Por Raúl Humberto Pérez Navarrete
En 1996 yo tenía 13 años y me encantaban los
cómics. Ese año Stan Lee visitó México para acudir a la tercera edición de la CONQUE,
la primera gran convención de historietas realizada en nuestro país. No sé si
en ese momento tuve noticias del evento, pero conservo en la memoria que ese
hecho me resultaba lejano en el tiempo y en el espacio. En el verano de ese
mismo año me mudé del municipio de Panabá a la ciudad de Mérida; eso significó
que pude adquirir cómics con mayor facilidad, así como compartir mi afición con
otras personas (una minoría, pero admiradores de las mismas “cosas raras” que a
mí me gustaban). Era una época en la que disfrutar de los videojuegos e
historietas sencillamente no era cool.
Cuando en el 2001 se realizó
la última edición de la CONQUE, en la industria cinematográfica se había
sembrado ya un renovado interés por el subgénero de los superhéroes con el
estreno en 1998 de Blade y, sobre
todo, con la llegada a la pantalla grande de X-Men, dirigida por Bryan Singer, en el año 2000. El mundo de las
historietas -y del entretenimiento en general- estaba a punto de transformarse
en lo que ahora conocemos: antes de ser adquirida por The Walt Disney Company
en 2009, Marvel comics había ganado casi 900 millones de dólares tan sólo con
tres películas (X-Men, Spider-Man y Iron-Man); en la industria de los videojuegos, la guerra de las
consolas se intensificó en un lustro con el ingreso de un nuevo competidor: Xbox,
de la empresa Microsoft en 2001, y la llegada al mercado de la Nintendo Wii en
2006. Cuando en el año 2012 Disney compró Lucasfilm, se habían estrenado con
éxito las precuelas de Star Wars (entre
1999 y 2005), así como las adaptaciones cinematográficas de la trilogía de El señor de los anillos (2001 a 2003), y
de las populares novelas de Harry Potter (2001 a 2011). Los principales fandoms se habían establecido o, en su
caso, consolidado.
Este es el contexto en el
que nuevamente se realiza una edición de la CONQUE. Ser un geek o un nerd es ahora cool gracias, en parte, al cine: hay
seguidores de Harry Potter y Iron-Man que nunca han leído una novela de J.K.
Rowling o un cómic escrito por Brian Michael Bendis, y tampoco parece
interesarles. Hay muchas formas de ser fan.
Una
gran experiencia…
Una de las primeras declaraciones del
fundador de la CONQUE, Luis Gantús, fue sobre el objetivo que buscaba esta
nueva edición: “la CONQUE es una experiencia”, es un encuentro del público con
los artistas y creadores de aquello que dicho público disfruta. Ese fue
precisamente el espíritu detrás de la primera edición: un día de diciembre de
1993 Gantús vio en casa de Martín Arceo una ilustración de Groo realizada por
Sergio Aragonés; debajo de la firma del artista admirado por Luis se leía “S.
Diego 89” (en referencia a la COMIC CON de San Diego realizada 4 años antes).
“¿Por qué no hay una convención de cómics en México?”, preguntó el joven de 19
años a su anfitrión. Los siguientes 45 minutos, según narra Gantús, los dedicó
Martín Arceo a darle razones de por qué no era posible hacer algo así en
nuestro país. Gracias a la obstinación de Gantus y a su deseo de conocer a
Sergio Aragonés –además de los contactos de Arceo-, la primera CONQUE se
celebró en el Polifórum Siqueiros de la ciudad de México del 26 al 28 de julio
de 1994. El legendario dibujante de la revista Mad y creador de Groo fue uno de los invitados principales.
