jueves, 16 de octubre de 2008
Acariciándote
Siento sin ver.
Tú cuerpo late y se estremece.
La imaginación es un dulce tormento al reconocerte así, robandote gemidos...
lunes, 11 de agosto de 2008
Agradecida
Sh... no se lo digas a nadie
Atrapada en las sensaciones que me provocas,
mis labios se vuelven perversos,
sembrando la locura de un deseo sin control.
En cada beso, largo, sensual,
cierro los ojos,
prolongo el momento,
tu cuerpo responde
te entregas sin treguas ni reservas
a la fantasia salvaje
que nos invade a los dos...
martes, 5 de agosto de 2008
Tu lengua me quema
sábado, 26 de julio de 2008
Un comienzo
Era de baja estatura y tenía hermosos ojos verdes. Usaba el cabello corto, teñido de un color cobrizo. Era médica y estaba casada.
Nos habíamos conocido porque era la jefa de una clínica a la que le vendía mis servicios. Era famosa por el orden estricto que exigía. Solía usar botas de taco no muy alto, negras. Cuando caminaba parecía decir: "Aquí estoy yo, aquí estoy yo". Los empleados temblaban al verla. Nos encontramos una vez en el centro por casualidad y como quería estrechar lazos con sus empleadores, la invité a tomar algo. Ella aprovechó para hacerme una larga lista de pedidos. A pesar de eso descubrí en ella una persona interesante, divertida y de excelente charla.
No la había mirado detenidamente nunca antes, pero ahora delante mío se transformaba en una mujer interesante, bonita, diría que sensual.
A partir de ese momento nos encontrábamos a tomar un café, a veces casualmente, otras por invitación mía o de ella y charlábamos de las cuitas maritales, de los problemas con los chicos, de libros o de cine.
Una tarde nos demoramos más de la cuenta en el bar y la acerqué en auto a unas cuadras de su casa hasta la esquina de una plaza. Cuando me acerqué a darle el beso de despedida, sentí el impulso de acariciarle el cabello. Jamás esperé que atrapara mi cabeza y metiera su lengua en mi boca, viboreante, en guerra desesperada buscando la mía. Miré hacia los lados buscando testigos indiscretos y sentí que su pierna se ponía sobre las mías, moviendo la pelvis contra mi muslo. Sin dejar de besarla subí mi mano por la pierna hasta la costura del jean entre sus muslos que presioné levemente. Sin perder un momento apoyó la palma de su mano sobre mi entrepierna y me levantó los testículos presionándolos suavemente sobre el pantalón.
-Me tengo que ir ya -me dijo con la cara encendida- nos vemos mañana en el bar, ¿si? -aún sostenía mis testículos.
Se acomodó el cabello, resopló para calmarse y salió caminando rápido. El sol pintaba de rojo los árboles.
Estaba tomando una gaseosa cuando llegó.-Vamos -dijo con la cartera en la falda luego de sentarse apurada.
Ya en camino me desprendió la camisa y me acarició el pecho. Me sonreía mirando mi erección que era notable a pesar de la ropa, en ocasiones la rozaba discreta con su dedo índice.
Bajamos en silencio hacia la habitación del hotel. Cerré la puerta y la traje hacia mí desde su cintura. Le empecé a besarle su cuello y una de sus orejas, pero ella no estuvo mucho tiempo así, sino que se abalanzó sobre mí tirándome sobre un sillón que estaba casi pegado a la entrada de la habitación.-Ayudame con tu cinto -dijo entredientes, ya montada sobre mí con las piernas separadas y luchando nerviosa con la hebilla.
Lo desprendí quitando sus manos y después le ayudé a sacarse la polera negra que tenía puesta. Me detuve en ver sus pequeños senos un momento, le toqué los pezones por encima de la tela y ella respondió bajándome el cierre para liberar mi miembro sobre el calzoncillos.
-Hace rato que te la quiero ver -dijo mientras se paraba y se bajaba el pantalón de espaldas a mí, dejándome ver unas linda cola enfundada en una tanga blanca pequeña. Se dio vuelta coqueta. Le acaricié la cicatriz de la cesárea con dos dedos.
-Me la voy a operar -dijo con mi miembro en su mano, luego metió su lengua en mi boca en un beso interminable.
-Tengo sed, dame saliva -dijo mientras abría la boca después de tirarse en mi falda boca arriba. Le di una gota de mi saliva y la tragó con deleite.
-Más, más -a cada gota de saliva respondia con movimientos y gemidos.
Se sentó sobre mí usando su mano para dirigir mi pene a su vulva y metiéndoselo. Sentí como ella tenía un orgasmo largo, muy largo.
