La sentencia era firme: "juegas a ser lo que no eres o al menos a hacer cosas que esperan un reconocimiento". Todo empezó cuando estrenó una nueva costumbre, la de visitar sitios de moda solo para dejarse ver colgando post con palabras y fotos que le gustaban, abriendo cuentas en diferentes redes sociales con la sonrisa más amplia y gastando los tacones más altos y los zapatos más incómodos. Sin normas que seguir, practicaba sobre todos los temas, asuntos y cuestiones, se consideraba un espíritu libre escribiendo acerca de todo lo que encontraba a su paso. Tenía un código propio donde la palabrería, difícil de entender, predominaba como el color rosa en Picasso puesto que estaba convencida de que la verdad nunca se sabe e incluso, se permitía deformar la realidad. No llegó a confirmar la clave pero se aproximó al asegurar que trataba de sorprender a las personas que admiraba, exteriorizando cuales eran los principios y razones en los que creía. Se acomodó a los sordos aplausos vaciados entre palabras y comentarios. Y mientras, buscaba frases de forma desclavadas y sueltas, de uso inusual al tiempo que auscultaba las cavidades de las palabras y enunciados. Pero para ella, todo era más sencillo de lo que simulaba: rebuscaba adentrarse en un lenguaje colorido, sin concierto, hallando la osadía necesaria para presentarse delante de los demás...
Primero se quedó acostado pensando durante –más o menos– unas cuatro horas en las tonterías que el azar lleva y trae: lo pasado que empata con lo presente, o que se deslinda: ¡a fuerzas!, tal vez, y luego, como a eso de las seis de la tarde, se le cerraron los ojos a ese que nunca se había dormido tan de cabeceo recio: por mor de una evasión llena de anécdotas casi infantiles. Durmió doce horas seguidas: ah. Salir de la casa amarilla para ir de nuevo a zamparse unas seis gorditas. Lo malo: no abrían tan temprano el restaurante típico.
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A la vista
por Daniel Sada