1 POST AL MES, PORQUE LA ERUDICIÓN ES RADIOACTIVA
Fimfarum 2
Continúo con la serie de reseñas breves a la que me he visto obligado por la falta de tiempo. Con todo, espero rematar el año con algo más enjundioso. En otro orden de cosas, hace tiempo me sorprendí a mí mismo al verme inmerso en una curiosa reflexión. Navegaba por la página de un foro de animación con una lista de largometrajes animados bastante jugosa. “Aquí hay de todo, pero no puede estar todo”, pensé. “Debe faltar algo”. Así que lo más raro y más nuevo que se me vino a la cabeza en ese momento fue Strings, un largometraje danés de marionetas con ribetes shakesperianos, que había tenido la oportunidad de ver no hacía mucho en pantalla grande. No encontré el largometraje en la lista, y ahí se quedó la cosa. Tiempo después, navegando, curioseando, por el mismo lugar, la encontré bajo el epígrafe “Cine experimental” (¿o era contemporáneo?). Lo primero que me pregunté fue por qué no estaba con el resto de largometrajes de animación. Para mi sorpresa, en el post se argumentaba que la obra en cuestión no era animada, es decir, que no es una película de animación. Veamos, no es fácil dar con una definición (casi nunca lo es) que abarque todas las manifestaciones de este complejísimo mundo que es la animación. En sus 100 años de cartoons, Bendazzi aboga más por una definición restrictiva que extensiva, es decir, en lugar de tratar de explicar qué es la animación, tal vez sería mejor decir qué no es la animación. Lo que único que parece claro en todo esto es que para que haya animación debe haber manipulación; debe haber truco, magia (para muchos, los cortos de el “mago” Méliès ya encierran en sí el germen de la animación, pues son ricos en trucos ópticos), si se quiere, entre un fotograma y el siguiente. Se trataría pues, de una segunda ilusión óptica, tras aquella inherente al cine, la de la sucesión de imágenes aisladas y estáticas con el fin de obtener la mentira del movimiento en tiempo real. A ésta, habría que añadir la que se opera en el fotograma en sí, que complementa y enriquece a la principal, que se establece entre un fotograma y otro, como si, salvando las distancias, de callejas entre viñetas se tratara. No negaré que el tema es mucho más complejo de lo que así se expone, empezando por las necesidades específicas de las técnicas de animación, que son múltiples y variadas. Tal vez el ejemplo más sencillo de entender sea el del stop-motion, en contraposición con el título referido más arriba. Pensemos en una animación simple de un muñeco de plastilina, en el abc del proceso animado. Si queremos rodar una breve secuencia de apenas unos segundos en la que un personaje mueva el brazo de abajo hacia arriba, entonces “todo” lo que hay que hacer es tomar un plano del brazo bajado, a continuación lo levantamos levemente, apenas unos milímetros, y tomamos otro plano; lo levantamos un poco más y sacamos un tercer plano, y así hasta que el brazo esté arriba del todo; después basta con poner un fotograma tras otro a una velocidad prudente y ya tenemos la animación lista. El ejemplo es sencillo pero quiero que la idea se entienda bien, sobre todo en contraposición con lo que viene ahora. Ahora tomemos Strings, o Team America, Legend of the sacred stone o incluso Cristal Oscuro, cualquiera de ellas nos vale, ninguna es una película de animación. En ningún momento existe ese salto mediante el montaje entre plano y plano para simular el movimiento. Todo lo contrario, vemos los hilos en todo momento, especialmente en el largometraje danés, en el que juegan un papel importantísimo, no sólo en términos visuales, sino metafóricos, en un alarde de inventiva y de oportunismo. Los hilos se mueven ante nuestros ojos y, aunque no vemos al marionetista, su presencia se hace sentir en todo momento. Si la secuencia del muñeco de plastilina que acabamos de poner como ejemplo es de apenas dos segundos, su elaboración puede haber llevado perfectamente unos minutos. El tiempo de acción y de rodaje no coinciden. Sin embargo, en Strings, cuando una de las marionetas recorre el escenario de un lado a otro empleando, digamos, cinco segundos, podemos decir que el tiempo que la cámara ha empleado para capturar ese moviendo ha sido exactamente el mismo (al margen, claro está, de los preparativos de rodaje), es decir, el tiempo de acción y el de rodaje coinciden, ya que todo se desarrolla frente a la cámara, sin ningún tipo de intervención entre un fotograma y el siguiente (al margen de la que efectúa la propia cámara, inherente al medio, como ya se ha dicho); no hay manipulación, por tanto no hay animación. Es como colocar varias cámaras simultáneas en distintos puntos durante una obra de marionetas sobre un escenario; como ver teatro por la tele; la única manipulación es la del montaje.
