Carta Abierta a Andrés Di Tella sobre
la Experiencia Hachazos
(performance cine expandido de y
con Claudio Caldini + documental + libro)
por Alejandro Ricagno
viajamos en la noche
sobre caballos blancos y caminos de arena
hace
milenios enceguecimos
mendigamos
y todo lo confundimos con luces
Patricio
Forlani
El peligro del corazón está en
su entrega total
Claudio Caldini
Querido Andrés:
No se cómo comenzar esta carta,
parte o continuación de otra que nunca me animé a publicar en tu blog (fotografiasdeandresditella.blogspot.com). Nuestra comunicación a través de los años se da siempre en espacios como
mails y blogs, en el sitio del comment,
donde lo público y lo privado confluyen en un todo semicomunitario - y a veces
interferido por otras voces- , y así se nos mezclan las llamadas, las imágenes
del yo pequeño con la de un nosotros más grande, caótico, más cielo, más no se
qué.
Nunca se dónde escribir(te), Andrés; dónde, decía, dejarte las
impresiones que tu obra ha ido marcando en mí; abriendo caminos en la memoria
como un tatuaje de los años. Tus películas -por variadas razones de mi historia
personal y la del país (¿del diablo?)- me son tan cercanas y tan íntimas que
nunca se cómo abordarlas desde lo analítico. Y entonces me salen estos textos que
hasta que no los termino no se a dónde apuntan, a qué centro, alma, memoria o corazón.
Nunca lo se, yo; el nómade de blogs y de revistas y de espacios de radio.
Yo; el sin casa; salvo en la escritura o en la comunión de la sala oscura y de
bares y tardes y festivales y papeles y
escritos y cuadernos y viejas revistas y blogs ajenos. Aquí estoy, intentando hacer
pública, una vez más, la experiencia Hachazos,
pero -como lo pediste- en un lugar más ordenado que el sitio recóndito y casi
desechado del comment.
Entonces, heme aquí,
escribiéndote en ¡una revista de un centro de estudiantes de cine de una
universidad privada!!! ( cosa que no soy ni fui nunca en mis muchas vidas; ni
estudiante de cine, ni centro de nada -siempre periférico- y mucho
menos privado-!). Pero es un lugar pertinente, creo.
Sobre todo por eso que nos obsesiona a vos y a mí: el legado.
La memoria.
Eso de “pasar la bola”.
“Chico; pasa la bola. Pasa la
bola, chico”; decía el gallo Claudio de los dibujitos de nuestra infancia, -visto
y revisto en algún televisor Di Tella, blanco y negro en los años 70-. Pero
ahora es otro gallo el que nos convoca, otro Claudio, otro formato, otra bola
que intento pasar desde tu obra y la de Claudio Caldini a mi alma, y desde allí
a los que lean esta carta, y a tu película otra vez, para volver a circular por
la obra de Claudio, ese secreto de unos pocos, que ha vuelto a salir al mundo
después de años de estar en una valija-. Y de allí….
De allí no se, Andrés.
Nada sabemos, ay, a dónde va dar aquello que dimos, que damos, que
intentamos… Pero lo hacemos con esa fe en la duda del hacer, que nos va
construyendo en el camino.
¿Tendría que hablar aquí de formatos, de Súper 8, de trabajo manual, de
cámaras? ¿O mejor hablar de cómo se contemplan unas formaciones de nubes en el
cielo, en una quinta de General Rodríguez, mientras el cine puede ser otra cosa?
¿De qué tendría que hablar aquí, Andrés?
¿Cómo abordar la triple experiencia de Hachazos? ¿Qué es ahora Hachazos,
la película, para mí, que me dejó en
su primera visión como te dije “en
pelotas del alma”;para después me reenviarme a tus performances junto
Claudio, cuando “el docu” era apenas un
work in progress integrado a la experiencia casi religiosa del Cine
Expandido; a la imagen en vivo de Claudio mismo, el retratado del silencio y de
la luz.. Y de allí el viaje se completa con el exquisito libro homónimo que
acompaña el film y que tan amorosamente
armaste junto a la gente de la editorial Caja Negra.