Un
gran negocio
Compré mi entrada a la CONQUE el mismo día
que los boletos estuvieron a la venta. La cita era en la ciudad de Querétaro
los días 5, 6 y 7 de mayo del 2017. No sólo se trataba de un evento que
contaría con la presencia de Stan Lee, uno de los guionistas más importante de
la historieta sino que, además, su visita se enmarcaba en una convención que
buscaba rivalizar con la COMIC CON de San Diego que año con año convoca a
público y a empresas del entretenimiento por igual. No en vano los
organizadores declararon que se buscaba que la CONQUE se convirtiera en el “centro
de gravedad de cómics y entretenimiento en América Latina”. Además de escritores
y dibujantes del cómic como Jimmy Palmiotti, J. Scott Campbell y Arthur Adams,
se anunció igualmente la presencia de Jorge R. Gutiérrez, director de la cinta
animada El libro de la vida, y del
guionista y productor Kirk Tatcher, desarrollador de la serie de TV Dinosaurios. Empresas como Hasbro, Disney
y Sony tendrían presencia a través de stands y eventos. En el último piso del
centro de convenciones, firmas de autógrafos, torneo de videojuegos, talleres
de animación y dibujo, y presentaciones de películas y cortometrajes. En el
Teatro metropolitano, “el equivalente al salón H de la COMIC CON”, conferencias
a cargo de los invitados estrella.
No podía dejar pasar
semejante oportunidad. Como dije, compré los boletos para los tres días del
evento pero -a falta de dinero- tuve que esperar algunas semanas para adquirir
uno de los paquetes para estar cerca de Stan Lee. El “desayuno con Stan Lee”
fue el primero en agotarse; le siguieron el de la “fotografía con Stan”. El
paquete que incluía un lugar en una de las primeras filas en el teatro estaba
lejos de mis posibilidades y sólo alcancé el paquete “autógrafo” el domingo 7
de mayo al mediodía. Al final fue lo mejor. Viajé el viernes 5 y durante el
trayecto tachaba mentalmente los eventos de esa mañana a los que no asistiría:
“Firma de autógrafos de Mark Waid y Humberto Ramos”. “Firma de autógrafos de Arthur Adams” tampoco.
“Conferencia de J. Scott Campbell” ni pensarlo… Llegué a la ciudad de Querétaro
a la hora programada. Casi una hora y media más tarde me encontraba en el
centro de congresos. No había fila para entrar, eran casi las 3 de la tarde; el
evento había empezado a las 10:30 de la mañana. El nombre de la ciudad, formado
por grandes letras coloridas, se encontraba al fondo del espacio que dividía el
Teatro metropolitano del edificio que albergaba talleres, artistas y stands.
Por fin el croquis compartido por los organizadores tenía sentido. Avancé entre
la gente que iba y venía o que se aglomeraba para admirar a una imponente
aunque a la vez desangelada réplica de Optimus Prime. El ingreso al salón
principal también fue un poco anticlimático: stands y una multitud –que muy
poco se compararía a la de los días siguientes- se interponían a la vista (creo
que el primer espacio que reconocí fue el ocupado por Sanborns). Curiosamente,
lo que menos me interesaba era comprar cómics. Además de Stan Lee, deseaba
conocer a los otros artistas invitados.
La COMIC CON se ha
convertido en una pasarela de actores del cine y la televisión. Youtubers como
Paola del Castillo y Andrés Navy dan cuenta de las vallas humanas entre las que
caminan los histriones que dan vida a los personajes de los programas y
películas de moda. Pareciera que los dibujantes y guionistas no importan. Es
así que junto a los nombres de Jim Lee, Grant Morrison o Tony Dezuniga,
aparecen los de las estrellas de Game of
Thrones o The Walking dead. Antes
solía decir que los estudios de Hollywood secuestraron a la convención de
historietas más grande del mundo. Ahora pienso que es el entretenimiento el que
está cambiando: libros, cómics, videojuegos, películas, series de televisión e
internet son una misma cosa al compartir personajes y arquetipos; los mismos
géneros, las mismas franquicias. Spider-Man, Buzz Lightyear, Jack Sparrow y
Darth Vader pertenecen ahora al mismo dueño.
Una réplica de El “Rayo”
McQueen y una pantalla gigante que repetía sin cesar los trailers de Justice League y Wonder Woman eran un
recordatorio de todo lo anterior en medio de aquel mar de gente.
