Era su vida un cosquilleo, un desespere que arrastraba su ser a un nauseabundo constante y a un eterno confuso, aquello de querer saber si es lo que se es o se es lo que se siente o lo peor, si realmente se es lo que se vive. La amplitud que sus ojos miraban tenía ese gris tan propio de lo nefasto. Pero no todo había concluido, misteriosos verdes aleteos suscitaban ocasionalmente en su pecho y volvía al mundo sus alocadas ñoñerías que mostraban su fondo ingenuo. Vivía con Ha… que disfrutaba indiferente a sabidas cuentas de la virtud de reír que le caracterizaba. Esas comisuras siempre risueñas, no importa la situación, el lugar, hacía todo por sentirse feliz, era lo que le importaba; Ha… consideraba que el egoísmo bien aplicado es un arma que no pretende dañar al semejante, se limitaba a pensar que se sentía bien y que el otro y los demás debían sentirse bien, de no lograrlo esa era su desdicha. Es una relación de dos, insiste en recordarle, Ha… no se inmutaba ¿Quién lo negaba? Por eso somos pareja, pensaba, sin decir una palabra y sin gesto alguno.
Todo en el entorno era muestra palpable de la distorsión emocional que rebosaba su alma noble. El anticuado mantel de plásticos superpuestos que cubre la madera de la mesa resaltaba por su apariencia de café hace mil años derramado, el jarrón transparente con sus orillas filosas por la fragmentación, decorado con polvo y algunas ramas secas con rastros de antigua y florida vitalidad; las sillas desorganizadas ausentes de higiene recuerdan cuatro atacamas llorando angustiadas por la mas insignificante gota de agua.
Todo en el entorno era muestra palpable de la distorsión emocional que rebosaba su alma noble. El anticuado mantel de plásticos superpuestos que cubre la madera de la mesa resaltaba por su apariencia de café hace mil años derramado, el jarrón transparente con sus orillas filosas por la fragmentación, decorado con polvo y algunas ramas secas con rastros de antigua y florida vitalidad; las sillas desorganizadas ausentes de higiene recuerdan cuatro atacamas llorando angustiadas por la mas insignificante gota de agua.
La razón de completarse tampoco la comprendía. Conoció a Ha… en tiempos de zafras hormonales desembocadas en el ideal permanente de lo sublimemente tierno; saberse entre brazos ajenos pero deseables merecían el azar, la incertidumbre ¿Qué importaba? Lo efímero e inexplicablemente breve de ese instante era el mejor compromiso de extensión que podía sentir, y sintió… Mundos completos transpiraba su piel en sinuosas descargas que le llevaron a proyectar en el tiempo y en esos inmedibles segundos vio toda su vida repartiendo pétalos multicolores de una flor inagotable que se nutría de su pecho. La vida son estos momentos, se decía en el fragor del combate benigno entre los cuerpos. Todas las mañanas se levantaba con Ha… en alguna partecita del interior de su frente, con su olor, su mirada, su todo. Algunos rastros sucesivos que insistió ignorar le dieron señales claras de la inquebrantable e insufrible personalidad de Ha... Y llegó el día maravilloso que completó sus oníricos desvelos. Se había casado. Vivía para los deseos del otro, llenaba sus gustos y curiosidades olvidando que existía individualmente.
Con los años pasó a ser una rama prendida de un tronco indiferente, que aplicaba su fortaleza para la realización extrema de su auto disfrute; una de esas ramas secas desheredadas, que ven reverdecer y fortalecerse una y otra vez las contiguas, mientras plagas consumen su vitalidad y sólo queda la espera sin futuro de estrellarse, reconociéndose desperdicio, en el sucio suelo, resultando en abono que alimentará las raíces que nutrirán la fuente que generaba su desprecio. De ahí su mayor confusión, se es en realidad persona completa o se es pedazo de persona cuando no está la llamada “otra mitad”.
Con los años pasó a ser una rama prendida de un tronco indiferente, que aplicaba su fortaleza para la realización extrema de su auto disfrute; una de esas ramas secas desheredadas, que ven reverdecer y fortalecerse una y otra vez las contiguas, mientras plagas consumen su vitalidad y sólo queda la espera sin futuro de estrellarse, reconociéndose desperdicio, en el sucio suelo, resultando en abono que alimentará las raíces que nutrirán la fuente que generaba su desprecio. De ahí su mayor confusión, se es en realidad persona completa o se es pedazo de persona cuando no está la llamada “otra mitad”.
Habitan colibríes en su estomago. Esas inexplicables sensaciones que indican un no se qué, le atrapaban a medida que subía las estrechas escaleras que conducían a su puerta. Todos los días replicaba la escena, honda monotonía en espera de ese tropiezo que le hiciera por fin levantar los pies; el picaporte gastado, grasiento, esperaba la mano que diariamente y a la misma hora significaba su existencia. Ha… se encontraba en tranquilidad, en el sillón reclinable de cuero negro, y como siempre, se mantuvo indiferente como si desconociera su presencia. Encima del televisor, hoy apagado, ubicado frente a su sempiterno lugar de descanso, está el papel y apoyado sobre el, la delicada pluma plateada impide que el viento fresco le desentume sus alas; a distancia puede ver la cuidadosa caligrafía de Ha… Al lanzarse sobre el papel con inusitada tensión, descubrió su liberación de la forma menos esperada:
“Admiro tu lucidez y esa especial fortaleza que te ha permitido sobrellevar con cierta facilidad nuestra desgracia. Yo la veo a diario en tu risa, la descubro cada minuto en tus gestos, en tu forma de ser, en tus ojos, y esas partes de ella que no son tuyas las sufro cuando me miro en el espejo. Me niego a mirarte de frente, me cubro para no percibir el mínimo reflejo de mi imagen. Mi ciclo terminó con ella y sigo aquí, traicionándola, respirando su aire, tomándome su agua, pisando su suelo. No te puedo querer porque el magma de mis emociones enfrió el día que la vida le dijo adiós. Con aprecio Ha…”
Ambos vivieron diferente la misma tragedia.