Junto. Con.
Ahí esta la clave, creo. En esas dos palabras.
Algo de conjurado borgiano -como bien decís en el libro- que sentiste al
asistir por primera ve a una exhibición
de Cine Expandido, viendo orquestar a Claudio el rumor de esos 4 proyectores simultáneos.
Algo de conjurado y conjurador que está presente, también, en toda tu
obra, Andrés. (Lo estaba en los testimonios de Montoneros una historia, en la sombra de Piglia tras la sombra de
Macedonio, en vos y tu padre en La
televisión y yo, en todas las
sombras y nombres y cuerpos que se interponen entre tu madre evocada y tu
identidad reconstruida en la intimísima Fotografías).
Lo que más me emociona- a mí, el nómade-
es tu capacidad de encontrar memoria de la tribu donde parecía haber un vacío,
un enigma, un corte o un hachazo.
Un "indecible”. Eso que intentas descubrir, rodear en elipse en cada uno de tus
documentales con otros. Vuelvo a esa conjunción. No sobre.
Sino con. Ya ves; me repito dando vueltas,
como una cinta de celuloide en un sin fin.
Algo de eso vibra en mí, todavía. Me escapo de lo quería decirte cuando intento conceptualizarlo. (No sé hacerlo; no se hablar en aquella lengua de crítico, no puedo
hablar aquí de códigos bazinianos, ni de Werner Nekkes, ni de cosas por el
estilo…).
Estoy, por ahora, en el collage.. Intento… a ver..: pienso en las pérdidas, por ejemplo.
En la fragilidad de una cinta de celuloide; en el pasaje de la
denominación de “cine de paso reducido”, a Cine Expandido – como quien dice una
respiración; el espíritu que se expande-.
Pienso en los años de silencio y de ostracismo -no elegido- de Claudio
Caldini. En la belleza; en su precio. En la locura.
Pienso en esos planos de El
devenir de las piedras que Claudio hace repetir como un mantra, y que
pueden deshacerse en cada exhibición, tan frágiles como una vida.
-la de Claudio, la mía, la de cualquiera-.
¿Cómo retratar una pérdida; una pérdida del yo, por ejemplo?
Lo que pasó en la India. (Esa sombra o fantasma tuyo presente desde
Fotografías ; L’odore de la India o
el dolor en la India).
No podés…
Lo que le pasó a Claudio en la India es intransferible, y sabiéndolo,
sin embargo, lo intentás.
Gran momento ese en que la Gran Revelación, fracasa.
Y eso hace eco en lo que me decías el otro día by mail; que yo dejo mis
escritos en el lugares virtuales; de
desecho casi, perdidos y ahí me pierdo yo.
Preguntas: Cuando la obra se
pierde ¿se pierde uno? (¿como Claudio en la India?¿como la historia del cine
experimental argentino? ¿como la otra
escena de los 70?).
No puedo dejar de hacer estas analogías , y no puedo dejar de hacer
autobiografía tampoco…
(Pienso, mientras escribo esto, por ejemplo en toda mi biblioteca
robada, en un amigo ahora ausente, en otro, muerto, pienso en poemas, en las
primeras películas experimentales que vi en el Goethe, pienso en mi
adolescencia que hace décadas no me abandona, pero que está tan cerca, tan lejos, y en lo todo que
me formó y cómo, cómo transmitir eso y a quién. Entonces, cierro lo ojos y
recuerdo el rostro de Claudio, y a vos mirándolo, filmándolo. Recuerdo otros rostros a los que interrogue en
silencio o en un texto. A los que se abrieron en reflejos diversos o
continuaron en su enigma o estallaron). Como arqueólogo de mi mismo, entonces, rescato de la web algo de aquellos
intercambios escritos en la mas absoluta inmediatez de mi primera “Experiencia”
Hachazos; las primerísimas impresiones de aquellos
golpes de sombra y luz sobre mi retina en una mañana anterior a esta primavera….
