Por Diego Nieto Velasco
Puede que el iniciado en la obra de Alberto Santamaría sospeche que éste sufre un Síndrome de Diógenes lírico, un impulso que le lleva a acumular toda clase de objetos: latas de albóndigas, muebles de época, lamparas de araña, bolsas de aspiradora, más latas oxidadas, bicicletas, restos de mandarinas que palidecen/ dentro del camión de la basura, murallas, cabinas, alucinaciones, tubos de escape, más latas de conserva... Constatación que deja en entredicho a todos los que aseguramos que en su último libro -un ataque frontal a la metafísica más laberíntica- el autor ha querido quitar hierro al asunto.
Bromas aparte, es en Interior Metafísico con Galletas -un título desconcertante propio de alguien al que le gusta presumir de la ambigüedad que su novela B inspira en los lectores (¿es una novela o un poemario?)- donde Alberto Santamaría propone continuar la interesante senda ya abierta en Pequeños Círculos y centrar la mirada en aquello que no tiene tiempo/ ni espacio/ pero sucede. Lo inesperado, esto es, la vida, siempre queda en los márgenes o en los espejos, donde comparte espacio con lo grotesco, escribió en su obra anterior. Rosa Benéitez nos avisa de esto en un fundado prólogo que bien sirve de guía en el crucero propuesto, un crucero que nos llevará desde La Rochelle a Benidorm para descubrir un material que, aunque parece ajeno al paisaje, lo llega a sustituir.
Todo conspira para que no nos vayamos muy lejos a buscar lo que está sin estar. Nada crece sin permiso dentro de una jaula reflexiona un poema sobre el lenguaje. Se convive con una lógica inalcanzable y rigurosa hasta desgastarla. La metafísica no entra en ningún marco, pero es un requisito habitual en las cosas habituales que sabremos mirar/ si las desenfocamos. La vida tiene un código nacido para no cuadrar con lo racional. La verdadera metafísica, es democrática y está ahí fuera para el que ose preguntar por ella. Y es que las cosas nos importan por el futuro o el pasado que tienen pendientes con nosotros, chupar/ cabezas de marisco/ es algo delicioso sólo a partir de los cincuenta, por habernos colmado de olores y mensajes insopechados, por habernos distraido de las obligaciones del paisaje, por encarnar en sí mismos la devastación que nos espera al final del decadente vocabulario del verano, que diría Wallace Stevens.
La imaginación es la herramienta más adecuada, no para alejarse de la realidad, sino para gestionarla adecuadamente.
La editorial El Gaviero reincide en un diseño espectacular, esta vez con la colección Guairo. El libro entra por los dedos, crea un paisaje más durante el proceso de lectura. Esto es importante también, pues tendrá el lector la necesidad de adentrarse en la vida íntima de las cosas y gestos que lo rodean con cierto afán voyeurístico. Ya se disculpó Derek Walcott ante su desayuno por un descubrimiento similar: Perdóname, café, y perdóname/ leche con dos paquetes de azúcar artificial,/ mientras observo crecer estas líneas y el arte poético me endurece. Esta vez las galletas también tendrán que perdonarnos.