sábado, 31 de diciembre de 2011

Life goes on

2012: Para vosotros, lo mismo que para mí:

y cielos azules.

y para terminar el año con música (¡cómo no!), el que quiera que se sume a esta invitación del hermano irlandés de Alex de la Iglesia.


Urte berri on! Feliz Año Nuevo!

Salut a tutti

viernes, 30 de diciembre de 2011

Diane Birch

Tengo idea de que hace mucho tiempo, cuando escuché a Diane Birch por primera vez, colgué esta canción en el blog, pero no he sido capaz de encontrarla en mis archivos. Hoy he vuelto a toparme con ella. No destaca por su originalidad (más bien recuerda a alguna de aquellas cantantes de los 70), pero da buen rollo, tiene una voz potente, canta bien y me gusta que toque los teclados.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

g'mornin'

¿Me estoy pasando con las canciones? Os aseguro que en esta época, es mucho mejor que cualquier cosa que yo pueda contaros. Una cosa os digo: si con estos chavales o con Azealia no habéis movido los pies ni siquiera un poco, es hora de que vayáís al médico.



martes, 27 de diciembre de 2011

lunes, 26 de diciembre de 2011

Si nos fijamos

si nos fijamos en lo que está a la vista -
los motores volviéndose locos,
amantes que acaban por odiarse;
ese pez en el mercado
que nos clava la mirada en el alma;
flores podridas, moscas atrapadas en la red;
disturbios, rugidos de leones enjaulados,
payasos enamorados del billete de dólar,
naciones que mueven a la gente como peones;
ladrones de día con espléndidos
vinos y esposas de noche;
las cárceles abarrotadas,
los desempleados de siempre,
hierba mortecina, incendios del tres al cuarto;
hombres con edad suficiente para desear la tumba.

Estas cosas y otras, en suma,
muestran el balanceo de la vida sobre un eje podrido.

Pero nos han dejado una pizca de música
y un espectáculo bien cargado en la esquina,
un chupito de güisqui, una corbata azul,
un pequeño volumen de poemas de Rimbaud,
un caballo corriendo como si llevara el demonio
pegado a la cola
por el pasto y relinchando de espanto, y entonces,
de nuevo el amor
como un tranvía que dobla la esquina
a tiempo,
la ciudad a la espera,
el vino y las flores,
el agua caminando a través de lago
y el verano y el invierno y el verano y el verano
y el invierno otra vez.


Charles Bukowski, Los placeres del condenado

Remakes

Divertido, este montón de remakes que me he encontrado (aquí). Los que más me gustan son los muy rigurosos o los muy libres.

“David and Goliath” remake by Miguel Iturbe
 
“David and Goliath” by Caravaggio
“Girl with Ice Cream Cone” remake by Stephanie Gonot
“Girl with Ice Cream Cone” by Wayne Thiebaud
“Pot Pourri” remake by Tania Brassesco and Lazlo Passi Norberto
“Pot Pourri” by Herbert James Draper

“The Murderer Threatened” remake by Natalie Pereira
“The Murderer Threatened” by Rene Magritte
“Der Arme Poet” remake by Regina Speer
“Der Arme Poet” by Carl Spitzweg
“Portrait of Sylvia Von Harden” remake by Stephan Hoffman & SoYeon Kim
“Portrait of Sylvia Von Harden” by Wilhelm Heinrich Otto Dix
“Ohhh…Alright…” remake by Emily Kiel
“Ohhh…Alright…” by Roy Lichtenstein

Daniela Mercury

La reina de Bahia. (Se acabaron los villancicos)


David Byrne dijo alguna vez que sólo Daniela Mercury sería capaz de retenerlo indefinidamente en una fiesta de la que hubiera decidido marcharse.

sábado, 24 de diciembre de 2011

These days

These days espero salir ilesa.


(en el fondo esta canción me suena bastante navideña...)

viernes, 23 de diciembre de 2011

jueves, 22 de diciembre de 2011

Bares, ¡qué lugares!

En ocasiones veo fantasmas.
El Marsella

lunes, 19 de diciembre de 2011

Antidepresivo


Para qué quiero paroxetina si tengo a Plastic Bertrand. Y ya, si pudiera cantar entera y de carrerilla esa letra insustancial, sería el no va más.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Mr. Waits



Las canciones llegan hasta mí en una cinta transportadora, y se me tiran al cuello, intentando estrangularme. Si no las dejara salir, explotarían dentro y habría que hospitalizarme [se ríe]. Muchas veces siento que no hay nada más importante que las canciones que no he escrito. Las llevo dentro y la única manera de hacerlas salir es a punta de pistola.

(Entrevista a Tom Waits, El País Semanal, 18 de diciembre)

Tchau, Cize

En cuanto pueda, me tomo un grog a tu salud (aunque yo siempre fui más de ponch -una blandengue-).


Seguramente he contado alguna vez que gracias a ella conocí Cabo Verde.

La última vez que la vi actuar fue en Donosti en el año 2005. Recuerdo que a mi lado un desconocido lobo de mar se pasó el concierto llorando. Más o menos como yo, la primera vez que fui a un concierto suyo después de aquellos primeros viajes caboverdianos...SODADE!. (Hay un montón de mornas tristísimas pero prefiero las coladeras)

viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Una Moritz?

Es que es la hora.



(No estoy para experimentos musicales, así que vuelvo con el tío Bob)

Regalos

Esta semana nos han dado las notas (bueno, la nota) en clase de música. Todos somos bastante talluditos y nos hizo mucha gracia recibir el papelito con el breve comentario de la profesora. Hace tanto tiempo que nadie nos premia cuando hacemos algo bien, que estábamos todos como niños "¿a ti qué te ha puesto?", eufóricos con este regalo de reyes adelantado.


miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mayer Hawthorne

más soul... (según dicen las malas lenguas, "MH es en realidad el hijo y fruto secreto de una noche de pasión entre Smokey Robinson y Curtis Mayfield")

martes, 13 de diciembre de 2011

Cibercrisis

Mi portátil está en la UVI. Como ocurre con los humanos, nunca parece un buen momento para que todo se pare y trasladarse al hospital. Cuando anoche todo se volvió negro (en todos los sentidos de la palabra) pensé en las copias de seguridad que no he hecho, en la información sin organizar (¡y en manos de un extraño!), en mi idea inocente de que yo (mi portátil) era inmune a virus y demás enemigos... Por suerte hace poco tuve un pequeño aviso y guardé algunas fotos en otro sitio. Pero me da mucha tristeza pensar en esos 2000 o 3000 correos que tenía acumulados y que quizá se pierdan para siempre. Por cierto ¿Qué hace uno en su vida con los correos? ¿Cómo guardarlos? ¿Cómo borrarlos? Creo que el único modo de solucionarlo es un desastre de este tipo, borrón y cuenta nueva.

