Desde primera hora de la mañana me rondaba una molestia en las sienes que según avanzaba el día se iba convirtiendo en un descomunal dolor de cabeza. En cuanto he aterrizado en casa he buscado el remedio a mis males, que no ha pasado por tomarme una aspirina, no, sino por descargar y liberar mi pobre azotea de todo lo que lleva dentro. Me he puesto a aporrear el teclado hasta que la pantalla ha quedado repleta de palabras y los efectos liberadores sobre mi dolor de cabeza no se han hecho esperar.
Ya se que puede parecer increíble, pero es así, algunos pensareis que puede ser un efecto placebo, pues puede ser, y ¿que más da? ¿el objetivo no es liberarse del dolor de cabeza? El cómo, pues, no importa.
Confio tanto en los efectos curativos de la palabra que invito a menudo a mis fieles lectores a que se atrevan a mandarme sus palabras, que yo estaría encantada de hacerles un espacio estelar en el blog, o por lo menos yo creía haber cursado reiteradamente la invitación, porque ayer, Angel, mi más feroz crítico y el más díscolo e indómito comentarista de este espacio, me hizo saber ante una cerveza caliente y una música ensordecedora que no se había sentido invitado, o por lo menos eso entendí yo, entre tanto ruido y tanto humo nublando los sentidos.
Para que no quede ninguna duda, os invito formalmente a todos los que os asomáis habitualmente a esta página a que “palabreeis” ¡atreveros! aun a riesgo de ser tomados por locos ¿qué más da? Me mandáis vuestros textos por correo electrónico y yo los coloco en el blog. Eso si, Ángel, vaya por delante que no te voy a aceptar que me escribas ningún capitulo de la novela, y no me apeles a la libertad de expresión y demás monsergas, que no cuela.
Ya se que puede parecer increíble, pero es así, algunos pensareis que puede ser un efecto placebo, pues puede ser, y ¿que más da? ¿el objetivo no es liberarse del dolor de cabeza? El cómo, pues, no importa.
Confio tanto en los efectos curativos de la palabra que invito a menudo a mis fieles lectores a que se atrevan a mandarme sus palabras, que yo estaría encantada de hacerles un espacio estelar en el blog, o por lo menos yo creía haber cursado reiteradamente la invitación, porque ayer, Angel, mi más feroz crítico y el más díscolo e indómito comentarista de este espacio, me hizo saber ante una cerveza caliente y una música ensordecedora que no se había sentido invitado, o por lo menos eso entendí yo, entre tanto ruido y tanto humo nublando los sentidos.
Para que no quede ninguna duda, os invito formalmente a todos los que os asomáis habitualmente a esta página a que “palabreeis” ¡atreveros! aun a riesgo de ser tomados por locos ¿qué más da? Me mandáis vuestros textos por correo electrónico y yo los coloco en el blog. Eso si, Ángel, vaya por delante que no te voy a aceptar que me escribas ningún capitulo de la novela, y no me apeles a la libertad de expresión y demás monsergas, que no cuela.
"Me gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real no tiene para mí interés de ninguna especie -ni siquiera material o de ensueño, se me ha transmutado el deseo hacia aquello que crea en mí ritmos verbales, o los escucha de otros. Me estremezco si dicen bien".
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego de Bernardo Soares