Unidad Turística había un bosque. Yo mismo vi cuando arrancaron los árboles e hicieron un complejo que tenía pista de atletismo, canchas de tenis, un círculo para lanzamiento de martillo, y la cancha de fútbol”, contó a la reconocida, aunque ya inexistente revista deportiva, José Pérez, un respetado comunicador de Embalse.
El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo. Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10.
¿Cuánto de mito o de verdad generó su visita entonces? ¿Será cierto también que muchos se “peleaban” por regalarle una Coca “al negrito que la rompía cuando salía a la cancha” al final de cada partido? ¿Será real que Jorge Cysterpiller no lo dejaba ni a sol ni a sombra y era el único que le acercaba un refresco al 10? Como muchas cosas que giran en torno a la figura de Maradona quedarán en discusión entre los que fueron testigos de aquello que ocurrió tras las sierras. Lo único que no deja margen para la duda es el consuelo que aquel pibe de Villa Fiorito le dio al futbolista correntino, luego de la derrota de su equipo, y que quedó inmortalizada en una foto que pinta de cuerpo y alma cómo era Diego cuando entraba a una cancha de fútbol.
Nota publicada en el Suplemento El Hincha, el Ciudadano web
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¿ USTED SE ACUERDA...?,
CRONICAS,
NOTAS PERIODISTICAS
El ocaso de la fábrica de llantas Mefro Wheels: “No tengo $5; no tengo para comer”
Por Graciana Petrone
Esta mañana compañeros de Daniel, el hombre de 61 años fallecido ayer y empleado de toda la vida de la fábrica de llantas hoy cerrada, se concentraron frente a la empresa y contaron la difícil situación que muchos están atravesando.
La muerte de un trabajador de la paralizada fábrica de llantas Mefro Wheels, que dejó a 150 empleados en la calle, golpeó duro a todos los compañeros. Daniel, el hombre fallecido, había trabajado toda su vida en esa empresa y también había luchado por su reapertura. Daniel compartió con sus compañeros que hoy lo lloran bromas, convivencia, camaradería pero sobre todo esa costumbre de poner el lomo orgulloso de su oficio de metalúrgico, en una planta que era la única que producía llantas en el país. Eso le dio a Daniel, como a muchos, tener lo que todos y cada uno le corresponde por derecho: trabajo.
La crisis en Mefro Wheels no fue arbitraria. Empezó cuando a través de un decreto, el gobierno de Mauricio Macri abrió las importaciones y a fines de 2016 empezaron a entrar al país llantas de Asia, Europa y Brasil que competían con precios muy distintos en el mercado. Casi como un calco de los 90, la planta ubicada en Ovidio lagos al 5500 comenzó un camino sin retorno que derivó en su cierre, después de producir a gran escala, abastecer a otras industrias automotrices y exportar. En 2015, Mefro Wheels había llegado a producir más de 800 mil llantas para las terminales nacionales.
Hoy, de los casi 170 trabajadores despedidos –que no cobran indemnización alguna–, la mitad no pudo reinsertarse en el mercado laboral. Daniel formaba parte de esa segunda mitad.
Este miércoles los compañeros de Daniel, quien oprimido por la desesperación eligió terminar con su vida, se juntaron frente a la fábrica. Como un retrato del escenario, detrás de las rejas de la puerta de ingreso que permanecía cerrada, sólo había un empleado de seguridad de una empresa privada. Adentro, una imagen aún más triste: la de una planta paralizada y vacía por la mañana, que es el horario en que habitualmente los motores de las maquinarias se escuchan con más fuerza.
Daniel tenía 61 años y dos hijas. Era un trabajador calificado. Se había desempeñado durante mucho tiempo en la producción pero a los 55 años en un accidente laboral perdió varios dedos de una mano. Eso no impidió que siguiera trabajando. Su capacidad lo ubicó en el área de control de calidad. Cuando Mefro cerró, Daniel quedó atrapado en una profunda depresión: le faltaban años para jubilarse y era demasiado grande para conseguir un puesto acorde con sus capacidades.
La desolación se podía ver en todas las caras de sus compañeros. Uno de ellos confesó a El Ciudadano que el estado de angustia en el que estaba sumergido Daniel no es ajeno “al de otros de los muchachos”. A uno de ellos le dio un ataque cerebrovascular, otro sufrió un infarto y algunos más que, en mejor posición, “viven del ingreso de sus esposas pero hay muchos en que las mujeres también se quedaron sin trabajo y ahí la cosa se les pone muy densa”.
El delegado Miguel Valentino contó que llamó a los compañeros para ayudar a la familia de Daniel con el sepelio. “¿Vos sabés lo terrible que es que te digan «No tengo ni cinco pesos, no tengo para comer» y que se pongan a llorar?”, dijo a El Ciudadano.
El canibalismo de MW
“El vaciamiento de la fábrica empieza con el lock out patronal. Fue un canibalismo en el que ellos mismos nos empiezan a comer cuando dejan de darnos insumos a nosotros, que proveíamos las llantas a las terminales. Más el gobierno nacional, que no tendría que haber permitido eso”, dijo Valentino.
“Teníamos Toyota Hilux, Amarok de Volkswagen, Corsa de General Motors, casi diez modelos de ruedas diferentes y a pesar de los problemas que teníamos nos seguían encargando”, se quejó otro de los trabajadores.
La luz se fue apagando
La historia que siguió fue casi perversa. En 2016 la planta produjo 300 mil llantas, es decir, menos de la mitad de lo que había manufacturado en 2015. Sobre eso, la empresa de capitales alemanes vendía desde Europa a las mismas terminales argentinas lo que derivó en que a principios de enero del año pasado los 170 trabajadores de la fábrica fueron despedidos y se enteraron de la peor manera: cuando llegaron a la puerta de su trabajo, como todas las mañanas, no los dejaron entrar.
Los mismos trabajadores hacían guardias para que no se llevaran las maquinarias y a mediados de enero de 2017 la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) acordó con el Ministerio de Trabajo de la provincia poner la fábrica en funcionamiento y, para ello, los mismos trabajadores resignaron sus sueldos para comprar materia prima pero no llegó a buen puerto.
El 4 de marzo de este año la firma de autopartes Cirubón, del empresario Ricardo Cicarelli, tomó la operación y prometió reactivar la fábrica y reincorporar a 90 trabajadores. Eso no ocurrió. El acuerdo decía que la firma iba a alquilar la planta ubicada el oeste de la ciudad por 15 años pero según contaron los empleados que fueron desafectados “sólo fue un circo para dilatar la situación” y así vaciar totalmente el lugar.
