martes, diciembre 27, 2016
Gran parte del deseo, a esa edad, era un acto deliberado. Nos empeñábamos en difuminar los bordes toscos y decepcionantes de los chicos para darles la forma de alguien a quien pudiéramos amar. Decíamos que los necesitábamos con las palabras típicas, repetidas de memorias, como si estuviésemos leyendo una obra de teatro. Más tarde lo vería: lo impersonal y rapaz que era nuestro amor, enviando su señal por todo el universo con la esperanza de encontrar un depositario que diera forma a nuestros deseos.
Emma Cline, Las chicas. Traducción de Inga Pellisa.
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Nada puede encomendar las historias a la memoria con mayor insistencia, que la continente concisión que las sustrae del análisis psicológico. Y cuanto más natural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del narrador, tanto mayor la expectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria del oyente, y con mayor gusto, tarde o temprano, éste la volverá, a su vez, a narrar. Este proceso de asimilación que ocurre en las profundidades, requiere un estado de distensión cada vez menos frecuente. Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos —las actividades íntimamente ligadas al aburrimiento—, se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha, tanto más profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar. Y así también se deshace hoy por todos sus cabos, después de que durante milenios se anudara en el entorno de las formas más antiguas de artesanía.
Walter Benjamin, 'El Narrador'. Traducción de Roberto Blatt.
Walter Benjamin, 'El Narrador'. Traducción de Roberto Blatt.
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jueves, diciembre 01, 2016
Dentro, con una expresión adusta, iban sentados dos empleados de la funeraria, el chófer y su acompañante, y detrás de ellos, en la superfície de carga, por decirlo de algún modo, en su ataúd reposaba, como era de suponer, alguna persona que se había despedido de la vida hacía poco tiempo, con el traje de los domingos, la cabeza apoyada en un pequeño almohadón, los párpados cerrados, las manos juntas y las puntas de los zapatos señalando el cielo.
WG Sebald, Los anillos de saturno. Traducción de Carmen Gómez García y Georg Pichler.
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Des de certa distància predominen en ell els grans trets senzills que constitueixen el narrador. Més ben dit, apareixen en ell com en una roca pot aparéixer, per a l'espectador que es troba al a distància correcta i en l'angle visual adequat, un cap d'home o un cos d'aninmal. La distància i l'angle visual ens el prescriu una experiència que tenim ocasió de fer gairebé cada dia. Aquesta experiència ens diu que l'art de narrar està arribant a la seva fi. Cada cop és més freqüent: que es produeixi el desconcert en una reunió quan algú expressa el desig d'escoltar una història. És com si s'ens prengués un talent que ens semblava inalineable, la cosa més segura entre les segures. Em refereixo al talent d'intercanviar experiències.
Una causa d'aquest fenòmen és evident: la cotització de l'experiència ha caigut.
Walter Benjamin, 'El Narrador' en Assaigs de literatura contemporània. Traducció de Pilar Estelrich.
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Somos seres sociables porque nos parecemos muchísimo unos a otros (mucho más desde luego del o que la diversidad de nuestras culturas y formas de vida hacen suponer) y aproximadamente solemos querer todos las mismas cosas esenciales: reconocimiento, compañía, protección, abundancia, diversión, seguridad...Pero nos parecemos tanto que con frecuencia apetecemos a la vez las mismas cosas (materiales o simbólicas) y nos las disputamos unos a otros.
Fernando Savater, Las preguntas de la vida.
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Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo.
Karl Ove Knausgaård, La muerte del padre. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
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Con el pensamiento podemos justificar cosas espantosas, los argumentos sirven para defender y sostener lo más repugnante; el placer de lo espiritual, su brisa vivificante enajena a menudo el contenido y las consecuencias de cuanto se discurre
Gonzalo Torné, Lo inhóspito
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jueves, noviembre 24, 2016
jueves, noviembre 17, 2016
El viejo tema de las películas favoritas
Es una suerte contar con las películas favoritas. Pero hay una pregunta previa a este valioso descubrimiento ¿a qué se oponen, por lo general, nuestras películas favoritas? No tanto a las películas que detestamos - ¿recordamos en el fondo todas las películas malas o son las decepciones nuestras anfitrionas en el gusto negativo? - como a las películas que consideramos buenas, necesarias o interesantes pero, por razón alguna, no nos generan debilidad.
Esto podría ser explicado de un modo más sencillo y hasta tradicional. Podría decir que se trata de una separación entre gusto y juicio: puedo juzgar y pensar una película, puedo escribir sobre ella, pero tal vez no me guste demasiado.
Sin embargo, sabemos bien que no es así. Si bien el gusto puede tener inclinaciones, en la lista de películas favoritas habrá razones de las llamadas del tipo sentimental. El tipo sentimental sería una película que dejó una marca indeleble.
Pero en las películas favoritas no puede ser una si no un compromiso renovado, sea con un sentimiento de nostalgia o sea por el simple placer de ir volviendo a ellas. Entonces ¿Dónde aparece la suerte?
Vayamos entonces a un ejemplo práctico. La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, Hawks, 1938). Estoy bastante convencido formar parte del nutrido ejército de admiradores que, generación tras generación, renuevan su animosidad y amor por la película. Famílias, amantes, amores: si esta película con Cary Grant y Katherine Hepburn requiriera su colectivo de fans, deberíamos decir que conquista estructuras enteras de amor.
