viernes, 19 de diciembre de 2025

Los post más leídos de 2025



Este año que termina, pese a la falta de atención que sigue sufriendo este blog por parte de su autor, ocupado en asuntos todavía más inútiles, ha tenido un repunte en cuanto a los lectores que acceden a sus artículos. De ahí que haya elegido 13 artículos entre los más leídos (en lugar de los habituales diez) incluído un empate en el lugar once. Y con ello vaya mi agradecimiento a los visitantes de este blog. Porque este no tendría sentido sin ustedes, lectores constantes u ocasionales, sin los cuales yo habría cedido por fin a la tentación constante de abandonarlo por completo.


1.- De luces y túneles: explicación de un libro

2.- Discurso de Abraham Lincoln de 1838

3.- El lado correcto de la historia

4.- A Francisco García González en sus 62 septiembres

5.- Resumen del 2024: el año en que Cuba se fue del país

6.- La lápida de Cirilo Villaverde

7.- Por algo lo deportaron

8.- Francisco López Sacha (1950-2025)

9.- Casi una leve historia de otro Francisco

10.- Minúscula historia del anexionismo en Cuba

11.- ¿Qué es el socialismo democrático?

¿Qué no hemos aprendido los cubanos?

12.- El wokismo como religión

El Ciego Maravilloso que no era Homero*



Cualquiera que se haya tomado el trabajo de estudiar el asunto lo sabe: nadie ha aportado más al desarrollo de la música afrocaribeña que el cubano, negro y ciego que se presentaba bajo el nombre de Arsenio Rodríguez. Ese fue el nombre que se hizo famoso porque en realidad El Ciego Maravilloso nació como Ignacio de Loyola Travieso Rodríguez Scull, un nombre que cuando terminas de anunciarlo ya la pista de baile se te ha quedado vacía. Nació el 31 de agosto de 1911 en el pueblito de Güira de Macurijes y los detalles de su infancia están cubiertos de un manto de misterio. El manto de misterio con el que la pobreza suele cubrir a los que nacen en ella. Si uno es hijo de reyes ya nace con escribas que dan fe de cada pasito que dio el joven príncipe, aunque luego no sirva para mucho. Hijo de reyes o de clase media primermundista, con sus álbumes de fotos y sus peliculitas en 16 mm y colores porosos. Pero si naciste pobre y luego te vuelves famoso tus primeros años van a parecer cosa de leyenda. Más si te quedas ciego de pequeño y entonces inventan el mito de que una mula te dio una patada y por eso perdiste la visión.

Perder la vista no es el fin del mundo si Dios —o el orisha encargado de esos asuntos— lo compensó con un oído excepcional. Y con una familia como la de Arsenio, de origen Congo e iniciada en los misterios del Palo Monte que es como decir que tienes línea directa con el mayor yacimiento de ritmos del planeta: África. Sobre todo el África de los siglos XVIII y XIX, antes que la invadieran los misioneros para convencer a los africanos que sus tambores eran cosa del diablo. Cuando la familia de Arsenio se mudó de Matanzas a Leguina, el barrio negro del pueblo habanero de Güines, el niño tuvo la oportunidad de crecer entre el resto de las tradiciones musicales africanas más comunes en Cuba. Allí Arsenio aprendió a tocar la marímbula y la botija que eran como el contrabajo de los pobres y más tarde dominó el instrumento con el que se hizo famoso: el tres. El tres es esa guitarrita pobre que tienen todos los pueblos: humildes en posibilidades armónicas pero con un sabor insuperable.

En 1926 pasó un ciclón por Cuba que arrasó con medio país y los Travieso Rodríguez Scull aprovecharon la confusión para instalarse en La Habana y que los muchachos empezaran a dedicarse seriamente a la música. En esa época estaba de moda en La Habana el son, género que se convirtió en el núcleo de la música cubana hasta la llegada del reguetón. Y quien dice son dice sextetos y septetos de sones, agrupaciones que se pusieron de moda e iban a grabar a Nueva York los éxitos que luego volvían locos a quienes se atrevieran a bailarlos. Ya por entonces la destreza de Arsenio con su tres empezaba a ser solicitada por las agrupaciones de son que brotaban en La Habana como hongos después de un buen aguacero. O de que no te secas los pies.

Los septetos en los que tocaba Arsenio por esa época no eran de los más exitosos ni iban a grabar a Nueva York, pero le permitieron ir armando un repertorio con sus propias canciones. Una de ellas, “Bruca maniguá”, fue grabada por la recién fundada Orquesta Casino de la Playa y se convirtió en un éxito inmediato y rotundo. Tal éxito debió alegrar a Arsenio, pero no satisfacerlo por completo. La canción sonaba bonita, era cierto, como bonitos debieron ser los cheques por derechos de autor, pero Arsenio andaba a la búsqueda de un sonido distinto al que producían las grandes orquestas al estilo americano. Algo que sonara como los septetos, pero con más potencia. Que al cantar “sin la libertad no puedo vivir” sonara como un grito de guerra no como una nana para dormir bebés. Y que cuando les ofrecieran los espacios que se estaba ganando con el son pudieran llenarlos con su música por completo. Arsenio no estaba solo en la búsqueda de ese sonido, pero nadie la llevó a cabo con tanta conciencia y claridad.



De manera que Arsenio se inventó el llamado conjunto de son. O, que ya dijimos que no era el único que iba en esa dirección, le dio su forma definitiva. El tresero partía del septeto, con su música graciosa pero que sonaba a cosa antigua y le añadió un piano, una tumbadora y una segunda y hasta tercera trompeta. El piano no iba a ser elegante y ornamental como en las grandes orquestas sino peleón y manigüero, imitando la furia y la gracia del tres, pero con muchas más teclas. A la tumbadora la puso a conversar con el bongó y las trompetas les encargó que fueran añadiendo capas de música como si de una sinfonía salvaje se tratara. Y todo para cantar canciones que harían sonrojar a los reguetones de ahora. Letras como “dile a Catalina que se compre un guayo que la yuca se me está pasando”. O “en la puerta de mi casa sentí que se me paraba el relojito de pulsera que en el bolsillo llevaba”. El conjunto de Arsenio arrasaba entre los bailadores negros, aunque los blancos —que dominaban los grandes salones de baile— preferían que el son les llegara disuelto en violines y con letras más blandas para poder asimilarlo. Otras orquestas asimilaban los descubrimientos de Arsenio disolviéndolos en un sonido más complaciente y el tresero sentía que le robaban la gracia y las ideas mientras a él no le llegaban ni la fama ni el dinero.