“Cicarelli tomó a los empleados con menos antigüedad y se los llevó a otra de sus fábricas. Los más viejos quedamos en la calle. Además, se llevó todo, máquinas, muebles y hasta los tarros de pintura que se habían comprado para pintar”, dijo uno de los compañeros de Daniel, mientras señalaba una pila de bidones de agua apilados en el patio de la fábrica: “Hasta separó el agua para llevársela”.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
Esta mañana compañeros de Daniel, el hombre de 61 años fallecido ayer y empleado de toda la vida de la fábrica de llantas hoy cerrada, se concentraron frente a la empresa y contaron la difícil situación que muchos están atravesando.
Foto: Alejandro Guerrero |
La muerte de un trabajador de la paralizada fábrica de llantas Mefro Wheels, que dejó a 150 empleados en la calle, golpeó duro a todos los compañeros. Daniel, el hombre fallecido, había trabajado toda su vida en esa empresa y también había luchado por su reapertura. Daniel compartió con sus compañeros que hoy lo lloran bromas, convivencia, camaradería pero sobre todo esa costumbre de poner el lomo orgulloso de su oficio de metalúrgico, en una planta que era la única que producía llantas en el país. Eso le dio a Daniel, como a muchos, tener lo que todos y cada uno le corresponde por derecho: trabajo.
La crisis en Mefro Wheels no fue arbitraria. Empezó cuando a través de un decreto, el gobierno de Mauricio Macri abrió las importaciones y a fines de 2016 empezaron a entrar al país llantas de Asia, Europa y Brasil que competían con precios muy distintos en el mercado. Casi como un calco de los 90, la planta ubicada en Ovidio lagos al 5500 comenzó un camino sin retorno que derivó en su cierre, después de producir a gran escala, abastecer a otras industrias automotrices y exportar. En 2015, Mefro Wheels había llegado a producir más de 800 mil llantas para las terminales nacionales.
Hoy, de los casi 170 trabajadores despedidos –que no cobran indemnización alguna–, la mitad no pudo reinsertarse en el mercado laboral. Daniel formaba parte de esa segunda mitad.
Este miércoles los compañeros de Daniel, quien oprimido por la desesperación eligió terminar con su vida, se juntaron frente a la fábrica. Como un retrato del escenario, detrás de las rejas de la puerta de ingreso que permanecía cerrada, sólo había un empleado de seguridad de una empresa privada. Adentro, una imagen aún más triste: la de una planta paralizada y vacía por la mañana, que es el horario en que habitualmente los motores de las maquinarias se escuchan con más fuerza.
Daniel tenía 61 años y dos hijas. Era un trabajador calificado. Se había desempeñado durante mucho tiempo en la producción pero a los 55 años en un accidente laboral perdió varios dedos de una mano. Eso no impidió que siguiera trabajando. Su capacidad lo ubicó en el área de control de calidad. Cuando Mefro cerró, Daniel quedó atrapado en una profunda depresión: le faltaban años para jubilarse y era demasiado grande para conseguir un puesto acorde con sus capacidades.
La desolación se podía ver en todas las caras de sus compañeros. Uno de ellos confesó a El Ciudadano que el estado de angustia en el que estaba sumergido Daniel no es ajeno “al de otros de los muchachos”. A uno de ellos le dio un ataque cerebrovascular, otro sufrió un infarto y algunos más que, en mejor posición, “viven del ingreso de sus esposas pero hay muchos en que las mujeres también se quedaron sin trabajo y ahí la cosa se les pone muy densa”.
El delegado Miguel Valentino contó que llamó a los compañeros para ayudar a la familia de Daniel con el sepelio. “¿Vos sabés lo terrible que es que te digan «No tengo ni cinco pesos, no tengo para comer» y que se pongan a llorar?”, dijo a El Ciudadano.
El canibalismo de MW
“El vaciamiento de la fábrica empieza con el lock out patronal. Fue un canibalismo en el que ellos mismos nos empiezan a comer cuando dejan de darnos insumos a nosotros, que proveíamos las llantas a las terminales. Más el gobierno nacional, que no tendría que haber permitido eso”, dijo Valentino.
“Teníamos Toyota Hilux, Amarok de Volkswagen, Corsa de General Motors, casi diez modelos de ruedas diferentes y a pesar de los problemas que teníamos nos seguían encargando”, se quejó otro de los trabajadores.
La luz se fue apagando
La historia que siguió fue casi perversa. En 2016 la planta produjo 300 mil llantas, es decir, menos de la mitad de lo que había manufacturado en 2015. Sobre eso, la empresa de capitales alemanes vendía desde Europa a las mismas terminales argentinas lo que derivó en que a principios de enero del año pasado los 170 trabajadores de la fábrica fueron despedidos y se enteraron de la peor manera: cuando llegaron a la puerta de su trabajo, como todas las mañanas, no los dejaron entrar.
Los mismos trabajadores hacían guardias para que no se llevaran las maquinarias y a mediados de enero de 2017 la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) acordó con el Ministerio de Trabajo de la provincia poner la fábrica en funcionamiento y, para ello, los mismos trabajadores resignaron sus sueldos para comprar materia prima pero no llegó a buen puerto.
El 4 de marzo de este año la firma de autopartes Cirubón, del empresario Ricardo Cicarelli, tomó la operación y prometió reactivar la fábrica y reincorporar a 90 trabajadores. Eso no ocurrió. El acuerdo decía que la firma iba a alquilar la planta ubicada el oeste de la ciudad por 15 años pero según contaron los empleados que fueron desafectados “sólo fue un circo para dilatar la situación” y así vaciar totalmente el lugar.