¡Y qué fácil es juzgar la película! Todo se cae, todo sale mal, y el amor es una fuerza anárquica. Ciertamente, podemos decir, Hawks no pensaba igual que Ernst Lubitsch. Ni tampoco pensaba igual que su otra obra maestra de la screwball, Bola de Fuego (Ball of Fire, 1941) ni parece que le interesara mantener diálogo alguno con Frank Capra o George Cukor.
Y sin embargo, Grant y Hepburn cantan desesperados una vieja tonadilla de swing y entonces nosotros no podemos dar ninguna otra cosa excepto amor. Sea diáfana o no la revelación, como ese esqueleto y ese lugar donde todo se tambalea una vez más, no dejaremos de canta. La película tiene entonces su propia música interna. Como el amor.
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martes, noviembre 01, 2016
Problemas fronterizos
Todos queremos algo (Everybody wants some, 2015)
¿Existe tal cosa como el cine libre? Casi siempre que se usa ese adjetivo se refiere a una metáfora y de modo estrictamente reactivo: frente a la que sea la forma dominante - pensamos en una narración, en una película que tiene un centro digamos narrativo - el cine libre podría saltar tales reglas y tener otros intereses.
Si asumimos que en 2015 esos presupuestos son algo endebles, cine libre sería también o, fundamentalmente, algún tipo de reacción contra lo que se establece como mayoritario. Pero esto ahora nos sirve poco.
Para empezar, porque la forma de Hollywood es variada tanto en televisión como en cine, y no tiene una característica; y si la tuvo antes, que es dudoso, bien podríamos decir que tenía la reacción algo de ilustrativo de esa forma.
En todo caso, no conviene desdeñar ahora el adjetivo como una discusión del pasado que no vaya a repetirse. O no conviene fingir que el cine es algo impersonal, que no son los espectadores y espectadoras quienes encuentran esa libertad como metáfora de un descubrimiento y como construcción del gusto y también del juicio y la tradición.
Como tales cosas no son fijas, y se discuten ampliamente, vamos a definir que es tal cosa como el cine "libre" de Richard Linklater: suele ser el hecho de que reduzca la escala y a ratos, sus temas parezcan ocultos. Son nítidos, pero ciertamente no hay un personaje que, necesariamente, quiera algo y luche por conseguirlo.
Como hablan y a ratos están, en efecto, dudosos o mirando, eso genera un efecto retórico de no tener la película trama. Pero la tiene, aunque son los énfasis que cambien.
II
Todos queremos algo es, al mismo tiempo, según el propio cineasta, una secuela de Boyhood (2013) y Movida del 76 (Dazed & Confused, 1993). Se centra en un día en la universidad, pero sucede en lo que probablemente fue 1980, un año que Linklater vivió.
Un contemporáneo de Linklater, Quentin Tarantino, ha filmado en 70 mm este año una película del oeste. El formato pretendía evocar casi literalmente a las grandes producciones de antaño, incluyendo una presentación y un descanso.
Dos directores llegando a los cincuenta evocan el tema del tiempo y su mirada al pasado. Con una nostalgia que si no parece gigante, si es al menos lo suficientemente relevante para que condicione sus premisas.
Todos queremos algo es, en realidad, una versión melancólica de las películas adolescentes de los ochenta. Hay rastros de epifanías de su cineasta, pero no resultan profundos: los protagonistas no son entendidos más que como arquetipos de un momento estelar que ya pasó.
Ese momento estelar son los días previos a la clase, donde el héroe, Jake, encarnado por Blake Jenner, ve la llegada de la experiencia universitaria. Si no el cine, al menos Linklater parece temer a los efectos de la educación formal: a la experiencia univeristaria, a una mirada amplia, a lo que se sugiere después de años aprendiendo.
Se ve más confortable en fronteras más estrechas y aquí afectan a la película. Con otra versión más del chico conoce chica propia de su pathos, vemos a actores recitar encantados líneas de guión del flirteo reglamentario. El flirteo suele ser romanticismo mucho más aburrido de lo que admiten sus defensores: cada momento es revelador, cada momento es significativo, con lo cual se hace un romanticismo general, poco lleno de texturas. Esa es la razón por la cual la segunda entrega de su trilogía Antes supuso un paso de madurez, porque era, en general, una historia de amor muy poco romántica durante muchos momentos.
Eric Rohmer, con frecuencia evocado por el cineasta y por los críticos, solía ser un ironista audaz. Dejaba a sus personajes hablar, pero también nos dejaba a nosotros contemplares en sus paradojas. A diferencia de Rohmer, Linklater parece terminarse en la nostalgia, en la vaguedad del sentimiento y en mecernos durante dos horas.
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sábado, octubre 22, 2016
Una historia personal
Se ha muerto Steve Dillon. A los 54 años, en Nueva York. Los detalles concretos son pocos. El dibujante inglés transformó por completo mi relación con los tebeos. Probablemente, de maneras más sutiles de las que pueda enumerar ahora. Haremos una primera tentativa.
