ENTREACTO.
Un
cementerio bonito con nichos de mármol y piedra, adornados con
flores negras y avispas blancas revoloteando por ahí. Dos
enterradores transportan de un lado a otro un cuerpo buscando el
lugar donde le toca. Llegan hasta un mausoleo grande pintado de color
morado sucio. El mausoleo está muy viejo y la pintura ha saltado en
varias partes de la pared, casi toda se la ha comido la humedad. Se
paran y comienzan a trabajar.
El
enterrador más mayor es Lobo, un hombre canoso que lleva toda su
vida trabajando para los vivos en favor de los muertos. Disfruta de
su trabajo pero, recientemente, en el pueblo han creído oportuno que
alguien le ayudara, pues los años pasan por todos y especialmente
por Lobo. El no admitirá sentirse cansado ni menos aún viejo, pero
desde la caída dentro del osario la semana pasada, hasta él se ha
dado cuenta de
que
la situación es crítica. Si bien, todos los que están enterrados
allí cuentan con Lobo, es el hombre con más espíritu que existe,
por supuesto, en todo el pueblo pero también en todo el mundo.
Cuando se hace de noche el pelo blanco de Lobo funciona como una luz
que va guiando a los muertos para que vuelvan a los sitios donde les
corresponde estar. Lobo sabe eso, sabe como funciona el cementerio y
también sabe que es solo para gente que ya no está viva, por eso lo
que va a pasar a continuación, va a resultar tan extraño para un
hombre tan antiguo como él. Extraño
aunque no incomprensible. Suponemos que Lobo, simplemente y
por fin después de tanto tiempo, no
lo ha visto venir.
Lobo
vive, de hecho, en el cementerio, en una casa justo al lado de la
puerta principal. La
única
ventana
del
dormitorio
enmarca la inscripción latina que corona el arco de la entrada,
por
lo que Lobo se acuesta siempre sabiendo que está en la casa de los
hombres para
toda la eternidad.
El
que está con él,
más joven, es el ayudante. Un muchacho del pueblo, no importa su
nombre. Está nervioso y no le gusta ese trabajo pero es lo que tiene
no querer hacer nada que al final acabas haciendo esto. Nota
la irritación de Lobo y sabe que lo va a pasar mal en su primer día.
Justo
antes de meter al cadáver en la tumba, Lobo se para y lo mira dos
veces.
-Es un muerto un poco raro, sí-el joven intenta quedar bien pero más
le vale no seguir por esa línea o Lobo sacará sus colmillos.
-¿Por
qué dices eso?
-Bueno,
no sé. ¿Tu lo has notado no? Te has parado antes de meterlo.
-Yo
no he dicho que sea raro.
-Yo
que sé, es como increíblemente joven, demasiado joven.
-Como
tú.
El
chico
calla. Lobo lo aparta suavemente para poder ver el cuerpo por entero,
por todos lados.
-No
podemos enterrar a este hombre. Vamos, ayúdame a cogerlo.
-Espera,
espera, ¿cómo que no podemos enterrarlo?
-Cógelo.
-Pero
no lo entiendo, ¿qué es lo que pasa?
-Lo
que pasa es que yo te estoy diciendo que lo cojas.
-¿Le
ocurre algo al muerto?
La
mirada de Lobo asusta al joven, que coge rápidamente por un lado el
ataúd. Entre los dos lo sacan del mausoleo y lo apoyan en el suelo.
-Eh,
joder, ¿se puede saber qué estamos haciendo?
-Pensar.
-¿Pensar
en qué?
-A
dónde lo vamos a llevar.
-¿Pero
se puede saber qué mosca te ha picado? ¿No podemos simplemente
enterrarlo y dejarnos de toda esta mierda?
-No,
no podemos.
-¿Por
qué?
-Porque
este hombre no está muerto.
PRIMER
Y ÚNICO ACTO.
Lobo
y el muchacho han tenido que meter al cadáver en la bañera puesto
que Lobo no tiene sofá, ni sillones de ningún tipo. Se pasa el día
fuera de la casa, sentado en los bancos del cementerio y hablando con
las estatuas. Cuando acaba la jornada cena en la mesa de la diminuta
cocina. La cama, por otro lado, no era una opción. Lobo vive por y
para los muertos pero cuando duerme, cuando ya no está consciente,
entonces Lobo no es de nadie, Lobo es suyo y la cama es lo que le
provoca esa sensación; la cama, es por tanto, únicamente de Lobo.
