Adeptos para la causa
El otro, hombre o mujer, siempre muerto de miedo, terminaba
por cometer un error en la huida. Al toro sólo le restaba acorralarlo contra
una encina o contra el suelo mirándole fijamente, exhibiendo sus cuernos
afilados y sus más de quinientos kilos para rematar la faena: lamerle el rostro
como un perrito y darse la vuelta para irse con dignidad, demostrando una vez
más cuál era la verdadera diferencia entre ellos. Invariablemente, a todos se
les abrían los ojos.
La paradoja de Catrina
El otro, hombre o mujer, siempre muerto: yo, a mi pesar,
siempre viva. Así acaba cada encuentro, cada duelo, cada enfrentamiento. No hay
manera. Da igual que vaya a pecho descubierto, desarmada, que no mueva ni un hueso
o que me ponga en la trayectoria de su pistola, su vehículo, su enfermedad o su
mirada. En cuanto me ven, se les para el corazón, dejan de respirar y abandonan
este mundo. Estoy harta de no tener amigos, de estar tan sola, de infundir
terror: yo solo quiero morirme, como los demás.
Mentes simples
“El otro, hombre o mujer, siempre muerto de envidia, cae en
la actitud pueril de criticar sin piedad mientras trata, inconscientemente y
con desesperación, de imitar sus gestos, sus actos o su modo de ser. La
admiración mesurada no existe para ellos: consideran enemigo a cualquiera que
pueda hacer que sus vidas parezcan más vulgares y tristes, aún, de lo que son.”
Empezó a cocinarse la demostración de su teoría con el hervor
de murmullos indignados. El primer tomate sobre su traje perfecto la corroboró.
Desconcertados por la sonrisa irónica que mostró al auditorio, muchos empezaron
también a sonreír sin saber muy bien por qué.
Relatos presentados a la semana 11 de la X Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )