Aquí estoy otra vez. Aunque el blog
se encuentre en hibernación, mi cita anual navideña no podía fallar. El cuento
de Navidad. Como sabéis –y si no lo sabéis os lo digo-, mis cuentos navideños
se dividen en dos categorías: Buenrrollistas y Gamberros. El de este año es
gamberro, pero para disfrutar de su lectura, hay que saber un par de cosas:
1. En primer lugar, tenéis que tener
presente el cuento de Hans Christian Andersen La pequeña cerillera. Por si alguno no lo conoce, resumo su
argumento:
Mediados
del siglo XIX. Estamos en la noche de San Silvestre (Nochevieja, vamos). Una
niña de diez años recorre las calles de Odense (Dinamarca) con los pies
descalzos. Hace mucho frío. Comienza a nevar. La pequeña es una cerillera
ambulante, más pobre que las ratas. Lleva todo el día de un lado para otro, con
los pies amoratados de frío, y nadie le ha comprado nada. Teme volver a su
casa, porque si regresa sin dinero su padre le dará una paliza. Cae la noche.
Hace aún más frío que antes. La niña se cobija en un callejón, pero sigue
cascando un frío de la leche. La pequeña cerillera siente que se congela.
Entonces decide calentarse encendiendo una cerilla, que da algo de calor,
aunque poco, y apenas dura. Enciende otra, y otra, y otra más. Entre tanto,
empieza a tener alucinaciones. Sigue encendiendo cerillas hasta que se le
acaban. La niña alucina con que su abuelita la llama para ir al cielo. Al día
siguiente, encuentran a la pequeña cerillera muerta por congelación, Findus
total, igual que Jack Nicholson al final de El Resplandor. Fin del cuento.
2. Uno de mis recuerdos más remotos
es mi abuela Julia leyéndome ese cuento antes de dormir. Yo debía de tener, no
sé, siete años o menos. Y sin duda era un niño muy sensible. Porque lo que
recuerdo con nitidez es lo acongojado que me dejó esa historia, lo
horriblemente mal que me sentí, y el atracón de llorar que me pegué. ¿Y mi
abuela quería ayudarme a dormir contándome esa atrocidad? ¿En serio? Creo que
el insomnio y las palpitaciones me duraron hasta la mayoría de edad. ¿Os traumó
la muerte de la mamá de Bambi? Pues eso no es nada comparado con lo que me hizo
la puñetera cerillera. A fin de cuentas, la mamá de Bambi tuvo una muerte
rápida, de un disparo, y no la vimos morir. Además, qué coño, era una maldita
cierva. Pero mi muerta es una pobre niña de cabellos dorados, y sufrió una
larga agonía antes de palmarla. Ni color.
Al principio, yo le echaba la culpa
a mi abuela. Pero luego, siendo ya adulto, pensé que quizá mi yaya no conocía
el cuento y me lo leyó sin saber el final. Entonces comprendí que el único
culpable de mi trauma era Andersen. ¿De verdad creía apropiado para los niños
pequeños narrarles el minucioso relato de la agonía por congelación de una
pobre niña? Debía de ser un sádico, sin duda. ¡Jamás te perdonaré, Hans
Christian!
Pues bien, el cuento de este año se
llama El retorno de la pequeña cerillera,
y es mi particular venganza navideña contra Andersen. Como siempre,
encontraréis el relato más abajo.
Ahora son las 10:48 y estoy en mi
despacho. El sol entra a raudales por la ventana. La casa está en silencio,
porque Pepa ha salido para recoger unas compras. Dentro de un par de horas
iremos a la estación de Atocha para buscar a nuestro hijo Pablo, que vive en
Barcelona y viene a pasar las fiestas con nosotros.
Queridos merodeadores: Os deseo una
feliz Navidad y lo mejor para el 2025, que tiene una rima fácil. En septiembre
activaré de nuevo La Fraternidad de
Babel. Como dijo Suarcenaguer: “Volveré”.
Y ahora el cuento. En los primeros
párrafos, hasta que aparece el banquero, mezclo el texto de Andersen con mi
propio texto. El resto es todo mío. Espero que os guste.
El
retorno de la pequeña cerillera
By César Mallorquí (y un poquito de
H. C. Andersen)
Ocurrió en Odense, Dinamarca, a finales de diciembre de 1845. Comenzaba a nevar. ¡Qué frío hacía! Era la noche de San Silvestre, la última noche del año y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa rodeados de ricos manjares, pasaba por la calle una pobre niña de apenas diez años, descalza y con la cabeza descubierta bajo aquel frío y en aquella oscuridad. Era la joven vendedora de cerillas. La pobre llevaba el día entero en la calle, sus huesecitos estaban ateridos de frío por culpa de la nieve y lo peor de todo es que no había conseguido ni una sola moneda...
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