Quizá este alejamiento de mi portátil sea saludable para él y también para mí. De momento, sigo surcando el ciberespacio desde mi pequeña cápsula-kit de emergencia.

Silent world

by Michael Kenna


viernes, 9 de diciembre de 2011

Friday night

Gary Clark Jr.: A little bit of rock'n'roll. Sin más. (A desperezarse)



y si prefieres algo más soulero, aquí tienes.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Serge



viernes, 2 de diciembre de 2011

Kiri


Hace unos días hablábamos de qué discos salvaríamos de nuestra casa en caso de incendio. Es curioso porque sólo se me ocurrían 4 ó 5 discos de jazz que escucho de pascuas a ramos. Digo que es curioso porque no creo que yo sea muy jazzera... Hoy he visto esta foto de niebla y puentes neoyorquinos y he tenido que añadir a mi lista de "imprescindibles" mi banda sonora particular de Nueva York: Kiri Te Kanawa interpretando a Gershwin. Y eso que Gershwin me pega mucho, pero Kiri nada en absoluto (y sin embargo me encanta y me da mucha alegría).

* Supongo que si viviera en NY, mi banda sonora sería un poco más reggaetonera...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Bichos

Hoy he agradecido que sonara el despertador, porque me ha sacado de una pesadilla angustiosa en la que el suelo se tragaba a las personas en milésimas de segundo. Todavía un poco impresionada por la imagen de una chica engullida por el barro, me he sentado en la cama, y no sé cómo (aún no estaba muy despierta), he visto que "algo" se movía por el suelo. Sin creérmelo del todo he encendido la luz y he visto un bichaco "enorme" y no identificado que corría por el suelo (por suerte no volaba).  Negro, gordo, del tamaño de una cucaracha de las grandes pero más redondo y blandurrio. Con los bichos no puedo, es algo que me supera, sobre todo en la ciudad. Así que he saltado encima de la cama, por si al tipo se le ocurría agarrarme por los pies. Sé que mi temor es irracional y absurdo (el miedo que habrá sentido el bicho en su huída habrá sido mucho más justificado), pero la única solución que se me ocurría en caliente era salir corriendo y clausurar mi habitación para siempre. 
Desgraciadamente, mi casa es tan pequeña que no puedo permitirme clausurar nada, así que he tenido que armarme de valor y de una de mis botas, y perseguirlo hasta aplastarlo (los vecinos de abajo también habrán saltado de su cama con la que he montado). Durante un rato me he quedado mirando fijamente a la bota como una mema, sin atreverme a levantarla. No tiene ningún sentido, pero aún veía a ese bicharraco capaz de volver de las tinieblas y saltarme a la yugular.
Todo el día he tenido en la cabeza el incidente, y aún temo que haya más habitantes escondidos en algún montón de papeles, pero no me atrevo a tocar nada.
Me he acordado del famoso cuento de Arreola, y de mi prima P. que se cambió de casa tras varios meses conviviendo (y sufriendo) con un ratón que no conseguía cazar (cómo lo entiendo!).

martes, 29 de noviembre de 2011

I like you so much better when you're naked


Ida Maria, y su voz de "acabo de llegar de una noche de farra" no responden exactamente a mi idea de las cantantes noruegas, delicadas, rubias y angelicales. Supongo que por eso me hace gracia.

Estamos

Estás
haciendo
cosas:
música,
chirimbolos de repuesto,
libros,
hospitales
pan,
días llenos de propósitos,
flotas,
vida,
con tan pocos materiales.
A veces
se diría
que no puedes llegar hasta mañana,
y de pronto
uno pregunta y sí,
hay cine,
apagones,
lámparas que resucitan,
calle mojada por la maravilla,
ojo del alba,
Juan
y cielo de regreso.
Hay cielo hacia delante.
Todo va saliendo más o menos
bien o mal o peor,
pero se llena el hueco,
se salta,
sigues,
estás haciendo
un esfuerzo conmovedor en tu pobreza,
pueblo mío,
y hasta horribles carnavales, y hasta
feas vidrieras, y hasta luna.
Repiten los programas,
no hay perfumes
(adoro esa repetición, ese perfume):
no hay, no hay, pero resulta que
hay.
Estás, quiero decir,
Estamos.

Cintio Vitier


[El poema lo he sacado de aquí]

lunes, 28 de noviembre de 2011

Lundi

Cómo se puede ser tan francesa, por favor. (A pesar de ese nombre hispano)


domingo, 27 de noviembre de 2011

Lo nuevo de Polanski

Se titula "Un dios salvaje", y es una adaptación de una obra teatral de Yasmine Reza.
Estoy muy de acuerdo con el comentario de Boyero, quien la califica de "Brillante y malévola. Hace sonreir y reir" De paso, también nos recuerda lo miserables que somos los humanos. Muy recomendable.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Explorando el polo

...en mi nevera, que yo creía "no-frost". Y con esto se frustra mi carrera hacia el récord en "producción de hielo en congelador casero". Aunque no haga nada más en todo el fin de semana, puedo darme por satisfecha. ¿En serio hay alguien que haga estas cosas dos veces al año, como mandan los cánones?



viernes, 25 de noviembre de 2011

Lotta love


Lotta love, por She & Him. Aunque como casi siempre, si hay que elegir me quedo con la original.

El paraíso según Gil de Biedma


Paisaje: Altiplanicie ligeramente ondulada: páramos y tierras de sembradura alternando con viñedos y pinares; dos o tres tesos rocosos y algunas encinas; ríos de escaso caudal, ringleras de álamos. Del lado de levante, cordillera a lo lejos, cubierta de nieve en invierno.
Del otro lado de la cordillera, estrecha franja mediterránea. Paisaje de los alrededores de Benicasim.
En algún otro sector, costa desolada, patagónica, a la que sólo se puede acceder por helicóptero: acantilados, rocas, luz plomiza. Pesca ballenera; por lo menos un naufragio al año. En esta parte no he estado nunca, pero las noticias que llegan de allí, intermitentemente, me apasionan.

Clima: Extremoso, en frío y en calor. Inviernos secos, veranos húmedos.

Origen étnico de los habitantes: Lumpen

Lengua: Argótica, pero muy elaborada, tanto en metáforas como en vocabulario y sintaxis. Algo como un estilo literario degradado.