“Cicarelli tomó a los empleados con menos antigüedad y se los llevó a otra de sus fábricas. Los más viejos quedamos en la calle. Además, se llevó todo, máquinas, muebles y hasta los tarros de pintura que se habían comprado para pintar”, dijo uno de los compañeros de Daniel, mientras señalaba una pila de bidones de agua apilados en el patio de la fábrica: “Hasta separó el agua para llevársela”.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
Narcòticos Anònimos: cuando la recuperaciòn es posible
Por Graciana Petrone
Domingo 10 de Junio de 2018
Es viernes, el primer viernes de mayo. Poco antes de las siete de la tarde un hombre de pelo entrecano a quien todos más tarde lo llamarán afectuosamente doctor —tal vez porque es el que carga con más años— abre la puerta de madera de Pellegrini 1561 con una sonrisa que le ilumina la cara. Se lo ve feliz, radiante. Más tarde dirá que eso es sólo uno de los muchos logros de su recuperación después de llegar por primera vez a Narcóticos Anónimos, como todos, abatido y sin fuerzas para seguir. En ese lugar, que es su segunda casa, encontró un mensaje de esperanza. Para entrar hay que tocar dos timbres, dos pulsiones que para muchos serán el boleto de ida a una nueva vida, sin retorno a ese infierno llamado adicción.
Mientras en la calle los primeros fríos del otoño desguazan poco a poco las copas de los árboles que permanecen estáticos sobre la avenida, adentro, en uno de los salones, el calor de las personas que van llegando genera una suerte de microclima que hace que desaparezca la distancia entre la calle y la unidad que se forma en las reuniones del grupo Libertad de Narcóticos Anónimos. Esa misma sensación se percibe en otras reuniones abiertas como los lunes a la noche en Alberdi 580 o los jueves en Presidente Roca y Uriburu.
Cada viernes la cita en una de las salas de avenida Pellegrini permite que asistan personas que no están en recuperación. Es por eso que una joven que coordina el encuentro recuerda que "hoy es una reunión abierta". Sugiere que quien quiera preservar su anonimato no diga su nombre y que al referirse a otro de los asistentes los trate como "compañeros".
El salón se va llenando. Es como un aula con sillas escolares colocadas en hileras frente a una mesa que está de espalda a las ventanas. Contra las paredes también hay sillas vacías que de golpe se ocupan. "Ha llegado a haber hasta 60 personas", cuenta uno de los miembros.
Para pulsar esos dos timbres hay que tener coraje, valor para tomar una decisión que en la mayoría de los casos señala un camino que funciona. Valor, sí. Pero sobre todo humildad para aceptar y rendirse ante la adicción y admitirla como una enfermedad.
La puerta de NA "es ancha pero baja", como señala el escritor Pablo Ramos en su libro Hasta que puedas quererte solo. Esa imagen, la de la puerta, es la que usa el personaje principal de esa obra literaria —un hombre que por años renegó de su problema con las drogas y el alcohol y que se resistió a tocar esos dos timbres hasta que un día lo hizo— para significar la rendición, el agachar la cabeza para poder entrar y dar el primer paso y escuchar de los demás. "Acá te vamos a querer hasta que puedas quererte solo".
El recién llegado
Ese primer viernes de mayo golpeó la puerta "un recién llegado". Al ser una reunión abierta fue acompañado por su madre. Para los miembros de NA esa persona es la más importante de la reunión. Es por quien, al término de cada uno de los encuentros que se llevan a cabo todos los días en distintos horarios y puntos de la ciudad, se abrazan en una ronda con una silla vacía en el medio mientras alguien ofrece una oración. Antes pedirá "por todos los adictos que ya no están, por los que están sufriendo en las calles, en los hospitales, en las cárceles y por el más importante: por ese al que todavía no le llegó el mensaje, el que está por venir".
A esa persona que tiene el valor y la humildad a la vez para tocar la puerta de NA por primera, un compañero lo recibe afuera del salón y le explica, a grandes rasgos, de qué se trata. Todos los que tocan esos dos timbres lo hacen con una mezcla de desconsuelo, agobio, miedo y desesperación.
"Un antiguo miembro dijo una vez en una reunión: «Sisentís un nudo en el estómago, lo más probable es que no te hayas equivocado de sitio»".
"Solemos decir que nadie cruza las puertas de NA por error. Las personas que no son adictas no se pasan todo el día preguntándose si lo son", reza en uno de los folletos que se le entrega al final de la reunión al recién llegado.
Cuando hay un nuevo miembro en el grupo, el compartir de los asistentes es distintos. Todos parecen hablarle a él, contándoles sus experiencias y relatándole los logros de la recuperación.
Ese viernes una mujer comentó que había comenzado su "carrera" a los 16 o 17 años, que a los 21 fue madre y que a su hijo lo criaron los abuelos hasta que tuvo casi tres años. "Me conmueve mucho que esté tu mamá hoy con vos, agarrándote del brazo —compartió mientras se dirigía al joven que recién había llegado—. Durante 11 años yo no tuve prácticamente contacto con mis viejos porque ellos no me querían ni ver. Me daban a mi hijo como si fueran asistentes sociales, preguntándome a dónde lo llevaba, con quién y por cuántas horas. Si bien las cosas cambiaron cuando dejé de consumir, hay marcas que quedan pero que pueden sanar y es estando en esta silla".
Otro de los miembros, con varios años limpio, contó acerca del miedo que tenía de entrar a un baño (apenas ingresó a NA) ya que en los últimos tiempos ese espacio se había convertido para él en su lugar de consumo. Tuvo que "pedir ayuda" a otros compañeros para poder hacerlo y perder el temor. El mensaje fue, justamente, la importancia de "levantar el teléfono", dejar de lado la vergüenza, asumir la rendición a la enfermedad como tal y comprender, como dice la literatura de Narcóticos Anónimos, que "no existe mejor ayuda que la de un adicto para con otro adicto". Después, habló de la relación con sus hijos, de los logros que progresivamente fue adquiriendo en su trabajo y que disfruta de un domingo a la mañana de sol con su pareja, lo que tiempo atrás le hubiera creído algo imposible.
Al final de la reunión, un miembro con experiencia le da la bienvenida al recién llegado: le entrega un llavero blanco y le explica que es el color de la "rendición", que la sugerencia es "hacer 90 días, 90 reuniones" para adquirir el hábito de asistir a los encuentros, y que para eso no hay excusas. "Hay reuniones todos los días en distintos horarios y en diferentes puntos de la ciudad. Si pensamos en que muchas veces cruzábamos toda la ciudad para conseguir drogas, podemos hacer lo mismo para estar en una reunión" le dice. También le entrega varios folletos con información sobre Narcóticos Anónimos y uno de ellos tiene en el dorso los teléfonos de casi todos los compañeros.
