martes, 28 de septiembre de 2010

El cine a Bocados/ III Parte

Eros, fogones y chef 


Un ejemplo de la cercana y posible relación voluptuosidad-cocina está presente en Como agua para el chocolate (Alfonso Arau; 1992), además de ser un atípico caso de una importante presencia de los fogones y la comida en el cine latinoamericano, la película transcurre entre esa historia de amor por la cocina y esa otra hacia su prohibido cuñado. Tita (Lumi Cavazos) transmuta su amor y pasión hacia éste, mientras prepara algún plato: se transforma así en un puente, un lenguaje, como las codornices con pétalos de rosas, en las que, en cada mordisco, los comensales pueden saborear el fuego de la pasión de Tita hacia su objeto de deseo. Así, sólo a través de esta rendija, los platos que exquisitamente prepara, logra tocar el cuerpo de su amado. El director recorre suavemente con su cámara, como si fuera un paisaje o el cuerpo de una mujer, la disposición de la mesa: el mantel, las copas, el color del vino, los platos y las caras de los comensales. Curiosamente, también es una de las pocas películas en donde aparece el sacrificio de la presa: la cocinera tuerce con avidez y con pena el pescuezo de las codornices.
 
Link de la receta de la pasión, en Como agua para el chocolate

Otro caso latinoamericano, pero con un resultado lamentable es el de Mujeres arriba  (Fina Torres; 1999), protagonizada por una recién descubierta en América, Penélope Cruz. Intenta hacer igualmente esa relación eros-cocina, pero la torpeza narrativa de la directora venezolana choca con la sutileza de dicho binomio. Al final, no es más que otra historia de autorrealización.
Marta  trabaja ante la cocina como una autómata, el estrés hace 
que disfrute poco su oficio.

Aunque muchas son las películas que parten de un guión en donde sus protagonistas son cocineros o chef, pocas llegan a transmitir ese halo especial en torno a lo alquímico de este oficio. En Deliciosa Marta (Sandra Nettelbeck; 2001), su protagonista es una chef brillante, quisquillosa y perfeccionista,  que mide con la misma contención tanto los ingredientes para sus platos, como controla las emociones de su vida. Un nuevo chef italiano, vendrá a cambiar y a dotar de color la vida y platos del restaurante donde ella trabaja. Acá los dos chef representan dos extremos: la razón y la pasión. Dos cosas que sin duda debe tener un buen chef.

Deliciosa Marta está rodeada de apetecibles detalles en torno a la comida.

Vatel (Rolad Joffé; 2000) recrea un importante pasaje de la vida del mítico chef  francés, en el que al servicio del Príncipe de Condé, prepara una gran cena, que durará tres días, para ganarse la gracia del Rey Luis XIV. Allí, queda recreado con suntuosidad y total lujo cómo pudo haber sido aquel banquete, todo ello desplegado de manera impresionante, con el fin de complacer al extravagante rey. En este caso, el banquete se convierte en una verdadera puesta en escena, en donde cualquier pirotecnia es poca: faisanes ricamente decorados, platos presentados como obras de arte, todo ello amenizado con teatro, música, baile y escenografías. Los manjares queriendo llegar al paroxismo a través de la belleza y los sentidos. Una vez más queda reflejado en esta película biográfica, los extremos de la autoexigencia cercana al oficio. Una pena que Depardieu se quede tan corto en interpretar la pasión y rigor de este afamado chef.


Una imponente cena familiar en Yo soy le amor.