Pesas y medidas: Las de distancia necesariamente vagas

Religión: Revelada, pero muy confusa. Sincretismo. Culto a las fuerzas de la naturaleza en algunos puntos del país. Abundante mitología. Creencia en fantasmas.

Dimensiones de la capital: Cien mil habitantes. Cien mil más diseminados por el resto del país.

Forma de gobierno: Parlamentaria. Una Cámara Baja, compuesta por hombres de más de sesenta años; un Senado, integrado por jóvenes de diecisiete a veinticinco.
Los hombres entre los treinta y los sesenta años se dedican al comercio y a las artes y profesiones liberales. No tienen ni voz ni voto en el gobierno, pero se les reconoce el derecho al matrimonio y a la propiedad privada. Son los únicos que pagan impuestos.
Servicio industrial obligatorio. De los veinticinco a los treinta años, un tercio de ellos con destino a la costa patagónica.
Servicio sentimental obligatorio. Afecta sólo a las chicas y chicos de reconocido atractivo físico entre los diecisiete y los veinticinco años. Están obligados a tener por lo menos un asunto amoroso al año con alguien que no tenga éxito en ese género de empresas o que sufra de un exceso de soledad.

Fuentes de energía natural: Hidroeléctricas. Yacimientos de petróleo en la costa patagónica.

Actividades económicas: Ganadería y agricultura. Serrerías. Fábricas de harinas. Herrerías. Industria química.
Costa de levante: conservas. Aceite de oliva. Artículos de uso doméstico
Costa patagónica: petróleo; estudios cinematográficos.

Medios de transporte: Automóvil, modelos anteriores a 1933. Trenes de mercancías. Caballos. En invierno, trineos con campanillas.

Arquitectura: Centro de la capital: conjunto urbano del siglo XVIII, básicamente como el de Lisboa entre Restauradores y Praça do Comercio. El resto: caserones donde conviven todos los estilos, desde la Edad Media hasta 1914, varias veces destruidos, reconstruidos, reparados y desfigurados a lo largo de los siglos.
Un mercado público art nouveau. Abundan las calles estrechas flanqueadas de muros altos, por encima de los cuales asoma el arbolado: jardines elevados sobre el nivel de la calle. Ermitas románicas en los alrededores.

Mobiliario y ajuar doméstico: Complicado y un poco descabalado

Indumentaria: Hasta los diecisiete años, ambos sexos: camisas y blue jeans, pelo largo.
Entre diecisiete y veinticinco años, ambos sexos: como los personajes de la misma edad de las pinturas de Botticelli.
De veinticinco a treinta años: hombres, otra vez blue jeans, ahora manchados de grasa, jerseys gruesos; camisas viejas en verano. Mujeres como en el período anterior.
De treinta a sesenta años: hombres, traje de franela gris y corbata inglesa. Mujeres: a elegir entre a) panniers à la Pompadour y b) cabaretera en un saloon de película del Oeste.
De sesenta años en adelante. Hombres: como los reyes de la baraja. Mujeres: a elegir entre a)abuelita de cuento y b) indumentaria y tocado de Isabel I de Inglaterra en sus últimos retratos -la de María Luisa de Parma, en algunas de las pinturas de Goya, también sirve-.

Fuentes de información pública: Libertad absoluta de prensa, pero los diarios y revistas aparecen con diez años de retraso, que es el tiempo mínimo que requiere un acontecimiento para resultar de verdad interesante.

Monumentos: Fuentes con figuras mitológicas, erigidas todas por un rey ilustrado del siglo XVIII.

Diversiones públicas: Cine una noche por semana -las películas no se proyectan hasta diez años después de filmadas y son preferentemente mudas-. Reuniones de bebedores los sábados. Carnaval y verbenas varias veces al año. Solemnes liturgias de Semana Santa para los niños.

Miguel Dalmau, Jaime Gil de Biedma

* Leo esta especie de divertimento que se permitió Gil de Biedma, siguiendo el Cuestionario Auden, y pienso en lo difícil que me resultaría contestar a mi propio cuestionario. En el caso de Gil de Biedma, como dice Dalmau, "quien así sueña en una dictadura, sólo puede sentirse desdichado". Y yo, que no vivo en una dictadura, ni siquiera sé cuál sería mi paraíso.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Objetos perdidos

Somos objetos perdidos
encontrados en una calle
en el suelo de un bar
en una estación
de largo recorrido
colocados juntos
en el mismo estante
por alguna razón
que todavía se nos escapa.
Yo, grande y un poco patético
como un torreón
rodeado de bulldozers.
Tú, delicada y secreta
como una perla
manchada de polvo.

Nos ven
y pasan de largo

Sin reclamarnos.

Michel Gaztambide, Moscas en los incunables


[Para K.]

martes, 22 de noviembre de 2011

Liam Bailey

Autoestima

Estos días, no sé por qué, estoy contento de mí, pero no, no es eso exactamente lo que me pasa: quiero decir que me divierto conmigo -en los dos sentidos: etimológico y actual-. Me figuro que tú te habrás divertido alguna vez contigo. Es una de las cosas más agradables de este mundo. Levantarse, por ejemplo, hacer el tour du propiétaire de nuestra inteligencia y encontrar que los corderos se han reproducido, que los gansos están bien cebados para el foie-gras, que las vacas dan leche en abundancia, que las uvas están maduras y la pradera verde. En fin que todo se ha reproducido y puja por sí solo: la delicia de que el propio pensamiento nos guarde sorpresas -que se da, ay, tan raramente. La satisfacción de ser inteligente, que es una verdadera satisfacción (más que satisfacción: fruición) fisiológica, como digerir bien.

[fragmento de una carta a Grabriel Ferrater]

Miguel Dalmau, Jaime Gil de Biedma

* Fui lectora ferviente de los poemas de Gil de Biedma a los veinte años. Después lo abandoné durante mucho tiempo y ahora vuelvo a él a través de su biografía. De momento el personaje que describe Dalmau no me ha seducido lo más mínimo. Al contrario, aunque reconozco su ingenio, sólo me parece un burgués pijo infantil y vanidoso. Quizá es que todavía nos conocemos poco...(y él todavía "es" casi tan joven como cuando yo leía sus versos)

domingo, 20 de noviembre de 2011

Morphine



A veces tanto globo rosa me empalaga y tengo que recurrir a mis clásicos. Sobre todo por las noches.

