“Si la talla moral de las personas se demuestra en los grandes dramas, la de los medios de comunicación se demuestra en las grandes tragedias”, escribe Mi mesa cojea sobre la cobertura informativa del accidente, especialmente las televisiones. Estoy de acuerdo, aunque sólo en parte. Es verdad que hay errores y abusos, es cierto que las imágenes de periodistas persiguiendo a los familiares de los muertos son vergonzosas, que por encima de la información irrelevante, del detalle escabroso, está siempre la dignidad de las personas.
Cierto. Ayer cuando estaba fotografiando familiares le comentaba a un compañero que me sentía como basura, buscando y atosigando a gente que ya tenia bastante. Es nuestro trabajo, me decían. Si, pero esa excusa no hacia que me sintiera mejor. Sin embargo me sorprendió mucho que la policía -intuyo que siguiendo ordenes- coloco un cordón/embudo para la prensa, de forma que todos los familiares que pasaban a la 'sala de crisis' tenían que pasar si o si por los micrófonos y las cámaras: una incitación para que los programas sensacionalistas hicieran gala de su sensacionalismo.
Pero tengo la sensación de que hay una hiperreacción de la sociedad ante la prensa que nos puede llevar a otro extremo tan o más peligroso que el amarillismo sanguinolento: ese mundo donde la muerte de 153 personas es una simple cifra, una estadística. Ese mundo donde las únicas imágenes de una guerra son soldados repartiendo caramelos.
Estoy de acuerdo. ¿Sabéis cual es, según mi opinión, la causa de que no tenemos conciencia de la gravedad de los accidentes de trafico? Creo que es porque la gente no ve lo que realmente ocurre cuando un coche se da una leche o golpea una moto. Me hace 'gracia' cuando leo las cartas al director o comentarios en blogs y foros diciendo que las imagenes son demasiado crudas... oiga ¡que eso es la realidad! Si quiere usted le pongo el filtro de color de rosa en el Photoshop, pero así no se va a enterar de lo que realmente pasa.En España, el 11-M de 2004 supuso un antes y un después en muchas cosas, también en la información. La pornográfica exposición en la televisión y en los diarios de la carnicería del atentado provocó tal sobredosis en los lectores y telespectadores que el umbral de tolerancia ha bajado hasta un punto en el que el más mínimo detalle ofende mucho más que antes.
Discrepo en parte. Durante el 11M los fotoperiodistas primero y los editores después nos cortamos muchismo de mostrar las peores imagenes. Si creen que lo que se publicó es fuerte, duro, terrible imaginaros lo que fue, y permitanme estas palabras, ver literalmente las cabezas de personas guardas en cajas de cartón.
Y luego está la cercanía, claro. Repaso hoy las páginas de los diarios y no encuentro en ninguna de ellas ni la mitad de la mitad de sangre de la que sale un día normalito en la sección de información internacional de cualquier diario. Sin embargo, basta leer los comentarios en blogs, en Menéame, en los foros de cualquier diario digital para detectar que la sensación generalizada es que todos los medios, todos sin excepción, nos hemos excedido en nuestra cobertura del accidente.
Tambien lo suscribo. Vaya por delante que en mi opinión hay muchas formas grafías de mostrar la tragedia sin recurrir a lo fácil, es decir, al cadáver, pero ocultar la realidad por no herir la sensibilidad del lector me parece un ejercicio de autocensura que la prensa del siglo XXI no se debería permitir.
Ayer no fue un día normal en ninguna redacción y supongo que los periodistas tendemos a diseccionar la realidad y el dolor con la misma distancia con la que un forense se enfrenta a una autopsia. Y eso insensibiliza, pues es la única manera de soportar el horror diario. Les pasa aún más a los corresponsales de guerra, a los fotógrafos que se enfrentan a estos dramas. Es humano. Jon Barandica, el ahora redactor jefe de fotografía de Público, recuerda hoy muy bien aquel día, hace más 20 años, en el que le tocó cubrir otro terrible accidente aéreo, el del avión que se estrelló contra el monte Oiz en Bilbao y dejó 148 muertos. Aquella vez no hubo ningún superviviente. “Fue horrible, tuve pesadillas durante meses. Olía a queroseno y carne quemada. Vi cuerpos troceados, reventados, cabezas, piernas colgando de un árbol. Sólo podía mirar a través del objetivo de la cámara, era la única manera de coger algo de distancia ante las imágenes que tenía delante de mis ojos”.
Este era mi primera vez en un accidente aéreo, pero no la primera vez que me enfrentaba a la tragedia, aunque ayer me tocase hacer, dentro de lo que cabe, la parte menos dura.
En las páginas que hoy hemos dedicado en Público al accidente no hay cabezas cortadas, ni piernas colgando de un árbol, ni cadáveres chamuscados. Sin embargo, la reacción de algunos lectores es igual de indignada. ¿Cuál es la solución? ¿Debemos ignorar los diarios cualquier imagen, por poco escabrosa que sea, en la que se vea un herido? ¿Cualquier imagen que pueda recordar la magnitud de la tragedia? ¿Cualquier imagen que duela? ¿Cualquier detalle que duela? ¿Podemos informar los periodistas del dolor, por supuesto con respeto a la intimidad y a a la dignidad de las víctimas, o es mejor hacer como que no existe, como que no ha pasado? No son preguntas retóricas. De verdad que no lo tengo claro.
Yo tampoco lo tengo claro, aunque soy partidario de mostrar la realidad, por dura que sea. Lo que si tengo claro es una cosa: los periódicos se hacen para informar, no para que el lector sea feliz en su ignorancia. Se empieza por 'dejar de enseñar' y se acaba por no decir la verdad. Y tanto lo uno como lo otro se llama mentir, y la mentira no debería tener cabida en nuestra profesión.