En algún momento Arsenio decidió que cuando viera la próxima oportunidad no la dejaría pasar pero para ello debía operarse de la vista. Ese fue el motivo de su primera visita a Nueva York en 1947: ver al oftalmólogo Ramón Castroviejo para que le restaurara la córnea y pudiera ver. Cuenta la leyenda que cuando el doctor le informó que no se podía hacer nada con sus ojos Arsenio, con su corazón roto, compuso una de sus canciones más famosas: “La vida es sueño”. Esa que empieza diciendo “Después que uno vive veinte desengaños qué importa uno más” y sigue con que “el mundo está hecho de infelicidad”. No parece haber sido el momento más alegre de su vida.

Arsenio regresó a Nueva York en 1948 a tocar y grabar con Chano Pozo y con Machito. La ciudad le debió parecer un buen sitio para pasar un rato, pero no necesariamente para vivir en ella. Pero entonces aparece otra leyenda. Y es que en un baile en La Habana alguien quiso agredirlo y su hermano Kike salió a defenderlo matando al agresor. Kike fue a prisión, pero por gestiones de Arsenio y familia el condenado recibió un perdón presidencial y pudo salir de la cárcel. Solo que la familia del muerto, a diferencia del presidente, no estaba muy inclinada a perdonar a Kike y este tuvo que irse a Nueva York. Allí lo siguió Arsenio en 1952 haciendo del Bronx su cuartel general, aunque a cada rato bajara a Manhattan a revolver el Palladium Ballroom con su música.

Arsenio Rodríguez en el Palladium Ballroom, en Nueva York

Mientras tanto Dámaso Pérez Prado, expianista de aquella Orquesta Casino de la Playa que le había grabado “Bruca maniguá” a Arsenio, se había ido a México y desde allí estaba conquistando al mundo con su mambo. Todos parecían entusiasmados con el nuevo ritmo menos Arsenio quien estaba convencido de que la esencia del mambo estaba contenida en las canciones que llevaba componiendo y tocando desde hacía tiempo. Como es usual, todo el mundo estaba con el héroe del momento —Pérez Prado en este caso— y todos los que intentaron reclamarle una parte de su éxito, que no fueron pocos, tuvieron que conformarse con verlo triunfar. Todos menos Arsenio, a quien le sobraba talento y estaba seguro de que algo nuevo se le ocurriría.

En efecto, en los años cincuenta y sesenta en Nueva York a Arsenio se le siguieron ocurriendo canciones y ritmos solo que sus ideas andaban por un lado —en el futuro, preferiblemente— y los gustos del público por otro. Y cuando Arsenio trataba de adaptarse a los gustos del público tampoco le salía bien. Debió ser frustrante para alguien que sentía —con razón— que merecía más reconocimiento del que había tenido. Buscando reiniciar su carrera viaja a Los Angeles para abrirse camino por allá pero mientras lo intentaba el 30 de diciembre de 1970 una neumonía lo despachó sin muchas ceremonias para el otro mundo, allí donde no llegan los cheques por derechos de autor. Los restos de El Ciego Maravilloso fueron enterrados en el cementerio neoyorquino de Ferncliff donde años después se dispuso una modesta tarja.

La historia de Arsenio hubiera sido como la de tantos músicos olvidados si no fuera porque desde años antes de su muerte venía fraguándose la revolución de la salsa, inspirada en buena medida en las ideas musicales puestas en circulación por él. No es que todos los salseros neoyorquinos le dieran mucho crédito al tresero muerto, que la vida es muy corta y “hay que gozar lo que puedas gozar”. Pero siempre hubo alguno, como el pianista y compositor Larry Harlow, quien tuvo el buen gusto de publicar a pocos meses de la muerte de Arsenio su Tribute to Arsenio Rodríguez que incluía cuatro composiciones del fallecido. Y, por si fuera poco, y nadie hubiese captado la indirecta, en 1974 Harlow —que se hacía llamar El Judío Maravilloso— sacó un nuevo disco con cuatro canciones de Arsenio que llevaba el título de Salsa: por si no quedaba claro de donde venían los ingredientes de la receta que ponía a todos a bailar en aquellos días. Y cada vez que la música cubana despierta de sus esporádicos letargos no encuentra mejor modo de hacerlo que agarrándose a los hallazgos de aquel ciego que buscaba con su fantástico oído.


*Capítulo del libro inédito «Nueva York se escribe con ñ» publicado originalmente en La Libélula Vaga

martes, 16 de diciembre de 2025

Ramón Caraballo (1966-2025)

 



El escritor Roberto Bolaño describe al protagonista de uno de sus cuentos más memorables, “El Ojo Silva”, como “una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile, pero que sólo allí se podía encontrar”. 

Algo así se podría decir del recién fallecido Ramón Caraballo: una especie de cubano ideal, estoico y amable, pero también avispado, simpático, divertido, voluntarioso y emprendedor incansable. Tan soñador como eficaz en el cumplimiento de sus sueños. Ramón Caraballo fue un ejemplar que nunca ha abundado mucho en Cuba, pero que solo allí se podría encontrar.

Lo de “avispado, simpático y divertido” lo supe apenas conocerlo, a fines del verano de 1997, cuando era el mejor vendedor de Lectorum, la librería en español más importante de Nueva York y yo, recién llegado al país, comenzaba en la propia Lectorum como empleado de almacén. Ramón era de esos vendedores que, si no tienen lo que buscas, te convence de que lo que te ofrecen es bastante mejor. Y, si lo tiene, te convencerá que sería un crimen que no te llevaras algo más.


Lo de “voluntarioso y emprendedor incansable” lo descubriría muy pronto. Ramón ya era pareja de la española Anabel Frutos, que sería la madre de su hija. Ella también era vendedora en la librería y, apenas unas semanas después de conocernos, nos enteramos de que estaba embarazada. 

Es el tipo de noticias que aterraría a alguien que, como yo, apenas empezaba a asentarse en nuevo sitio a partir de cero. No a Ramón, quien a poco de llegar a Nueva York ya se sentía dueño de ella, y aquel puesto de empleado le quedaba definitivamente pequeño: la idea de ser padre se adaptaba perfectamente a sus proyectos de expansión.

Mientras yo había llegado cómodamente en avión al aeropuerto JFK, Ramón había cruzado el Estrecho de la Florida en 1990 en una balsa que estuvo a la deriva unos cuantos días, en una odisea de la que nunca me dio suficientes detalles, pero de la que no le entusiasmaba reproducirla, de repetirse las circunstancias en que se embarcó. 