Cambio de papeles


Algunas pruebas claras de que soy la madre de mi madre:

- Voy a comer a su casa con tuppers llenos de comida hecha por mí.
- Me como las frutas "tocadas" del frutero y los hondakines* que quedan por la nevera.
- Frío merluza y le pongo a ella los trozos bonitos y sin espinas.
- Se queja de que le riño, me quejo de que no me hace caso.

- Son las elecciones. Ni siquiera tengo claro si acudiré a la llamada de las urnas. Sin embargo, a mi madre, que está casi tan apática como yo, le convenzo para que se anime y salga a votar, le acompaño e incluso le ayudo a elegir sus papeletas.

Este cambio de papeles no me convence nada.

(*hondakines=restos)

viernes, 18 de noviembre de 2011

Happy

Mi médico me dice "para mi tranquilidad", que no tengo ninguna patología específica que explique mis lapsus memorísticos, cada vez más frecuentes. Sólo se trata de la edad. A esta edad, mi dentista también decide quitarme la muela del juicio, porque no sirve para nada excepto para dar problemas. Todo parece indicar que se aproxima en mi vida una etapa happy, sin memoria y con el juicio justito. Con lo que yo he sido!

Os dejo con una cancioncilla rosa para que empecéis bien el weekend (a falta de "divos" -que alguien me chive alguno!-, seguimos con las chicas).

martes, 15 de noviembre de 2011

Rita Indiana y los Misterios

Señores espectadores, a continuación, un rápido giro de cintura nos lleva a esta dominicana, cuyo libro Papi manoseé recientemente en una librería (la editorial Periférica me resulta bastante manoseable). Ahora lo tengo en mi lista de libros posibles, sobre todo por la promesa de ese spanglish  callejero que me gusta tanto, pero que también a veces me satura demasiado pronto. Así que no sé.

El caso es que G. me cuenta que la chica es además cantante.

Maldito feisbu

lunes, 14 de noviembre de 2011

Jolene


Dolly Parton: La mujer que alojaba una familia numerosa en su cardado.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Nubes y claros

viernes, 11 de noviembre de 2011

Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
     es inasible.
Pero (aunque suene mal)
     daría la vida
por diez lugares suyos,
     cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
     fortalezas,
una ciudad deshecha,
     gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
     montañas
-y tres o cuatro ríos. 


José Emilio Pacheco

miércoles, 9 de noviembre de 2011

November on my mind


ENTRA DÓCILMENTE

Te han crecido alas de dolor
y te agitas en la cama como una gaviota herida
pidiendo agua, pidiendo té, uvas
cuyas pieles no puedes mascar.
¿Recuerdas cuando me enseñaste
a nadar? Suelta, dijiste,
el lago te sostendrá.
Ansío decir, suelta Padre
que la muerte te sostendrá.
Afuera, el otoño prosigue sin nosotros.
Con qué facilidad ceden las hojas,
las oigo en el último soplo de aire,
dejando atrás este lugar que desaparece.

Linda Pastan 

Siete poetas norteamericanas actuales
(Edición de Rosa Lentini y Susan Schreibman)

martes, 8 de noviembre de 2011

Más hallazgos

Yo siempre fui de Los cinco. Quizá porque fueron los primeros libros que lei, el primer culebrón al que estuve enganchada (aparte de La casa de la pradera, claro). En aquellos tiempos, la alternativa "literaria" eran los Hollister, que a mí me parecían mucho más ñoños y aburridos (no digamos la serie aquella de Torres de Malory, que transcurría en un internado femenino). A pesar de que los Hollister me parecían sosos, el día que por primera vez quise leer un libro "de verdad", o sea, sin ilustraciones, le pedí a mi hermano, que era un poco mayor, uno de su colección de Los cinco, insistiendo en que fuera "el que menos miedo dé porque no quiero tener pesadillas". Recuerdo que le hice un interrogatorio completo para hacerme una idea de la intensidad del miedo que me esperaba. "¿Pero se muere alguien? ¿les secuestran? ¿se pierden? ¿hay un perro? ¿y acaba bien?". Después de leer el primero de la serie, no pude parar hasta acabar con todos.

Unos años más tarde llegó la colección de Los Tres Investigadores, que leímos con la misma pasión, y con el aliciente extra, al menos en mi caso, de que ya no me parecía literatura infantil, sino de mayores. Creo que esa conclusión la saqué porque en la portada salía una foto de Alfred Hitchcock, que era todo un señor.


Lo que no imaginábamos es que varios años después los leería mi abuela. Ella vino a vivir con nosotros cuando se quedó viuda, con más de 80 años. No creo que hubiera leído demasiado en su vida, pero sí había visto muchísimo cine y tenía una capacidad extraordinaria para disfrutar y enfrascarse en cualquier historia real o de ficción que alguien estuviera dispuesto a contarle. Uno de los primeros libros que le dejamos fue la biografía de Ingrid Bergman, que devoró en dos o tres días, a ratos escandalizada pero enganchadísima y encantada de la vida. 

Con el tiempo, fue perdiendo facultades pero conservaba las ganas de leer, así que un día le pasé algún tomo de Los tres investigadores, pensando que sería una lectura más ligera. Fue un éxito y también ella los leyó todos, a pesar de que algunas mañanas me devolvía el libro con cara de sufrimiento y me pedía que por favor no volviera a dejarle algo semejante porque eso de estar leyendo hasta las tantas seguramente era pecado. Cuando se le pasaba la culpa, me contaba admirada, cómo aquellos chicos habían resuelto el misterio, y lo buenos y listísimos que eran... aunque por supuesto nunca tan listos como yo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Caligrafía

Revolviendo armarios cerrados durante mucho tiempo, también encontré unos viejos cuadernos de mi padre, de su época de estudiante. Encontrarme con su letra pequeña y ordenada, los subrayados perfectos, la ausencia absoluta de abreviaturas y de tachones, su estilo totalmente sobrio y uniforme desde la primera hasta la última línea, sin mostrar el menor síntoma de cansancio... fue como mirar un retrato suyo. Nada que ver con mis apuntes de la época universitaria, que yo copiaba con una letra cambiante, confusa, grande o pequeña, recta o inclinada, redonda o picuda, unos días azul (escrita con aquella pluma Waterman que me robaron), otros a lápiz, llena de borrones, flechas, dibujos, aburrimiento mortal. En fin, que también como una foto mía. Por lo visto no todo va en los genes. (Por cierto, qué poco escribo a mano... pero ¿quién lo hace hoy en día?)

domingo, 6 de noviembre de 2011

Bacio d'addio


Me entero, por cortesía de Paco Clavel, que ahora es Aylin Prandi la chica de moda en Italia. Tiene su encanto (y sobre todo su juventud), pero yo me quedo con la Zilli, mucho más poderosa, y que además me traslada a otros paisajes más soleados.
 