Nadie podría asegurarlo pero mientras el joven está sentado en la
taza del váter y Lobo de pie frente al espejo, parece ser que el
muerto está sonriendo dentro de la bañera.
-¿Y
ahora qué eh?
-Ahora
tenemos que esperar a que venga.
-¿A
que venga, quién?
-Míster
Fantástico, él se encargará de esto.
Sí,
definitivamente eso ha sido una sonrisa.
-Mira,
si esto es una broma por ser mi primer día trabajando aquí, vale.
Ha tenido gracia, nos hemos reído. Eres un tipo extraño pero te
respeto, joder, me las colado. Ahora vamos a dejarnos de tonterías,
vamos a llevar a este hombre de vuelta al mausoleo y yo hago como si
todo no esto no hubiera pasado.
Lobo
le mira. El joven, que se ha levantado mientras hablaba, se vuelve a
sentar en el váter.
-Si
vamos a hacer esto de verdad, vas a tener que explicarme qué es lo
que pasa.
-No
pasa nada, no podemos enterrar a alguien que no está muerto.
-Pero
este hombre no está vivo, míralo. No se mueve, no habla, no
piensa...ni siquiera respira.
-Yo
no he dicho que estuviera vivo, he dicho que no estaba muerto.
La
bañera se ha llenado con el cuerpo del hombre pero el brazo
izquierdo le cuelga por fuera. Poco a poco, y sabiendo que ya no le
miran, el muerto vuelve a relajar la cara. Suaviza los gestos y
golpea muy débilmente los dedos sobre la cerámica de la bañera.
Pero no suena nada, es como si el sonido quedara ahogado por el agua
de la bañera, agua que no hay.
Lobo
está empezando a compadecerse de la mirada perdida del joven.
-¿Has
oído decir eso de que cuando estás a punto de morir, toda tu vida
pasa delante de ti, como si fuera una película?
-¿Qué
coño tiene que ver esto con…?
-Responde
-Sí,
lo he oído.
-Bueno,
pues eso me ha pasado a mi cuando lo he tocado. He visto toda mi
vida, rápida, pasar delante de mis ojos. La he visto a ella, que
también tiene una tumba por aquí cerca y los he visto a todos,
claro. Lo que nadie dice es que ellos te están esperando. Tu ves las
imágenes pero las imágenes también te miran a ti.
Al
muerto le cae un pequeña lágrima que después de recorrerle por
entero se queda colgando de uno de los dedos. Deja de golpear contra
la bañera y la lágrima se suelta, bajando rápidamente por la línea
blanca del azulejo.
-No
sé que quieres decir con eso.
-Cuando
venga Míster Fantástico vas a tener que prepararte, porque aunque
no hayamos metido a este
joven en el mauseolo no te libras de llevar un cadáver. ¿Me estás
entendiendo, chico? Cuando llegue él, tendrás que enterrar mi
cadáver.
El
joven da un bote y se levanta como disparado por un resorte. Abre la
puerta del baño y se queda en el límite que hay justo antes de
entrar al salón. Empieza a respirar entrecortadamente.
-No
es algo a lo que tener miedo, muchacho. Es algo que pasa y que yo
llevo ya tiempo deseando que pase. Pero vas a tener que escucharme
atentamente ¿quieres? Porque te toca hacer muchas cosas.
Lobo
se acerca hasta el joven y le pone la mano en el pecho. El pelo de
Lobo casi brilla como una antorcha.
-Mírame,
pero mírame a los ojos. Bien. Escucha atentamente. Cuando
llegue la hora, Míster Fantástico vendrá a por él y
se encargará de llevárselo
porque es su trabajo. Yo
me quedaré aquí, tumbado o en la bañera. Es muy probable que
Míster Fantástico me deje en la bañera, espero
que sea así, llénala de
agua por si acaso y sácame el brazo izquierdo por fuera. Luego
tendrás que llevarme a mi tumba que está al final del cementerio.
Esta mañana, cuando te lo he
enseñado, ¿recuerdas la
estatua de una niña
sentada mirándose el pie? Es justo ahí. Al lado
de la niña está ella, yo debo ir al otro lado. Justo a la derecha,
no te olvides, eso es importante.