Allí estaba Ramón, vendiendo frenéticamente libros en Lectorum mientras mantenía su propio negocio en Queens de venta ambulante de libros mientras soñaba con establecer una librería propiamente dicha en tiempos en que las librerías habían pasado de ser un negocio a una utopía. Yo, que veía la posibilidad de que Ramón llevara a cabo sus sueños tan lejana como la mía de reproducirme, lo escuchaba soñar despierto e intentaba darle aliento con la timidez del que teme estar induciendo a un amigo al fracaso.

Aclaro que Ramón no era el clásico empollón que vive rodeado de libros hasta que, apremiado por las circunstancias, le da por venderlos. Más bien, al contrario. Ramón pudo dedicarse a negocios más rentables, pero de alguna manera encontró en los libros un destino, una suerte de misión redentora para él y para todo el que tuviera a su alrededor. 

Independizado de Lectorum, desplazó su cuartel general para Jackson Heights, en Queens, y expandió sus puestos ambulantes de libros. Usaba como licencia comercial la mismísima primera enmienda de la constitución estadounidense que, además de proteger la libertad de expresión, de asociación y de prensa, protegía de forma genérica la libre circulación de ideas contenidas en los libros que comerciaba.

No pocos fueron los amigos y conocidos que, recién llegados, encontraron su primer trabajo y sus primeras nociones de realidad capitalista en las mesas en las que Ramón disponía sus libros para la venta. No son pocos los nombres conocidos y hasta famosos que hasta el día de hoy le agradecen a Ramón haber sido su primer empleador. 


Más que de vendedor nómada, Ramón Caraballo tenía alma de fundador. Finalmente, en 2002 abrió El barco de papel, la única librería de cualquier idioma en kilómetros a la redonda. Digo “finalmente” y miento. Equivaldría a sugerir que la librería era el destino final de los sueños de Ramón. 

Lejos de conformarse con vender libros en un barrio en el que la lectura, más que un hábito es una enfermedad exótica, quería hacer de El barco de papel un centro cultural que iluminara el sórdido trajín habitual en Jackson Heights, un espacio que ofreciera a niños y adultos algo más que los instintos de la mera sobrevivencia.     

“Tú sabes: la yuca está dura, pero hay que ablandarla”, me contestaba cada vez que le preguntaba por el progreso de sus planes, sonriendo. 

Tanto le habrá dado a la yuca hasta que al fin Ramón consiguió convertir El barco de papel en un centro cultural. Y, cuando todas las librerías en español desaparecieron, incluida Lectorum, junto con buena parte de las librerías en inglés, su barquito de papel permanecía insumergible. 

En los últimos años nos veíamos con menos frecuencia, ya fuera cuando asistía a alguno de sus eventos en la librería o cuando me lo encontraba en la peña de los rumberos del Central Park, de la que fue un perpetuo aficionado. Fue Ramón quien me llevó a conocer, al yo apenas llegar, la ahora legendaria Esquina Habanera donde David Oquendo escenificó cada domingo, durante nueve años, una espléndida peña rumbera. O lo llamaba para que él me orientara en el complejo mundo de las fundaciones culturales. Porque, por mucho tiempo que yo llevara viviendo en este mundo, Ramón parecía llevarme décadas de ventaja en el conocimiento de cómo funciona la realidad.

Lo de “estoico” he venido a descubrirlo esta semana. Durante más de medio año Ramón venía sufriendo la enfermedad que terminó matándolo, sin rechistar ni hacer la menor alusión a esto en las últimas veces que hablamos por teléfono. Hasta el último día de su existencia fue tan humilde y discreto con sus éxitos como con sus desgracias. A la hora de despedirse, lo ha sido, como lo fue en todo lo demás. 

No sé si tenía idea de la huella que dejó en quienes lo conocimos y la que habrá dejado en el barrio que tomó por asalto con una nave atestada de libros. Para ahorrarnos el sentimentalismo, ha sido brusco en la despedida y dispuso que no se le celebraran honras fúnebres. 

Tendremos que quedarnos con todos estos recuerdos colgados en el aire, sin palabras para el que tanta palabra vendió envuelta en papel. Sin poderle echar en cara su discreta grandeza.

viernes, 12 de diciembre de 2025

Armando Álvarez sobre Cuba Libre Social Club: “Se puede hacer patria con alegría”*

Desde hace año y medio el segundo viernes de cada mes un grupo de amigos, en su mayoría cubanos de Nueva Jersey y Nueva York, se reúne en un local de West New York con un doble objetivo: pasarla bien y ayudar a los presos políticos en la Isla. A eso le llaman Cuba Libre Social Club Mes a mes se van comprobando el efecto de la ayuda en los videos agradecidos de los familiares de los presos o alguna carta o poema de los mismos presos mientras se baila casino o reparto y se degustan platos criollos. Una fórmula sencilla y eficaz destilada por Armando Álvarez y el equipo que ha conseguido formar. Gracias a ellos más de treinta familias puede llevarle comida y medicinas a sus parientes presos y se sienten menos solos. Armandito, el patriarca bueno de la zona, alguien que se ha dedicado toda su vida a ayudar a todo el que puede y al que todos le deben montones de favores es el alma de Cuba Libre Social Club. A su llamado de cada segundo viernes acuden lo mismo abogados y arquitectos que albañiles y camareros, prósperos comerciantes que inmigrantes recién llegados. Gente buena que piensa que la Cuba libre con que sueña no debe esperar a un futuro incierto y ya la viven en el presente.

Llegaste muy joven al exilio, hijo de un preso político y perseguido tú mismo en medio de la ofensiva castrista tras la ocupación de la embajada del Perú por más de diez mil cubanos y el posterior éxodo del Mariel. ¿Cómo estos acontecimientos te marcaron e hicieron de ti lo que eres?

Mi padre, Armando Álvarez Castro, luchó contra la dictadura de Fulgencio Batista y en 1959 fue licenciado con el grado de Capitán del Ejército Rebelde. A finales del año 59 y comienzos del 60 ya muchos revolucionarios se dan cuenta de que la Revolución iba por un rumbo que no era por lo que se había luchado, o sea, por el regreso a la constitucionalidad del gobierno cubano rota por el golpe de estado de Batista.

Entonces mi padre comienza a conspirar con el MRR, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria y es delatado y encausado en la causa 600 del 60 que es la misma de Pedro Boitel, el líder estudiantil que después muere en una huelga de hambre en 1971. Mi padre es sentenciado a 20 años de los cuales cumple diez, plantado. Cuando mi padre cae preso yo tengo un año de edad.