Sé porqué vos haces películas. A cada película tuya me
queda más claro. No te lo voy a decir acá. Creo que lo dije en una carta larga
que no me anime a publicar en tu blog. Tu cine, querido Andrés, me sigue
interpelando de un modo tan íntimo que hasta me asusta. Y además tu cine que
siempre es "tu" cine. Y "con". Y ese "con", tan
importante, necesario que tantos olvidan, ese camino en compañía de,
y en descubrimiento de, o en
autodescubrimiento con otros, ese recorrido a ramalazos de belleza y
verdad y misterio, de esa verdad que se escapa como nube.
Así Hachazos, que acabo de ver, y me
dejó en pelotas del alma literalmente; me dejó en los cielos de Claudio
Caldini, en esas reconstrucciones imposibles de sus películas, en los trazos
secretos con que nuestra Historia nos atraviesa ( marca de fábrica Di Tella) y
qué y cómo hacemos con esas esquirlas, en qué las transformamos. En tus propios
cielos, en su evocaciones a la manera de los Claudi,, en sus imágenes, en las
tuyas, en esa comunidad y tensión en la diferencia, y el bello intento de asir
lo imposible del instante, y conseguirlo por breves momentos, junto el hermoso
riesgo de fracasar.
Te (les) diría
más. Pero hoy no puedo; me atraviesan cielos rojos, distancias en la luz,
perros que miran, bicicletas, muertos queridos, memorias de ustedes que ya son
mías.
Diría más, pero ahora no puedo; tal vez
lo haga más adelante.
¿Cómo contar la
historia de un hombre, la de cualquier hombre, pero sobre todo de uno que se ha
construido y perdido y reconstruido más de una vez,-” un cinturón de veces, de
celdas y de sellos de espuma hechos pedazos”,
como diría el poeta Viel Temperley-, y
vaya si se de eso, Andrés…)
Pero ahora me quedo con ese modo que filmás la sonrisa de Claudio, su pequeña alegría solar en bicicleta, cubierta
siempre siempre de esa melancolía de atardecer, que es un amanecer al mismo
tiempo.
Les mando un abrazo ambos, como cielo,
como margaritas explotando, como perros silenciosos en la siesta de la luz.
de vuestro amigo
Ale Ricagno.
Gracias por tanta compañía, para todos.
Eso te (les) escribí en
tu blog -y en el de Claudio (eldevenirdlaspiedras.blogspot.com)- al salir de la premier de Hachazos.
Unos meses antes había
asistido a tu performance "trailer” de Hachazos
+ cine expandido, en Sala Lugones
del Teatro San Martín.
Después vino la película.
Y con ella, la congoja.
Tu película me
acongoja, Andrés. Mucho.
No te imaginas cuánto
Tu película me
acongoja, la historia de Claudio, la de
su amigo Tomás Sinovcic; desparecido en el 76, las de sus películas que fueron
destruidas. Entonces, en ese momento, tu película se abre a otro campo; otra
vez los ecos se multiplican: vos tratas de construir un retrato de alguien que
a su vez, también intentó hacer un retrato no sobre una presencia elusiva, sino
con una ausencia. Una reconstrucción
con otro que ya es fantasma. Y sin embargo que es o se convierte en
presencia en esa breve secuencia
“¿Qué hubiera
filmado hoy Tomás si hubiera estado
vivo?” se pregunta Claudio en un momento cuando explica su proyecto, la
reconstrucción de la película de Tomas, Un
nuevo dia para Tomas Sinovcic a
la que termina considerando un experimento fallido, y de la que vemos apenas un
retazo, una astilla del hachazo de la historia.
Este sistema de correspondencias, de (auto)biografía compartida o
diferida, que incluye vivos y muertos, si querés, que se convierte en biografía
de otros, me apasiona tanto como a vos
las sagas familiares…
Tal vez, porque de un modo mas secreto – y fallido- también sea un poco
lo que he intentado. Lo que aún intento en mi escritura.