El final conmueve hasta los huesos: "Espero que seas mi compañero, que sigas viniendo. Te doy este llavero y si querés te ofrezco un abrazo". Todos aplauden, se emocionan. Un recién llegado siempre es una bendición y la prueba de fe de que cada silla vacía que se coloca en medio de la ronda al final de cada reunión pidiendo "por el más importante, aquel que está por llegar", es un logro cumplido. Sólo por hoy.
Ser miembro de NA
El único requisito para ser miembro de NA es expresar el deseo de dejar de consumir. "No solamente dejar de hacerlo sino manifestarlo, rendirse, porque si no, el programa no te va a servir. Si un compañero tiene el deseo de dejar de consumir pero no puede y recae, nosotros le pedimos que siga viniendo, le agradecemos que esté y le damos un abrazo", resume Alberto, en lo que define a la confraternidad como una familia en la que, si bien las experiencias y las pérdidas a causa del consumo fueron diferentes, a todos los une ese único deseo: abandonar las drogas lo que a muchos, por años, les significaron pérdidas emocionales, afectivas y materiales.
"Sobre todo me perdí a mí mismo. Todas las cosas buenas vinieron por añadidura cuando entré en recuperación", cuenta Cristian que ya lleva 7 años sin consumo, y agrega: "En el último tiempo de mi carrera (como le llaman a la adicción activa) éramos solamente mi droga y yo. Vivía en la misma casa con mi hermano y él ni siquiera me hablaba. Hoy tengo una relación muy buena. Al principio no creía que yo estaba dejando las drogas pero a medida que empezó a ver mis cambios, que conseguí trabajo y vio que podía hablar (algo tan simple como eso), mi hermano cambió totalmente la mirada que tenía de mí y el vínculo se volvió a restablecer".
Una vez que entran en recuperación, de manera progresiva empiezan a ver los logros, a reconstruir parte de lo que perdieron y —dicen plenamente convencidos— que la adicción sólo conduce a tres lugares: la locura, la cárcel o la muerte.
Como el nombre del disco de Silvina Garré Creerás en milagros, las experiencias que se comparten en las reuniones de NA son impactantes y por momentos, increíbles. Quien escucha las vivencias pasadas y los cambios generados en la mayoría de las vidas de los miembros de NA que practican el programa, no tienen otra opción que creer. ¿El secreto? seguir asistiendo a las reuniones, practicar el programa de los 12 pasos, tener un padrino y hacer servicios dentro de la confraternidad.
"Está comprobado. Narcóticos Anónimos ha salvado millones de vidas en el mundo. En un terreno como las adicciones en que la que las noticias que se dan sobre el tema muestran un panorama desolador y sin salida, el hecho de que se puedan salvar vidas es un mensaje de esperanza", dice Alberto quien a fines de febrero pasado cumplió 7 años "limpio", como le llaman al tiempo que llevan sin consumir sustancias o alcohol. Porque para NA, las bebidas, los psicofármacos no recetados o el abuso de ellos, entre otras cosas que alteren o modifiquen el estado emocional y mental, también son consideradas drogas que pueden hacer perder ese precioso tiempo limpio.
La adicción como una enfermedad
"En Narcóticos Anónimos la adicción es una enfermedad crónica que no tiene cura pero que puede detenerse y, al hacerlo, mejora la calidad de vida de quien la padece", asegura Alberto quien después de llevar una vida que, según dice, se dividía entre los que pensaban y no pensaban como él: "En realidad creía que podía controlar mi adicción cuando en realidad era la enfermedad la que tenía el poder sobre mí".
"El programa de NA es un programa de pautas de vida. El principio es no drogarse, pero uno no puede quedarse sólo con eso porque como es una enfermedad obsesivo compulsiva, se seguirán teniendo comportamientos similares que se trasladan a la comida, al trabajo o a las relaciones. Lo que tengo que aprender entonces es a reconocer esos patrones y para eso tenemos un programa que nos ayuda a modificar las pautas de comportamiento. El programa de los 12 pasos".
Para Jorge, que recibió hace poco su llavero de "tiempo" (como se le llama a quien lleva muchos años libre de drogas y que en su caso son nada menos que 12), desde que comenzó a asistir a las reuniones de NA y a trabajar el programa y a escribir "los pasos" varias veces, su vida cambió radicalmente.
Llegó a su primera reunión como todos, agobiado, sin fuerzas ni esperanzas. Estudiaba el profesorado de Historia. Una tarde en el bar frente al instituto terciario vio pegado en la pared un cartel con un número de teléfono que decía "Si tus problemas son las drogas, podemos ayudarte". Anotó el número en su cuaderno. Al otro día volvió al café y ese papel ya no estaba, alguien lo había arrancado pero él sí lo tenía entre sus apuntes y así llegó a tocar la puerta como cualquier recién llegado.
"Con respecto a mi vida personal me llevó a un divorcio y varias separaciones. Mis parejas me tenían mucho cariño pero llegó un momento en que no toleraban la vida que yo llevaba. Con mis compañeros de trabajo y de estudio el contacto era el mínimo indispensable, salvo que ellos consumieran. Llegó un momento en que mis relaciones de todos los días eran con personas que consumían y así mis viejas amistades que estaban fuera de ese círculo se fueron alejando", contó. Hoy es un miembro respetado dentro y fuera de la confraternidad.
En primera persona
Gonzalo: "Llegué a las puertas de NA llevado por unos amigos que me veían muy mal. Empecé a consumir a los 13 años, primero los fines de semana, después empezó la etapa de los boliches y ya no eran sólo los fines de semana. Con el paso del tiempo, a partir de los 18 años, consumía casi todos los días. Cuando no tenía la droga sentía desesperación. En ese momento decía que lo controlaba, hasta que en un momento me encontré consumiendo todo el tiempo. Los últimos años de «carrera» era excesivo, estaba obsesionado por la sustancia, dominaba todos los aspectos de mi vida, tanto lo laboral como lo familiar y dejé de ver a mis amigos que no estaban en la misma que yo. Mis estados de ánimo cambiaban continuamente. El fondo lo toqué el día del cumpleaños de mi hijo. Yo había estado varios días sin dormir y —visto a la distancia — fue una vergüenza. Una pareja amiga me dijo a los pocos días de esa fiesta que mi estado era deplorable. Eso fue lo que me provocó el quiebre y el 20 de septiembre de 2016 decidí blanquear con mi esposa todo lo que había hecho y cosas del pasado que me causaban mucho dolor. Desde ese día no volví a consumir. Narcóticos Anónimos es hoy el pilar de mi vida, me hace ser la persona que soy ahora, conocí un lugar al que pertenecer, donde encontré esperanza y puedo abrirme y decir todas las cosas que siento y que por tantos años me hicieron daño. Encontré muchos compañeros que me ayudan, me apoyan y me brindan ese cariño que tanto me faltaba y que yo creía que se podía comprar con plata. El saber que tengo ese lugar en donde poder apoyarme me facilita la vida. Tan simple como eso. En mis tres primeras reuniones no pude parar de llorar, sentí mucha identificación con lo que compartían mis compañeros y pensaba que estaban hablando de mí, pero en realidad estaban contando la experiencia de su vida. Eso hizo que no me sintiera más solo.