Salim (y II)

Me bajé de la cabina. A nuestro alrededor, hasta donde alcanzaba la vista, no había más que desierto. Arena y piedras oscuras, dispersadas aquí y allá. Cerca se veía una roca lisa y negra: al caer la tarde, cuando hubiese acumulado el calor del sol, lo desprendería como un alto horno. El paisaje, lunar, se veía cerrado por la línea del horizonte, plana y perfectamente recta: se acababa la tierra y más allá no había nada excepto el cielo. Ni una sola montaña. Ni una sola duna. Ni una sola hoja. Y, por supuesto, ni una gota de agua. ¡Agua! Es lo primero que se nos viene a la cabeza en un momento así. Es que en el desierto, la primera cosa que ve el hombre al abrir los ojos por la mañana es la cara de su enemigo: el incandescente rostro del sol. Esta visión inmediatamente despierta en él un reflejo de autoconservación: alargar el brazo en busca de agua. ¡Beber! ¡Beber! Sólo de esta manera puede mejorar, aunque sea un poco, sus posibilidades en ese combate sempiterno en el desierto, en ese duelo a muerte con el sol.
Decidí echar un vistazo a ver si encontraba agua, pues no llevaba nada encima: ni agua ni comida. No encontré nada en la cabina, pero sí había un poco de agua: en la parte inferior de la caja del camión, ala izquierda y a la derecha, había, atadas con cuerdas, dos botas a cada lado. Estaban hechas de piel de cabra, mal curtida y luego cosida de tal manera que las botas conservaban la forma del animal. Una de sus patas servía de pico para beber.
Respiré aliviado, pero sólo durante unos instantes: enseguida me puse a calcular. Sin agua, en el desierto se pueden sobrevivir veinticuatro horas; a lo sumo, dos días, difícilmente y no siempre. La cuenta era sencilla: en aquellas condiciones, el hombre puede perder a lo largo de un día unos diez litros de sudor, y para vivir, tiene que beber una cantidad de agua semejante. Privado de ella, enseguida lo invadirá la sed. La sed verdadera y prolongada en los trópicos secos y ardientes es una sensación mortificante y destructiva, más difícil de dominar que el hambre. Tras varias horas de experimentarla, la persona se siente entumecida y deslavazada, empieza a debilitarse y a perder la orientación. En lugar de hablar, balbucea, y cada vez más incoherentemente. Esa misma noche, o al día siguiente, le subirá la fiebre, y no tardará en morir.
Pensé que, si Salim no compartía el agua conmigo, me moriría aquel mismo día. Incluso si me daba una parte, aquella cantidad no nos habría bastado sino para un día más: eso significaba que nos moriríamos al día siguiente o a lo sumo al cabo de dos.
Intenté frenar la carrera de mis pensamientos y decidí fijarme en lo que hacía el árabe. Embadurnado de grasa y empapado de sudor, Salim desmontaba el motor, destornillaba las tuercas y quitaba los cables, y todo ello sin ton ni son, como un niño que, furioso, rompe un juguete que se niega a funcionar. Los guardabarros y el parachoques estaban llenos de muelles, válvulas, juntas y alambres, parte de los cuales ya había caído al suelo. Lo dejé y me fui al otro extremo del camión, a aquella parte donde aún había sombra. Me senté en la tierra y me apoyé contra la rueda.
Salim.
No sabía nada acerca del hombre en cuyas manos estaba mi vida. En cualquier caso, lo estaba por aquel único día. Si Salim me echaba de allí, apartándome del camión y del agua -y tenía un martillo en la mano y, seguramente, un cuchillo en el bolsillo, amén de la ventaja física-, si me ordenaba marcharme, caminar a través del desierto, ni siquiera habría sobrevivido hasta la noche. Y me pareció que podía proceder precisamente de este modo: así, habría alargado su vida o, pura y simplemente, la habría salvado en el caso de que apareciera alguien a tiempo para socorrerlo.
Saltaba a la vista que Salim no era un conductor profesional, en todo caso, no de un Berlier. Y asimismo, que no conocía bien aquellos parajes. De todas formas, ¿acaso puede nadie conocer a la perfección el desierto, donde las frecuentes tempestades y tormentas no cesan de cambiar el paisaje al trasladar montañas de arena de un lado para otro, variando así todo punto de referencia? Además, aquí ocurre a menudo que aquel que tiene un poco de dinero, enseguida alquila a otro que tiene aún menos, y este último trabajará para el primero, cumpliendo todos sus encargos. Lo más seguro era que el conductor de aquel camión había alquilado a Salim para que éste llevase su vehículo a uno de los oasis. Pero aquí nadie reconocerá jamás que no sabe o no es capaz de hacer algo. Si nos acercamos a un taxista, le enseñamos una dirección y preguntamos si sabe dónde está, responderá que sí sin pensárselo. Tras lo cual empieza un deambular por toda la ciudad, dando vueltas y más vueltas, porque, por supuesto, no tiene ni idea de por dónde ir.

