El ponerse la máscara durante la danza significa apropiarse espiritualmente del animal y anticipar miméticamente su captura. Esta ceremonia no tiene nada de lúdica: para el hombre primitivo, la danza de las máscaras comprende un proceso de crear un lazo espiritual con lo extrapersonal, lo que significa el más amplio sometimiento a una entidad extraña. Cuando, por ejemplo, el indio imita los movimientos y las expresiones del animal, no se introduce al cuerpo de la presa para divertirse, sino para poder apropiarse de un elemento mágico de la naturaleza a través de la metamorfosis personal, algo que no podría obtener sin ampliar y modificar su condición humana. La pantomímica danza de los animales es un acto de culto que expresa con la más alta devoción la pérdida de identidad, al lograr fusionarse con un ente desconocido.
sábado, 29 de noviembre de 2008
El ritual de la serpiente
El ponerse la máscara durante la danza significa apropiarse espiritualmente del animal y anticipar miméticamente su captura. Esta ceremonia no tiene nada de lúdica: para el hombre primitivo, la danza de las máscaras comprende un proceso de crear un lazo espiritual con lo extrapersonal, lo que significa el más amplio sometimiento a una entidad extraña. Cuando, por ejemplo, el indio imita los movimientos y las expresiones del animal, no se introduce al cuerpo de la presa para divertirse, sino para poder apropiarse de un elemento mágico de la naturaleza a través de la metamorfosis personal, algo que no podría obtener sin ampliar y modificar su condición humana. La pantomímica danza de los animales es un acto de culto que expresa con la más alta devoción la pérdida de identidad, al lograr fusionarse con un ente desconocido.
jueves, 27 de noviembre de 2008
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Of Time and the City
Hubo otra película que vi en Mar del Plata de la que no tuve tiempo de hablar: Of Time and the City de Terence Davies. "Del tiempo y la ciudad". Si bien se trata, indudablemente, de un documental, no recuerdo haber visto otra película tan decididamente poética. Se trata, de hecho, de un poema dirigido a su ciudad natal, Liverpool. Desde el primer momento, la voz en off del director empieza citando unos versos, muy conocidos en Inglaterra, que hasta a mí me eran familiares:
Into my heart an air that kills
From yon far country blows:
What are those blue remembered hills,
What spires, what farms are those?
That is the land of lost content,
I see it shining plain,
The happy highways where I went
And cannot come again.
Traduzco (traiciono):
Entra en mi corazón un aire que mata
De aquel país lejano sopla:
¿Qué son esas colinas azules recordadas,
Qué cúpulas, que granjas son aquellas?
Es la tierra del consuelo perdido,
La veo brillar nítida,
Los caminos felices por los que anduve
Y ya no puedo volver a andar.
Pero el resto de la narración sigue en el mismo registro, como si efectivamente se tratara de un poema:
We love the place we hate, then hate the place we love.
We leave the place we love, then spend a lifetime trying to regain it.
Se trata, evidentemente, de otra busca del tiempo perdido. Lo singular es que Davies encuentra su tiempo perdido en los viejos noticieros y materiales de archivo con que arma, casi exclusivamente, su película. Y encuentra poesía en recuerdos a primera vista anodinos, como siempre sucede: por ejemplo, en los nombres de los equipos de fútbol que se oían por la radio al anunciarse los resultados, los sábados por la tarde, y que su madre verificaba con las apuestas que había hecho en la planilla del prode, "esperando hacerse millonaria".
Preston North End two, Blackpool three.
Everton two, West Ham United nil.
Leicester City nil, Leeds United two.
Me recordó a Nabokov, que en Lolita hacía un tipo de poesía semejante con la lista de nombres y apellidos de los compañeros de clase de Lolita. Yo también escuché esos resultados por la radio, aunque algunos años más tarde, cuando viví en Inglaterra. Tengo en el oído esas voces de la BBC, anunciando resultados de un modo deliberadamente desapasionado, o mejor dicho, poniendo toda la pasión en la enunciación sobria y equilibrada de aquellos nombres que eran como talismanes. Llegando hasta los equipos de la B y la C y la D y las ligas locales, nombres de equipos en algún caso olvidados:
Accrington Stanley, Sheffield Wednesday…
Hamilton Academicals, Queen Of The South.