Después empezó a moverse suavemente. Le desprendí el corpiño y ella se megreó los senos.-La tenés linda, la tenés relinda -me decía con los ojos cerrados- ¿me vas a dar leche?, dale, dale -repetía.
-¡Te aprieto! -dijo y me miró con los ojos bien abiertos. Sentí la presión de su vagina como una mano sobre mi miembro. Un vaho de placer me invadió y no pude más, tuve el orgasmo más intenso en años. Se quedó un rato largo sobre mí besándome calmadamente los labios y la cara. Me lamió el sudor de mi rostro. Me abrazó y la abracé.
-¿Nos vamos a volver a ver? -me preguntó sorpresivamente.
Me quedé pensando un rato con ella mirándome, no sabiendo qué decir ni tampoco qué hacer. Todo había pasado como una ráfaga.
-¿Y, ¿qué vas a pensar de mi? -repitió.
-¡Muy mala! -repetí dándole una palmada en la nalga-. Sentí una extraña excitación que me recorrió la espalda. Jamás había hecho eso de darle un chirlo a una mujer y esperé su represalia, una cachetada, un enojo y el fin de mi aventura con ella. Pero no se enojó, sino que me dijo al oído:-Puedo ser mucho más mala así me das muchos chas chas, papito.
Todas las películas porno que había visto en mi vida pasaron delante de mis ojos.
Comencé a nalguearla sintiendo mi erección en aumento, primero con timidez, después queriendo dejarle las nalgas todas coloradas. Veía sus glúteos moverse al compás de mis golpes hasta que sentí que era suficiente.
Nunca sentí tal grado de lujuria, nunca había paladeado el sabor del dominio. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Se bajó de mi falda y se paró acariciándose las muslos, luego miró mi erección. Acariciando mi miembro se arrodilló entre mis piernas y me hizo una larga fellatio. La quise apartar cuando estaba a punto de terminar, pero ella se aferró a mi pene y me miró traviesa mientras se bebía mi licor.
-Vamos -dijo parándose-. Me esperan, vos sabés.
De nuevo la llevé a esa esquina de la plaza. Esta vez se bajó casi sin saludar.
Nos vimos cada semana y aprendí con ella los meandros del spanking. Nos dejamos de frecuentar cuando emigró en una de esas crisis económicas que tiene nuestro paìs y jamás supe más nada de ella.
Macho Argentino
miércoles, 23 de julio de 2008
Nuestro tiempo
Sentada en la cama miro como te vistes.
Te acomodas la camisa, prendes el pantalón, subes el cierre, ajustas el cinto.
En mi cuerpo perdura el calor de tus manos y la humedad de tus besos.
Inspiro, es tu olor el aire que respiro.
Te miro, estas hecho a la medida de mis deseos.
Me levanto como gata en celo, nuestras miradas se encuentran. Me acerco a vos y sonrío.
Aunque estés vestido, volveremos a empezar...
lunes, 21 de julio de 2008
Jamás te quites la venda
Está acostada en la cama. Tiene los ojos vendados, el tallo de una flor que ella cree que es una rosa, apretado entre los dientes, y su cuerpo desnudo que palpita por lo que vendrá. Supone que a su derecha hay una ventana que le traduce el sentir de ciertas ciudades que se extienden afuera. Tiene las manos crispadas sobre el cobertor: puede quitarse la venda pero no lo hace, jamás se atreve.
Sabe que él ha llegado porque oye como una puerta se abre y se cierra y porque enseguida presiente que se quita la ropa. Luego lo percibe a su lado; entonces, ella deja que la flor caiga sobre su pecho y se pasa la lengua por los labios y su cadera comienza a contornearse reclamando atención. Pero él se toma su tiempo. Le murmura palabras inconfesables en el oído, la besa apenas, la acaricia recorriéndole la piel en un éxtasis difícil de controlar; la roza, la enaltece y la adora hasta que el deseo de ella se vuelve insoportable: lo siente encima y minutos más tarde adentro y siempre termina agradeciéndole a la vida por haber nacido. Van los dos galopando, trazando la ruta por la cual van a desembocar en la catarata, en la explosión de los sentidos, y luego el derrumbe y enseguida la quietud.
El descanso es breve. Tal la costumbre, él se levanta y se viste. La besa antes de irse y le recuerda:
- Jamás te quites la venda.
