miércoles, 23 de agosto de 2017

CONQUE: una gran experiencia


Por Raúl Humberto Pérez Navarrete

En 1996 yo tenía 13 años y me encantaban los cómics. Ese año Stan Lee visitó México para acudir a la tercera edición de la CONQUE, la primera gran convención de historietas realizada en nuestro país. No sé si en ese momento tuve noticias del evento, pero conservo en la memoria que ese hecho me resultaba lejano en el tiempo y en el espacio. En el verano de ese mismo año me mudé del municipio de Panabá a la ciudad de Mérida; eso significó que pude adquirir cómics con mayor facilidad, así como compartir mi afición con otras personas (una minoría, pero admiradores de las mismas “cosas raras” que a mí me gustaban). Era una época en la que disfrutar de los videojuegos e historietas sencillamente no era cool.

Cuando en el 2001 se realizó la última edición de la CONQUE, en la industria cinematográfica se había sembrado ya un renovado interés por el subgénero de los superhéroes con el estreno en 1998 de Blade y, sobre todo, con la llegada a la pantalla grande de X-Men, dirigida por Bryan Singer, en el año 2000. El mundo de las historietas -y del entretenimiento en general- estaba a punto de transformarse en lo que ahora conocemos: antes de ser adquirida por The Walt Disney Company en 2009, Marvel comics había ganado casi 900 millones de dólares tan sólo con tres películas (X-Men, Spider-Man y Iron-Man); en la industria de los videojuegos, la guerra de las consolas se intensificó en un lustro con el ingreso de un nuevo competidor: Xbox, de la empresa Microsoft en 2001, y la llegada al mercado de la Nintendo Wii en 2006. Cuando en el año 2012 Disney compró Lucasfilm, se habían estrenado con éxito las precuelas de Star Wars (entre 1999 y 2005), así como las adaptaciones cinematográficas de la trilogía de El señor de los anillos (2001 a 2003), y de las populares novelas de Harry Potter (2001 a 2011). Los principales fandoms se habían establecido o, en su caso, consolidado.

Este es el contexto en el que nuevamente se realiza una edición de la CONQUE. Ser un geek o un nerd es ahora cool gracias, en parte, al cine: hay seguidores de Harry Potter y Iron-Man que nunca han leído una novela de J.K. Rowling o un cómic escrito por Brian Michael Bendis, y tampoco parece interesarles. Hay muchas formas de ser fan.

Una gran experiencia…

Una de las primeras declaraciones del fundador de la CONQUE, Luis Gantús, fue sobre el objetivo que buscaba esta nueva edición: “la CONQUE es una experiencia”, es un encuentro del público con los artistas y creadores de aquello que dicho público disfruta. Ese fue precisamente el espíritu detrás de la primera edición: un día de diciembre de 1993 Gantús vio en casa de Martín Arceo una ilustración de Groo realizada por Sergio Aragonés; debajo de la firma del artista admirado por Luis se leía “S. Diego 89” (en referencia a la COMIC CON de San Diego realizada 4 años antes). “¿Por qué no hay una convención de cómics en México?”, preguntó el joven de 19 años a su anfitrión. Los siguientes 45 minutos, según narra Gantús, los dedicó Martín Arceo a darle razones de por qué no era posible hacer algo así en nuestro país. Gracias a la obstinación de Gantus y a su deseo de conocer a Sergio Aragonés –además de los contactos de Arceo-, la primera CONQUE se celebró en el Polifórum Siqueiros de la ciudad de México del 26 al 28 de julio de 1994. El legendario dibujante de la revista Mad y creador de Groo fue uno de los invitados principales.