A las 3:36 de la tarde tomé
mi primera fotografía del evento: la réplica del protagonista de la serie Cars de Pixar (las películas que menos
me agradan del estudio encabezado por John Lasseter). Me dirigí después al
fondo del salón ignorando cómics, figuras y a un par de cosplayers; buscaba “san Garabato”, el artist alley de la CONQUE, llamado así en homenaje a Rius. Gantús
había anunciado que los artistas internacionales como Adams, Tatcher y Agnes
Garbowska estarían junto a ilustradores, moneros y comiqueros mexicanos como
Édgar Clément, José Hernández, Bachan y Raúl Treviño. Al llegar finalmente, me
sorprendió la cantidad de artistas mexicanos que se dedican hoy día al cómic, a
la caricatura política y al diseño. Si en la primera CONQUE se contó con la
presencia de Toño Gutiérrez y Yolanda Vargas Dulché (creadores de Lágrimas y risas), en el 2017 se podía
apreciar la poesía oscura de Alejandra Gámez, la irreverencia de Sergio Neri, y
la ácida crítica social de Ricardo Cucamonga.
Hay tantas cosas que
desconozco del cómic, y uno de esos aspectos es precisamente la historia del
cómic nacional. En parte culpo a la distancia que separa la ciudad de Mérida del
monopolio cultural que mantuvo durante muchos años la capital del país. Ahora,
con la ayuda de Internet, no hay pretexto. Al menos en parte. Hay información
dispersa en artículos y blogs como que los cuentan la sombría caída de
Editorial Vid o la extraña historia que rodea a Ka-Boom! estudio y a Óscar González
Loyo; hay entrevistas a algunos creadores, cuentas en Deviantart y páginas
personales; existen podcast como Los
Forasteros (en donde participan Humberto Ramos, Edgar Clément, Leonardo
Olea, Óscar Pinto y, hasta hace pocas semanas, Luis Gantús). Fue hasta que
adquirí el libro de este último, La
increíble y triste historia de la cándida historieta y la industria desalmada,
que obtuve un documento que consignaba los momentos tragicómicos del cómic
mexicano. Durante los meses previos a la convención, los organizadores editaron
la revista de la CONQUE que contaba con artículos, cómics y galerías de los artistas
mexicanos que participarían en el evento. Fue un escaparate para todos aquellos
que desconocemos los que se realiza tanto dentro como fuera de nuestro país. El
cómic mexicano y sus protagonistas del 2017 son muy distintos al de hace 20 o
30 años: artistas como Tony Sandoval trabajan en Europa mientras que Paco
Medina y Carlo Barberi (así como muchos otros), colaboran con Marvel Comics
desde hace varios años. Los superhéroes son sólo una parte de este panorama.
Fue precisamente uno de los
pioneros en incursionar en el mercado estadounidense el primer artista que
encontré en san Garabato: Óscar Pinto, junto a Ramos y al novelista Francisco
Haghenbeck, creador de la serie de vampiros Crimson,
publicada por Cliffhanger en 1998. Conozco a Pinto por el podcast en el que
semanalmente participa, así como por las publicaciones que hace en Facebook. Lo
saludé, miré el material que llevó, y platicamos unos minutos. Nos despedimos y
seguí caminando prometiendo volver más tarde. Un par de mesas atrás vi a Sergio
Aragonés sonriendo y conversando con la gente frente a él. Aragonés, el
dibujante de la revista Mad cuyos
números de principios de los años 70 descubrí en una caja guardada en un rincón
de mi casa; Aragonés, el artista que dibujó en los bordes de las viñetas de la
célebre revista satírica porque no había espacio; Aragonés, el primer mexicano
(aunque nacido en España) en ganar un premio Eisner; Aragonés -uno de los
responsables del nacimiento de la CONQUE- estaba frente a mí y había muy pocas
personas en la fila para solicitarle un autógrafo. En la mochila no tenía más
que el tercer y último número de la revista de la convención cuya portada era
una maravillosa caricatura del humorista realizada por Édgar Clément (minutos
más tarde le confesaría que no llevé ejemplares de Mad porque desgraciadamente estaban muy maltratados). Me armé de
valor y me formé. Miré al Sergio de papel y luego al de carne y hueso mientras
las personas a mi alrededor comentaban que no estaba cobrando por la firma.