Un chef enamorado (1996) también narra las pasiones de un chef y una princesa en la Georgia en la temprana década de los veinte. La directora  Nana Dzhordzhadze mezcla con acierto los componentes de los alimentos y el eros en su estado más puro. La directora también deja entrever el carácter celebratorio y festivo que se agregan a los ritos en torno a la comida. Cabe mencionar, además, a una película más o menos reciente, Yo soy el amor (Luca Guadagnino; 2009). En ella, se teje el drama que desatará el amor entre un joven chef con una mujer de la alta burguesía italiana. Celebro que la película dé espacio para la belleza y voluptuosidad de los alimentos, así como sucede en Como agua par el chocolate, la aristócrata Allegra Recchi (interpretada estupendamente por Tilda Swinton), experimenta la seducción a través de los alimentos y un despertar a ese mundo sensual, en contraposición a su encorsetada vida. Podría citarse a El sabor del Edén (2006), de igual forma, como un magnífico ejemplo del amor, seducción y despertar del eros.


Ver tráiler de Un chef enamorado (inglés).
Ver tráiler de Yo soy el amor (italiano, Sub. Ing.) No sé por qué razón el tráiler en español es bastante malo.
Ver tráiler de El sabor del Edén (Alemán)


 Pero sin duda, si el cine ha creado un chef encantador, este ha sido Remy. Toda una sorpresa resultó la película de animación Ratatouille (Brad Bird; 2007), en donde se incluye no sólo al chef, sino también la figura del crítico gastronómico. La comida es la protagonista absoluta: un ratoncito que se revela diferente al grupo y desarrolla un olfato extraordinario para los alimentos, lo que le da pie a experimentar con los sabores al cocinar; un verdadero canto a la cocina esmerada y el oficio. El crítico al final es despojado de su descomunal ego y se conmueve al recordar un sencillo plato de su infancia… la comida como memoria: en cada mordisco a su ratatouille, el crítico recuerda su infancia, su casa y el amor de los platos de la madre.



Próxima entrega: Rozando el Pecado/ Bacanales, hambrunas y canibalismo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El cine a Bocados/ II Parte

La mesa como descripción social 


En  Los limoneros (Eran Riklis; 2008), aparece al comienzo, en un primer plano, las manos de una mujer, cortando limones grandes y amarillos. Con agilidad, Salma (Hiam Abbass) prepara un brebaje, hecho de agua, especies y algo parecido a la guindilla. Se abre el plano y nos damos cuenta que los hace en serie…es decir, que seguramente los vende. En escasos minutos el director nos ha mostrado el oficio del personaje (alguien que vive de la tierra), a la vez que nos entrega datos de su cultura (para los occidentales una exótica receta) y de la posible posición social de la misma. Si trabaja en la cocina, por supuesto no es rica. Los referentes en torno a la comida son efectivos y nos aportan una gran cantidad de datos, como la austeridad o voluptuosidad de los personajes...

Con más frecuencia se utiliza como un retrato inmediato de la clase social. El cine de Woody Allen, por ejemplo, está repleto de escenas en las que los personajes cenan: el vino y las copas siempre están presentes, pero casi nunca vemos lo que comen. Ello le sirve al cineasta, como a muchos otros, para enmarcar, en este caso, la burguesía de sus personajes, pero nunca aparece como acto placentero y menos voluptuoso; como también lo hace Claude Chabrol.


 Un almuerzo con mucho jaleo a la italiana en Amarcord.

Federico Fellini nos hizo entrega de una de las más largas y divertidas escenas alrededor de un sencillo almuerzo familiar. En Amarcord (1973), las discusiones a gritos entre plato y plato y la impasibilidad de algunos de sus comensales –lo que hace suponer que las discusiones son un hábito– consiguen un buen retrato del temperamento y cultura de la familia. Cabe también recordar  Las noches de Cabiria (1957), en la que su protagonista, Cabiria (Giulietta Masina) nos atrapa desde su candidez y modales torpes, como ocurre en la escena en la que se encuentra con un famoso actor de cine. El mayordomo le trae un lujoso carrito con la cena: ¿La levanto?, pregunta ella mientras destapa los platos y come ávidamente aceitunas y  luego pollo. Un poco de pechuga de pollo hace que se vayan los malos pensamientos, añade. Más adelante, Cabiria coge una langosta y le vuelve a inquirir al actor: ¿Y esto qué es? Me parece haberlo visto en el cine

 Cabiria muestra su espíritu diáfano y espontaneidad ante la comida.