Un gran negocio

Compré mi entrada a la CONQUE el mismo día que los boletos estuvieron a la venta. La cita era en la ciudad de Querétaro los días 5, 6 y 7 de mayo del 2017. No sólo se trataba de un evento que contaría con la presencia de Stan Lee, uno de los guionistas más importante de la historieta sino que, además, su visita se enmarcaba en una convención que buscaba rivalizar con la COMIC CON de San Diego que año con año convoca a público y a empresas del entretenimiento por igual. No en vano los organizadores declararon que se buscaba que la CONQUE se convirtiera en el “centro de gravedad de cómics y entretenimiento en América Latina”. Además de escritores y dibujantes del cómic como Jimmy Palmiotti, J. Scott Campbell y Arthur Adams, se anunció igualmente la presencia de Jorge R. Gutiérrez, director de la cinta animada El libro de la vida, y del guionista y productor Kirk Tatcher, desarrollador de la serie de TV Dinosaurios. Empresas como Hasbro, Disney y Sony tendrían presencia a través de stands y eventos. En el último piso del centro de convenciones, firmas de autógrafos, torneo de videojuegos, talleres de animación y dibujo, y presentaciones de películas y cortometrajes. En el Teatro metropolitano, “el equivalente al salón H de la COMIC CON”, conferencias a cargo de los invitados estrella.




No podía dejar pasar semejante oportunidad. Como dije, compré los boletos para los tres días del evento pero -a falta de dinero- tuve que esperar algunas semanas para adquirir uno de los paquetes para estar cerca de Stan Lee. El “desayuno con Stan Lee” fue el primero en agotarse; le siguieron el de la “fotografía con Stan”. El paquete que incluía un lugar en una de las primeras filas en el teatro estaba lejos de mis posibilidades y sólo alcancé el paquete “autógrafo” el domingo 7 de mayo al mediodía. Al final fue lo mejor. Viajé el viernes 5 y durante el trayecto tachaba mentalmente los eventos de esa mañana a los que no asistiría: “Firma de autógrafos de Mark Waid y Humberto Ramos”.  “Firma de autógrafos de Arthur Adams” tampoco. “Conferencia de J. Scott Campbell” ni pensarlo… Llegué a la ciudad de Querétaro a la hora programada. Casi una hora y media más tarde me encontraba en el centro de congresos. No había fila para entrar, eran casi las 3 de la tarde; el evento había empezado a las 10:30 de la mañana. El nombre de la ciudad, formado por grandes letras coloridas, se encontraba al fondo del espacio que dividía el Teatro metropolitano del edificio que albergaba talleres, artistas y stands. Por fin el croquis compartido por los organizadores tenía sentido. Avancé entre la gente que iba y venía o que se aglomeraba para admirar a una imponente aunque a la vez desangelada réplica de Optimus Prime. El ingreso al salón principal también fue un poco anticlimático: stands y una multitud –que muy poco se compararía a la de los días siguientes- se interponían a la vista (creo que el primer espacio que reconocí fue el ocupado por Sanborns). Curiosamente, lo que menos me interesaba era comprar cómics. Además de Stan Lee, deseaba conocer a los otros artistas invitados.

La COMIC CON se ha convertido en una pasarela de actores del cine y la televisión. Youtubers como Paola del Castillo y Andrés Navy dan cuenta de las vallas humanas entre las que caminan los histriones que dan vida a los personajes de los programas y películas de moda. Pareciera que los dibujantes y guionistas no importan. Es así que junto a los nombres de Jim Lee, Grant Morrison o Tony Dezuniga, aparecen los de las estrellas de Game of Thrones o The Walking dead. Antes solía decir que los estudios de Hollywood secuestraron a la convención de historietas más grande del mundo. Ahora pienso que es el entretenimiento el que está cambiando: libros, cómics, videojuegos, películas, series de televisión e internet son una misma cosa al compartir personajes y arquetipos; los mismos géneros, las mismas franquicias. Spider-Man, Buzz Lightyear, Jack Sparrow y Darth Vader pertenecen ahora al mismo dueño.

Una réplica de El “Rayo” McQueen y una pantalla gigante que repetía sin cesar los trailers de Justice League y Wonder Woman eran un recordatorio de todo lo anterior en medio de aquel mar de gente.