La relación y la experiencia como lector es siempre delicada (casi tanto como otras). La del lector de tebeos, los tebeos semanales de grapa, también tiene sus peculiaridades. Una de las peculiaridades es que las personas crecen y de repente, el adolescente busca otros lugares, otros mitos. Las historias de superhéroes dejaron de ser tan interesantes para mi durante gran parte de mi adolescencia.
La razón puede resumirse en términos simples, sin que lo sea por ello necesariamente: algo prohibido, algo distinto. El adolescente busca en lo oscuro, y ¿qué mejor lugar para empezar que los tebeos de Garth Ennis dibujados por Steve Dillon?
Predicador era perfecta cuando la encontré una tarde tonta en Mataró en el verano de 2001. Había chistes contra la iglesia - lo que a un chico de clase obrera de educación ligeramente católica de Mataró le sonaba muy subversivo - y había un enfrentamiento contra El Mal entendido como los tacos.
Estaba Abierto hasta el Amanecer, es decir, estaba Tarantino y estaba Ennis. Formaban parte de la misma tradición, aunque tradición significara (también o básicamente) moda. Leí el tebeo como vi aquellas películas.
Esta paradoja más que ser explorada en sí, era una excusa para hacer un tebeo de ultraviolencia de parte del bien. Que no envejeciera bien parece ahora casi una parte de su encanto, una pequeña modestía contractual.
Claro que también estaba el Hellblazer donde John Constantine y su habilidad para fumar se convertían en una trampa. Este tebeo era más que subversivo, hábil: Dillon sobresalía también por su capacidad de recuperar lo que se supone que había sido siempre Hellblazer.
Dillon era, en buena medida, el protagonista de los hallazgos de Ennis. No podían explicarse por separado. Dillon daba a los diálogos - chabacanos, llenos de chascarrillos, con ingenios ocasionales - una cierta suciedad y una expresividad insólita.
Para cuando cumplí los diecisiete años, ya no tenía demasiado sentido fingir que no amaba el género superheroico. Todo esto cambió en gran medida gracias a Frank Miller, Warren Ellis, Joss Whedon Jason Aaron (para el que también Dillon dibujó tebeos gloriosos), Mark Millar y etcétera.
Hubo un tebeo a los veinte que lo cambió todo, por supuesto. Decían que allí Ennis y Dillon habían estado mejores que nunca. Había leído críticas online, pero las rebajas y la segunda mano ayudan. El Punisher de Ennis y Dillon era casi todo lo que yo necesitaba para borrar el edificio (igualmente frágil) de preconcepciones.
i había rémoras de sospecha en mí acerca de Punisher - no deja de ser el prototipo de justiciero ochentero con una anarquía de derechas modelada en pleno conflicto social de las reaganomics - quedaron borradas.
Lo cierto es que Bienvenido a casa, Frank es uno de mis tebeos favoritos. Actualizando la premisa del western, adaptándose bien a lo que hacia las mafias a la gente corriente y currante, Punisher se lee como una irónica fábula de robo a los extorsionadores con sangre e ironías respecto al sistema: el escepticismo sin exceso, donde la institución y la comunidad se hacen necesarias delatan la inteligencia de un Ennis inspirado y un Dillon fuera de lugar.
Este tebeo me acompaña, y merece la pena releerlo cada cierto tiempo. Dillon estaba en sus mejores momentos. Los tebeos tienen también memoria individual y experiencia conocible; en este caso, Dillon y sus dibujos eran parte de un paisaje y de su renovación.
Cuantas veces nos sucede eso.
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lunes, julio 18, 2016
Extrañezas
Hace bastantes años que no veo ni 'Los Goonies' (The Goonies, 1985) ni leo o releo libro alguno de Stephen King. Hace, de hecho, diez veranos en los que me animé a leer aquella novela (ahora tan anticuada) de unos teléfonos móviles que se convertían en transmisores de una plaga de zombis descarnados. Se llamaba Cell, y como tantas novelas de Stephen King tenía una banda sonora incluída en el libro, una narración fluida y un giro final no del todo previsible.
Sin embargo, recuerdo con mucho gozo el primer momento en el que leí Historias Fantásticas, sacada de la habitación de mi tía y perteneciente quizás a uno de mis primos. Se suele recordar aquella sentencia de Nabokov de que el mejor momento para leer es en algunos años de la niñez donde todo fluye.
Le di vueltas a la frase y creo que he logrado descifrarla: ciertamente, las lecturas de infancia no tienen protocolo de lectura instalado - como sí lo tienen las de adolescencia - y suspenden el juicio en favor del aire perenne de descubrimiento. Tal vez, de existir algo es la preferencia, los grados de atracción.
Poco importa. Aquellos relatos de King me resultaban muy divertidos e identificables. Como luego lo hicieron It o Todo es eventual. Hablo de esto porque he visto Stranger Things, una serie de Netflix que desde los títulos de crédito homenajea y se postula como kingiana.
**
No siento especial devoción por aquellos referentes. Qué impostura más absurda sería declarar mi pasión incondicional por aquellos ratos o mi nostalgia. Lo que me parece más interesante de la serie de los hermanos Duffer (el nombre es real) es que consiguen suspender el juicio.
La historia, que se ocupa de un grupo de muchachitos intentando recuperar a su amigo perdido de otra dimensión, tiene una cosa obligatoria en la reciente cultura estadounidense y su eco global: el pathos spielbergiano. Hay una niña con poderes que es, al mismo tiempo, E.T. y Samantha Morton en Minority Report.