Y a Davies le basta con repetir, pero con otra entonación:
Queen of the South
para que brote la poesía y la emoción, como si hubiera dado con el password de la puerta que abre a un reino perdido.
Los desvelos del Davies adolescente que descubre su homosexualidad vuelven con imágenes de la iglesia y su desencanto con la religion y la bronca por cómo torturó su cuerpo y su mente. Pero hay demasiada pasión en ese odio desmedido, demasiada felicidad en el recuerdo de la infelicidad, que por lo menos no se olvida. Y después aparece el descubrimiento del cine, como otra religion, feliz e indolora, aunque se trata de una religion hecha de añoranzas y deseos imposibles… ¿indolora?
Davies tampoco desdeña recurrir a la eficacia sencilla de una vieja canción popular que suena sobre las preciosas imágenes en blanco y negro que ha encontrado del Liverpool cotidiano de los años 30. Cuando vuelve a apelar al mismo recurso, pero con imágenes de la reconstrucción o modernización de Liverpool en los años 60, una serie de imágenes y sentimientos resuena como trasfondo de otra y la nostalgia se vuelve ironía.
Davies soprende haciendo una especie de lipsynch al revés de los Beatles, hijos dilectos de Liverpool que Davies parece odiar demasiado, como si representaran el fin de algo más grande, y no simplemente del tipo de canción popular amable de los crooners que Davies añora. Es un mundo, el de su infancia, el único que será para siempre suyo, el que se acaba. Como si los Beatles fueran los Sex Pistols, o algo peor. Es que tal vez lo fueran. Enojado, Davies grita:
Yeah, yeah, yeah, yeah.
mientras los Beatles cantan en silencio, por una vez.
En otro archivo blanco y negro, probablemente de los años 50, unas nenas juegan en el colegio, cantando canciones infantiles:
Goodbye Betty, while you're away
Send me a letter to tell me that you’re better
Un momento de alegría y energía infantil. Pero de fondo se oye un himno religioso que casi llega a tapar las voces de las nenas y de pronto el material de archivo se transforma. Aquellas imágenes y sonidos adquieren un tinte profundamente elegíaco que nos dice: “todo esto que estás viendo está condenado a desaparecer y sólo volver como recuerdo”.
Y tras la evocación de momentos felices, la daga en la espalda:
The golden moments pass and leave no trace.
Traducción: Los momentos dorados pasan y no dejan rastro.
Y en un momento, la voz en off parece detener el relato en seco y nos pregunta, o tal vez se pregunta:
Do you remember?
Do you?
Y, como si supiera que no hemos tomado demasiado en serio sus palabras, porque no hemos comprendido todo su alcance, las repite, con un dejo de angustia:
Do you remember?
Do you?
martes, 25 de noviembre de 2008
"Pictures at an Exhibition" de Chris Marker
Nuevo trabajo de Chris Marker, difundido directamente por internet.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Aquele querido mes de agosto
viernes, 21 de noviembre de 2008
Guerín
El narcisimo de las pequeñas diferencias
martes, 18 de noviembre de 2008
463 scalini
Carta de Barcelona 2
Ayer fui al cine con Karuna y sus amigos a ver la película, muy sonada en estos días, Gomorra, que trata de la camorra napolitana.
Dura, jodida, pero me gustó porque el director tuvo la inteligencia de llevar la cámara como un documental, como si entre los mafiosos hubiese un tipo invisible con una cámara, al colmo que hay defectos provocados como faltas de profundidad de campo hechas a propósito para dar esa realidad dura a la filmación. Los actores interpretan con un realismo bestial hablando con el brusco acento napolitano, y con la pinta que tienen, te cuesta creer que son actores.
A la salida me llevé una revista de cine que dan gratis, “La Gran Ilusión”, donde estaba la crítica de la película en la que decía que su director Mateo Garrone salió del tópico de pelis de mafiosos filmando de este modo, sin música ambiental, salvo la que tocan ellos, y con historias cruzadas con una velocidad alucinante, sin arrisgar demasiada informacion porque el autor del libro en el que esta basada la peli, anda mas perseguido que Salman Rushdie.
Seguí hojendo esa revista y a ¿quien me encuentro en una de las últimas páginas? Al amigo Andrés Di Tella en una foto mirando de lado y la entrevista que te hace "La Gran Ilusión”.