Mis recuerdos de infancia son las visitas a prisiones. Inclusive mi madre y yo nos mudamos para la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, porque mi madre estaba convencida -después de visitarlo y no poderlo reconocer por la pérdida de peso, de cabellos y de su dentadura- de que mi padre estaba a punto de morir.

Por cuestiones de salud mi padre no llega a cumplir la sentencia de veinte años. Sale de prisión en 1970 y llega a Estados Unidos a través de Mariel en 1980. Yo también llego aquí a finales de 1980 porque el 2 de mayo de ese año, frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos, hoy su embajada, se forma una gran pelea por la agresión de miembros de Seguridad del Estado vestidos de civil contra los que estábamos ahí para recibir información de cómo emigrar a los Estados Unidos. Estuve asilado en la Sección de Intereses de los Estados Unidos aproximadamente cuatro meses. Al salir de allí fui detenido por la Seguridad del Estado y recluido en Villa Marista. Finalmente me soltaron y llegué a Estados Unidos el 1 de octubre de 1980.

Imagen del ataque a los ex-presos políticos congregados frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana tomada de los créditos de la película The Experiment (2010)

Mi experiencia personal siempre ha estado sensibilizada con los derechos humanos y especialmente con los presos políticos. Recuerdo con claridad las necesidades y carencias para llevarle la “jaba” a mi padre. Porque con la prisión no sólo sufre el preso sino toda la familia porque se vive en función de cómo aliviar su pena.

A lo largo de 45 años como exiliado has visto muchos cambios en el exilio. ¿Cuáles han sido los cambios fundamentales desde tu punto de vista? 

Desde mi llegada a Estados Unidos me vinculé con organizaciones que buscaban la libertad de Cuba. Inicialmente me incorporé a CID, Cuba Independiente y Democrática de Huber Matos y después otras.

Este ha sido un muy largo exilio, ya de varias generaciones, y han cambiado las estrategias y métodos de lucha. Todavía en los 80 se pensaba en la posibilidad de un cambio a través de la lucha armada en cualquier país donde hubiera presencia castrista: “la guerra por los caminos del mundo” le llamaban a aquella estrategia. Después cambió la perspectiva y surgieron grupos y movimientos de derechos humanos y comenzó otro tipo de lucha, la no violenta.

Había muchas organizaciones y movimientos opositores, cada uno con su estrategia y métodos de lucha, aunque el objetivo era el mismo, derrocar la tiranía castrista. Existían rivalidades entre ellas, por supuesto: nunca ha existido una verdadera unidad, unas veces por la misma naturaleza humana y otras por manipulaciones, tanto del gobierno de Cuba como el de Estados Unidos.

Cada organización tenía que buscar su forma de financiación, algunas como la Fundación Cubano Americana, liderada por Jorge Mas Canosa, que tenía los fondos de miembros que estaban muy bien económicamente. Otros como Alfa 66 o Abdala (un grupo de estudiantes que habían llegado muy jóvenes a los Estados Unidos) lo hacían a través de actividades de recaudación, pagos de sus miembros y donaciones de los comerciantes.

A finales de los 80 fundamos la organización Jóvenes Cubanos Pro Democracia en la zona de Nueva York-Nueva Jersey. En 1990 en un Congreso donde participamos en conjunto con un grupo de Miami, Jóvenes Cubanos Libres y otros jóvenes de cubanos radicados en Venezuela y otras partes de Estados Unidos fundamos el Directorio Revolucionario Democrático Cubano, hoy Directorio Democrático Cubano. Todos y cada uno de estos esfuerzos lo financiamos con nuestro propio dinero.

Cuando el Congreso de los Estados Unidos comenzó a financiar directamente las organizaciones anticastristas muchas de ellas no vieron la necesidad de continuar con los viejos métodos de financiación y buscaron la forma de lograr los grants, o sea, subvenciones. La lucha en aquellos años era diferente en la medida que la mayoría de los recursos económicos venían de donaciones de los mismos cubanos y no de grants. Creo que eso nos daba más independencia de acción. Recuerdo ir de negocio en negocio solicitando ayuda económica, los recursos eran limitados, pero nuestros, todo eso hacía que el exilio tuviera una dinámica diferente. Hoy se vive a la caza de un grant. Es importante entender que los intereses de los Estados Unidos no tienen por qué coincidir con las aspiraciones y la forma de lograr la libertad de Cuba. Creo en una sana distancia de acción de ésta o de cualquier administración.

Si lo miramos a la distancia pienso que la búsqueda de subvenciones fue un espejismo y ha sido contraproducente. Se lograron los fondos para la lucha, pero se perdió independencia y la necesidad de movilizar al exilio con actividades y compromisos. Cuando alguien te da una donación, por pequeña que sea también se siente parte del proyecto para el que dona, la apatía actual es producto de esa falta de conexión entre el exiliado y las organizaciones que dicen representarlos.

No cuestiono ni la honestidad de quienes reciben los grants, ni el buen uso de los recursos dados. Cuestiono la falla del vínculo con el exiliado de a pie, del tabacalero en la época de Martí, para conectarlo con un nuevo proyecto de Nación. Y eso ocurrió porque ya no hacían falta los 5 pesos de ese exiliado y era más fácil y productivo buscar esos fondos a través de los grants. Tenemos que volver a buscar su confianza, lograr que el exiliado se sienta parte del proyecto de una nueva Cuba, que apoye directamente un cambio por los cubanos y para los cubanos. Tenemos que estar conscientes que depende de nuestro esfuerzo y solo de nuestro esfuerzo en forma individual y en conjunto que ocurran cambios en Cuba.

Algunas veces pienso que somos un exilio de “Power Ball” [lotería]: nos jugamos un boleto y esperamos tener éxito con eso y cuando no ganamos volvemos a jugar con la misma ilusión y confianza de que esta vez sí ganaremos y así hemos ido saltando de proyecto en proyecto, de organización en organización, de líder en líder, de Papa en Papa y de Presidente americano en Presidente americano.



¿En qué consiste el Cuba Libre Social Club? 

Creo que el nombre lo resume, somos un grupo de amigos que queremos ver una Cuba Libre. Por más de un año nos hemos estado reuniendo el segundo viernes de cada mes y hacemos una fiesta donde hay comida, música y baile, lo natural en cualquier fiesta, pero también vemos videos que nos mandan los familiares de los presos que ayudamos explicando las condiciones en que se encuentran en ese momento y el significado que tiene para ellos la ayuda que les mandamos.