Y la trama es al mismo tiempo Poltergeist y La Cosa (que era de John Carpenter). Y los adolescentes son o podrían ser parte de Halloween o de Pesadlla en Elm Street. Parece evidente entonces que los niños no crecieron en la década de los ochenta si no más bien alimentados por algunos de los referentes de la cultura de masas de los ochenta.
***
Hay muchos anacronismos en la serie, que transcurre en un pueblecito estadounidense en 1983. El más evidente de ellos es el rito de descubrimiento de los Clash entre dos hermanos. O una canción posterior de los New Order.
No creo que estos anacronismos sean fallos u errores, si no más bien revelaciones. Los mecanismos de la memoria son peculiares, pueden teñir o unificar, y así parece escrita la serie. Lo sorprendente es que la serie me gustó independientemente de sus evocaciones y búsquedas.
Claro que agradecí que imitaran la elegancia visual de John Carpenter y que los hermanos Duffer intentaran, al menos, composiciones panorámicas del pueblo y modos elegantes de jugar con sus diabólicas criaturas.
Pero lo que me pareció interesante de la serie es que su escala era muy reducida. Había un sentido pequeño de la acción, lo que la hace diferente de otros homenajes nostálgicos. Todo podía caber en el prólogo que transcurre con los protagonistas jugando a rol en un sótano.
Ese sentido de descubrimiento no le añade cursilería. Los personajes adultos de la serie son opacos o terminan tomando decisiones opacas. La oscuridad acecha, aún cuando parece vencida. El tiempo pasa y tiene heridas que vamos a ir comprendiendo. No creo que los Duffer usen los ochenta en alcance alguno, la sombra de Reagan parece banal o adecuada al ambiente, pero no se percibe ningún sentido histórico.
Se ha insistido en los materiales promocionales que sus hacedores pensaban más en una película de ocho horas que en una serie. Si por serie entendemos una serie de lugares comunes y extremos dramáticos un poquito pasados de roscas, tal vez tengan razón. Y ésa sea la mejor razón para verla.
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jueves, junio 30, 2016
Sentí pena por nosotros, por los dos, por todos, extraños organismos bajo el sol. Grandes mentes que convivían demasiado cerca de almas exaltadas. Y además, almas desterradas que añoraban su propio mundo, su hogar. Todo ser vivo llora la pérdida de su mundo-hogar.
Saul Bellow, El Legado de Humboldt. Traducción de Vicente Campos.
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miércoles, junio 29, 2016
la mujer calló por unos momentos, al tiempo que dedicaba su sonrisa, oculta por el amplio sombrero en cuyo extremo el velo negro se abría como una cortina, al rostro de Morris, animada por un brillo más tierno si cabe.
Henry James, Washington Square. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.
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martes, junio 28, 2016
Eso era de verdad lo extranjero: aquello que a primera vista parecía familiar de tan inocuo pero que, al abordarlo resultaba brutalmente ajeno.
Mercedes Cebrián, El genuino sabor.
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jueves, junio 23, 2016
El Maestro
Cuando muere un gran escritor - un evento inusual, dado que ésta es una especie rara - rendimos tributo con una visita a nuestras estanterías, biblioteca o librería; el lamento y la celebración se fusionan honorablemente. Pasará un cierto tiempo antes de que tengamos la medida completa del logro de Saul Bellow, y no hay razón por la cual no deberíamos empezar por algo pequeño, una frase u oración que se ha convertido en parte de nuestro mobiliario de la mente, y una parte de los placeres de la vida. Después de todo, los buenos lectores, como Nabokov advertía a sus estudiantes, "deberían percibir y acariciar los detalles". Los amantes de Bellow a veces evocan un perro determinado, ladrando desamparadamente en Bucarest durante la larga noche de la dominación soviética en Rumania. Lo escucha un americano de visita, Dean Corde, el héroe soñador típicamente belloviano del Diciembre del Decano, que se imagina estos sonidos como una protesta ante la estrechez del entendimiento canino, y una súplica: "Por el amor de Dios, ¡abrid el universo un poco más!" Aprobamos esa observación porque somos, en cierto sentido, ese perro y Saul Bellow, nuestro maestro, nos escuchó y obligó.
De hecho, la misma libertad que Henry James reclamó para el novelista en su ensayo El arte de la ficción ("toda la vida te pertenece") fue generosamente abrazada por Bellow: se propuso, y también las generaciones venideras, liberarse de las trampas formales del modernismo, que hacia la mitad del siglo veinte había empezado a parecer una pesada restricción. No tuvo tiempo para aquella afirmación de Virginia Woolf en la que el personaje de la novela moderna estaba muerto. El mundo de Bellow está tan densamente poblado como el de Dickens, pero sus ciudades no son ni caricaturas ni grotescos. Toman asiento en la memoria como gente que te podrías convencer de que has conocido: el chantajista sin esperanza Lustgarten ("parcialmente sutil, parcialmente enfermo") en las memorias de Mosby, que trae la ruina financiera a su família al importar un Cadillac a la Francia de posguerra; el exaltado vividor, Cantabile, llevando una pistola en El Legado de Humboldt - en su agitación de repente necesita una mierda, y fuerza a su víctima, Charlie Citrine ("un hombre de cultura o compromisos intelectuales") al establo con él. Citrine se distrae con reflexiones acerca del comportamiento de los monos mientras Cantabile "se agazapaba ahí con sus cejas curtidas y arrastradas".
