Con un leve movimiento de el brazo y adelantando con un paso escaso el pie derecho, me dí el impulso suficiente para penetrar hasta el fondo mi estoque en su nuca. Calló de rodillas en un último aliento, y por fin aterrizó su cara en la arena. Alce mi espada hacia el tendido, que se vino abajo en un unísono alarido: ¡¡MAESTRA!!! ¡¡¡MAESTRA!!!
Me giré despacio, y con todo el arte que pude, dediqué mi última sonrisa al cuerpo, ya sin vida, de mi “banquero”.
style="color:#000099;">Fdo: clienta hipotecaria nº236