Llevaba en el centro de convenciones menos de 40 minutos. No fue un mal primer
día.
“Welcome to México, Mr.
Campbell”
El mundo de la historieta es muy grande y va
más allá de los superhéroes. Durante algún tiempo, ese subgénero me cansó y fue
entonces que me interesé no sólo en obras distintas como Maus o Watchmen, sino
también por conocer un poco más el fenómeno del cómic a través de obras como Understanding comics, de Scott MacCloud,
Comics and sequential art, de Will
Eisner y Writing for comics de Alan
Moore. Sin embargo, el amor por las emocionantes aventuras de personajes
coloridos y con súper poderes permaneció siempre latente. Las historietas de
Spider-Man que publicaba el Diario de Yucatán fueron importantes para que
desarrollara el hábito de la lectura. Poco después, mis clases de Español en la
secundaria y la obra de Edgar Allan Poe contribuyeron a descubrir otros mundos
a través de otro tipo de libros, y a que eventualmente estudiara una
licenciatura en letras. Soy maestro de literatura en parte por la obra de Stan
Lee, y así se lo hice saber el día que lo conocí.
Fue
precisamente esta afición por personajes coloridos con súper poderes que me
llevó a buscar el autógrafo del dibujante estadounidense J. Scott Campbell. A
mediados de la década de los 90, junto a Jim Lee y Brandon Choi, Campbell creó
el cómic Gen 13, sobre un grupo de
adolescentes con habilidades extraordinarias que son perseguidos por una
siniestra agencia gubernamental. Los primeros números eran entretenidos y, al
igual que el trabajo anterior de Jim Lee, WildC.A.T.S.,
la influencia de los X-Men era más que evidente; Campbell era un dibujante que hacía
su debut en esa historieta y su trazo era fresco y a la vez en sintonía con el
estilo dinámico y de cuerpos estilizados que predominaba en el cómic de
superhéroes de mediados de los 90. Motivado por la nostalgia, busqué su stand
entre el océano de personas que inundó el centro de congresos el sábado 6 de
mayo; ese día, la firma de Campbell se convirtió para mí en el Santo grial. Según
los reportes de prensa, “para el viernes 5, el QCC registró la visita de más de
10 mil personas, mientras que el día sábado se contabilizó el mayor número de
asistentes a la Conque, con la presencia de más de 18 mil 800 personas”. Campbell
no estuvo presente el primer día debido a un problema con uno de sus vuelos, lo
que ocasionó que se agregara una firma de autógrafos al día siguiente: el
evento fue programado a las 11 de la mañana; la fila parecía interminable desde
las 10. Todavía era temprano por lo que ingresé a la exhibición de Star Wars
que se encontraba cerca y después fui a la mesa de Pinto. Conversamos un poco más
y le compré 3 prints y una obra
original: un minotauro que un año antes había publicado en Facebook y me había
fascinado. Continué mi recorrido por los pasillos de san Garabato en busca de
Clément, Tony Sandoval y otros ilustradores que admiro. Diversos compromisos
los tenía lejos de sus mesas o estaban rodeados de personas que platicaban con
ellos, compraban sus productos o pedían autógrafos. A la una de la tarde
intenté subir al segundo piso del centro de convenciones; nos detuvieron en el
piso anterior. La sala donde se llevaría a cabo la firma se encontraba repleta.