Y el más vivo de todos, al menos para mí, Moses Herzog, el más logrado soñador de Bellow, el hombre menos práctico de una América de vigorosas, materiales búsquedas. En Herzog Bellow llevó a la perfección el arte de la digresión ficcional. Cuando el héroe va a visitar a su amante, la adorable Ramona, espera en la cama mientras va a ponerse lo que Martin Amis llamaría su "ropa de burdel". En esos momentos Herzog reflexiona en el modo en que el mundo entero le presiona, y Bellow parece situar una especie de manifiesto, una lista resonante de los retos que debe afrontar el novelista, o la realidad que debe contener o describir. También sirve como la guía al material crudo de la obra de Bellow. He terminado sabiéndome este pasaje de memoria a través de la relectura, y lo he tomado como epígrafe de una novela. Era un riesgo, porque el pulso de su prosa era probable que hiciera sonar a la mía escuchimizada.
"Bueno, por ejemplo, lo que significa ser un hombre. En una ciudad. En un siglo. En transición. En la masa. Transformado por la ciencia. Bajo el poder organizado. Sujeto a controles tremendos. En una condición causada por la mecanización. Después del fracaso tardío de las esperanzas radicales. En una sociedad que no es una comunidad y devalúa a la persona. Debido a los poderes múltiples de números que han hecho el yo despreciable. Que gastan billones militares contra enemigos extranjeros pero no pagarán por algo de orden en casa. Que permiten la salvajada y el barbarismo en sus propias grandes ciudades. Al mismo tiempo, la presión de millones humanos que han descubierto lo que pueden hacer los esfuerzos concertados y los pensamientos. Como megatones de organismos acuáticos en el fondo marino. Como mareas puliendo piedras. Como vientos ahuecando montes."
La ciudad de Bellow, por supuesto, era Chicago, tan decisiva para él, y tan hermosa, rebosantemente evocada, como el Dublin de Joyce; las novelas no estaban situadas simplemente en el siglo veinte, eran acerca de ese siglo - sus transformaciones alucinantes, su salvajismo, sus nuevas maquinarias, las grandes batallas de los sistemas de pensamiento, el sonoro fracaso de los sistemas totalitarios, las bendiciones variadas del modo americano. Estos elementos no se tomaban en abstracto sino que se cribaban a través de los caprichos del personaje, de un individuo tratando de pensar donde está en relación a la masa de la que forma parte. Y siempre el pasado presionando, memorias de la infancia, las calles atiborradas y las viviendas, habitaciones compartidas, despóticos y excéntricos familiares y vecinos - los pobres inmigrantes, atendiendo a la llamada de la identidad americana.
El crítico americano Lee Siegel escribió recientemente que cada escritor británico con una conexión intelectual o emocional quiere reivindicar a Bellow: "Es como su Plymouth Rock, o incluso su Rhodesia..." Hay algo de verdad en esto. ¿Qué es lo que encontramos en él que no podemos encontrar aquí, entre los nuestros? Creo que admiramos la generosa inclusividad de su obra - ningún escritor desde el diecinueve ha sido capaz de reproducir a toda una sociedad, sin condescendencia o auto-consciente antropología social. Sin problemas puede Bellow moverse entre los pobres y sus malas calles, y las élites del poder en la universidad y el gobierno, y el soñador privilegiado con el "pensamiento de alta mar". Su obra es la encarnación de la visión americana de la pluralidad. En Gran Bretaña no parecemos ser capaces de escribir a través de las groseras y sutiles distinciones de clase - o más bien, no podemos hacerlo graciosamente, sin parecer esforzados o sin caricatura. Por eso, Bellow aparece grande, más de lo que puede aspirar a ser cualquier escritor británico.
Otra razón: en una cultura literaria que ha favorecido generalmente todo el esquema de una novela contra la frase hermosamente trabajada, honramos la musicalidad, la sapiencia, el sonido encantador de una buena línea belloviana. Un ejemplo, acertadamente alabado por el crítico James Wood, es la descripción de Behrens, el florista dentro del relato "Algo por lo que recordarme": "En medio de las flores, solamente él no tenía color - algo así como el precio que tuvo que pagar por ser humano". Otro ejemplo, de un significado especial para mí porque rendí tributo a Bellow al hacer una variación: en Herzog, leemos a propósito de Gersbach con su pierna de palo, "doblándose y enderazándose grácilmente como un gondolero" .
No resulta sorprendente que algunas de las mejores celebraciones de la escritura de Bellow se originaran en Gran Bretaña. Algunos ensayos tal vez estén ya en sus estanterías, y en este tiempo de hacer balance, tal vez sea animoso ir a buscarles. Uno es la magnífica defensa de Martin Amis de Las aventuras de Augie March como Gran Novela Americana Definitiva en la introducción de la edición Everyman; otro es la introducción de James Wood a los Cuentos Reunidos en Penguin, en el que la alegría es el elemento central como reacción a su obra.