A las 3:36 de la tarde tomé mi primera fotografía del evento: la réplica del protagonista de la serie Cars de Pixar (las películas que menos me agradan del estudio encabezado por John Lasseter). Me dirigí después al fondo del salón ignorando cómics, figuras y a un par de cosplayers; buscaba “san Garabato”, el artist alley de la CONQUE, llamado así en homenaje a Rius. Gantús había anunciado que los artistas internacionales como Adams, Tatcher y Agnes Garbowska estarían junto a ilustradores, moneros y comiqueros mexicanos como Édgar Clément, José Hernández, Bachan y Raúl Treviño. Al llegar finalmente, me sorprendió la cantidad de artistas mexicanos que se dedican hoy día al cómic, a la caricatura política y al diseño. Si en la primera CONQUE se contó con la presencia de Toño Gutiérrez y Yolanda Vargas Dulché (creadores de Lágrimas y risas), en el 2017 se podía apreciar la poesía oscura de Alejandra Gámez, la irreverencia de Sergio Neri, y la ácida crítica social de Ricardo Cucamonga.

Hay tantas cosas que desconozco del cómic, y uno de esos aspectos es precisamente la historia del cómic nacional. En parte culpo a la distancia que separa la ciudad de Mérida del monopolio cultural que mantuvo durante muchos años la capital del país. Ahora, con la ayuda de Internet, no hay pretexto. Al menos en parte. Hay información dispersa en artículos y blogs como que los cuentan la sombría caída de Editorial Vid o la extraña historia que rodea a Ka-Boom! estudio y a Óscar González Loyo; hay entrevistas a algunos creadores, cuentas en Deviantart y páginas personales; existen podcast como Los Forasteros (en donde participan Humberto Ramos, Edgar Clément, Leonardo Olea, Óscar Pinto y, hasta hace pocas semanas, Luis Gantús). Fue hasta que adquirí el libro de este último, La increíble y triste historia de la cándida historieta y la industria desalmada, que obtuve un documento que consignaba los momentos tragicómicos del cómic mexicano. Durante los meses previos a la convención, los organizadores editaron la revista de la CONQUE que contaba con artículos, cómics y galerías de los artistas mexicanos que participarían en el evento. Fue un escaparate para todos aquellos que desconocemos los que se realiza tanto dentro como fuera de nuestro país. El cómic mexicano y sus protagonistas del 2017 son muy distintos al de hace 20 o 30 años: artistas como Tony Sandoval trabajan en Europa mientras que Paco Medina y Carlo Barberi (así como muchos otros), colaboran con Marvel Comics desde hace varios años. Los superhéroes son sólo una parte de este panorama.

Fue precisamente uno de los pioneros en incursionar en el mercado estadounidense el primer artista que encontré en san Garabato: Óscar Pinto, junto a Ramos y al novelista Francisco Haghenbeck, creador de la serie de vampiros Crimson, publicada por Cliffhanger en 1998. Conozco a Pinto por el podcast en el que semanalmente participa, así como por las publicaciones que hace en Facebook. Lo saludé, miré el material que llevó, y platicamos unos minutos. Nos despedimos y seguí caminando prometiendo volver más tarde. Un par de mesas atrás vi a Sergio Aragonés sonriendo y conversando con la gente frente a él. Aragonés, el dibujante de la revista Mad cuyos números de principios de los años 70 descubrí en una caja guardada en un rincón de mi casa; Aragonés, el artista que dibujó en los bordes de las viñetas de la célebre revista satírica porque no había espacio; Aragonés, el primer mexicano (aunque nacido en España) en ganar un premio Eisner; Aragonés -uno de los responsables del nacimiento de la CONQUE- estaba frente a mí y había muy pocas personas en la fila para solicitarle un autógrafo. En la mochila no tenía más que el tercer y último número de la revista de la convención cuya portada era una maravillosa caricatura del humorista realizada por Édgar Clément (minutos más tarde le confesaría que no llevé ejemplares de Mad porque desgraciadamente estaban muy maltratados). Me armé de valor y me formé. Miré al Sergio de papel y luego al de carne y hueso mientras las personas a mi alrededor comentaban que no estaba cobrando por la firma. Llevaba en el centro de convenciones menos de 40 minutos. No fue un mal primer día.