En la película Roma (1972) de Fellini, es memorable la escena en que la gente del barrio se reúne para cenar en sus trattorías sencillas (ver un segmento), y claro está, si el director quería contar esa memoria de una Roma que él conoció y vivió, cómo no iba a incluir la comida. Nuevamente el ruido, los gritos y el jaleo es parte de esa comida, la gente suda, la abundancia en toda su voluptuosidad. Hay un cliente que le espeta a la dueña del restaurante: menos mal que había poco, estoy reventado. Ella le increpa: ¿Qué quieres, te parece mucho?  Esta misma mujer le enseña al joven Fellini cómo tiene que comer los caracoles: puro erotismo en un solo y breve gesto.


El director Abdellatif Kechiche en su magnífica Cuscús, nos recrea también una típica familia de inmigrantes tunecinos, residenciados en Francia,  que se reúnen en los almuerzos familiares, y en esos encuentros no solo asistimos a las diversas relaciones de unos con otros, sino que también somos testigos, entre bocados, a temas tan importantes como la experiencia de dicha familia como inmigración, las identidades que se conservan y las que se pierden. La cocina, al mismo tiempo se convierte en promesa, en un instrumento que se les presenta como posibilidad de supervivencia... quizá cambiar la suerte con un negocio familiar, abriendo un restaurante y vender el fabuloso cuscús de la matrona. 




Tercera y próxima entrega: Eros, fogones y chefs

martes, 21 de septiembre de 2010

El cine a Bocados/ I Parte

Hace algo más de un año publiqué en una revista on line el artículo El cine a bocados. Me propondré publicarlo acá por partes, un poco más actualizado, a fin de que muchos de los lectores que pasan por el blog, también puedan leerlo. En principio, nada más lejos de mi intención que dicho artículo sea un mero inventario de películas en torno al tema de la comida. Por momentos, además, dejaremos aparcado los argumentos referentes a bodas, repostería, vinos o café.

El cine a bocados


“Esto, más que un desayuno, parece un rompecabezas”
Groucho Marx en Una noche en la Ópera
 
Muchos de los que amamos el arte, tendemos al hedonismo. Ambos exigen educarse, bien sea a través de la intuición o de una búsqueda más formal. Ser sibarita (o esperar a serlo) es una de las inclinaciones más constantes. Si nos asomamos al mundo del cine surgen de pronto, algunos genios sibaritas: Coppola con sus viñedos y bodegas, Orson Welles y su majestuoso tamaño (lo que evidenciaba su gusto por los manjares) o el mismo Alfred Hitchcock, quien fue un gourmet confeso, y como queda reflejado en El libro de cocina de Hitchcock (del famoso crítico alemán Berndt Schulz), utilizó la comida como un modo diferencial de las clases a las que pertenecían sus personajes.
El cine como reflejo, invención o recreación del mundo ha sazonado muchas de sus historias a través de la mesa o los alimentos. Para intentar no divagar en un terreno tan vasto, dejaremos de lado el  maravilloso apartado del vino, los dulces, además de los muchos documentales que se han hecho al respecto. Nos enfocaremos hacia las películas que hayan hecho de la mesa (o sus referentes) sus protagonistas, o bien aquellas que con maestría nos han dejado secuencias singulares y/o potentes acerca del tema. Cómo olvidar a Kim Bassinger en frente del frigorífico, comiendo olivas y fresas con los ojos cerrados en Nueve semanas y media (AdrianLyne; 1986), pocas películas han podido mostrar, de forma tan acertada, la seducción a través de la sensualidad de los alimentos.


¿Qué acto más cotidiano y potencialmente creativo puede compararse con el de comer?  Es inevitable, al ser parte de una cultura, que los alimentos o sus ritos (compra, preparación, degustación, encuentros…)  se diferencien en su tratamiento e interés, al abordarlos dentro del cine.