Apenas llegada a la confusión de la adolescencia, el ritual de aquella imagen se instaló en las noches turbulentas de su despertar sexual y ya nunca la abandonó. Siempre la misma escena, la llegada del hombre aquel sin rostro, la pasión desencadenada, la venda, la flor y la advertencia. Era una imagen tan real que en un primer momento se asustó; pero después el placer pudo más porque la fidelidad era tan conmovedora que supo que nada malo podía pasarle.
El único cambio que se produjo a lo largo de los años fueron los ruidos que llegaban a través de la ventana y el olor del cuerpo de su hombre. Hubo veces que oyó motores de autos y de aviones; en otras ocasiones parecía que algo la había transportado hasta un tiempo impreciso donde las voces eran incomprensibles y el palpitar de la ciudad un tranquilo discurrir de los días. Y su hombre a veces, parecía llegar de trabajar en el campo pero a la vez siguiente su piel despedía olor a hombre y en el otro encuentro era un aroma a perfume caro y moderno.
De todas maneras, nada de eso la preocupaba, solo eran inexpresivas inquietudes en el reposo de la satisfacción inaudita.
Pero también por esta ceremonia, sufrió: le llevo años compatibilizar aquello que ocurría en algún lugar con su vida de mujer. Los primeros hombres los soportó con los ojos cerrados y con engaños. Después encontró la solución: traía a este lado, momentos, sensaciones, del último encuentro en el otro lado, en la otra habitación donde ella esperaba a su hombre con los ojos vendados, el tallo de la flor entre los dientes y la piel desesperada, anhelante.
Entonces, pudo enamorarse, casarse y todas esas cosas. Pudo sobreponerse a la absurda idea de la infidelidad, de los cargos de conciencia no por el hombre que compartiría quizás hasta la muerte su cama, sino por el otro, por el que no conocía.
Pero hubo un día en las cosas cambiaron. Había acostado a su hijo, se había lavado los dientes y cepillado el pelo y se había colocado la breve remera que usaba para dormir. Era una noche más de un día cualquiera de semana.
Su esposo estaba ya acostado y luego de apagar la luz la buscó con entusiasmo. Ella se entregó mientras escuchaba la tormenta que azotaba la noche y de a poco fue preparándose para rescatar los recuerdos de su otro hombre, del que la hacía verdaderamente feliz.
Tal vez sucedió que los tiempos se trastocaron o que coincidieron. No se sabe. Lo cierto es que apenas cerró los ojos, ella se dio cuenta que algo no andaba bien. Porque no hubo ni invocaciones ni evocaciones. Ella se había ido, estaba otra vez en la pieza de siempre, desnuda, con los ojos vendados y la flor y su hombre que estaba entrando y que comenzaba a sacarse la ropa. Pero esta vez había cierta angustia flotando en el ambiente: por la ventana abierta llegaban gritos desgarradores, disparos, voces de gente que ordenaba, otras que suplicaban. Para ella solo fue un detalle inusual porque su hombre repitió el ritual de siempre y la amó mejor que nunca. Sin embargo, cuando él comenzó a vestirse, ella sintió que el desasosiego, la inquietud, le ordenaban que hiciera algo, pero no sabía que. Sintió que su hombre se agachaba y le decía:
- Jamás te quites la venda.
Pero la última palabra de la orden se perdió detrás del una ráfaga de disparos que barrieron la habitación y perforaron sin piedad las paredes. Ella no se asustó; con tranquilidad se quitó la venda y se incorporó en la cama. En la ventana su hombre se disponía a saltar hacia la calle. Allí también había comenzado a llover y un relámpago le iluminó el rostro por una fracción de segundo: ella vio, o creyó ver un gesto de reprobación en la mirada, antes que su hombre saltara hacia la calle y desapareciera para siempre jamás.
Ella quiso ir tras él pero la detuvo una ventana que se abrió de pronto, una noche fugazmente iluminada, los truenos y un viento impetuoso que tiró un velador al suelo. Su esposo salió de encima de ella maldiciendo a la noche, y no se sorprendió por los repetidos gritos de ella diciendo que por favor no la abandonase, que ella lo único que deseaba era estar con él, que quería más y más.
Al otro día, echó a andar por el mundo. Dejó esposo, hijo y seguridades, pero no concibió otra alternativa de vida que salir al encuentro de su hombre. No tenía foto alguna, salvo la imagen de él a punto de saltar por la ventana. Recorrió ciudades y pueblos; también se detuvo en esquinas para ver si pasaba por allí.
Por supuesto que no lo encontró. Murió vieja y sola en un hospital público poco después que la imagen de un hombre que ya no se acordaba quien era, se desvaneciera para siempre entre las brumas del olvido.
MarceloBrignole
lunes, 7 de julio de 2008
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