“Welcome to México, Mr. Campbell”

El mundo de la historieta es muy grande y va más allá de los superhéroes. Durante algún tiempo, ese subgénero me cansó y fue entonces que me interesé no sólo en obras distintas como Maus o Watchmen, sino también por conocer un poco más el fenómeno del cómic a través de obras como Understanding comics, de Scott MacCloud, Comics and sequential art, de Will Eisner y Writing for comics de Alan Moore. Sin embargo, el amor por las emocionantes aventuras de personajes coloridos y con súper poderes permaneció siempre latente. Las historietas de Spider-Man que publicaba el Diario de Yucatán fueron importantes para que desarrollara el hábito de la lectura. Poco después, mis clases de Español en la secundaria y la obra de Edgar Allan Poe contribuyeron a descubrir otros mundos a través de otro tipo de libros, y a que eventualmente estudiara una licenciatura en letras. Soy maestro de literatura en parte por la obra de Stan Lee, y así se lo hice saber el día que lo conocí.

         Fue precisamente esta afición por personajes coloridos con súper poderes que me llevó a buscar el autógrafo del dibujante estadounidense J. Scott Campbell. A mediados de la década de los 90, junto a Jim Lee y Brandon Choi, Campbell creó el cómic Gen 13, sobre un grupo de adolescentes con habilidades extraordinarias que son perseguidos por una siniestra agencia gubernamental. Los primeros números eran entretenidos y, al igual que el trabajo anterior de Jim Lee, WildC.A.T.S., la influencia de los X-Men era más que evidente; Campbell era un dibujante que hacía su debut en esa historieta y su trazo era fresco y a la vez en sintonía con el estilo dinámico y de cuerpos estilizados que predominaba en el cómic de superhéroes de mediados de los 90. Motivado por la nostalgia, busqué su stand entre el océano de personas que inundó el centro de congresos el sábado 6 de mayo; ese día, la firma de Campbell se convirtió para mí en el Santo grial. Según los reportes de prensa, “para el viernes 5, el QCC registró la visita de más de 10 mil personas, mientras que el día sábado se contabilizó el mayor número de asistentes a la Conque, con la presencia de más de 18 mil 800 personas”. Campbell no estuvo presente el primer día debido a un problema con uno de sus vuelos, lo que ocasionó que se agregara una firma de autógrafos al día siguiente: el evento fue programado a las 11 de la mañana; la fila parecía interminable desde las 10. Todavía era temprano por lo que ingresé a la exhibición de Star Wars que se encontraba cerca y después fui a la mesa de Pinto. Conversamos un poco más y le compré 3 prints y una obra original: un minotauro que un año antes había publicado en Facebook y me había fascinado. Continué mi recorrido por los pasillos de san Garabato en busca de Clément, Tony Sandoval y otros ilustradores que admiro. Diversos compromisos los tenía lejos de sus mesas o estaban rodeados de personas que platicaban con ellos, compraban sus productos o pedían autógrafos. A la una de la tarde intenté subir al segundo piso del centro de convenciones; nos detuvieron en el piso anterior. La sala donde se llevaría a cabo la firma se encontraba repleta. Por indicaciones de protección civil el número de personas por área estaba restringido por lo que nos pidieron desalojar el piso. Las escaleras se encontraban en el extremo opuesto. De  nuevo una fila. Mientras esperaba, noté una escalera a mi izquierda; miré a mi alrededor al tiempo que me preguntaba cómo no la había notado antes. Estaba entretenido en estas nimiedades cuando la figura de J. Scott Campbell, acompañado de dos chicos del staff, apareció a un par de metros de mí. Es una sensación extraña la que se experimenta al ver frente a frente a alguien famoso. Le di la bienvenida en inglés (no se me ocurrió otra cosa) y él contestó con un sencillo “thanks”. Caminó junto a la fila sin que alguien más lo reconociera e ingresó a una de las oficinas de los organizadores donde lo perdí de vista. Su última aparición de ese día estaba programada a las 4. A las 2:30 de la tarde ya había varias personas esperando frente a su stand en la planta baja. Decidí esperar junto a ellos. ¿Valía la pena el esfuerzo? Campbell es un dibujante cuyo estilo no cambió con el paso de los años. Tras su paso por Cliffhanger, adquirió mayor popularidad dibujando decenas de portadas alternativas para Marvel así como algunos trabajos para Disney. No hay más. Sólo portadas alternativas codiciadas por coleccionistas. Su estilo espectacular me cautivó en los años 90 pero no se encuentra entre mis favoritos hoy día. Permanecí en la fila más por la nostalgia, por el deseo de conocer a uno de los artistas que admiraba en mi adolescencia. Después fue la peculiar complicidad que surgió entre los que aguardaban igual que yo lo que me mantuvo ahí. A escasos metros de su mesa, nos pidieron esperar un poco más: “Scott está cansado y va a tomarse 10 minutos”. Pensamos que se iría. Junto a nosotros también hacían fila aquellos que no tuvieron oportunidad de verlo las dos veces anteriores: unos tenían un boleto mientras que otros fueron marcados con un número en la mano. Cuando llegó mi turno lo saludé y le expliqué que lo único que tenía el número 3 de la serie Danger girl, con una portada de Travis Charest. “It’s OK, it’s my book”. Curiosamente, el único cómic original que tenía de Campbell era una edición con una portada alternativa.