En aquella primera reunión habría habido unas 24 personas y todas me abrazaron y me aferré a esos abrazos como nunca lo había hecho antes. Lo estoy contando y se me caen las lágrimas. Me dejé querer y de a poco empecé a quererme y a no dañarme. Si tengo que decir cómo y cuánto cambió mi vida en recuperación, fue más de un ciento por ciento. En los primeros tiempos valoraba el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena con mi familia. Luego el no mentir. La mentira ya no es parte de mi vida. Yo vivía en una rueda de mentiras que cada vez giraba más rápido, aunque esa honestidad, sin lugar a dudas, la aprendí con el programa de NA. Hoy puedo hacerme cargo de mi hijo, darle afecto a mi mujer y a mi viejo. Ser una persona responsable en mi trabajo, poder manejar mi economía de una manera organizada y estar en orden con la sociedad. Todo eso es lo que le compartiría a un recién llegado. A la semana de llegar, un compañero me dijo cómo me había cambiado el semblante y era cierto. Me sentía liviano, ya no estaba desesperado por conseguir esa droga que antes necesitaba para vivir".
Guille: "Yo estaba en una institución privada y un día Narcóticos Anónimos hizo un servicio de información donde yo estaba. Así fue que conocí los grupos. Empecé a consumir de muy chico, como la mayoría lo hice con bebidas alcohólicas. Después incorporé otras sustancias y paré a los 31 años. Hoy tengo 34. Para mí NA significa familia y amigos. Encontré gente que no consume y era lo que estaba buscando para mi vida porque todas mis ex amistades consumen y me sentí muy solo cuando quise cambiar. En mi primera reunión estaba algo nervioso pero desde que entré sentí un amor fraternal enorme. De hecho, cuando me recibieron, me dieron un abrazo y cuando terminó la reunión me dieron muchos abrazos y me dijeron que iban a quererme hasta que aprendiera a quererme yo mismo, entonces eso hizo que esa reunión fuera muy tranquila. Me dieron un llavero blanco y fue una sensación muy linda el haber recibido tanto cariño de gente que yo no conocía. Desde que estoy en recuperación mi vida es otra. No sufro más de trastornos de ansiedad, no consumo y el cambio fue del ciento por ciento, estoy con gente que me quiere, que me valora por lo que soy y no por lo que tengo. Cuido mi tiempo limpio que son dos años, un mes y 7 días, como si fuera oro. Es mi tesoro más preciado".
>>> Campaña de información pública 2018
Narcóticos Anónimos es una entidad sin fines de lucro que nace en 1953 en Los Angeles, California. Hoy existe en más de 140 países. Llegó a la Argentina en 1986 y diez años después a Rosario. Es una institución de adictos para adictos. Un grupo de personas que tienen como problema en común la adicción a las drogas y que se unen para transitarlo y superarlo. Es una entidad libre, confidencial y gratuita que fue declarada "distinguida" por el Concejo Municipal en 2016 con motivo de cumplirse sus 20 años de existencia en la ciudad. Desde fines de mayo hasta el 20 de octubre NA pondrá en marcha la séptima campaña anual de difusión con pegado de cartelería informativa en el transporte público de pasajeros, actividad que también fue declarada de interés municipal en 2011 como "Campaña libre y gratuita que ejecuta la confraternidad de Narcóticos Anónimos Area Rosario", una acción que se lleva a cabo anualmente y, con el objetivo de reforzar el mensaje de que se puede vivir sin consumir drogas, perder el deseo de consumirlas y cambiar de vida.
Contacto
De lunes a viernes de 9 a 18 teléfono: 0341-155795944
Horarios y lugares de reunión
LIBERTAD: Pellegrini 1561, de lunes a sábados de 19 a 21. Sólo viernes reunión abierta.
CAMBIAR PARA CRECER: Alberdi 580, lunes, miércoles y viernes de 20.30 a 22 y domingos de 10 a 11.30. Sólo lunes abierta al público.
CRECER: Pellegrini 1561, miércoles de 19 a 21 (formato para mujeres).
LOS PASOS: Viamonte 1585, martes, miércoles y jueves de 9 a 10 y sábados de 10 a 12. Reunión cerrada.
VIDA PLENA: Uriburu y Presidente Roca, martes y jueves de 19.30 a 21 y sábados de 20 a 21.30.
SOLO POR HOY: Juan Canals 740. Domingos de 10.30 a 12. Reunión cerrada.
VALOR PARA CAMBIAR: Hospital Carrasco (al lado de la guardia) Sala Dermatología. Martes, jueves y sábados de 19.30 a 21. Jueves abierta al público.
LAS 4 PLAZAS: Pettinari 6760, miércoles y viernes de 19.30 a 21. Domingos de 19.30 a 21, abierta al público.
VOLVER A EMPEZAR: Godoy y Pascual Rosas (oficina 27 primer piso), lunes, miércoles y viernes de 14 a 15.30. Lunes abierta al público.
LA MATERNIDAD: Auditorio "Casa de la salud" (ex Maternidad Martin), Moreno 960 PB. Martes de 14 a 15.30 y jueves de 14.30 a 16. Primer martes de cada mes abierta al público. ESPERANZA: Saavedra 2150, lunes y viernes de 20 a 21.30.
SI SE PUEDE: Rivarola 7190, lunes de 19 a 20.30 y sábados de 10 a 11.30.
FUNES: Avila 658, jueves de 19.30 a 21. Primer jueves del mes. Abierta al público.
SI NOS RECUPERAMOS: Villa Gobernador Gálvez, San Luis 2124, lunes de 18 a 19.