Siempre me gusta la idea del iceberg que hablas en el que el misterio queda en manos de la imaginacion del espectador, algo que estoy intentando aplicarl a lo que escribo. Me reí con una de las respuestas a la pregunta “por que documental y no ficción” y le dices “la idea de estar ante un equipo de cincuenta personas tampoco me seduce”, te imaginé agobiado entre una multitud de tipos que se desesperan y el suelo lleno de cables.
Buena la entrevista, y mira como se da el efecto Fotografías que el periodista te dice que la película “tiene algo de universal porque hace pensar en la familia de cada uno”. Algo que ya habíamos hablado un rato. Esto de la universalidad me dejó pensando en la idea de que hurgando en la propia intimidad uno da de rebote en la intimidad no solo de la gente de tu país y tu mentalidad sino en otros que por ahí están en los lugares más remotos, como podría ser alguien en los Urales, en Groenlandia o en la Melanesia. La cosa seria dar en grupo de sentimientos que siempre nos unen en un solo país que podría ser este planeta.
Aquí sigo yendo a la biblioteca y he ido a la libreria Central, aquella donde me citaste hace mas de un año y al entrar encontré a Cecilia porque tu estabas al fondo en la otra seccion ratoneando por los libros de cine. Pues ahi he pedido que me encuentren “los Cantos de Maldodor” de Issidore Ducasse, Conde de Lautreamont, por efecto carambola del paraguas encontrándose con maquina de coser.
Bueno chico, me voy a tu blog a ver que has puesto.
Te mando un abrazo fuerte
José
viernes, 14 de noviembre de 2008
Mar del Plata 1
“Lo que importan son los que se quedan, no los que se van”, provocó Serra, dueño de un humor cáustico y lapidario.
fotos: 1) La rambla; 2) Albert Serra y Andrés Di Tella después de la charla; 3) El cant dels ocells.
Carta de Barcelona
Acabo de llegar a Barcelona con el avión en la cabeza y con el cambio bestial como si tuviese el monomando en la mano y apretase el botón del chaping. De estar cruzando una calle de Bombay ocupada por las bocinas y las gente que esquiva coches, y la familia viviendo en una esquina con cartones niños y perros, a una cuidad gris donde los coches los fabricaron sin bocinas, y no hay un solo humano durmiendo en la calle.
Muy fuerte, uffff.
Ya te escribiré más cuando tenga la cabeza clara. Ahora la tengo como un trapo mojado.
Abrazo fuerte.
José
lunes, 10 de noviembre de 2008
Palabras privadas
En Madrid conocí al escritor Antonio Muñoz Molina. Fue en la presentación del nuevo libro de Antonio Manguel, en Casa de América. Me interesó lo que dijo y me dio ganas de leer algo suyo. Me llamó la atención un libro de ensayos, Pura alegría, que incluye una serie de conferencias tituladas "La realidad de la ficción" que parecían escritas para mí. Copio un par de párrafos que subrrayé (¡libro marcado!):
viernes, 7 de noviembre de 2008
El sótano de Marqués del Duero (2)
Llegó a las once de la noche. Asomó con su entrañable sonrisa y con sombrero. La visita de Andrés a nuestra sala me llenó de alegría. Qué pena que los hombres ya no usemos sombrero. Lo presenté como a un director de cine que admiro y en el mismo momento sentí que la presentación era precisa e incompleta. Una retrospectiva de su obra en la filmoteca de Madrid es una excelente noticia. Pero también como titular resulta incompleto. A Andrés lo conoci en Montevideo, en un majestuoso hotel venido a menos. Compartimos habitación y en eso no hay ningún malentendido. Di Tella es, además o por sobre todo, un viajero. Alguien que cultiva el ejercicio de la curiosidad de un modo infatigable. Aún siendo "visitante" termina convirtiéndose en anfitrión. En este viaje no tuvimos ocasión de despedirnos. Y lo celebro, se que cualquier día de estos va a volver a asomar por El Sótano de Márqués de Duero 8, y con la excusa de una nueva visita, me alojará en esa novela que va escribiendo que es de aventura, de viaje, de detalles, de historia y de historias, de encuentros, de superficies y de raíces, de buenas preguntas y de un refinadísimo sentido del humor. Eduardo Milewicz. Madrid.