Hemos tenido la dicha y honor de tener como invitados a personas como Paquito D’Rivera, una gloria de la música cubana y a su esposa Brenda, una excelente soprano puertorriqueña. A Iván Acosta, laureado dramaturgo y cineasta y uno de los mayores conocedores de la música cubana junto a su esposa Teresa. A Ramón Saul Sánchez, fundador del Movimiento Democracia y de la flotilla del mismo nombre, ejemplo viviente de dedicación a la causa cubana. A Oriente López pianista, arreglista y ganador de un Grammy. A Orlando Luis Pardo Lazo, activista y escritor; a Alexis Romay profesor y escritor. Y a muchos más que por espacio no los menciono, pero no por ellos menos importantes.

Hay otros grupos y organizaciones que ya están ayudando y lo hacen muy bien en diferentes causas. Conozco personalmente a un comerciante muy exitoso del área que tiene varios restaurantes y que las donaciones que recibe en la Santa Bárbara que tiene en cada negocio las duplica con su propio dinero y calladamente y sin publicidad ayuda a los más necesitados en su región. También conozco unos amigos que a través de su congregación religiosa ayudan a los de su región en Holguín. Todos ellos entienden y apoyan con su presencia y contribución la causa de Cuba Libre Social Club.



¿Por qué concentrar sus iniciativas en la ayuda a los presos en Cuba?

Pensamos que los presos son un símbolo de la lucha del pueblo cubano por su libertad y que ellos y sus familiares son los más vulnerables dentro de esa gran cárcel que se llama Cuba. Acordamos que íbamos a apoyar a los presos menos visibles o menos mediáticos, muchos de ellos de áreas marginales, que ya de por sí vivían en condiciones paupérrimas. Ojalá que no tengamos presos políticos en un futuro cercano, pero lo más importante es entender que en Cuba no habrá una democracia y una recuperación económica sin la participación decisiva del exilio. No creo en la unión de organizaciones, creo en la coordinación de acción y de propósitos. La democracia no consiste en la unión de todos los partidos o factores políticos sino un consenso en el respeto a la diversidad de objetivos y propósitos. Nuestra intención es que estos esfuerzos se multipliquen y cada uno encuentre la manera en que pueda ser útil a la patria.

Cada vez que se trata de recaudar ayuda salta el eterno tema de la desconfianza entre los cubanos, una desconfianza que se ha convertido en una de las principales armas del régimen de la isla. Aparte del prestigio que acumulado ayudando incansablemente a generaciones de cubanos que van llegando al exilio. ¿Cómo lidiar con esa desconfianza?

Es natural. El gobierno cubano siempre se ha encargado de crear estimular desconfianza. Es una vieja estrategia que funciona muy bien “Divide y vencerás”. Pero como Cuba Libre Social Club está constituido por un grupo de amigos que nos conocemos, en algunos casos, por décadas, tenemos confianza total entre nosotros. Nuestra propuesta actual no es necesariamente que nos envíen donaciones, que siempre son bienvenidas, sino que utilicen nuestra experiencia como grupo y ayuden a la causa que cada uno determine. 

En nuestro portal Cubalibresocialclub.com están los nombres de algunos de los familiares de presos políticos: pueden ponerse en contacto directo sin la necesidad de nosotros. Pueden ayudarlos directamente o, si lo prefieren, a través de nosotros. También pueden comprar las camisetas y productos similares que tenemos en venta online.

Recuerdo a un compañero de prisión de mi papá, Israel Abreu, un gran hombre, que me decía “Uno nunca sabe si va a ganar o perder una pelea, pero sí puede tomar la decisión de pelear o no”. Nuestra decisión es ayudar.



¿Cómo surgió la idea del Cuba Libre Social Club? 

Vivimos en un mundo muy polarizado, donde la comunicación directa entre los seres humanos es cada vez menor. Te aseguro que lo que yo leo o me informo es muy diferente de lo que tu lees o te informas. Hay unos algoritmos que deciden lo que me gustaría y lo que debo leer. Por eso reunirnos ahora, compartir en persona, es más esencial que nunca. 

Creo que se alinearon las estrellas para que esto ocurriera, nada ocurre sin la ayuda y esfuerzos de todos. Tenemos la dicha de tener una muy bonita comunidad que se ha ido forjando con los años, siempre en las tertulias terminábamos preguntándonos como podíamos contribuir a la cuestión cubana.

Cuando digo que se alinearon las estrellas quiero decir que sin la ayuda de Claudia Mendoza, Rubén Mendoza, Meyken Barreto, María Pérez, Loreta Martínez, Lesly Farrán, Isabel Milanés, Camila Lobón, Anamelis Ramos, y otros muchos no sería posible el funcionamiento de Cuba Libre Social Club. Cada uno de ellos tiene una función fundamental: desde la organización, la animación de las actividades y la coordinación de la ayuda a los familiares de los presos. Funcionamos como un equipo donde cada uno sabe su papel.

Como comunidad tenemos bien claro que queremos ser protagonistas de nuestro futuro y para ello trabajamos en lo personal y en lo comunitario. De esa idea surge Cuba Libre Social Club, un grupo de cubanos que queremos ver una Cuba Libre con nuestro propio esfuerzo. Si no somos capaces de comprometer nuestro tiempo y recursos por cambiar y transformar la situación actual en Cuba me parece inmoral pedir que alguien lo haga por nosotros. O somos libres por nosotros mismo o nunca lo seremos.

¿Qué efecto crees que pueden tener iniciativas como la de Cuba Libre Social Club en el panorama actual marcado por la desunión cuando no el enfrentamiento abierto?

Dentro de Cuba Libre Social Club hay todas y cada una de las tendencias y opiniones políticas locales naturales de un grupo pensante. Lo que nos une es el amor a Cuba y el deseo de ayudar, sabemos que lo que hacemos es menos que un grano de arena en el desierto, pero al igual que la vuelta al mundo comienza con el primer paso, este es el paso que puede servir de ejemplo. No nos vemos como la organización que va a resolver el problema de los presos o de Cuba, ni como una organización que tenga delegaciones en otras partes de Estados Unidos, sino como lo que somos, un grupo de amigos, que con su ejemplo puedan motivar a otros a ayudar donde crean que puedan ser útiles.



Sé de primera mano que has sido promotor de otras iniciativas para apoyar el esfuerzo por la democratización de Cuba. ¿A qué atribuyes el éxito particular de Cuba Libre Social Club?