         Cansado, pero con mi cómic autografiado, salí del salón principal y solicité un Uber. Mis estudiantes consideraron una blasfemia el hecho de no quedarme para ver a Tom Holland caminar por la alfombra roja horas después. No me importó. Con talento y algo de suerte, tal vez el joven actor se convierta en un histrión respetado dentro de Hollywood. Tal vez desaparezca como tantos otros. Lo único que me preocupaba en ese momento era alejarme de los pasillos inundados de gente.

Definitivamente es una gran experiencia

El centro de congresos de la ciudad de Querétaro recibió 15 mil 612 visitantes el domingo 7 de mayo. Era el último día de la convención y, muy probablemente, la última vez que veríamos a Stan Lee en nuestro país. La firma de autógrafos estaba programada a las 12 y su conferencia a las 2. Llegué temprano, antes que abrieran las puertas (sobra decir que ya había mucha gente esperando). En la entrada me encontré con una de las personas que hicieron fila para obtener el autógrafo de Campbell el día anterior. No supe su nombre pero me dijo que era carnicero y vivía en la Ciudad de México. Su rostro estaba enrojecido por el sol: el sábado, él y sus amigos decidieron subir por la ladera del cerro donde se encuentra el centro de convenciones. El conductor de Uber que los llevó hasta ahí quiso evitar la única entrada al lugar. Fue una decisión sensata: además de los automóviles avanzando a vuelta de rueda, más de una decena de vehículos permanecía a un lado del camino “porque no aguantaron la subida”. Las hileras de autos que se formaron durante esos tres días eran una prueba de paciencia más que ofrecía la CONQUE.

         Las puertas finalmente se abrieron y me despedí de mi interlocutor con quien tuve una conversación de temática ecléctica que abarcó por igual convenciones de cómics, tacos de perro y cortes de carne. Entre el final de esa conversación y la selfie que me tomé a unos metros del salón donde Stan Lee se encontraba, saludé de nueva cuenta a Aragonés, y Humberto Ramos me firmó el volumen uno de Crimson. Definitivamente no fue un mal inicio del último día de la convención, y todavía faltaba lo mejor.

“¡Señoras y señores, Stan Lee!”