Los escritores a los que admiramos y releemos terminan absorbidos en la letra pequeña de nuestra conciencia, en el ruido blanco de nuestros pensamientos, y en este sentido, no pueden morir jamás. Saul Bellow empezó a publicar a los cuarenta y su obra se esparce por todo el siglo que ayudó a definir. También redefinió a la novela, la ensanchó, la liberó, la hizo cálida con una sensación humana y con sabiduría y un gran propósito. Henry James propuso una vez una obvia pero servicial verdad: "La cualidad más profunda de una obra de arte será siempre la calidad de la mente del que la hace". Estamos despidiéndonos de una mente de una calidad sin rival. Abrió nuestro universo un poquito más. Se lo debemos todo.
Ian McEwan, Tributo a Saul Bellow. Publicado aquí. Traducción propia.
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miércoles, junio 22, 2016
Para ella no era ninguna novedad que las preguntas de los niños eran la diversión favorita de los adultos; salvo las tribulaciones de su muñeca Lisette, casi nunca hubo nada en casa de su madre que pudiera explicarse con seriedad. Nada le resultaba tan fácil como hacer reír a las damas que iban de visita, y habría podido sacar partido de haber sido más calculadora. Siempre había algo oculto tras las cosas: la vida era un corredor muy muy largo, con hileras de puertas cerradas. Había aprendido que era imprudente golpear esas puertas; al parecer, eso producía tremendas risotadas de burla del otro lado.
Henry James, Lo que Maisie sabía. Traducción de Edgardo Russo.
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miércoles, junio 15, 2016
Owen echa de menos el viejo parque de Willow, arrasado hace ya mucho por las excavadoras. Allí el tiempo pesaba, y era delicioso sentir su peso mientras desplazaba las fichas de las damas chinas de triángulo en triángulo o trenzaba cordones para los solbatos que sólo usaba la señorita Mull, o cuando lanzaba la pelota por encima del tejado de alquitrán de las gradas y había que ir a buscarla al campo de maíz, o cuando veía a Ginger colgada como un mono de las barras o impulsándose con las piernas en el columpio chirriante para llegar cada vez más alto. Es consciente de que para los niños de Haskells Crossing su parque es el club, con su piscina, su bar, sus pistas de tenis, y tetherball, y,probablemente, sus dibujos guarros en algún rincón por donde nunca pasan los adultos, aunque para Owen ese espacio recreativo tiene la desagradable pátina de la propiedad privada y en él se respira el aburrimiento incurable de los ricos. Los pobres también se aburren, pero no pierden la esperanza de que las cosas mejoren, mientras que los ricos sólo quieren que las cosas sigan como están, y eso es todavía más improbable. Sus problemas - la eterna crisis de sus partidas de golf, la descomunal casa que un nuevo rico llegado de fuera ha plantado justo delante tapándoles las vistas al mar, lo difícil que resulta encontrar un servicio doméstico formal para la casa y el jardín (hasta los brasileños y los albaneses coran un dineral y ya están aprendiendo a no dar un palo al agua), el desplome de la bolsa, la subida de los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria, los hijos mayores en vías de divorcio o los que se dedican a trabajos sociales desgarradores - le parecen a Owen una nimiedad en comparación con los problemas de su infancia, que eran cuestión de vida y muerte por más que su famíllia se empeñara en protegerlo.
Tal como el tejado de pizarra de la casa de Miffin Avenue había resistido la lluvia y el huracán de 1938, sus guardianes lo protegían del pedrisco de las preocupaciones: de la pobreza sin una red de seguridad pública, de la enfermedad sin milagros médicos en la posguerra, de la implacable exclusión social del sistema. El niño oía siniestros retazos de conversaciones mantenidas en otras habitaciones de la casa: su padre no tenía el trabajo asegurado, la fábrica de medias era una causa perdida; su madre no andaba bien de salud, tenía la tensión alta y dolencias propias de las mujeres. Aparte de aquel dibujo en el cobertizo del parque, Owen no sabía nada de los órganos sexuales femeninos, pero, a juzgar por lo que oía sin querer, llegó a lac onclusión de que eran un callejón sin salida que conducía a la tragedia. Y los abuelos ya no eran jóvenes; se ponían a susurrar en su habitación, con el olor a papel mojado que desprenden los cuerpos viejos, al filo del olvido, y le parecía un milagro verlos aparecer todas las mañanas a la hora del desayuno. Abriéndose camino día tras día, Owen fue pasando de curso, agradecido porque su mundo en Mifflin Avenue siguiera intacto.
John Updike, Mujeres. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.