En el caso de España, es curioso que, siendo los españoles tan amantes y fieles a sus platos típicos, apenas se refleje en el cine su amor por ellos, sin mencionar sus vinos. ¿Quién recuerda una aceituna en la boca de algún actor español?

Fotograma de Tapas.

Y el cine español ¿come?
En la actualidad, esta característica se hace más evidente, aunque hayan sido estrenadas películas como Tapas (José Corbacho y Juan Cruz; 2005). En la que, pese a su título y la aparición del celebérrimo Ferran Adrià, siendo las tapas uno de los referentes más famosos de la comida española, aparecen reflejadas, pero sin naturalidad. Además, ¿dónde están los numerosos fumadores del bareto típico allí recreado? Mucho más natural se nos antoja la escena en que, Don Mariano prepara una última cena con Doña Conchi, disponiendo una frugal, pero exquisita mesa: cava, jamón, entre otros aperitivos.

Sería justo hacer un paréntesis con Jamón, jamón (1992), donde se incluye una lucha titánica con las patas de los jamones en la que se deja ver el torso desnudo hasta muy debajo de Javier Bardem, ya que, tal como afirma Vicente Verdú, la comida en el cine de Bigas Luna “está estrechamente vinculada al erotismo”, refiriéndose a la secuencia de Valeria Marini con unas anguilas en Bámbola (1996). Si bien los alimentos aparecen en el cine de Bigas Luna como un espejo del erotismo, los alimentos se transforman en símbolos, como un jamón-garrote o bien la anguila-pene. Pero en ambos casos, el erotismo no está asociado a su degustación a través del paladar. Por su parte, Fernando León de Aranoa ha agregado algunas escenas de comidas en familia alrededor de la mesa, para insertar sus personajes dentro de la verosimilitud de su entorno social y cotidianidad inherente, tal como lo hiciese en Familia (1996) o en la inolvidable Barrio (1998)*. Ver tráiler de Barrio.

 
 El Ángel exterminador (1962).

Sí, en el cine de Luis García Berlanga aparecen paellas como icono Typical spanish, ese territorio cañí que más se conoce en el extranjero. Luis Buñuel la asoma de soslayo y le interesa más como rito y escenario social que otra cosa: recordemos las grandes cenas de El Ángel exterminador (1962). El discreto encanto de la burguesía (1972), o Viridiana (1961). Pedro Almodóvar también se hace eco, aunque escaso e intrascendente, de los fogones en algunas de sus películas, quizá tengamos muy presente como ejemplo Volver (2006), pero coincidimos con Daniel Vázquez Sallés, autor del libro Comer con los ojos, que en la mayoría de la filmografía española “no se come por placer”, y la cocina o el comer son de aparición escasa o irrelevante en sus secuencias o escenas. 

Un guiño evidente a La última cena en una escena de Viridiana (1961).


(Segunda entrega: La mesa como descripción social)

 *Texto agregado después de la publicación.

martes, 14 de septiembre de 2010

Adios a la mirada de Chabrol

"...ahora todo es apariencia. Nunca se llega a la verdad, 
porque detrás de una apariencia hay otra. 
Son como las novelas de Agatha  Christie, siempre hay sospechosos".
Claude Chabrol.

Tener más de medio siglo haciendo películas es una hazaña, pero si para colmo, la mayoría de esas películas eran buenas, ello significa todo un lujo y un placer para nosotros sus espectadores. Claude Chabrol (1930-2010) ha muerto este domingo 12 de septiembre. Entre otros epítetos, resalta como uno de los padres de la NouvelleVague.