A combinar la necesidad natural del cubano de pasarla bien, de divertirse, con el deseo de ayudar a un cambio en Cuba. A demostrar que se puede hacer patria con alegría. La ayuda o caridad funciona en las dos direcciones: el que la recibe, queda agradecido y el que la da, satisfecho de haber podido ayudar. 

Cuba Libre Social Club ha conseguido ayudar sistemáticamente a más de treinta presos y sus respectivas familias. No obstante, esa ayuda parece insignificante en comparación con los más de setecientos presos por causas políticas que permanecen en las cárceles cubanas. ¿Crees que alguna vez el exilio podrá ocuparse de asistir a todos los que están en las cárceles por disentir del régimen que hay en Cuba?

Tenemos claro que un grupo relativamente pequeño como el nuestro no puede dar abasto para atender las necesidades de los centenares de presos que hay en Cuba. Pero confiamos en que nuestro ejemplo se multiplique en otras comunidades. Alguna ventaja tiene que tener el hecho de estar desperdigados por el mundo. Hay comunidades cubanas en toda la Florida, California, Kentucky y en otras ciudades de Estados Unidos y Canadá, así como las hay en México, Ecuador, España. Si en todos esos sitios se consigue crear organizaciones que, por un lado, le den más cohesión a esas comunidades, más allá de la política y que al mismo tiempo se ocupen de atender las necesidades urgentes que sufren sus compatriotas en Cuba creo que se puede lograr mucho. Nosotros podemos transmitir nuestra experiencia y ayudar a reconstruir el tejido social entre el exilio y el pueblo cubano sin la intervención de ningún gobierno.

¿Qué efecto crees que pueden tener iniciativas como la de Cuba Libre Social Club en el panorama actual marcado por la desunión cuando no el enfrentamiento abierto?

Ahora más que nunca que la dictadura no puede darle lo más mínimo al pueblo es el momento del exilio, de una forma inteligente, independiente y autónoma de ayudar cada uno a su forma y manera al pueblo cubano. Nos encantaría que este minúsculo esfuerzo de unos amigos se multiplique en todo lugar que se encuentre un cubano de buena voluntad. Que cada uno encuentre la forma de ser útil y servir a esa idea suprema de todo cubano de ver a Cuba Libre y a su pueblo feliz y próspero.

  

*Publicado en Diario de Cuba


miércoles, 10 de diciembre de 2025

Lam en el MoMA


Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez

No pocas veces he acompañado a amigos en su primera visita al Museo Metropolitano de Nueva York. Palco privilegiado para el asombro ajeno. Excepto para los que vienen de visita de Cuba y piensan regresar a ella, claro. Esos miran tanta acumulación de historia y belleza como una amenaza o una ofensa. Nadie me lo dejó más claro que una amiga que al final de la visita al museo concluyó:

-Este museo tiene problemas serios de curaduría.

Más tarde, mientras almorzábamos, le comenté que me explicara los problemas de curaduría de los que hablaba. A mí, que tantas veces he visitado ese museo, mareado ante tanto esplendor, no me había dado tiempo a fijarme cómo estaban dispuestos los cuadros y esculturas.

-Mira Enrique -confesó al fin- yo tengo que regresar a Cuba.

No recuerdo el resto de la explicación pero ni falta que hace. Era evidente que, de vuelta a la agresiva fealdad imperante en la isla alguna reserva debía ofrecer mi amiga como una forma de consuelo.
Todo esto a propósito de la expo antológica de Wifredo Lam en el MoMA. Con tanta admiración que compartir voy a hablar de curaduría.

Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez

No se trata de que los cuadros estén mal colgados ni aparezcan de manera desordenada. Es una magnífica exposición, la más completa que haya visto hasta ahora del más famoso pintor cubano del siglo XX. Si acaso eché en falta la escasa representación de la última etapa de la obra del artista, la que produjo de vuelta a Francia a inicios de los cincuenta hasta su muerte. Esa de la que escapó del peligro de repetirse incursionando en los movimientos de moda en aquellos años (el expresionismo abstracto y la abstracción a secas) o autoparodiando su obra anterior hasta refinar su imaginario hasta convertirlo en símbolos depurados de rodo lo que no fuera su idiosincracia obsesiva de artista, (aunque luego llevaran títulos razonablemente oportunistas como "Tercer mundo"). Tengo entendido que Cuba (o sea, el Ministerio de Cultura cubano o el del Interior que es al final el que decide por el resto de los ministerios) no quiso prestar los cuadros del artista que son parte de la colección del Museo de Bellas Artes. Y hablando de curaduría el propio cuadro "Tercer mundo" de 1965 aparece en la colección del museo titulada "Consolidación del arte moderno (1938-1951)". Uno esperaría que los curadores, entre otras exigencias de su disciplina, supieran contar.




Pero mi conflicto con la mencionada retrospectiva del MoMA es con los dichosos cartelitos que acompañan los cuadros queriendo embutir al pobre Lam en el discurso decolonizador -en el que encaja perfectamente- que, al limitarlo a él, lo disminuye y empobrece. Ese encorsetamiento teórico se nota sobre todo en las maromas que tuvieron que hacer los curadores para resolver la ecuación que le presentaba la biografía del artista. Una ecuación que les presentaba este problema: ¿cómo alguien tan decididamente decolonizador como Lam había preferido vivir casi todo el tiempo en Europa, la Meca de la colonización global? Y se le complicaba aún más la vida a los productores de cartelitos al entrar en detalles biográficos. ¿Cómo explicarse que alguien que había vivido tranquilamente bajo los aliados del colonialismo como Batista, Grau y Prío nunca se animara a fijar residencia en el gran proyecto decolonizador que fue dizque la Revolución Cubana?


Pero en eso a nuestros decoloniales curadores habrá que reconocerle el talento. Resolvieron el asunto con un cartelito que informa: "Tras el golpe militar de Fulgencio Batista en 1952 Lam abandonó Cuba de forma definitiva y se estableció en París". Cabría preguntarse que si Lam vivió los últimos treinta años de su vida en Europa hasta su muerte en 1982 ¿fue porque no encontraba -pese a sus frecuentes gestos de complicidad a distancia- que la revolución iniciada en 1959 fuera especialmente habitable? Pero gracias al cartel de marras nos enteramos que lo que retuvo a Lam en el Viejo Continente no fue alguna fisura en su compromiso decolonial -o revolucionario- sino debido a un incurable estremecimiento ante el golpe batistiano de 1952.