El sol se elevaba cada vez más. Inmóvil y pétreo, el mar del desierto absorbía sus rayos, se calentaba y empezaba a arder. Se acercaba la hora en que todo se convertía en un infierno: la tierra, el cielo, nosotros mismos. Los yoruba creen que si la sombra abandona al hombre, éste morirá. Y aquí todas las sombras empezaban a encogerse, a reducirse, a palidecer. Empezaban a desaparecer. Se acercaban los espantosos momentos del mediodía, la hora del mundo en que la gente y los objetos no tienen sombra,existen sin existir, no son más que blancura, luminosa e incandescente.
Creía que este momento ya había llegado cuando, de repente, vi ante mis ojos un cuadro del todo diferente. Muerto e inmóvil, el horizonte, tan aplastado por el peso del calor que parecía imposible que nada apareciese o sucediese en él, se animó en un instante y se volvió verde. Adónde alcanzaba la vista, se veían, lejos, altas y frondosas palmeras, todos unos bosques de palmeras que crecían a lo largo de la línea del horizonte, tupidos, sin interrupción alguna. Y también se podían ver lagos, sí, grandes lagos azules, de superficies suaves y onduladas. Y también había allí arbustos frondosos, de muchas ramas, que desprendían un verdor intenso, jugoso y fuerte. Y todo aquello no cesaba de temblar, relucir y latir,desenfocado e inasequible como si se hallase más allá de una suave neblina. Y en el aire, aquí, alrededor de nosotros, y allí, en el horizonte, reinaba un silencio profundo, no turbado por nada: no soplaba el viento y en los palmerales no había pájaros.
-¡Salim! -exclamé-. ¡Salim!
De debajo de las alas del capó abierto asomó su cabeza. Me miró.
-¡Salim! -repetí una vez más al tiempo que señalaba con la mano los palmerales y los lagos, todo aquel exquisito jardín del desierto, el paraíso del Sáhara.
Salim echó un vistazo en aquella dirección: no le impresionó en absoluto. En mi cara, sucia y empapada de sudor, debió de ver asombro, estupefacción y fascinación, además de algo que, clara y visiblemente, lo preocupó, pues se acercó al camión, desató una de las botas, bebió un poco y me entregó el resto sin decir una palabra. Me así al áspero saco de piel y me puse a beber. La cabeza empezó a darme vueltas y, para no caerme, me apoyé con el hombro contra la caja del Berlier. Aferrado a la pata de cabra, bebí sin apartar la vista del horizonte. Y a medida que notaba que satisfacía la sed, que se calmaba dentro de mí aquella especie de locura, el verde paisaje se iba desvaneciendo ante mis ojos. Sus colores se desteñían y palidecían y sus formas encogían y se borraban. Cuando hube vaciado el saco hasta la última gota, el horizonte había vuelto a recuperar su aspecto llano, vacío y muerto. El agua, la asquerosa agua del Sáhara, caliente, llena de inmundicias, espesa de arena y suciedad, me permitió seguir vivo pero me arrebató la visión del paraíso. Pero lo más grande de aquel día fue el hecho de que Salim me había dado su agua para beber. Dejé de tenerle miedo. Me sentí seguro, por lo menos hasta el momento en que no nos quedase sino el último sorbo.

La segunda parte del día la pasamos debajo del camión, a su pálida y frágil sombra. En aquel mundo rodeado por un horizonte encendido, Salim y yo éramos la única vida. Me puse a observar la tierra que tenía al alcance de la mano, las piedras más próximas. Buscaba algún ser vivo, algo que se estremeciese, se moviese, se arrastrase. Me acordé de que en un lugar del Sáhara vivía un escarabajo pequeño que los tuaregs llamaban ngubi. Cuando el calor aprieta, el ngubi, atormentado por la sed, quiere beber a toda costa. Por desgracia, no hay agua en ninguna parte; alrededor sólo aparece arena ardiendo.Así que, para poder beber, el escarabajo elige un montículo —puede ser la pendiente de un pliegue de arena- y, trabajosamente, empieza a encaramarse a la cumbre. Es un esfuerzo tremendo, un auténtico trabajo de Sísifo, pues la arena, tórrida y movediza, no para de escapársele de debajo de sus patitas, con lo que vuelve a mandarlo abajo, al comienzo de su tormentoso camino de galeote. Por eso, no pasa muchotiempo antes de que el escarabajo empiece a sudar. En la punta de su abdomen aparece, y se hincha, una gruesa gota de sudor. Entonces el ngubi interrumpe la escalada, se encoge y sumerge su hociquito enaquella gota.
Bebe.

En una bolsa de papel, Salim tenía unas cuantas galletas. Nos bebimos la segunda bota de agua. Nos quedaban dos botas más. Pensé en escribir algo. Me acordé de que a veces, en momentos así, la gente escribía cosas. No tenía fuerzas. No es que me doliera nada. Sólo que aumentaba en mí una sensación de vacío. Y en aquel vacío iba creciendo otro diferente.
Y de repente, vi en la oscuridad un par de ojos grandes y brillantes. Estaban lejos y se movían deforma violenta. Luego empezó a oírse el rumor de un motor, vi un camión y oí voces hablando en una lengua para mí incomprensible. «¡Salim!», dije. Se inclinaron sobre mí varios rostros oscuros, muy parecidos al suyo.

Ryszard Kapuscinski, Ébano

sábado, 5 de noviembre de 2011

Salim (I)

De repente, en medio de la oscuridad vi dos ojos muy grandes e incandescentes. Estaban lejos pero se movían de una manera desaforada, como si perteneciesen a un animal que se agitaba, intranquilo, en la jaula de la noche. Yo estaba sentado sobre una piedra, en el límite del oasis de Ouadane, Sáhara, Mauritania, al nordeste de la capital de este país, Nouakchott. Llevaba una semana intentando salir de allí: en vano. Ya es difícil llegar hasta Ouadane, pero salir todavía lo es más. No lleva hasta allí ningún camino trazado de tierra allanada ni tampoco existe un medio de transporte fijo. Una vez cada varios días, o semanas, pasa por allí algún que otro camión, y si el chófer se aviene a llevarnos, podremos irnos, y si no, seguiremos clavados allí, esperando otra oportunidad, que no se sabe cuándo se volverá a presentar.
Los árabes que se sentaban junto a mí se movieron. Empezaba a caer el frío de la noche, que aquí aparece de repente y, después del infierno de un día de sol, nos penetra hasta causarnos dolor. No existe abrigo de piel ni edredón capaz de protegernos de este frío. Y ellos no tenían más que unas gualdrapas viejas y hechas jirones, y envueltos en ellas herméticamente, estaban allí inmóviles como estatuas.
En las proximidades, de la tierra salía un tubo negro, acabado en un mecanismo de bomba aspirante-impelente, oxidado y cubierto de sal. Era la única gasolinera en aquellos parajes, y si pasaba por las cercanías algún vehículo tenía que detenerse allí. El oasis no dispone de ninguna otra atracción. Por lo general, los días transcurren aquí uniformes e iguales, en consonancia con la monotonía del clima del desierto: siempre brilla el mismo sol, incandescente y solitario en un cielo petrificado y sin una nube.