El continuo reenvío, en este caso se hace más que evidente: si un ve Hachazos, queda con ganas de asistir a
alguna función del cine expandido de Caldini -así les pasó a dos amigos que no habían
visto ni sabían nada de Claudio, ni del cine experimental argentino de los 70-
y dan ganas de vivir “la experiencia del vivo”; de sentir el rudito de los
proyectores, del “formato obsoleto”, de los sonidos y la respiración de Caldini,
director, músico, demiurgo de sí mismo y sus fantasmas; dan ganas de ver sus
manos manipulando fotos, celuloide; de escuchar ese temblor, esa ceremonia, que
quien la vivió no la olvida más.
Pero Hachazos, -la película- también te reenvía necesariamente al libro,
porque lo que, documentalista y arqueólogo de lo perdido que sos, al fin, no
podés ni querés descartar la data más familiar, la extensión de la escena, el
dato escamoteado.
Todo lo que escapa en el film a modo de trazo insinuado, invisible, entra
en el libro en forma fascinante de microrelatos, crónica, apunte, archivo, reflexión.
Autobiografía compartida, otra vez. Lo que no está o está parcialmente en la
película como bruma de amanecer es amanecer clareado en el libro. La poesía de
la contemplación es completada con la prosa más (auto)biográfica, no exenta de lirismo,
ni de humor, pero más claramente atravesada por la historia personal afectada
por la Historia.
Vuelvo del libro a la película. De la película a las escenas que imagino
quedaron afuera. Porque ¿cómo contar la
experiencia extrema de un hombre que sabe que la imágenes tratan de hacer
visible aquello que no se puede ver, y las palabras articulable lo que no se
puede decir justamente con palabras? ¿Qué hacer? ¿Callar wittgestenianamente,
quemar las naves? ¿aullar a lo Pasolini al final de Teorema? Pero ni lo tuyo ni lo de Claudio es el grito.
Un susurro de hojas en el viento, una mirada que se escapa en el
horizonte bajo la lluvia (momento conmovedor, de una epifanía apenas velada).
Es por eso que tu película conmueve y acongoja, porque se mueve en ese
borde, en esa fragilidad. Lejos de vos está la voluntad abarcativa que “cierre”
la experiencia, pero a la vez se hace presente esa tensión narrativa que quiere
volverse otra cosa: un algo que la abra más allá de si misma, más allá de vos,
incluso de Claudio; de su obra y de la tuya.
Algo que envíe a un momento de nuestro cine negado, la historia del cine
expriemental argentino, es gran desaparecido de los manuales, de la historia de
las cátedras de historia del cine, y del contexto de los años que nos marcaron-los
70- pero también de los modos en que se leyeron y hoy se leen esos años, el arte de esos años, sus tensiones. Por eso
el libro es la experiencia que
complementa lo faltante: los nombres del resto de la tribu del experimentalismo
argentino de los 70/80, sus modos de relación, de creación, sus linajes, la
experimentación de “filmar como se vive”.
Eso que hizo Claudio, y tal vez Tomás.
Y lo que hacés vos.
Y que, por otros medios, intento yo: escribir como vivo.
Escribir nunca solo, filmar nunca solo, sino desde un con quien.
La única forma en que entiendo la escritura, el cine, el arte, la vida.
Inclusive cuando el con quien sea lejos o recuerdo o apenas ilusión.
O fantasma. Inclusive y sobre todo cuando esté presente el gran peligro
del corazón y la entrega total.
Un gran abrazo otra vez.
A los dos, porque en sus obras, cuando me he perdido y todo lo confundo con luces, alcanzo a
ver una luz que me regresa a un mundo más abierto, mas cielo, ya lo dije.
Gracias, otre vez simplemente
de un eterno buscador de
fraternos…
Publicado originalmente en Número Zero, Año 1 No. 2, noviembre 2011.