No obstante, queda un detalle que afea la brillante solución a la compleja álgebra biográfica del artista. Y resulta que es otro cartelito. Ese que nos informa que Lam regresó en 1956 a la Cuba batistiana para producir un mural en el nuevo edificio del Seguro Médico. Así, sin mayores explicaciones, luego de despacharlo de Cuba ante el rechazo que le producía el regreso de Batista al poder, rechazo que le duró a Lam hasta mucho después de la caída del dictador, nos presenta al artista dirigiendo la instalación de un mural en pleno batistato. Con lo fácil que habría sido presentar aquel mural de trazos ininteligibles como parte de un plan clandestino por derrocar al dictador de Banes!

Fotografía de Jorge Ignacio Domínguez

Pero sucede que los curadores en esta ocasión parecieron tener las manos atadas porque la gran ausente en esta expo es la Revolución Cubana. Y con razón. Luego de 66 años de esforzada labor hoy la revolú está menos presente en los diablitos de Lam que en los basureros de Tomás Sánchez. En lugar de la ya añeja Revolución Cubana la apuesta decolonial es bastante más segura y refrescante. Por un lado forma parte de una versión actualizada de lo que Milan Kundera llamó "el kitsch de la Gran Marcha" que va "
de revolución en revolución, de lucha a lucha, siempre adelante" sustentada en la engañosa pero consoladora fe "en la grandeza del destino del hombre". No obstante, de observarse bien, en la prestigitación de los que curaron la retrospectiva de Lam en el MoMA hay mucho de la picaresca que sostuvo tanto la carrera del genial artista de Sagua la Grande como la fe de los adeptos de la Gran Marcha. 

martes, 9 de diciembre de 2025

La Liga del Ibuprofén concluye su quinta temporada


 

El pasado domingo 9 de noviembre fue posiblemente el último partido de la Liga del Ibuprofen correspondiente a la temporada 2025. Ya son cinco temporadas desde que en el 2020 nos juntamos un grupo de amigos para darle algún uso a aquellos domingos sin salida de la pandemia. Por supuesto que no nos pasaba por la cabeza que cada semana del quinquenio siguiente la pasaríamos jugando aquella pelota manigüera siempre que el clima lo permita, entre marzo y noviembre.

Al año siguiente de iniciada la Liga tuvimos que interrumpirla porque el ayuntamiento había remozar el terreno donde jugábamos. Un año completo en blanco parecía bastar para cortar el impulso de la liga naciente pero no fue así. Con el nuevo terreno de yerba sintética, un sistema de absorción de agua que permite jugar casi inmediatamente después de un violento aguacero y mejoras y añadidos en equipamiento y reglas hacen el juego más atractivos tanto para los veteranos como para la gente nueva que se añade año tras año, una semana tras otra. Le hemos hecho tantos a las reglas que ya se puede hablar de otro deporte.

Hombres y mujeres, viejos y niños padeciendo cada dia del señor alternativamente la victoria y la derrota, el ponche y el jonrón pero sobre todo el agrado infinito de juntarnos ya fuera en un terreno llagado por los baches o ya acomodados a la tersura de la hierba plástica. Confirmando que ganar o perder -por mucho que nos importe- es bastante menos que el milagro de juntarnos, de recordarnos cuánto nos necesitamos, cuán preciosas pueden ser esas tres o cuatro horas semanales en que todos somos niños.

Y al final de cada juego no puede faltar el ritual de la foto colectiva de todos los que jugamos ese día o al menos los que quedan al final de la tarde. Y en lugar del "cheese" que se estila acá para fingir la sonrisa a la hora de tirar las fotos nos despedimos con un "Díaz Canel, singao!". Ojalá que la liga dure más que ese régimen que invocamos en nuestro grito de guerra.




lunes, 8 de diciembre de 2025

Un rey en Queens


El martes 2 de diciembre fuimos a ver el concierto de Pedro Luis Ferrer en Terraza 7, en Queens. Después de más de treinta años sin verlo no iba en busca de aquel cantautor que ponía a correr a los segurosos con sus conciertos. El único artista que se atrevía a decir en público lo que muchos pensábamos y un poco más allá, solo que con rima y ritmo y con una gracia infinita. Han pasado treinta años, el abuelo Paco está muerto y enterrado y aunque su dictadura sigue matando y avasallando de muchas maneras distintas ya ni la rima ni la gracia alcanzan para describir tanto horror.

En efecto, Pedro Luis era otro. Aquella imprescindible voz de resistencia se ha convertido en algo menos contingente pero mas esencial y profundo. Ahora le urge rescatar, preservar y reconstruir parte del legado cultural menos obvio. Sones, sonidos, salidos de sitios que él conoce como nadie porque les sabe su música. De “esencias” habla el músico más que de canciones siendo al mismo tiempo más abstracto y tremendamente preciso. En estos días escandaliza una nota reciente en el periódico español de El País preocupada por la supervivencia del manjuarí, un pez endémico que es a la vez una especie de fósil viviente. Le preocupa menos a ese periódico la supervivencia del cubano, especímen del que sobreviven aún en la isla unos nueve millones de ejemplares. La música que rescata Pedro Luis es menos antigua que el manjuarí y hará poco por salvar a esos millones de cubanos que sobreviven en la isla pero sirve para recordarnos algo de lo mejor que supieron hacer mientras vivían, cómo supieron rimar y ritmar sus alegrías y hasta sus tristezas.

Por dos horas cantaron y tocaron Pedro Luis y su hija Lena Ferrer quien lo acompaña con la marímbula, las claves y todo el repertorio cubano de percusión que suele perderse en formatos rítmicamente más fastuosos. Éramos no más de quince espectadores un martes por la noche en un rincón perdido de Queens y tocaron como si fuéramos cientos de personas en el Carnegie Hall: tal fue la seriedad y la entrega. Y con seriedad quiero decir la seriedad de Pedro Luis, esa que no le impide tomar una frase irrelevante como “tú estás toda tostada, toda tostada estás tú” y con esa alquimia cubana para exterminar las eses convertirla en ritmo puro: “Tu etá to totá, to totá etá tú”. O que recomienda a la bailadora de una conga tener la precaución de lavarse “la mandonga”. Juegos infantiles con el idioma que nos informan que Pedro Luis y la esencia popular que representa siguen vivos a pesar de todo.

