miércoles, 8 de enero de 2020

Baja visibilidad

Al otro lado del cristal
-al otro lado del metacrilato-
con la luz encendida,
la ciudad espera.

Se asoma a la ventana
envuelta en vapores
misteriosos
que tiñen su aliento de amarillo
de matices blancos,
de anaranjado.

Su textura recuerda
a las nebulosas,
a galaxias lejanas.

La luz de gas agota sus colores
dibujando erupciones
de volcanes antiguos
capaces de extinguir los dinosaurios,
capaces de engendrar nuevas especies.

El piloto anuncia -gracias por su paciencia-
una espera importante:
veinticinco minutos.
Transcurren lentamente.
Hacemos círculos en aproximación.
Sobrevolamos el lugar en el que
-el piloto lo sabe-
se encuentra el aeropuerto.

Me fascina el abismo
de lo invisible a nuestros pies.
No es terror, es belleza.
No sé por qué creo que nos espera
la ciudad, no la muerte.

Acabado el tiempo, el piloto encara
la niebla de frente. Y tomamos
-con los ojos vendados- tierra.
Es tierra -tuve razón- que nos sostiene,
no tierra que nos sepulta.


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Según la leyenda negra, aviones low cost como los de Ryanair llevan el combustible justo para llegar, nunca para esperar pista en un aeropuerto. El viernes yo viajé en un claro contraejemplo. La calma no la dio el karma, tampoco, sino la tripulación, con información clara y veraz sobre lo que estaba pasando. ¡Gracias!

jueves, 2 de enero de 2020

Mujer que baila al viento


Mit der Reife wird man immer jünger.
Con la madurez se rejuvenece.
Hermann Hesse


Aún le quedan cajas por abrir.
Se van acumulando las mudanzas
y ya no sabe el anterior destino
de libros, de legajos y otras piezas
de este puzzle incompleto.

Sale "a pagar" esta liquidación:
récord de soledad y de cansancio.
La huella de carbono
 -tatuada en el planeta- 
yace en su piel también
como una cicatriz.
Ha envejecido cinco años en uno.

Cruzó fronteras.
Y al cruzar supo siempre
en cuál de los dos lados
del puesto fronterizo está el hogar.
Tomó decisiones, perdió el aliento.
Reacia a la pelea, alzó los puños.
Se defendió con los dientes
de la razón,
y con los del estómago,
con los del hígado,
con todos los dientes,
incluso con los dientes de la boca.


Las convicciones absolutas, firmes,
se desprendieron de su solapa. Eran
flores ajadas que, al marchitarse,
dieron su fruto. Borraron líneas
rojas. Pulverizaron desconfianzas.
Sembraron el sosiego e hicieron
brotar una cintura en su talle.
La cintura se cimbreaba en la tempestad.
En su casa ahora no se dice temporal.
Se dice baile. Se dice swing.

Ha encontrado, deshaciendo una caja
un libro de Guelbenzu que no es suyo.
Guelbenzu, aquel autor que -cruz y raya-
jamás, no, nunca jamás en la vida iba a leer.
Deja aletear un rato el pensamiento,
bailando sobre esa línea roja, y aparecen,
del mismo dueño y en la misma caja
Mendoza y Benedetti, con títulos que aún
no había leído. Y los toma prestados.
Y se salva.