Strings.
Dicho esto, podríamos pasar a otras consideraciones. Si Strings no es una película de animación, entonces, ¿qué demonios es? Una película infantil. Pero, ¿acaso, dentro de la animación, no hay películas que se encuadran perfectamente dentro de los géneros atribuidos al cine de imagen real? Comedia, terror, ci-fi, drama, erótico… Es un problema de géneros difícil de resolver, empezando por el hecho de que todo cine animado se suele etiquetar como infantil, y porque tampoco existen demasiados largometrajes (pues este es un problema que afecta casi en exclusiva al largo) ideados para un público maduro intelectualmente, y porque los pocos que hay suelen tener vocación experimental. También está el tema de las proporciones: cuando una película está compuesta de escenas animadas en su totalidad no hay dudas en decir que es de animación, pero, ¿y cuándo se mezcla con la imagen real? Las películas de Harryhausen o de Willis O´brien contienen bastante metraje animado, ya sea mezclado con imagen real o bien aislado, pero no dejan de considerarse de imagen real. Las de Karen Zeman (El dirigible robado, Viaje a la prehistoria, El barón Munchausen…) tienden a considerarse animadas y, aunque bien es cierto que la “manipulación” es mucho más evidente, los actores son siempre de carne y hueso (exceptuando sus dos últimos largometrajes y la recopilación dedicada a las aventuras de Sinbad). ¿Y qué son Cool World o Quién engañó a Rogert Rabbit? Por otro lado, buena parte de los efectos especiales no son otra cosa que animaciones, especialmente hoy en día, donde el atrezzo, las maquetas y el cartón piedra pasaron a mejor vida en beneficio de la animación por ordenador. Pensamos en la cantidad de secuencias animadas/ generadas por ordenador que podemos encontrar en títulos como Matrix o El señor de los anillos (esta última observación ni siquiera es mía, pertenece a Antonio Zurera, un veterano guionista y director de cine de animación español). Si la clasificación es una cuestión de porcentajes animación/ imagen real, la cosa no queda demasiado clara. Es un tema complejo e interesante, ya digo; espero poder volver a él.
Legend of the sacred stone.
En el ámbito de estas reflexiones se encuentra Gritos en el pasillo. Una película española del 2007 hecha con frutos secos. Todo este largo proemio sirve, nada más y nada menos, para afirmar que el título que nos ocupa no es una película de animación, no al menos en el sentido estricto, como se ha argumentado más arriba. Basta con echarle un ojo al siguiente fotograma; esos surcos que recorren el suelo no son ni más ni menos que los huecos a través de los cuales se introducen los alambres adheridos a base de los personajes para moverlos; una variante de los hilos. Basta agudizar un poco la vista y en más de una ocasión los metales en cuestión son visibles:
No recuerdo ahora mismo ninguna animación notable con frutos secos. Sin duda que debe haberla. Tal vez Starewicth o Hermina Tyrlova en su día, tal vez George Pal… Sí alguien conoce alguno, que levante la mano y que deje un comentario. El caso es que el largometraje se deja ver. A veces resulta un poco pesado, pero el metraje moderado de la cinta y su carácter de producto extravagante e inusitado hacen que merezca la pena verla hasta el final. El doblaje es uno de sus puntos débiles. Unos actores con un poco más de tablas no habrían venido mal para darle un poco de solidez y de credibilidad a la historia, que parece con demasiada frecuencia un chiste mal contado en determinadas escenas. Luego uno se acostumbra y no se fija, claro… El argumento no es nada del otro jueves (un trasunto de Asylum -Robert Ward Maker, 1972-), pero bueno, supongo que el mérito está en haber hecho una peli con cacahuetes y pistachos, sólo esta idea ya merece nuestro respeto.
Terminemos con los puntos fuertes, para dejar un buen sabor de boca. La escasas cualidades, especialmente en términos de movilidad y de expresividad, de los "actores", han sido hábilmente compensadas con una cuidada elección de los planos y de los encuadres, un uso inteligente del sonido, de todo lo que tiene que ver con los efectos sonoros, y, sobre todo, con una iluminación muy acertada, que contribuye de forma decisiva a crear la atmósfera siniestra y alucinada que domina toda la historia. Mención aparte para el tramo final, no sólo por el secreto del pasillo prohibido y todo lo relacionado con él, sino también por el asalto, salpicado de ingeniosos detalles, algunos verdaderamente geniales; vamos, que si a esas alturas de la película (el último tercio) nadie ha conseguido reírse, se aconseja esperar hasta el final, porque la cosa mejora notoriamente. Abrazos para todos.