Privilegio. No se me ocurre mejor palabra para resumir esas dos horas escuchar a Pedro Luis y Lena desgranando guarachas, sones montunos, nengones, congas y cuanto género en extinción se le ha ocurrido darle una sobrevida. Como los sones de güirón que ignoraba hasta esa noche. A veces las explicaciones sobraban, la música bastaba para hablar por el músico. (Extrañé, eso sí, el formidable contador de cuentos que era Pedro Luis en aquellos conciertos de los 80 y 90). Fue aquella una clase magistral en toda regla sobre la música campesina, tan amenazadas de extinción como el propio campo y los campesinos. Si algo no tuvo ese aliento de eternidad amenazada fue la canción extra que cantó al final del concierto. Un éxito de antaño, “Cubano 100%”, que ahora, cuando toda Cuba parece haberse ido suena -con ese reclamo por “los de adentro”- extrañamente anacrónica.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Discurso a mis 58 años



Amigas, amigos y amigues
Queridas, queridos y querides:
A punto de cumplir 58 años me acerco a una edad que da que pensar sobre mi futuro fiestero. Porque cuando se hace ya tradición la cocinadera durante un día completo, la bailadera, la borrachera y la limpieza de pisos y calderos el día después llega la hora de preguntarse ¿Fiestas para qué? ¿Cumpleaños para qué?
Ciertamente no para celebrar una vida que, mírese por donde se mire, no justifica tanta recholata. Si algo quiero y me gusta celebrar es la mayor riqueza que he conseguido acumular durante todos estos años: la amistad de todos ustedes y el amor grande o pequeño que nos tenemos. De ahí que este discurso vaya a consistir principalmente en una larga lista de agradecimientos.
En primer lugar quiero agradecerle a mis padres traerme al mundo y perdonarles que siendo el mundo tan grande se les ocurriera desembarcarme en Cuba. A ellos también les agradezco todas las enseñanzas que me dieron aunque nunca las haya conseguido seguir.
a Armandito a quien entre las tantas cosas que le debo agradecer está el ejemplo y la demostración de que las fiestas son lo más sublime para el alma divertir, aunque uno se quede dormido en medio de ellas (y a Isabel, por supuesto, por soportarlo y soportarnos).
A los amigos que están lejos que se morirían por estar aquí aunque no tanto como para comprarse el pasaje.
A nuestro octosílabo-adicto Alexis Romay porque nadie sabe lo que es ser querido por un amigo si no ha sido querido por él.
A Pedrito el Bacalao porque sus cuidados esta casa ya no existiría y tendríamos que celebrar esta fiesta en una casa de campaña. Y a Mónica por su increíble dulzura y el valor de prolongar la arrebatada estirpe de los Cordovés.
Al Dany por su amistad y ritmo constantes y sus novias cambiantes.
A Jairo, Meyken, Magda, Guillermo y Oliver por resistirme semana tras semana en su casa, por todo el café que pacientemente me hacen, por todas las malacrianzas que me aguantan y que vienen a desquitarse una vez al año en mi cumpleaños.
A Reina, Juan Carlos y Mateo por su amor constante y su presencia intermitente. Y por sus camisas y jamones, claro.
A Ernesto por ese carácter que apacigua y equilibra todo y esas comidas que curan.
A Desireé por ser tan linda por dentro y por fuera y así y todo maltratarse haciendo crossfit para el cuerpo y el alma.
A los músicos, Frank, Hilaria, Arthur, Roberto tropa celestial sin los que la vida valdrían menos la pena y las fiestas no tendrían sentido.
A Rubén Claudia, Maikel y Alicia por compartir la responsabilidad de hacer fiestas en sus casas.
A los recién casados Loreta y Leslie y a sus niños Salomé y Sam, por ser la buena vibra personificada.
A Sandra y Douglas, porque desde que se mudaron a los bajos no he tenido que preocuparme por despertarlos con las fiestas pues ellos toman la precaución de estar en todas.
A todos los artistas Danay, William y el resto -eternas cigarras de la fábula- que le recuerdan con su talento a las hormigas que la vida está en otra parte.
A mi suegra por ser tan poco suegra y a Emérita por ser ejemplo de vitalidad y por comportarse como la suegra que me falta.
A Madelca y Jorge Ignacio por soportarme a mí y a mi ateísmo irredento.
A Amanda por su gracia, su energía contagiosa y su dicción avileña que no es contagiosa porque los habaneros no tenemos remedio.
A Yurien y Daniel, bayameses involuntarios que todo lo queman y todo lo dejan pero no se dejan rendir.
A Mairim, cuyo exilio a Elizabeth no le ha impedido estar mas cerca de nosotros mismos.
A Camila Lobón, las más arisca de todas, por su novio salvadoreño.
A Yasser por ocuparse de las imprescindibles pero insoportablemente aburridas.
A Vincent, Pancha, Asdrubal, Marian, y Vicente, Wanda y Frank por su aporte de cosmopolitismo a esta tribu.
A los veteranos de la travesía que vienen sabiendo que este es territorio libre de ICE.
A los que realizaron la increíble hazaña de cruzar el Hudson para llegar hasta aquí. Y a los que consiguieron parqueo.
A los amigos del peloteo por sostener la ficción de que todavía tengo algo que hacer en un terreno deportivo.
A los que me dejan huesos de pollo, vasitos plásticos y platos sucios en los libreros.
A los que me dejan las botellas de cerveza mojadas sobre el piano y han dejado una huella indeleble sobre este y hacen que me acuerde de ellos cada día, aunque no sepa sus nombres.
A los que aquí van a encontrar por primera vez el amor o el enemigo de toda la vida.
A los que se están preguntando por qué su nombre no aparece en esta lista. A los que me lo perdonarán y a los que no me lo perdonarán nunca.
Y en último lugar a mi familia.
A Ericuso que se apunta lo mismo a un velorio que han un fetecún. Hoy por suerte tocó fetecún.
Y a Lila y Eida porque toda la resistencia que han puesto a que siga celebrando cumpleaños no ha sido suficiente para que desista aunque cada año su resistencia se va haciendo más férrea, más difícil de superar.
Pero les confieso que ya se me va acabando la cuerda para superar la resistencia del ala femenina de la familia. Creo que los sesenta será un buen momento para cerrar el ciclo de celebraciones. Porque a partir de ahí -como dice Armandito- los cumpleaños más que celebrarse se conmemoran. Pero la cocinadera, la resistencia de la mujer, los huesos en el librero y la cerveza, limpiar las cazuelas y los pisos al día siguiente, todo eso tiene sentido rodeado por todos ustedes.
Sobre todo la resistencia de mi mujer.
Gracias de nuevo por venir.