Nota Publicada en el Suplemento Màs Diario La Capital
Domingo 10 de Junio de 2018
Es viernes, el primer viernes de mayo. Poco antes de las siete de la tarde un hombre de pelo entrecano a quien todos más tarde lo llamarán afectuosamente doctor —tal vez porque es el que carga con más años— abre la puerta de madera de Pellegrini 1561 con una sonrisa que le ilumina la cara. Se lo ve feliz, radiante. Más tarde dirá que eso es sólo uno de los muchos logros de su recuperación después de llegar por primera vez a Narcóticos Anónimos, como todos, abatido y sin fuerzas para seguir. En ese lugar, que es su segunda casa, encontró un mensaje de esperanza. Para entrar hay que tocar dos timbres, dos pulsiones que para muchos serán el boleto de ida a una nueva vida, sin retorno a ese infierno llamado adicción.
Mientras en la calle los primeros fríos del otoño desguazan poco a poco las copas de los árboles que permanecen estáticos sobre la avenida, adentro, en uno de los salones, el calor de las personas que van llegando genera una suerte de microclima que hace que desaparezca la distancia entre la calle y la unidad que se forma en las reuniones del grupo Libertad de Narcóticos Anónimos. Esa misma sensación se percibe en otras reuniones abiertas como los lunes a la noche en Alberdi 580 o los jueves en Presidente Roca y Uriburu.
Cada viernes la cita en una de las salas de avenida Pellegrini permite que asistan personas que no están en recuperación. Es por eso que una joven que coordina el encuentro recuerda que "hoy es una reunión abierta". Sugiere que quien quiera preservar su anonimato no diga su nombre y que al referirse a otro de los asistentes los trate como "compañeros".
El salón se va llenando. Es como un aula con sillas escolares colocadas en hileras frente a una mesa que está de espalda a las ventanas. Contra las paredes también hay sillas vacías que de golpe se ocupan. "Ha llegado a haber hasta 60 personas", cuenta uno de los miembros.
Para pulsar esos dos timbres hay que tener coraje, valor para tomar una decisión que en la mayoría de los casos señala un camino que funciona. Valor, sí. Pero sobre todo humildad para aceptar y rendirse ante la adicción y admitirla como una enfermedad.
La puerta de NA "es ancha pero baja", como señala el escritor Pablo Ramos en su libro Hasta que puedas quererte solo. Esa imagen, la de la puerta, es la que usa el personaje principal de esa obra literaria —un hombre que por años renegó de su problema con las drogas y el alcohol y que se resistió a tocar esos dos timbres hasta que un día lo hizo— para significar la rendición, el agachar la cabeza para poder entrar y dar el primer paso y escuchar de los demás. "Acá te vamos a querer hasta que puedas quererte solo".
El recién llegado
Ese primer viernes de mayo golpeó la puerta "un recién llegado". Al ser una reunión abierta fue acompañado por su madre. Para los miembros de NA esa persona es la más importante de la reunión. Es por quien, al término de cada uno de los encuentros que se llevan a cabo todos los días en distintos horarios y puntos de la ciudad, se abrazan en una ronda con una silla vacía en el medio mientras alguien ofrece una oración. Antes pedirá "por todos los adictos que ya no están, por los que están sufriendo en las calles, en los hospitales, en las cárceles y por el más importante: por ese al que todavía no le llegó el mensaje, el que está por venir".
A esa persona que tiene el valor y la humildad a la vez para tocar la puerta de NA por primera, un compañero lo recibe afuera del salón y le explica, a grandes rasgos, de qué se trata. Todos los que tocan esos dos timbres lo hacen con una mezcla de desconsuelo, agobio, miedo y desesperación.
"Un antiguo miembro dijo una vez en una reunión: «Sisentís un nudo en el estómago, lo más probable es que no te hayas equivocado de sitio»".
"Solemos decir que nadie cruza las puertas de NA por error. Las personas que no son adictas no se pasan todo el día preguntándose si lo son", reza en uno de los folletos que se le entrega al final de la reunión al recién llegado.
Cuando hay un nuevo miembro en el grupo, el compartir de los asistentes es distintos. Todos parecen hablarle a él, contándoles sus experiencias y relatándole los logros de la recuperación.
Ese viernes una mujer comentó que había comenzado su "carrera" a los 16 o 17 años, que a los 21 fue madre y que a su hijo lo criaron los abuelos hasta que tuvo casi tres años. "Me conmueve mucho que esté tu mamá hoy con vos, agarrándote del brazo —compartió mientras se dirigía al joven que recién había llegado—. Durante 11 años yo no tuve prácticamente contacto con mis viejos porque ellos no me querían ni ver. Me daban a mi hijo como si fueran asistentes sociales, preguntándome a dónde lo llevaba, con quién y por cuántas horas. Si bien las cosas cambiaron cuando dejé de consumir, hay marcas que quedan pero que pueden sanar y es estando en esta silla".
Otro de los miembros, con varios años limpio, contó acerca del miedo que tenía de entrar a un baño (apenas ingresó a NA) ya que en los últimos tiempos ese espacio se había convertido para él en su lugar de consumo. Tuvo que "pedir ayuda" a otros compañeros para poder hacerlo y perder el temor. El mensaje fue, justamente, la importancia de "levantar el teléfono", dejar de lado la vergüenza, asumir la rendición a la enfermedad como tal y comprender, como dice la literatura de Narcóticos Anónimos, que "no existe mejor ayuda que la de un adicto para con otro adicto". Después, habló de la relación con sus hijos, de los logros que progresivamente fue adquiriendo en su trabajo y que disfruta de un domingo a la mañana de sol con su pareja, lo que tiempo atrás le hubiera creído algo imposible.
Al final de la reunión, un miembro con experiencia le da la bienvenida al recién llegado: le entrega un llavero blanco y le explica que es el color de la "rendición", que la sugerencia es "hacer 90 días, 90 reuniones" para adquirir el hábito de asistir a los encuentros, y que para eso no hay excusas. "Hay reuniones todos los días en distintos horarios y en diferentes puntos de la ciudad. Si pensamos en que muchas veces cruzábamos toda la ciudad para conseguir drogas, podemos hacer lo mismo para estar en una reunión" le dice. También le entrega varios folletos con información sobre Narcóticos Anónimos y uno de ellos tiene en el dorso los teléfonos de casi todos los compañeros.