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miércoles, mayo 25, 2016
Cuanto más vuelo sobre estos recuerdos, tanto menos casual me parece lo insignifcante del papel que en ellos desempeñan los seres humanos: pienso en uan tarda en París al a que debo clarividencias sobre mi vida que me sobrevinieron fulminantemente, con la potencia de una iluminación. Fue precisamente esa tarde cuando mis relaciones biográficas con los seres humanos, mis amsitades y camaraderías, mis pasiones y amoríos, se revelaron en sus intrincaciones más vivas y ocultas. Me digo a mí mismo: tenía que ser en PArís, donde los muros y los muelles, el asfalto, las colecciones y los escombros, las verjas y plazas, los pasajes y los quioscos nos enseñan un lenguaje tan único que en esa soledad que nos envuelev, en nuestro estar sumidos en ese mundo objetivo, nuestras relaciones con los seres humanos alcanzan la profundidad de un sueño en el que les está esperando la visión que les revelará su auténtico rostro. Quiero hablar de aquella tarde por lo fácil de ver que me hizo la forma en que las ciudadse llevan la batuta en la fantasía humana y la razón por la cual la ciudad en la que los hombres se pretenden con menos miarmientos unos a otros, la ciudad en la que las citas y las conversaciones telefónicas, las reuniones y visitas, el flirteo y la lucha existencial, no le permiten al individuo ni un solo instante contemplativo, se toma su revancha en el recuerdo, y el velo que ha tejido a escondidas con nuestra vida enseña menos las imágenes de seres humanos que las de los escenarios en los que nos encontrábamos con otros o con nosotros mismos.
Walter Benjamin, "Crónica de Berlín" en Escritos autobiográficos. Traducción de Teresa Rocha Barco.
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escritos autobiográficos,
Walter Benjamin
jueves, abril 14, 2016
martes, marzo 29, 2016
Desesperado, se vuelve hacia el turismo. Entra a formar parte del mercado. Vende lo único que posee. Las historias que su cuerpo sabe contar.
Se convierte en un Toque Regional.
En el corazón de las tinieblas, los turistas, instalados en su ociosa desnudez y en su interés escaso y de importación, le hacen sentirse ridículo. Pero contiene su rabia y baila para ellos. Cobra sus honorarios. Se emborracha. O se fuma un canuto. Buena hierba de Kerala que le hace reír. Y después hace un alto en el templo de Ayemenm, él y los que van con él, y bailan para implorar el perdón de los dioses.
Arundhati Roy, El dios de las pequeñas cosas. Traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro.
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viernes, marzo 25, 2016
166. El tiempo se acelera
Ahora que habia tanto trabajo, ahora que en esencia su vida entera se había convertido en trabajo, Natalie Blake sentía una calma y una satisfacción que antes únicamente había experimentado durante el período previo a los exámenes universitarios o bien durante los preliminares de los juicios. ¡Ojalá pudiera hacer que todo pasara más despacio! Había tenido ocho años de edad durante un siglo. Se acordaba muy a menudo de un diagrama hecho a tiza sobre una pizarra, mucho tiempo atrás, cuando las cosas todavía se movían a un ritmo razonable. La esfera de un reloj que representaba la historia del universo en un lapso de once horas. El bing bang era a mediodía. Los dinosaurios llegaban en algún momento a primera hora de la tarde. Todo lo relacionado con los seres humanos tenía lugar en los cinco minutos previos a la medianoche.
Zadie Smith, NW. Traducción de Javier Calvo.
(Do not disturb) Quien dice que hay que estar a la altura de los tiempos o ir con el signo de los tiempos, sabiendo que nadie puede sustraerse a la servidumbre de tener que sufrirlos y aguantarlos, está movido al cabo por un temor rastrero que le impulsa a evitarles a los tiempos hasta una mala cara, un gesto de impaciencia, o aun el más leve ruido que les turbe el sueño; como el gerente de un hotel de lujo, servilmente aterrado ante la posibilidad de la más pequeña queja por parte del millonario americano, se afana sin descanso para que todos, unánimemente, sonrían a los tiempos, tal vez para evitar que alguien acabe induciendo en él la turbación de empezar él mismo a sospechar de ellos y de su autoridad, lo cual podría ser la fatídica señal que desatase finalmente la instrucción de la causa, cuya urgencia ya está clamando al cielo, del proceso a los tiempos, es decir, a la Historia Universal.
Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
jueves, marzo 17, 2016
Si mi mirada fuese como la de Gabriel me conformaría pensando que todas esas construcciones son asentamientos donde los hombres se protegen de las inclemencias y se unen para fecundar y concebibir, sobrevivir y relevarse. Pero en mi mirada quedan restos de la lesión y he reservado un espacio para los espíritus. Cada una de las luces prendidas está envuelta por una ida de hogar, ecos de los dioses tutelares. Desde que nací la idea de una casa donde vivir por mí misma, con quien yo (yo, yo) elija, ondea sus plumas resplandecientes al fondo de la imaginación. He vivido en varias desde que abandone el piso de nuestros padres: en Londres, en Diagonal Mar, en la Barceloneta, en Balmes, he pasado largas temporadas en Tredòs, cada espacio está asociado a mis vivencias, no hay nada abstracto en las habitaciones, en los techos, en las camas. Han envuelto mi vida. Pero ninguna se ha convertido en mi hogar. A veces era por vosotros, otras por Joan-Marc, por las personitas que durante el periplo londinense se metían entre mis sábanas, ahora es mi propia soledad la que me impide ver esta habitación como algo definitivo. Ni siquiera me ha rozado la estabilidad que se apreciaba en casa de los adultos. Las encontré allí y pensé que estaban allí desde siempre, que las habían proyectado y que respondían a lo que habían querido proyectar. Mi ojo infantil no me dejaba apreciar laf luidez de los cimientos de la casa de los Llort, de los Selma, de los Anglés. Su precariedad era como la mía. Recogieron los materiales de donde pudieron, la gente que nos acompaña tiene sus propios ideas. La amargura de la vida consistente en que levantamos casas con las manos de la mente pero nadie quiere vivir en ellas.