Al ver las luces, todavía distantes, los árabes empezaron a intercambiar observaciones. Yo no comprendía ni una sola palabra de su lengua. A lo mejor se decían: Bueno, ¡por fin! ¡Por fin aparece! ¡La espera ha dado sus frutos!
Habría sido una buena recompensa por largos días de espera, por la paciencia de mantener la vista clavada en un horizonte inmóvil y muerto en el que hacía tiempo no aparecía ningún cuerpo en movimiento, ninguna cosa viva que llamase la atención y nos arrancase del tedio de aquella desoladora espera. A decir verdad, el paso de un camión -los turismos resultan demasiado frágiles como para meterse por estos parajes- tampoco cambiaba nada en la vida de estos hombres. Los camiones no solían detenerse más que por unos minutos y se marchaban enseguida. Y, sin embargo, incluso una parada tan breve para ellos era sumamente necesaria e importante: introducía un elemento de diversión en su vida, proporcionaba un tema para conversaciones ulteriores y, sobre todo, constituía una prueba material de la existencia de un mundo diferente y una afirmación alentadora de que ese mundo, al enviarles una señal mecánica, tenía que saber que ellos estaban allí.
A lo mejor llevaban a cabo una discusión rutinaria sobre el tema: ¿llegará o no llegará? Es que viajar por estos rincones del Sáhara es una aventura arriesgada, una lotería perpetua y una incógnita constante. Sobre este terreno sin caminos, lleno de agujeros, hoyos, hondonadas, piedras y rocas salientes, dunas y médanos de arena, bancos y escoriales de grava resbaladiza, el coche avanza a paso de tortuga, a una velocidad de menos de diez kilómetros por hora. En un camión de aquéllos, cada rueda tiene su propia tracción y cada una de ellas, metro a metro, ya girando ya deteniéndose en los riscos y vericuetos que se multiplican por momentos, busca, como «por cuenta propia», algún punto al que agarrarse. Y sólo la suma de todos estos esfuerzos y combates, a los que en ningún momento deja de acompañar el rugir de un motor fatigado y recalentado, así como el balanceo mortal de una plataforma que no para de moverse de un lado para otro, permite al camión avanzar hacia adelante.

Pero los árabes también sabían que, a veces, el camión se quedaba desesperadamente atascado a un paso del oasis, después de llegar hasta sus mismos lindes. Esto ocurría cuando las tormentas sepultaban la ruta con tales montañas de arena que resultaba imposible seguir viaje. Entonces, o la gente consigue desenterrar el camino, o el conductor encuentra la manera de dar un rodeo, o, simplemente, regresa a la base. Habrá que esperar a que una nueva tormenta traslade las dunas más allá, despejando la ruta. Esta vez, sin embargo, los grandes ojos eléctricos se acercaban cada vez más. En un momento dado, su resplandor empezó a desvelar las copas de las datileras que se ocultaban en la oscuridad, las paredes desconchadas de las cabañas de barro y las cabras y ovejas que dormitaban junto al camino, hasta que,finalmente, un Berlier inmenso que levantaba tras de sí nubarrones de polvo se detuvo ante nosotros en medio de un estrépito metálico y atronador. Los Berlier son camiones de fabricación francesa, ideados para moverse por difíciles terrenos desérticos. Tienen unas ruedas grandes con anchos neumáticos, y el filtro del aire, muy alto, sobresale del capó. Su gran tamaño y su forma redondeada hacen que, vistos desde lejos, elaspecto de estos camiones recuerde el de la vieja locomotora de vapor.
Descendiendo por la escalerilla, de la cabina bajó el chófer, un árabe descalzo y de tez oscura, ataviado con una larga galabiya de color añil. Como la mayoría de sus compatriotas, era alto y de complexión maciza. Las gentes y los animales con masa corporal grande aguantan mejor el calor del trópico; de ahí que los habitantes del Sáhara sean, por lo general, personas de talla considerable. También funciona aquí la ley de la selección natural: en las condiciones ultradifíciles que imperan en el desierto, sólo los más fuertes llegan a la edad madura.
El chófer se vio enseguida rodeado por los árabes del oasis. Empezó un bullicio de sonoros saludos, de preguntas y de buenos deseos, que se prolongó durante un rato muy, muy largo. Todos gritaban a cuál más fuerte y agitaban los brazos como si participasen en un regateo en medio de un mercado ruidoso. En un determinado momento de aquella conversación con el chófer, empezaron a señalarme. Mi aspecto era deplorable. Estaba sucio, con una barba de varios días y, sobre todo, exhausto a causa de los calores insoportables del verano sahariano. «Será», me había advertido antes un francés con experiencia, «como si alguien te clavara un cuchillo. En la espalda, en la cabeza... Al mediodía, allí los rayos solares golpean con la fuerza de un cuchillo.»
El chófer me miró y al principio no dijo nada, pero luego señaló el vehículo con la mano y lanzó una exclamación de consentimiento:
Yala! (¡Sube!, ¡anda!) Me encaramé hasta la cabina y cerré la portezuela. Partimos enseguida.
A decir verdad, no sabía adónde íbamos. Ante nosotros, a la luz de los faros, no se movía nada excepto la arena, siempre la misma, arena que echaba chispas de múltiples matices, que aparecía como cortada por bancos de grava y rocas astilladas; las ruedas, cada dos por tres, ya saltaban sobre obstáculos de granito, ya se hundían en hondonadas y grietas abiertas en las piedras. En medio de la negrura de aquella noche sólo se veían dos manchas de luz deslizándose por la superficie del desierto, dos círculos claros y nítidamente enmarcados. Aparte de ellos no se veía nada, nada en absoluto.
Después de un tiempo empecé a sospechar que íbamos sin rumbo, a ciegas, simplemente a campo traviesa, pues en ningún sitio se podía divisar un solo punto de orientación, una señal, estaca o huella de algún camino. Intenté sonsacar al árabe. Señalé la noche delante de nosotros y le pregunté: 
—¿Nouakchott?
Éste me miró y se echó a reír.
-¿Nouakchott? -repitió con un tono tan soñador, como si se tratase de los jardines de Semíramis, hermosos, pero para nosotros, insignificantes mortales, colgados demasiado alto. Deduje que no íbamos en la dirección que yo deseaba pero no sabía cómo preguntarle cuál era, en realidad, nuestro rumbo. Tenía grandes ganas de entablar algún contacto con él, de que nos conociésemos un poco más.
-Ryszard -dije, señalándome. Acto seguido lo señalé a él. Lo comprendió.
-Salim -respondió y volvió a soltar una risotada.
Se produjo un silencio. Debimos de dar con una superficie lisa en el desierto, porque el Berlier se movía con más suavidad y más rápido (no sé exactamente a qué velocidad porque todos los indicadores del camión estaban estropeados). Durante un tiempo, continuamos viaje sin decirnos nada, hasta que, finalmente, me dormí.
Me despertó un silencio súbito. Se había parado el motor y el camión se había detenido. Salim pisaba el pedal del gas al tiempo que daba vueltas a la llave de contacto. La batería y el arranque funcionaban pero no así el motor. Ya se había hecho de día y había luz. El árabe buscaba en la cabina la palanca con que abrir el capó. Esto me pareció extraño y sospechoso: ¿cómo?, ¿un chófer que no sabía abrir el capó de su coche? Finalmente, descubrió que el capó se abría soltando las asideras que estaban en el exterior. Se encaramó al guardabarros y se puso a contemplar el motor, pero miraba aquella enmarañada construcción como si la viese por primera vez en su vida. Tocaba unas piezas, intentaba mover otras, pero todo lo que hacía resultaba de lo más inexperto. Dio varias vueltas a la llave de contacto pero el motor permaneció callado como una tumba. Encontró la caja de herramientas, pero no había en ella gran cosa. Sacó un martillo, varias llaves y destornilladores, tras lo cual se dispuso a desmontar el motor.

