José Pablo Feimann y Horacio Goznález |
—¿Cómo surge este libro?
—(JPF) La idea fue de los dos y surgió por una charla que tuvimos en canal 7 a la que titularon “Debate”, para venderla mejor. Porque hoy en día si algo no es debate, discusión o asesinato no vende, aunque todavía no llegamos al último (risas). Salió muy cálido ese programa, claro, es que hace 40 años que nos conocemos. Después de eso Ignacio Iraola y Paula Pérez Alonso, de editorial Planeta, decidieron hacer un libro pero basado en conversaciones. Para eso contrataron a Héctor Pavón, un periodista excelente de Clarín y nos juntamos algo así como 22 horas, algunas veces en mi casa y otras en la Biblioteca Nacional.
—¿Se sintieron intimidados por la presencia del periodista?
—(HG) No, por el contrario, porque ya sea que fuera una presencia más plena o fuera una presencia como lo fue, más sutil, de las dos formas a mí no me hubiera incomodado para nada. Es un libro extraño que sólo se puede hacer teniendo un compromiso previo común, una historia con cercanías y lejanías y un afecto que permanece a lo largo del tiempo, tal como uno cree que son los afectos: entre la melancolía y cierta resistencia a las formas torpes de la modernidad y al mismo tiempo aceptando que el mundo tiene un espacio de calidez en la amistad que creo que permitió hacer el libro. Al principio pensamos en escribir un libro llamado La condición humana y creo que era como una locura (risas).
—(JPF) Serían 20 tomos…
—(HG) A mí no me disgustaría retomar, aunque sea como utopía, eso de “La condición humana”. Hay grandes libros recordables, de grandes autores, con ese título. Si se me perdona esa petulancia a mí me gustaría usar ese título para otro libro.
—Y a usted Feinman, ¿le gustaría haber agregado o cambiado algo?
—(JPF) Otra cosa que se me ocurre es incluir a alguien, no a cualquier persona, a alguien que yo admiro mucho pero que sin duda ahora discutiríamos y que sería Eduardo Grüner. Sería lindo hacerlo con él porque es un tipo realmente muy formado que ha escrito al menos dos libros: El fin de las pequeñas historias y La oscuridad y la razón, este último, sobre la revolución de Haití que es un librazo. Aunque últimamente Eduardo cambió algunas ideas, yo no estoy de acuerdo con el lugar en el que está, pero no con él en sí. Digamos, si él tuviera esas ideas solo sería mejor pero bueno, decidió tenerlas en un encuadramiento político.
—¿Quedaron conformes con la edición?
—(HG) Un libro de este tipo supone distintos problemas y uno de ellos es, justamente, la desgrabación, que implica, además, tener que tomar una decisión sobre ella. En este caso, el periodista hizo muy pequeñas y oportunas intervenciones en la edición. Eventualmente, una desgrabación literal hubiera incluido los deshechos de la conversación que, si bien pueden ser interesantes, harían infernal la lectura de un libro. La tarea de extirpar ciertos detritos que tiene una conversación en un estado físico brutal es una tarea muy interesante y eso creo que lo hizo Pavón de una manera muy delicada. Cualquier tipo de redacción exige una catarsis, una depuración de la pasión interna de una conversación y el trabajo del periodista me gustó mucho porque está muy poco intervenido.
—Feinmann, en el libro cuenta que empezó a escribir novelas pornográficas siendo un adolescente…
—(JPF) Hacia fines de los 50 yo tenía alrededor de 13 años y entonces venía el cine europeo pero prohibido para menores de 18. Allí podía aparecer alguna mujer desnuda pero en el norteamericano no, porque todavía estaba muy vigente el Código Hays. Marilyn (Monroe) no se desnudaba en ninguna película y tampoco lo hacían ninguna de las actrices que a mí me gustaban. El material erótico era muy pobre y así creé mi propio universo erótico. Yo siempre hago un chiste y es que nosotros nos masturbábamos con la foto de Gabriela Mistral (risas). Playboy no llegaba ¡Qué país de mierda que no llegaba Playboy! Esas revistas entraron acá por primera vez con Cámpora y ese fue uno de los grandes logros de Cámpora. Entró también Último tango en París, era la democracia. También veía mucho film noir, aunque no sabía que estaba viendo film noir. Los western me gustaban mucho y tenía algunos actores favoritos. Llevaba un álbum de cine y a cada película que veía le pegaba el aviso que había salido en el diario y la comentaba. Yo era el crítico de cine. Además, le ponía pesas. Cinco kilos era lo máximo, dibujaba las pesitas y también las escenas de la película, porque había estudiado dibujo.
—Respecto de los medios de comunicación, en su tesis sobre el sujeto comunicacional dice que el consumidor de información construye su realidad en función de lo que le muestran…
—(JPF) La escribí hace varios años y ahora la voy a publicar en un libro. Siempre va a haber tantas verdades e interpretaciones como medios hayan llegado. Por ejemplo, sobre la tragedia en Rosario, más de un medio le va a echar la culpa al sujeto político que quiera denigrar.
—¿Hay miras de que cambie esa cultura del consumo de la violencia y la agresión?
—(JPF) Va en aumento. Creo que va a ser muy difícil cambiar al periodismo. En España pusieron una foto de Chávez muerto antes de que muriera y me recordó a esa frase de Nietzsche que a algunos les disgusta tanto: “No hay hechos, hay interpretaciones”. Está bien, pero para que haya interpretaciones tiene que haber hechos, no una noticia sin ninguna facticidad que es la mentira total, como el caso de la foto de Chávez que ni siquiera es una interpretación del hecho sino una interpretación sin hecho, algo demencial, un periodismo cegado claramente por el odio. En Página 12, por ejemplo, hay críticas pero no hay odio ni agravios, pero un diario como La Nación, que saca un artículo que compara a este gobierno con 1933 cuando asume Hitler, eso es un insulto.
—(HG) Los medios tienen una elevada capacidad de supresión y eso está producido, en parte, por una tecnología sofisticada, una forma de montaje y edición que es un lugar misterioso en donde se combinan los hechos pero aparece un elemento que ya no son los hechos tal cual como sucedieron. La pérdida de la noción del hecho sucedido es compleja porque evidentemente las interpretaciones hacen a todos los hechos diferentes, pero al perder la civilización la noción de los hechos sucedidos se pierde la idea de objetividad, que también es compleja, y al perderse eso las estructuras de comunicación mundial están obligadas a actuar en función de esa supresión de los hechos y se convierten en el gobierno mundial de la subjetividad.
—Usted González ha dicho en alguna oportunidad que los medios de comunicación siempre jugaron un papel fundamental en la construcción de la identidad colectiva, pero dadas las condiciones actuales eso es complejo…
—(HG) Los grandes medios escritos actuales tienen su correlato con internet, la televisión o la telefonía y suponen algo que aún no vemos con claridad, un tipo de conciencia colectiva que se está construyendo y hay un rasgo antiintelectual muy evidente. La idea del entretenimiento, además, ya no es una idea vinculada a lo lúdico sino a lo siniestro. La pérdida de las lenguas nacionales vulneradas por las estructuras tecnológicas llegará tal vez a formas de vigilancia, de manipulación del consumo que detecte al consumidor con un simple clic en la computadora, lo que es pavoroso. Pero es posible llegar a no ser el consumidor de una mercancía sino la mercancía que algún otro consume. Y a esa estructura, no sé cómo llamarla… ¿Vos, José, cómo la llamaste?
—(JPF) Big Brother panóptico.
Nota publicada en el diario El Ciudadano.