Gonzalo Torné, Hilos de sangre.
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jueves, febrero 11, 2016
Pero, incluso desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida, no somos un todo materialmente construido, idéntico para todo el mundo y sobre el que cada cual pueda informarse sobre un pliego de condiciones o sobre un testamento; nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Incluso el acto tan sencillo que denominamos "ver a una persona conocida" es en parte un acto intelectual. Colmamos la apariencia física de la persona que vemos con todas las ideas que tenemos sobre ella y en el aspecto total que nos imaginamos dichas ideas ocupan, desde luego, la mayor parte. Acaban hinchando tan perfectamente las mejillas, siguiendo en una adherencia tan exacta la línea de la nariz, matizando la sonoridad de la voz como si no fuera ésta sino uan funda transparente, que, siempre que vemos ese rostro y oímos esa voz, recobramos, escuchamos, dichas ideas. Seguramente, en el Swann que habían concebido, mis padres habían omitido por ignorancia infinidad de peculiaridades de su vida mundana gracias a las cuales otras personas, cuando estaban delante de él, veían las elegancias reinar en su rostro y detenerse en su aguileña nariz como en su frontera natural, pero también habían podido en ese rostro desprovisto de su prestigio, vacío y espacioso, en el fondo de sus desdeñados ojos, el vago y grato residuo - recuerdos a medias y a medias olvido - de las horas ociosas pasadas juntas, después de nuestras cenas semanales, en torno a la mesa de juegos o en el jardín, durante nuestra vida de buena vecindad campestre.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido: Por la parte de Swann. Traducción de Carles Manzano.
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sábado, enero 30, 2016
El consuelo de Henry era que al menos él la había conocido como el mundo no lo habría hecho, y el dolor de vivir sin ella no era más que el precio que debía pagar por el privilegio de haber sido joven al mismo tiempo que ella. Pensó que lo que una vez fue vida es siempre vida, y sabía que su imagen tendría un lugar preeminente en su intelecto, como una especie de medida y estándar de resplandor y reposo.
No sería del todo cierto decir que el espíritu de Minny Temple lo persiguió en los años que siguieron a su muerte; más bien era él quien la perseguía a ella. Evocaba su presencia en todas partes; cuando volvió a casa de sus padres y, más adelante, cuando viajó por Francia e Italia. La veía surgir entre las sombras de las grandes catedrales, delicada, elegante y extremadamente curiosa, dispuesta a sumirse en el silencio ante todas las obras de arte que veía, tratando de encontrar las palabras adecuadas y permitiendo que su nueva vida llena de sensualidad tomara cuerpo.
Colm Toíbin, The Master: Retrato del novelista adulto. Traducción de Maria Isabel Butler de Foley.
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viernes, enero 29, 2016
¿Por qué me imagino que tenía en la boca un anillo de oro? No puedo remediarlo, me lo imagino así. Y de repente recuerdo una frase: un tono callado, claro, metálico; como cuando un anillo de oro cae sobre una bandeja de plata.
Cuando Thomas Mann era aún muy joven escribió un cuento ingenuamente fascinante sobre la muerte: en ese cuento la muerte es hermosa, como lo es para todos los que sueñan con ella cuando son muy jóvenes y la muerte es aún irreal y encantadora, como la voz azulada de las distancias.
Un joven mortalmente enfermo toma un tren, se baja luego en una estación desconocida, va hasta una ciudad cuyo nombre no conoce y en cierta casa, propiedad de una anciana cuya frente está cubierta por un eccema, alquila una habitación. No, no quiero contar qué más ocurrió en ese piso alquilado, quiero solo recordar un acontecimiento insignificante: cuando aquel joven enfermo atravesaba la habitación, le pareció que entre el resonar de sus pasos venía de al lado, de las otras habitaciones, una especie de sonido, un tono callado, claro, metálico; pero es posible que no fuera más que una ocurrencia. Como cuando un anillo de oro cae sobre una bandeja de plata, pensó....
Ese pequeño acontecimiento acústico no tiene en el cuento ninguna continuación ni explicación. Desde el punto de vista de la mera trama, podría eliminarse sin consecuencias. Aquel sonido simplemente se produjo; sin ningún propósito; sin más ni más.
Pienso que Thomas Mann hizo sonar ese tono callado, claro metálico para que surgiera el silencio. Lo necesitaba para que se oyese la belleza (porque la muerte de la que hablaba era la muerte-belleza) y la belleza para poder ser apreciada necesita una proporción mínima de silencio (cuya medida es precisamente el sonido de un anillo de oro caído sobre una fuente de plata).
(Si, ya lo sé, ustedes no saben de qué estoy hablando, porque hace ya tiempo que desapareció la belleza. Desapareció bajo la superficie del ruido - el ruido de las palabras, el ruido de los coches, el ruido de la música - en el que vivimos constantemente. Está hundida como la Atlántida. No quedó más que una palabra cuyo sentido, con el paso de los años,. es cada vez menos comprensible).
Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido. Traducción de Fernando de Valenzuela Villaverde.
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