Por indicaciones de protección civil el número de personas por área estaba
restringido por lo que nos pidieron desalojar el piso. Las escaleras se
encontraban en el extremo opuesto. De nuevo
una fila. Mientras esperaba, noté una escalera a mi izquierda; miré a mi
alrededor al tiempo que me preguntaba cómo no la había notado antes. Estaba
entretenido en estas nimiedades cuando la figura de J. Scott Campbell,
acompañado de dos chicos del staff, apareció a un par de metros de mí. Es una
sensación extraña la que se experimenta al ver frente a frente a alguien
famoso. Le di la bienvenida en inglés (no se me ocurrió otra cosa) y él
contestó con un sencillo “thanks”. Caminó junto a la fila sin que alguien más
lo reconociera e ingresó a una de las oficinas de los organizadores donde lo
perdí de vista. Su última aparición de ese día estaba programada a las 4. A las
2:30 de la tarde ya había varias personas esperando frente a su stand en la
planta baja. Decidí esperar junto a ellos. ¿Valía la pena el esfuerzo? Campbell
es un dibujante cuyo estilo no cambió con el paso de los años. Tras su paso por
Cliffhanger, adquirió mayor popularidad dibujando decenas de portadas
alternativas para Marvel así como algunos trabajos para Disney. No hay más. Sólo
portadas alternativas codiciadas por coleccionistas. Su estilo espectacular me
cautivó en los años 90 pero no se encuentra entre mis favoritos hoy día.
Permanecí en la fila más por la nostalgia, por el deseo de conocer a uno de los
artistas que admiraba en mi adolescencia. Después fue la peculiar complicidad
que surgió entre los que aguardaban igual que yo lo que me mantuvo ahí. A
escasos metros de su mesa, nos pidieron esperar un poco más: “Scott está
cansado y va a tomarse 10 minutos”. Pensamos que se iría. Junto a nosotros
también hacían fila aquellos que no tuvieron oportunidad de verlo las dos veces
anteriores: unos tenían un boleto mientras que otros fueron marcados con un
número en la mano. Cuando llegó mi turno lo saludé y le expliqué que lo único
que tenía el número 3 de la serie Danger
girl, con una portada de Travis Charest. “It’s OK, it’s my book”. Curiosamente,
el único cómic original que tenía de Campbell era una edición con una portada
alternativa.
Cansado,
pero con mi cómic autografiado, salí del salón principal y solicité un Uber.
Mis estudiantes consideraron una blasfemia el hecho de no quedarme para ver a
Tom Holland caminar por la alfombra roja horas después. No me importó. Con
talento y algo de suerte, tal vez el joven actor se convierta en un histrión
respetado dentro de Hollywood. Tal vez desaparezca como tantos otros. Lo único
que me preocupaba en ese momento era alejarme de los pasillos inundados de
gente.
Definitivamente
es una gran experiencia
El centro de congresos de la ciudad de
Querétaro recibió 15 mil 612 visitantes el domingo 7 de mayo. Era el último día
de la convención y, muy probablemente, la última vez que veríamos a Stan Lee en
nuestro país. La firma de autógrafos estaba programada a las 12 y su
conferencia a las 2. Llegué temprano, antes que abrieran las puertas (sobra
decir que ya había mucha gente esperando). En la entrada me encontré con una de
las personas que hicieron fila para obtener el autógrafo de Campbell el día
anterior. No supe su nombre pero me dijo que era carnicero y vivía en la Ciudad
de México. Su rostro estaba enrojecido por el sol: el sábado, él y sus amigos
decidieron subir por la ladera del cerro donde se encuentra el centro de
convenciones. El conductor de Uber que los llevó hasta ahí quiso evitar la
única entrada al lugar. Fue una decisión sensata: además de los automóviles
avanzando a vuelta de rueda, más de una decena de vehículos permanecía a un
lado del camino “porque no aguantaron la subida”. Las hileras de autos que se
formaron durante esos tres días eran una prueba de paciencia más que ofrecía la
CONQUE.
Las
puertas finalmente se abrieron y me despedí de mi interlocutor con quien tuve
una conversación de temática ecléctica que abarcó por igual convenciones de
cómics, tacos de perro y cortes de carne. Entre el final de esa conversación y
la selfie que me tomé a unos metros
del salón donde Stan Lee se encontraba, saludé de nueva cuenta a Aragonés, y
Humberto Ramos me firmó el volumen uno de Crimson.
Definitivamente no fue un mal inicio del último día de la convención, y todavía
faltaba lo mejor.
“¡Señoras
y señores, Stan Lee!”
