El sol que estaba entonces en su punto más bajo del horizonte daba al agua una coloración purpúrea con destellos de oro en las crestas de las grandes olas adquiriendo tonos azules y verdosos en sus puntos más profundos.
Parecía como si cada embarcación de pesca atrajese hacia sí sus propios botes mediante invisibles cadenas.
Rudyard Kipling