Ryszard Kapuscinski, Ébano 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Profesor normal

Encontré este libro de aritmética, de 1939. Era de mi abuelo. Me sorprendió la modestia del Sr. Dalmau. ¿Qué autor se presentaría hoy en día como "profesor normal"?

Liquidámbar

Tengo la suerte de trabajar rodeada de árboles, aunque normalmente no tengo tiempo ni de verlos. Todos los años, de repente un día, me fijo en el liquidámbar (uno de mis preferidos y quizá el único cuyo nombre recuerdo) y es cuando por fin me entero de que ha llegado el otoño. Algunos años se pone completamente rojo, pero para eso hace falta que haga frío, según dicen los que saben. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Anna Adén

Fotografías de Anna Adén, Sweeden
(¿Blancanieves en Suecia?)

martes, 1 de noviembre de 2011

Please, come in



Visto aquí.

The Asteroids Galaxy Tour

Pop danés.


Esta canción tiene algo (no sé si es el que toca el saxo...)

Unas veces me recuerdan a esa otra cantante islandesa, Hafdis Huld. Alguna otra canción, sin embargo me ha recordado vagamente incluso a los B 52's

lunes, 31 de octubre de 2011

Críticas

Tussel llama hoy a X en un artículo "un pelín hortera". Seguro que es lo que más le ha molestado. A él, tan snob y amante de las relaciones distinguidas. Mucho más que la descalificación de sus ideas.

Recuerdo cómo Jon me preguntaba con el mayor interés a ver quién era Pedro Ugarte, quién era aquel desconocido jovenzuelo que, en un artículo del periódico, se había burlado no solo de su conferencia, sino también de su vestimenta, concretamente de su "corbatilla de cuero".

Que alguien se meta con tu pinta irrita más que si lo hace con tus ideas, incluso con tu capacidad intelectual.

B. nos preguntaba el otro día: "¿Tengo yo cara de cuajada?". Alguien había escrito en un artículo de Gara que B. tiene cara de cuajada. Era lo único que le había molestado de un artículo donde seguro que lo ponían a parir entero.

Iñaki Uriarte, Diarios (Segundo volumen: 2004-2007)

I like cowboys

sábado, 29 de octubre de 2011

Déjame soñar

El humor amargo y tantas veces genial de el Roto

miércoles, 26 de octubre de 2011

Wildlife

Fotos de Rob Palmer



Si es que, te tienes que reir...

martes, 25 de octubre de 2011

Laura Marling

lunes, 24 de octubre de 2011

Almost indestructible


Stardust Memories, Woody Allen

(Hay otras, pero ésta es la escena que más me gusta de Stardust Memories).

Stardust

Sometimes I wonder why I spend
Such lonely nights
oh baby lonely nights
dreaming of a song
The melody haunts my reverie
And I am once again with you
When our love was new, oh baby
And each kiss an inspiration
Now that baby you know was long ago

Oh beside a garden wall
When stars are bright
You are in my arms
The nightingale tells his fairy tale
A paradise where roses bloom
Though I dream in vain
In my heart it will remain baby
My stardust melody
Oh memory oh memory oh memory

Louis Armstrong

sábado, 22 de octubre de 2011

Ideas

(La píldora del día)

Sospecho que los pensadores se detienen en un momento determinado y dicen: "Aquí me planto. De ahora en adelante defenderé esta idea, aunque estoy seguro de que podría pensar alguna otra cosa diferente, e incluso la contraria". Me resultan incomprensibles el aplomo y la seguridad de cualquiera que escriba un libro de ensayo.

Iñaki Uriarte, Diarios: 1999-2003

(Esto me recordó a Baroja)


Vieni via con me

Hoy me he despertado con una mezcla rara de dolor de cabeza y optimismo. He seguido los dictados de mi coraçao y he puesto un cd de Paolo Conte para desayunar.


viernes, 21 de octubre de 2011

Sublime

Tampoco soporto a la otra cuando dice que tal novela, o cuento, o película "es sublime". Ya no se puede emplear esa palabra, como no sea para decir, por ejemplo "esta purrusalda está sublime". Es verdad que es una persona con poco sentido del humor y, como dijo ya no sé quién, "el humor es lo contrario de lo sublime".

Una de las cosas que más gracia me han hecho en mi vida es conocer lo que comentó muy serio y muy solemne Mr. Prudhomme, el personaje de Monnier, la primera vez que vio el mar: "Tal cantidad de agua roza el ridículo".

Supongo que exactamente lo contrario de lo que piensa el personaje de Friedrich.

Iñaki Uriarte, Diarios: 1999-2003

jueves, 20 de octubre de 2011

Ignacio

Mientras me hacen el escáner la doctora repite mi nombre: "¿Qué tal estás, Ignacio?". "Ponte aquí, Ignacio." "Ahora un poco más a la derecha, Ignacio." "Ya está, Ignacio." "Ahora vendrán a buscarte, Ignacio." "Adiós, Ignacio." Ya sé que es un truco para tranquilizarme, pero funciona. Aunque todo el mundo me llama Iñaki, no me habría venido mal incluso algún don Ignacio. Sin embargo, sólo me relajo de verdad cuando llega el celador para subirme a la habitación, gira la camilla de golpe y arranca al grito de: "¡Vámonos, moreno!".

Iñaki Uriarte, Diarios: 1999-2003

Ayer llegué por casualidad a este primer volumen de los Diarios de Iñaki Uriarte. Había leído de pasada algún comentario sobre este escritor (que dice que no es escritor) medio donostiarra, medio neoyorquino, medio bilbaíno. Pero apenas sabía nada de él. Sin embargo, después de leer este primer párrafo del libro, tuve que comprarlo irremediablemente. De momento disfruto y me río, lo cual en los tiempos que corren es todo un éxito.