La fila para ingresar al salón donde Stan Lee
se encontraba no fue muy distinta a las otras: parecía no tener fin y avanzaba
con lentitud, condiciones que invitaban invariablemente a que surgiera un
ambiente de extraña camaradería entre las personas. También me percaté que
entre los objetos que aguardaban ser firmados había cosas interesantes. La más
peculiar que vi la tenía el chico que esperaba frente a mí: un dibujo en blanco
y negro de Spider-Man realizado por José Luis Durán, dibujante de la primera
edición mexicana de El Hombre araña. A
principios de los años 70 el material enviado desde Estados Unidos era
insuficiente (en México se publicaban historietas cada semana o cada quince
días) por lo que los editores de La Prensa solicitaron a Marvel que los cómics
se produjeran directamente en nuestro país. El resultado del acuerdo entre las
dos empresas fue el equipo conformado por Raúl Martínez, quien se hizo cargo de
los guiones, y J. L. Durán, responsable del trazo.
Por mi parte, en una bolsa
llevaba un ejemplar de Excelsior!: The
amazing life of Stan Lee, autobiografía publicada en 2012, y cuya cubierta
estaba ya un poco dañada.
Ingresamos
al salón alrededor de la una de la tarde. El espacio donde nos hallábamos se
ubicaba debajo del Teatro metropolitano.
Del lado izquierdo había un pequeño auditorio de dos puertas, y al final del
pasillo la sala donde Stan Lee, sentado en ante una larga mesa, firmaba los
objetos que un asistente deslizaba hacia sus manos. Minutos antes de entrar nos
pidieron que guardáramos silencio y que no tomáramos fotografías. Una vez
adentro, una chica de staff nos indicó que no podíamos tocarlo. Dicha
prohibición se convirtió incluso en el encabezado de una nota periodística. La
orden, emanada de las personas que cuidan a Stan Lee (mánager, asistentes)
debió ser matizada: Luis Gantús, fundador y director de contenido de la CONQUE,
explicó en repetidas ocasiones que Stan Lee es un hombre mayor y que requería,
por lo tanto, un trato especial: a sus 94 años, Stan Lee viaja muy poco y lo
hace con algunas condiciones, como la de contar con un masajista, por ejemplo.
Esperando ingresar a la sala donde el creador del universo Marvel firmaba
autógrafos, escuché que algunas personas que vieron al guionista el día viernes
lo notaron cansado, “mal”, y que incluso había paramédicos en la habitación. De
inmediato pensé en los rumores que circularon semanas antes de su llegada a
México. Más de uno aseguró que no vendría, y la noticia de su hospitalización
varias semanas antes parecía darles la razón. Gantús, en contacto constante con
las personas cercanas a Stan, aseguró que éste no había cancelado (días
después, Gantús confesó que una semana antes del inicio de la CONQUE la familia
le comunicó que Stan se golpeó la cabeza y que la valoración del médico tendría
la última palabra sobre el viaje a México). En medio de un ambiente casi
solemne, yo lo vi muy tranquilo y sonriente mientras firmaba de manera casi
mecánica los cómics y posters que un asistente le dejaba en sus manos.