El final conmueve hasta los huesos: "Espero que seas mi compañero, que sigas viniendo. Te doy este llavero y si querés te ofrezco un abrazo". Todos aplauden, se emocionan. Un recién llegado siempre es una bendición y la prueba de fe de que cada silla vacía que se coloca en medio de la ronda al final de cada reunión pidiendo "por el más importante, aquel que está por llegar", es un logro cumplido. Sólo por hoy.
Ser miembro de NA
El único requisito para ser miembro de NA es expresar el deseo de dejar de consumir. "No solamente dejar de hacerlo sino manifestarlo, rendirse, porque si no, el programa no te va a servir. Si un compañero tiene el deseo de dejar de consumir pero no puede y recae, nosotros le pedimos que siga viniendo, le agradecemos que esté y le damos un abrazo", resume Alberto, en lo que define a la confraternidad como una familia en la que, si bien las experiencias y las pérdidas a causa del consumo fueron diferentes, a todos los une ese único deseo: abandonar las drogas lo que a muchos, por años, les significaron pérdidas emocionales, afectivas y materiales.
"Sobre todo me perdí a mí mismo. Todas las cosas buenas vinieron por añadidura cuando entré en recuperación", cuenta Cristian que ya lleva 7 años sin consumo, y agrega: "En el último tiempo de mi carrera (como le llaman a la adicción activa) éramos solamente mi droga y yo. Vivía en la misma casa con mi hermano y él ni siquiera me hablaba. Hoy tengo una relación muy buena. Al principio no creía que yo estaba dejando las drogas pero a medida que empezó a ver mis cambios, que conseguí trabajo y vio que podía hablar (algo tan simple como eso), mi hermano cambió totalmente la mirada que tenía de mí y el vínculo se volvió a restablecer".
Una vez que entran en recuperación, de manera progresiva empiezan a ver los logros, a reconstruir parte de lo que perdieron y —dicen plenamente convencidos— que la adicción sólo conduce a tres lugares: la locura, la cárcel o la muerte.
Como el nombre del disco de Silvina Garré Creerás en milagros, las experiencias que se comparten en las reuniones de NA son impactantes y por momentos, increíbles. Quien escucha las vivencias pasadas y los cambios generados en la mayoría de las vidas de los miembros de NA que practican el programa, no tienen otra opción que creer. ¿El secreto? seguir asistiendo a las reuniones, practicar el programa de los 12 pasos, tener un padrino y hacer servicios dentro de la confraternidad.
"Está comprobado. Narcóticos Anónimos ha salvado millones de vidas en el mundo. En un terreno como las adicciones en que la que las noticias que se dan sobre el tema muestran un panorama desolador y sin salida, el hecho de que se puedan salvar vidas es un mensaje de esperanza", dice Alberto quien a fines de febrero pasado cumplió 7 años "limpio", como le llaman al tiempo que llevan sin consumir sustancias o alcohol. Porque para NA, las bebidas, los psicofármacos no recetados o el abuso de ellos, entre otras cosas que alteren o modifiquen el estado emocional y mental, también son consideradas drogas que pueden hacer perder ese precioso tiempo limpio.
La adicción como una enfermedad
"En Narcóticos Anónimos la adicción es una enfermedad crónica que no tiene cura pero que puede detenerse y, al hacerlo, mejora la calidad de vida de quien la padece", asegura Alberto quien después de llevar una vida que, según dice, se dividía entre los que pensaban y no pensaban como él: "En realidad creía que podía controlar mi adicción cuando en realidad era la enfermedad la que tenía el poder sobre mí".
"El programa de NA es un programa de pautas de vida. El principio es no drogarse, pero uno no puede quedarse sólo con eso porque como es una enfermedad obsesivo compulsiva, se seguirán teniendo comportamientos similares que se trasladan a la comida, al trabajo o a las relaciones. Lo que tengo que aprender entonces es a reconocer esos patrones y para eso tenemos un programa que nos ayuda a modificar las pautas de comportamiento. El programa de los 12 pasos".
Para Jorge, que recibió hace poco su llavero de "tiempo" (como se le llama a quien lleva muchos años libre de drogas y que en su caso son nada menos que 12), desde que comenzó a asistir a las reuniones de NA y a trabajar el programa y a escribir "los pasos" varias veces, su vida cambió radicalmente.
Llegó a su primera reunión como todos, agobiado, sin fuerzas ni esperanzas. Estudiaba el profesorado de Historia. Una tarde en el bar frente al instituto terciario vio pegado en la pared un cartel con un número de teléfono que decía "Si tus problemas son las drogas, podemos ayudarte". Anotó el número en su cuaderno. Al otro día volvió al café y ese papel ya no estaba, alguien lo había arrancado pero él sí lo tenía entre sus apuntes y así llegó a tocar la puerta como cualquier recién llegado.
"Con respecto a mi vida personal me llevó a un divorcio y varias separaciones. Mis parejas me tenían mucho cariño pero llegó un momento en que no toleraban la vida que yo llevaba. Con mis compañeros de trabajo y de estudio el contacto era el mínimo indispensable, salvo que ellos consumieran. Llegó un momento en que mis relaciones de todos los días eran con personas que consumían y así mis viejas amistades que estaban fuera de ese círculo se fueron alejando", contó. Hoy es un miembro respetado dentro y fuera de la confraternidad.
En primera persona
Gonzalo: "Llegué a las puertas de NA llevado por unos amigos que me veían muy mal. Empecé a consumir a los 13 años, primero los fines de semana, después empezó la etapa de los boliches y ya no eran sólo los fines de semana. Con el paso del tiempo, a partir de los 18 años, consumía casi todos los días. Cuando no tenía la droga sentía desesperación. En ese momento decía que lo controlaba, hasta que en un momento me encontré consumiendo todo el tiempo. Los últimos años de «carrera» era excesivo, estaba obsesionado por la sustancia, dominaba todos los aspectos de mi vida, tanto lo laboral como lo familiar y dejé de ver a mis amigos que no estaban en la misma que yo. Mis estados de ánimo cambiaban continuamente. El fondo lo toqué el día del cumpleaños de mi hijo. Yo había estado varios días sin dormir y —visto a la distancia — fue una vergüenza. Una pareja amiga me dijo a los pocos días de esa fiesta que mi estado era deplorable. Eso fue lo que me provocó el quiebre y el 20 de septiembre de 2016 decidí blanquear con mi esposa todo lo que había hecho y cosas del pasado que me causaban mucho dolor. Desde ese día no volví a consumir. Narcóticos Anónimos es hoy el pilar de mi vida, me hace ser la persona que soy ahora, conocí un lugar al que pertenecer, donde encontré esperanza y puedo abrirme y decir todas las cosas que siento y que por tantos años me hicieron daño. Encontré muchos compañeros que me ayudan, me apoyan y me brindan ese cariño que tanto me faltaba y que yo creía que se podía comprar con plata. El saber que tengo ese lugar en donde poder apoyarme me facilita la vida. Tan simple como eso. En mis tres primeras reuniones no pude parar de llorar, sentí mucha identificación con lo que compartían mis compañeros y pensaba que estaban hablando de mí, pero en realidad estaban contando la experiencia de su vida. Eso hizo que no me sintiera más solo.