La fila para ingresar al salón donde Stan Lee se encontraba no fue muy distinta a las otras: parecía no tener fin y avanzaba con lentitud, condiciones que invitaban invariablemente a que surgiera un ambiente de extraña camaradería entre las personas. También me percaté que entre los objetos que aguardaban ser firmados había cosas interesantes. La más peculiar que vi la tenía el chico que esperaba frente a mí: un dibujo en blanco y negro de Spider-Man realizado por José Luis Durán, dibujante de la primera edición mexicana de El Hombre araña.  A principios de los años 70 el material enviado desde Estados Unidos era insuficiente (en México se publicaban historietas cada semana o cada quince días) por lo que los editores de La Prensa solicitaron a Marvel que los cómics se produjeran directamente en nuestro país. El resultado del acuerdo entre las dos empresas fue el equipo conformado por Raúl Martínez, quien se hizo cargo de los guiones, y J. L. Durán, responsable del trazo.

Por mi parte, en una bolsa llevaba un ejemplar de Excelsior!: The amazing life of Stan Lee, autobiografía publicada en 2012, y cuya cubierta estaba ya un poco dañada.

         Ingresamos al salón alrededor de la una de la tarde. El espacio donde nos hallábamos se ubicaba  debajo del Teatro metropolitano. Del lado izquierdo había un pequeño auditorio de dos puertas, y al final del pasillo la sala donde Stan Lee, sentado en ante una larga mesa, firmaba los objetos que un asistente deslizaba hacia sus manos. Minutos antes de entrar nos pidieron que guardáramos silencio y que no tomáramos fotografías. Una vez adentro, una chica de staff nos indicó que no podíamos tocarlo. Dicha prohibición se convirtió incluso en el encabezado de una nota periodística. La orden, emanada de las personas que cuidan a Stan Lee (mánager, asistentes) debió ser matizada: Luis Gantús, fundador y director de contenido de la CONQUE, explicó en repetidas ocasiones que Stan Lee es un hombre mayor y que requería, por lo tanto, un trato especial: a sus 94 años, Stan Lee viaja muy poco y lo hace con algunas condiciones, como la de contar con un masajista, por ejemplo. Esperando ingresar a la sala donde el creador del universo Marvel firmaba autógrafos, escuché que algunas personas que vieron al guionista el día viernes lo notaron cansado, “mal”, y que incluso había paramédicos en la habitación. De inmediato pensé en los rumores que circularon semanas antes de su llegada a México. Más de uno aseguró que no vendría, y la noticia de su hospitalización varias semanas antes parecía darles la razón. Gantús, en contacto constante con las personas cercanas a Stan, aseguró que éste no había cancelado (días después, Gantús confesó que una semana antes del inicio de la CONQUE la familia le comunicó que Stan se golpeó la cabeza y que la valoración del médico tendría la última palabra sobre el viaje a México). En medio de un ambiente casi solemne, yo lo vi muy tranquilo y sonriente mientras firmaba de manera casi mecánica los cómics y posters que un asistente le dejaba en sus manos. ¿Preguntaría Stan por el curioso dibujo de Spider-Man junto a una mujer de negro cabello llamada “Satánica”? La respuesta es no. Stan lee no pareció inmutarse. Sin embargo, pareció disfrutar mucho del dibujo que ese mismo chico le obsequió (no pude ver de qué se trataba). Llegó mi turno. Entregué el libro al asistente mientras Stan dejaba su firma a escasos centímetros de la del maestro Durán. Lo saludé (no recuerdo qué dije exactamente), y mientras firmaba, le dije en inglés -y tropezando con un par de palabras por los nervios- que, en parte, yo era maestro de literatura gracias a él. Max, su mánager, sentado a su izquierda, se acercó a Stan y repitió lo que yo había dicho. “Oh, that’s good to hear”, me respondió sonriendo. Le estreché la mano y le di las gracias. No lo podía creer. En ese momento no me di cuenta pero la firma estaba sobre la portada cuya superficie tiene un plástico con pequeñas ondulaciones. El autógrafo no era tan claro como el que dejó en la blanca superficie que albergaba al Hombre araña y a Satánica, pero no me importó. Afuera de la sala había una fila nuevamente (como toda buena convención, en la CONQUE habían cómics y filas interminables). En esta ocasión era para adquirir el certificado de autenticidad de la firma. En el mundo actual de artículos coleccionables con precios exorbitantes, del “pics or it didn’t happen”, de las “fake news”, del “sospechosismo” mexicano, un certificado de autenticidad de la firma de Stan Lee costaba $400 pesos. No pensaba vender el libro, y desde luego no era un objeto único como aquella ilustración de Durán que necesitaba mostrar que se trataba de un artículo genuino. Para mí fue como conseguir la firma de mi autor favorito en una feria de la lectura (de hecho conozco a alguien que tiene las memorias de Stan Lee firmadas por el guionista neoyorkino en una feria del libro en Los Angeles, y estoy seguro que no tiene un certificado). Seguí caminando hacia la salida. Una vez afuera, esperé la transmisión de la charla programada a las 2 de la tarde. A través de una pantalla a las puertas del Teatro metropolitano, el público disfrutó de cómo Lee contaba por millonésima vez, pero siempre sonriendo, el origen de Spider-Man (creo que fue un niño quien hizo la pregunta). Y por si se lo estaban preguntando, sí, Stan mencionó a Jack Kirby y a Steve Ditko. Tras varios minutos (tal vez 35, tal vez 40), Stan detuvo la charla y llamó a Humberto Ramos al escenario. El dibujante mexicano, a su vez, le pidió a su novia que lo acompañara. Lee era cómplice de todo aquello. Al igual que firmas de cómics y colas interminables, en la CONQUE también se llevó a cabo una propuesta de matrimonio.