 Como director tiene 71 películas a sus espaladas, y casualmente, hace una semana vi la que fue su ópera prima: El bello Sergio (1958), rodada gracias al apoyo económico de su mujer, convirtiéndose esta película en su pasaporte para continuar filmando. Allí empiezan a dibujarse algunas de las que serán sus constantes: las provincias como un microcosmos; los dramas personales, las pasiones, poco le gustaban las películas corales, normalmente sus historias reposan en los casi siempre dramas de unos pocos personajes o simplemente en uno solo.

Chabrol no teme en llevar al límite a sus personajes principales, siendo este rasgo importante para dar verosimilitud a los mismos: por momentos llegan al ridículo, pueden resultar fascinantes, odiosos o débiles. Nada de super héroes o heroínas, gente que mete la pata y sufre, como la mayoría. Claro está que la burguesía era su blanco preferido, a ella dedicó buena parte de su filmografía, por no decir casi toda. Sus miserias y gozos retrató con ojo aguzado. (En la foto: vemos a Chabrol en frente a la cámara, durante el set de su primera película).

Isabell Huppert en un fotograma de Un asunto de mujeres.

El domingo hicimos en casa un pequeño homenaje, vimos una tras otra: Un asunto de mujeres (1998) y En el corazón de la mentira (1999). En la primera, Un asunto de mujeres, el director pone la lupa en una Francia ocupada por los nazis, y deja entrever la hipocresía de un sistema que, castigaba con mano dura a los delitos de unos pobres pero que, al mismo tiempo, no le temblaba el pulso para deportar niños y gente por su condición de judíos. Su actriz fetiche, la poderosa Isabell Huppert, una vez más, hace gala de su talento para dar forma a un personaje complejo: Marie. En la segunda, quizá más fallida, sabemos el gusto de Chabrol por mezclar drama con cine negro, el director nos lleva nuevamente a un pueblecito y, el asesinato misterioso a una niña, será el motor de las historias que se continúan, enmarcadas en una suerte de triángulo amoroso.

 Sandrinne Bonaire y Jacques Gamblin: En el corazón de la mentira.

Es claro que los amantes de su cine lo echaremos de menos. Pocos podían hacer películas tan fluidas y complejas, tan aparentemente superficiales y densas. Su lucidez y capacidad creadora estaban intactas... sinceramente, cuánto sentimos su partida, Monsieur Chabrol.

En esta foto vemos a dos gigantes juntos, en la filmación de La década prodigiosa (1971). Allí, Orson Welles realiza en papel del multimillonario Théo Van Horn.

Reseña realizada en este blog de Una chica cortada en dos (2007)

Interesante página The Claude Chabrol Project, con un link de entrevistas (inglés)
Una entrevista en español.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Bailar para recordar a los que partieron a otras tierras


El 15 de agosto en Gijón, durante las fiestas de Begoña (Nuestra Señora),  se lleva a cabo anualmente un rito hermoso, sencillo y remoto: la Danza Prima, la cual es considerada como una de las más antiguas y con más raigambre del folclore asturiano. Aunque revisando algunas fuentes, el romance que se canta puede cambiar, así como la forma de baile, he presenciado esta que se lleva a cabo en el paseo del Muro de la playa de San Lorenzo. Me emocionó en su sentido más puro, ya que toda la gente (o mucha), se une en la playa (o en el paseo), se toma de los dedos meñiques y, a las dos de la tarde, comienzan a bailar. Dicha danza, viendo hacia el mar, se realiza para recordar a todos aquellos lugareños que un día tuvieron que partir a otras tierras, en busca de una vida mejor.


Vale la pena recordar ese carácter emigrante de los ciudadanos europeos, en otros tiempos (y en la actualidad), cuando en Europa no dejan de soplar aires que recuerdan el fascismo, como la xenofobia y/o la animadversión por los inmigrantes, sobre todo cuando no provienen de países ricos.
La memoria, en este caso, perpetuada a través de los ritos, es una buena  y sencilla medicina que hace conectar y solidarizarse con este movimiento de humanos en busca de una vida mejor.



Letra del romance preferido para esta danza que se lleva a cabo en el Muro de San Lorenzo