Carta de Madrás
por José Rivarola
Querido Andrés: Justo ahora cuando empiezo esta carta el muezzin está llamando a la oración en la mezquita que la tengo casi pegada a la ventana. Estoy en Triplicane, en el Broadlands, y te estoy escribiendo desde uno de los cuartos que perteneció al Nizzan de Wallajah, y que hoy es este albergue barato y decadente, lleno de alma y romanticismo. Me acuerdo cuando me quitaste de aquí para llevarme al Gymkana y yo te pedía volver a mi querida Triplicane pero tú me decías, no, los quiero a todos juntos. Y me tuve que conformar con esas habitaciones que olían a moqueta húmeda en ese club donde los camareros me identificaban con Sadam Husein.
He llegado hace tres días de Kodaikanal. Atrás en ese camino que llaman pasado se quedó el Bodhizendo con los monjes zen jugando a ser alemanes, el orden de los factores no altera a esos tipos que se sientan para llegar a algo y con el tiempo se sientan porque se sientan y con el tiempo se hartan de estar sentados y empiezan a hablar cosas, entonces el asunto se vuelve grave y hay que huir como yo, que huí una noche por la puerta de atrás y me subí al caballo y galopé lejos mientras los monjes salían con los arcos para ensartarme. Ya ves que el zazen te deja delirios todos impresos en legend.
Mañana vuelo a Bombay donde estaré tres días y el 11 de noviembre tomo otro vuelo más largo en un avión más grande hacia Barna. Abrí tu blog el otro día y vi que había mucha foto y algunos escritos, lo grabé en el pen drive pero con el típico descuido guardé luego otras cosas sobre lo grabado y se me borró. Ahora, cuando den la electricidad, ya sabes que últimamente en India la quitan por más de seis horas, porque se descuidaron con tanta industria que les carcome la energía. Es asombroso, tienen plantas nucleares por todas partes, satélites dando vueltas al planeta y no pueden arreglar el problema eléctrico. Bueno, te decía que cuando venga la luz, voy al ciber de la esquina y lo vuelvo a grabar para leerlo en el portátil y ya te comentaré algo. Veo que tu trabajo en España ha terminado. Espero que vuelvas, ahora que eres personaje conocido en el reino, y si te das una vuelta por Ibiza te organizo un ciclo con los amiguetes que ya te conocen de mis cuentos.
¡Por fin puedo decir que terminé el libro de Mamita! O la historia de Rama. El año pasado me estaba mintiendo a mí y a los demás, sin ni siquiera darme cuenta de cuánto mentía. Esta vez estoy muy conforme con la primera parte, y cambié lo de la película en la India dejando algo más completo. En total agregué 50 páginas, parece una barbaridad pero eran necesarias para que se entienda este tocho que me volvió loco durante un tiempo.
El muezzin paró de llamar. Ahora están allí todos juntos rezando. Cada tanto suena Allah hu Akbar, Dios es Grande.
Con estas palabras mágicas te dejo y espero tus noticias.
Un gran abrazo
José
foto: rodaje de Fotograf'ías en Madrás.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Objeto indestructible
lunes, 3 de noviembre de 2008
Pequeño árbol al final del otoño
El cuadro que más honda impresión me dejó, sin embargo, no fue ninguno de los (extraordinarios) cuadros futuristas o expresionistas que intentan expresar la violencia de la guerra. Hay un pequeño óleo sobre tabla de Egon Schiele, Pequeño árbol al final del otoño, de 1911, que la exposición presenta como parte del clima de preguerra, obras que encarnan "la penuria de la experiencia y la desvitalización de los ideales". Hay algo conmovedor en ese árbol desnudo, con un fondo grisáceo, pintado sobre una superficie áspera que parece hacer temblar las hojas que ya no están. Me impactó el cuadro porque de Schiele yo conocía los cuadros más famosos, del Schiele sensualista, lleno de colores, del que éste vendría a ser una especie de negativo fotográfico. Seguramente habrá alguna circunstancia autobiográfica que tenga que ver con el contraste, y seguramente habrá razones estrictamente estéticas propias de la búsqueda de cualquier artista. Pero el hecho de que el Pequeño árbol... de Schiele haya sido colocado como expresión de ese clima de preguerra le otorga como un sentido profético, profundamente siniestro, inevitable, que no podemos dejar de leer. Sería interesante, tal vez, hacer el ejercicio de tratar de detectar donde se profetizaba entre nosotros lo que sucedió en los 70.