         Cuando la transmisión terminó, René Franco, uno de los organizadores, se subió a una banca y se dirigió a la multitud reunida entre el teatro y el salón principal del evento. Pidió que el público se comportara, que los ojos del mundo estaban puestos en México y que debíamos mostrar una conducta ejemplar. “Saquen sus celulares y no se muevan… ¡Señoras y señores, Stan Lee!”. Señaló hacia arriba, hacia un barandal de cristal ubicado en uno de los puntos más latos del Teatro metropolitano. Stan Lee sonreía y saludaba desde ahí. No pude utilizar la cámara de mi teléfono. “Memoria insuficiente”. En un mundo del “pics or it didn’t happen”…

Stan lanzó un “¡Excélsior!” que enloqueció al público y después desapareció acompañado de su mánager y Luis Gantús.



         La “Stan Lee experience” había concluido pero no la CONQUE, al menos no para mí (muchas personas se retiraron del recinto cuando Stan se perdió de vista). La charla que reunía a los integrantes del sello Cliffhanger: Ramos, Campbell y Joe Madureria iniciaba a las 4.  El Youtuber Chumel Torres moderó la plática que fluyó sin contratiempos. Al salir del teatro, regresé al área de ventas, a san Garabato, donde  finalmente encontré a Édgar Clément y, más tarde, a Luis Gantús, quien amablemente me firmó el libro que escribió sobre la vida de Sergio Aragonés en México: Sergio antes de Aragonés, título sugerente y acertado. Después recorrí por última vez los pasillos, recogí mi mochila en “paquetería”, y abrí la aplicación de Uber. Faltaban algunas horas para la clausura pero mi vuelo saldría poco después. Esa noche dormí en la ciudad de México. Mi vuelo de regreso a Mérida estaba programado a las 6 de la mañana del día lunes. Ya en el auto, camino al trabajo, me puse el uniforme. Al llegar a mi destino, fue inevitable caer en el cliché: “de vuelta a la realidad”. Ahora sí, no había duda que la CONQUE había terminado.


Crónica publicada originalmente en Soma.

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