No sé exactamente porqué, pero el sonido de la lluvia me relaja. Es como si cada gota se llevase algo que me preocupa, algo que pesa sobre mi conciencia, algo que no puedo controlar y me supera. Me pregunto en qué momento empecé a preocuparme por todo, por mi, por mi familia, por mis amigos, por mis estudios, por mi futuro… ¿En qué momento dejé de preocuparme ni más ni menos que de vivir el día a día? A veces llevamos tantas preocupaciones en el corazón que nos es imposible caminar e incluso respirar, convirtiéndose en una pesada mochila que hemos de llevar a cuestas con nosotros, como si fuese el caparazón de un caracol. ¿Cuándo decidimos hipotecar nuestra vida con problemas? A veces el destino lleva tus pasos hacia terrenos pantanosos, terrenos en los que no sabes a dónde ir, ni dónde poner los pies porqué aparentemente todo lo que te rodea es un gran lodazal… aún así, a pesar de sentirte desorientado, aturdido y lleno de temor encuentras la manera de mantener la cabeza a flote, de no hundirte en medio de las arenas movedizas… Cuando resistes, cuando luchas, cuando a pesar de las lagrimas no dejas que la tristeza te ciegue ni que el dolor ahogue tu voz, a veces en medio de la niebla y de esa soledad que aparentemente te rodea encuentras una mano amiga dispuesta a deslizarse al pozo para sacarte de él, dispuesta a luchar para arrancar tus pies del barro, dispuesta a darte ese susurro, ese aliento que necesitas tanto… unos brazos dispuestos a levantarte cada vez que te caigas y a curarte las heridas siempre que sea posible, a pesar de que en ocasiones lo único que pueden hacer es esperar a tu lado a que cicatricen, por si solas, con el tiempo.
N.