Cada noche
duermo con la mujer que habita en mí,
esa desconocida.
Despierto luego en el vacío,
en el vértigo.
Intento conocerla por introspección.
Vértigo. Vacío.
Algunos ojos la miran
con luz mate.
Los míos, tantas veces,
la deforman en la oscuridad
o en la penumbra.
A menudo duele esa presencia
extraña y esencial.
Y rogaría silencio, ignorancia,
soledad y olvido.
Impera, sin embargo,
el deseo de romper la oscuridad.
El deseo de saberme
se dispara al descubrir
tus besos de luz.
Y quiero abrirte
de par en par mi ser,
si te interesa.
¿Cambiará, con tu luz, la que soy?
Es muy posible.
También surge el deseo
de acariciar y aliviar tus heridas
de alumbrar tus huecos
(tú tampoco te conoces del todo).
¿Cambiará, con mi luz, el que eres?
Es muy posible.
Quiero correr el riesgo
de mezclar mi fragancia
con tu esencia,
de ser contigo.
De ser más yo.
Y que seas más tú.
Dudo que me entiendas.
Qué difícil,
decirlo con palabras.