La
sonrisa de Lobo ayuda al joven acabar de tranquilizarse. Todavía no
sabe ni qué ha pasado, ni qué pasará cuando Míster Fantástico
llegue, pero esas instrucciones se le han grabado en el corazón y
eso sí lo entiende.
-Ahora
respira, chico, respira despacio. Vuelve a sentarte.
La
bañera reluce limpia, no hay manchas de barro ni de polvo. Solo las
lágrimas del muerto que se resbalan por todos los azulejos.
El
joven obedece y aún con la mano en el pecho pregunta:
-¿Pero
cómo puedes estar tan seguro de que vas a morir?
-No
existe respuesta a tu pregunta, muchacho. Eso nunca se sabe y menos
aún puede uno estar seguro de ello. Es algo que se siente y yo lo he
sentido. Créeme, llevo toda mi vida trabajando en este lugar y este
cadáver no es el primero que me causa problemas, solo que antes yo
no era el blanco.
-¿Quieres
decir que esto ha pasado más veces?
-Sí,
muchas más de las que imaginas. Aquí viene todo tipo de gente, vas
a tener que estar preparado para eso también. Esa gente que llega
puede influirte estando viva o muerta, no lo olvides. Recuerdo que
una vez, hace ya mucho, tuve que enterrar a una niña pequeña. No
debía tener más de tres o cuatro años y lo vi; vi como su madre
supo que iba a morir con ella cuando la tocó por última vez. Esas
cosas se notan en la cara, te transforman el dolor en una paz que no
existe para los vivos. Porque los vivos vivimos siempre con prisas y
por eso todo lo que experimentamos acaba doliendo de una forma u
otra, porque no dejamos, que en lugar de conquistarlo, nos inunde con
su paz.
-Ahora
mismo me cuesta mucho entender de qué estás hablando.
-Hablo
de saber qué es lo que estás haciendo en el momento en que deberías
hacerlo y sobre todo, entender el por qué. Eso es la paz. La madre
de aquella niña sabía que no habría vida donde no estuviera su
hija, y la niña también lo sabía, así que se la llevó consigo.
El amor o el miedo pueden ser pasionales y descontrolados y al mismo
tiempo otorgarte la paz más extrema.
-Pero
eso no tiene sentido, tú no tienes ningún tipo de relación con
este hombre, ¿verdad?
-No,
pero mi caso es especial. Yo no tengo relación con nadie, nunca la
he tenido, quizá solo con ella. Si Míster Fantástico ha elegido a
este hombre para llevarme a mi, será por algo, eso solo lo puede
saber él. Lo que jamás entenderé es por qué ha tardado tanto.
Así
como si alguien estuviera escuchando las palabras de Lobo, aparece de
repente y sin avisar, un hombre en la puerta principal de la casa. El
joven mira desde la taza del váter pero no consigue ver la cara del
individuo, aunque su corazón le dice que es Míster Fantástico. No
sabe como pero se da cuenta de que no ve nada porque él no quiere
que vea nada, lo cual es una buena noticia porque aún no es su
momento. Se oye al muerto aplaudir desde la bañera. El joven se da
cuenta de que va a desmayarse, y eso es precisamente lo que ocurre;
acaba en el suelo mientras la risa de Lobo aúlla por todas partes.
NOTA
AL PIE DE PÁGINA:
(Tal
y como le indicó Lobo en su momento, el chico se encargó de llevar
el cadáver del hombre hasta la tumba correcta; justo
a la derecha
de la niña que se estaba
mirando el pie. Unos minutos más tarde de haber acabado el trabajo,
el joven se quedó mirando la lápida de la mujer que estaba al otro
lado de Lobo. En ese momento un detalle llamó su atención. En la
inscripción ponía: “Helena y Eva , madre e hija, juntas para
siempre”. El
chico se acercó hasta la tumba para recoger una foto que alguien
había dejado sobre la lápida. La imagen mostraba a una mujer y un
hombre con el pelo blanco, joven, que sostenían a una niña en
brazos. El muchacho se fue del cementerio esa noche sin poder
quitarse de encima la sensación de que el cadáver de
la bañera se
parecía increíblemente al hombre de esa foto).