¿Preguntaría Stan por el curioso dibujo de Spider-Man junto a una mujer de negro
cabello llamada “Satánica”? La respuesta es no. Stan lee no pareció inmutarse. Sin
embargo, pareció disfrutar mucho del dibujo que ese mismo chico le obsequió (no
pude ver de qué se trataba). Llegó mi turno. Entregué el libro al asistente
mientras Stan dejaba su firma a escasos centímetros de la del maestro Durán. Lo
saludé (no recuerdo qué dije exactamente), y mientras firmaba, le dije en
inglés -y tropezando con un par de palabras por los nervios- que, en parte, yo
era maestro de literatura gracias a él. Max, su mánager, sentado a su
izquierda, se acercó a Stan y repitió lo que yo había dicho. “Oh, that’s good
to hear”, me respondió sonriendo. Le estreché la mano y le di las gracias. No
lo podía creer. En ese momento no me di cuenta pero la firma estaba sobre la
portada cuya superficie tiene un plástico con pequeñas ondulaciones. El autógrafo
no era tan claro como el que dejó en la blanca superficie que albergaba al
Hombre araña y a Satánica, pero no me importó. Afuera de la sala había una fila
nuevamente (como toda buena convención, en la CONQUE habían cómics y filas
interminables). En esta ocasión era para adquirir el certificado de
autenticidad de la firma. En el mundo actual de artículos coleccionables con
precios exorbitantes, del “pics or it didn’t happen”, de las “fake news”, del “sospechosismo”
mexicano, un certificado de autenticidad de la firma de Stan Lee costaba $400
pesos. No pensaba vender el libro, y desde luego no era un objeto único como
aquella ilustración de Durán que necesitaba mostrar que se trataba de un
artículo genuino. Para mí fue como conseguir la firma de mi autor favorito en
una feria de la lectura (de hecho conozco a alguien que tiene las memorias de
Stan Lee firmadas por el guionista neoyorkino en una feria del libro en Los Angeles,
y estoy seguro que no tiene un certificado). Seguí caminando hacia la salida.
Una vez afuera, esperé la transmisión de la charla programada a las 2 de la
tarde. A través de una pantalla a las puertas del Teatro metropolitano, el
público disfrutó de cómo Lee contaba por millonésima vez, pero siempre
sonriendo, el origen de Spider-Man (creo que fue un niño quien hizo la
pregunta). Y por si se lo estaban preguntando, sí, Stan mencionó a Jack Kirby y
a Steve Ditko. Tras varios minutos (tal vez 35, tal vez 40), Stan detuvo la
charla y llamó a Humberto Ramos al escenario. El dibujante mexicano, a su vez,
le pidió a su novia que lo acompañara. Lee era cómplice de todo aquello. Al
igual que firmas de cómics y colas interminables, en la CONQUE también se llevó
a cabo una propuesta de matrimonio.
Cuando
la transmisión terminó, René Franco, uno de los organizadores, se subió a una
banca y se dirigió a la multitud reunida entre el teatro y el salón principal
del evento. Pidió que el público se comportara, que los ojos del mundo estaban
puestos en México y que debíamos mostrar una conducta ejemplar. “Saquen sus
celulares y no se muevan… ¡Señoras y señores, Stan Lee!”. Señaló hacia arriba,
hacia un barandal de cristal ubicado en uno de los puntos más latos del Teatro
metropolitano. Stan Lee sonreía y saludaba desde ahí. No pude utilizar la
cámara de mi teléfono. “Memoria insuficiente”. En un mundo del “pics or it
didn’t happen”…
Stan lanzó un “¡Excélsior!” que
enloqueció al público y después desapareció acompañado de su mánager y Luis
Gantús.
La
“Stan Lee experience” había concluido pero no la CONQUE, al menos no para mí
(muchas personas se retiraron del recinto cuando Stan se perdió de vista). La
charla que reunía a los integrantes del sello Cliffhanger: Ramos, Campbell y
Joe Madureria iniciaba a las 4. El Youtuber Chumel Torres moderó la plática
que fluyó sin contratiempos. Al salir del teatro, regresé al área de ventas, a
san Garabato, donde finalmente encontré
a Édgar Clément y, más tarde, a Luis Gantús, quien amablemente me firmó el
libro que escribió sobre la vida de Sergio Aragonés en México: Sergio antes de Aragonés, título
sugerente y acertado. Después recorrí por última vez los pasillos, recogí mi
mochila en “paquetería”, y abrí la aplicación de Uber. Faltaban algunas horas
para la clausura pero mi vuelo saldría poco después. Esa noche dormí en la
ciudad de México. Mi vuelo de regreso a Mérida estaba programado a las 6 de la
mañana del día lunes. Ya en el auto, camino al trabajo, me puse el uniforme. Al
llegar a mi destino, fue inevitable caer en el cliché: “de vuelta a la
realidad”. Ahora sí, no había duda que la CONQUE había terminado.
Crónica publicada originalmente en Soma.
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