Ahora que el otoño empieza a trasnochar, las hojas doradas se abalanzan y chocan en mi cara siguiendo el abandono del viejo candil. Cediendo la resistencia al descontrolado calor de la calle, algo conserva la hoja de ruta del nuevo tiempo: sin llegar a sentirlo, el relente de las horas mas oscuras aterriza siempre lento entre nuevos caracteres escritos en línea recta. Es difícil no volver a las letras y símbolos de siempre, pero la fuerza de las palabras se deletrean en los árboles semidesnudos que el amarillento entretiempo menudea con sus pinceladas. Aquí estoy, a deshora, aspirando a rellenar en estas rayas, una ristra trenzada de palabras con las que manifestar mi deseo laborioso y tenaz de recoger las hojas caídas y tejer sinuosas elevaciones en este relieve repleto de curvas, elevaciones y depresiones.
La vida se escribe con la savia de los árboles.
La muerte se lee en su hojas amarillentas.
La muerte se lee en su hojas amarillentas.
José Miguel Millán