En aquella primera reunión habría habido unas 24 personas y todas me abrazaron y me aferré a esos abrazos como nunca lo había hecho antes. Lo estoy contando y se me caen las lágrimas. Me dejé querer y de a poco empecé a quererme y a no dañarme. Si tengo que decir cómo y cuánto cambió mi vida en recuperación, fue más de un ciento por ciento. En los primeros tiempos valoraba el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena con mi familia. Luego el no mentir. La mentira ya no es parte de mi vida. Yo vivía en una rueda de mentiras que cada vez giraba más rápido, aunque esa honestidad, sin lugar a dudas, la aprendí con el programa de NA. Hoy puedo hacerme cargo de mi hijo, darle afecto a mi mujer y a mi viejo. Ser una persona responsable en mi trabajo, poder manejar mi economía de una manera organizada y estar en orden con la sociedad. Todo eso es lo que le compartiría a un recién llegado. A la semana de llegar, un compañero me dijo cómo me había cambiado el semblante y era cierto. Me sentía liviano, ya no estaba desesperado por conseguir esa droga que antes necesitaba para vivir".
Guille: "Yo estaba en una institución privada y un día Narcóticos Anónimos hizo un servicio de información donde yo estaba. Así fue que conocí los grupos. Empecé a consumir de muy chico, como la mayoría lo hice con bebidas alcohólicas. Después incorporé otras sustancias y paré a los 31 años. Hoy tengo 34. Para mí NA significa familia y amigos. Encontré gente que no consume y era lo que estaba buscando para mi vida porque todas mis ex amistades consumen y me sentí muy solo cuando quise cambiar. En mi primera reunión estaba algo nervioso pero desde que entré sentí un amor fraternal enorme. De hecho, cuando me recibieron, me dieron un abrazo y cuando terminó la reunión me dieron muchos abrazos y me dijeron que iban a quererme hasta que aprendiera a quererme yo mismo, entonces eso hizo que esa reunión fuera muy tranquila. Me dieron un llavero blanco y fue una sensación muy linda el haber recibido tanto cariño de gente que yo no conocía. Desde que estoy en recuperación mi vida es otra. No sufro más de trastornos de ansiedad, no consumo y el cambio fue del ciento por ciento, estoy con gente que me quiere, que me valora por lo que soy y no por lo que tengo. Cuido mi tiempo limpio que son dos años, un mes y 7 días, como si fuera oro. Es mi tesoro más preciado".
>>> Campaña de información pública 2018
Narcóticos Anónimos es una entidad sin fines de lucro que nace en 1953 en Los Angeles, California. Hoy existe en más de 140 países. Llegó a la Argentina en 1986 y diez años después a Rosario. Es una institución de adictos para adictos. Un grupo de personas que tienen como problema en común la adicción a las drogas y que se unen para transitarlo y superarlo. Es una entidad libre, confidencial y gratuita que fue declarada "distinguida" por el Concejo Municipal en 2016 con motivo de cumplirse sus 20 años de existencia en la ciudad. Desde fines de mayo hasta el 20 de octubre NA pondrá en marcha la séptima campaña anual de difusión con pegado de cartelería informativa en el transporte público de pasajeros, actividad que también fue declarada de interés municipal en 2011 como "Campaña libre y gratuita que ejecuta la confraternidad de Narcóticos Anónimos Area Rosario", una acción que se lleva a cabo anualmente y, con el objetivo de reforzar el mensaje de que se puede vivir sin consumir drogas, perder el deseo de consumirlas y cambiar de vida.
Contacto
De lunes a viernes de 9 a 18 teléfono: 0341-155795944
Horarios y lugares de reunión
LIBERTAD: Pellegrini 1561, de lunes a sábados de 19 a 21. Sólo viernes reunión abierta.
CAMBIAR PARA CRECER: Alberdi 580, lunes, miércoles y viernes de 20.30 a 22 y domingos de 10 a 11.30. Sólo lunes abierta al público.
CRECER: Pellegrini 1561, miércoles de 19 a 21 (formato para mujeres).
LOS PASOS: Viamonte 1585, martes, miércoles y jueves de 9 a 10 y sábados de 10 a 12. Reunión cerrada.
VIDA PLENA: Uriburu y Presidente Roca, martes y jueves de 19.30 a 21 y sábados de 20 a 21.30.
SOLO POR HOY: Juan Canals 740. Domingos de 10.30 a 12. Reunión cerrada.
VALOR PARA CAMBIAR: Hospital Carrasco (al lado de la guardia) Sala Dermatología. Martes, jueves y sábados de 19.30 a 21. Jueves abierta al público.
LAS 4 PLAZAS: Pettinari 6760, miércoles y viernes de 19.30 a 21. Domingos de 19.30 a 21, abierta al público.
VOLVER A EMPEZAR: Godoy y Pascual Rosas (oficina 27 primer piso), lunes, miércoles y viernes de 14 a 15.30. Lunes abierta al público.
LA MATERNIDAD: Auditorio "Casa de la salud" (ex Maternidad Martin), Moreno 960 PB. Martes de 14 a 15.30 y jueves de 14.30 a 16. Primer martes de cada mes abierta al público. ESPERANZA: Saavedra 2150, lunes y viernes de 20 a 21.30.
SI SE PUEDE: Rivarola 7190, lunes de 19 a 20.30 y sábados de 10 a 11.30.
FUNES: Avila 658, jueves de 19.30 a 21. Primer jueves del mes. Abierta al público.
SI NOS RECUPERAMOS: Villa Gobernador Gálvez, San Luis 2124, lunes de 18 a 19.
Nota Publicada en el Suplemento Màs Diario La Capital
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