jueves, 10 de octubre de 2013

Compañeros de la tiza

Rodeados de tanto sinvergüenza que nos pierde el respeto, que insulta nuestra inteligencia además de construir un panorama cada vez un poco más desolador, entramos en la escuela. Cada vez más cochambrosa, más maltratada. Pero en la escuela, aún, todo es posible. En la escuela puedes calcular cuánto combustible haría falta para llegar desde Antares hasta Rigel, por ejemplo, y pensar si encontrarías un material para poder soportar el viaje. Puedes construir una honda como si fueras un Homo habilis (si es que el homo habilis hacía hondas ya, que no recuerdo), puedes pintar los troncos de los árboles con un fuego que dure más de un año encendido y no los dañe, puedes tantas cosas... En la escuela casi todo es posible. En la escuela, los niños -y las niñas- pueden llegar a creer que pueden ser lo que quieran. Y fuera de la escuela, si verdaderamente lo creen, lo tendrán un poco más fácil para conseguirlo. Cualquier situación es reversible. Cualquier problema se puede resolver. Escucha activa, consenso, participación caben en la escuela aunque hayan sido desterrados de otros ámbitos. Pero agobia tanto el horizonte, son tan tenebrosos los alrededores que es difícil que la mirada pueda enfocar los detalles, que son mínimos a veces, y se hace complicado escapar de un fondo tan gris y pestilente.

Escapemos, en cualquier caso. Las cosas buenas de la vida, da igual si libros, si películas, si paisajes, si compañía de los amigos, no podrán arrebatárnoslas por ahora,  así que no nos privemos nosotros mismos de ellas. Compartamos algunas, si es posible, con nuestros alumnos. Otras guardémoslas para reponernos del horror y del cansancio, para nosotros y nuestros allegados. Y si nos niegan el pan y la sal, como ya nos ocurre a nosotros y a otras personas más claramente que a nosotros, se van a enterar. Porque lo suyo es que se enteren. Somos maestros, profesores, especialistas en hacer comprensible lo ininteligible. Personas sin formación antes de llegar a la escuela son capaces, después de conocernos, de abatir un dodecaedro en un plano y declinar mejor que Julio César, de hablar y escribir dignamente otras lenguas y también la nuestra. No seguiré enumerando, pero sabemos explicarnos, es un hecho comprobado. Así que si no se enteran, habrá que darle más vueltas para encontrar la manera de que nos oigan y escuchen y comprendan. Somos profesionales: si le ponemos empeño, se van a enterar. No sé si nuestros ojos verán la recuperación de la cordura,la reconstrucción o la construcción de la justicia y de los derechos, pero desesperarse es un lujo que no nos podemos permitir. Si no le ponemos empeño y no podemos lograr que se enteren ni escuchen, (pocos individuos a tanto no llegan) la lucha que nos queda es no desesperar. Y es batalla difícil. Y hay que ganarla cada dos por tres.

Así que, queridas, queridos, a batallar.