24 julio, 2014
Dickens y la "novela espectáculo"
Dickens tenía una fuerte pasión histriónica. Intentó ser actor, pero sin éxito. Obtuvo, en cambio, grandes éxitos cuando, en la cumbre de su fama, leía episodios de sus novelas en los teatros de Londres y de provincias. La narrativa volvía a sus orígenes de comunicación oral; el público pagaba la entrada para los recitales del novelista, igual que para un espectáculo. Pero ese carácter de espectáculo se extendía también al papel impreso. Para Dickens, ser autor de una novela no significaba sólo escribirla, sino también dirigir su interpretación visual –dirigiendo al ilustrador– y el ritmo de las emociones del público –mediante las interrupciones de las entregas–, por lo cual la novela se iba haciendo como un espectáculo, casi a la vista del lector, en diálogo con sus reacciones: curiosidad, miedo, llanto, risa.
Italo Calvino, Punto y aparte
21 julio, 2014
El "teatro deportivo"
El francés Paul Yonnet, fallecido hace tres años, fue uno de los primeros sociólogos en analizar (bajo el claro influyo de los cultural studies) fenómenos de masa como el rock, el ocio, el tiempo libre o las apuestas. "Mis libros son, acaso, fruto de las tensiones y contradicciones que hallé entre las prácticas populares que conocía por experiencia propia y las metodologías universitarias", dijo hace más de una década.
En Systèmes des sports (Gallimard, 1998), Yonnet contribuyó a esa compleja actividad llamada "sociología del deporte" (compleja porque, como escribió Pierre Bourdieu, "la desprecian los sociólogos y la desdeñan los deportistas") al sostener que el impacto actual del deporte es el resultado de su profunda afinidad con uno de los fundamentos de la sociedad contemporánea: el principio de igualdad. No solamente en el caso del deporte-espectáculo, sino también en el fenómeno creciente del "deporte de masa" cuyo ejemplo más notorio son, acaso, esos maratones multitudinarios que se corren por las calles de la grandes urbes y donde atletas de alto nivel transpiran codo a codo con aficionados de alto nivel (y no tanto.).
A Yonnet le interesa especialmente la doble construcción de espectáculo y "relato" que hay en lo que él llama "teatro deportivo", el cual ha sido organizado en círculos concéntricos: el núcleo de la escena (el campo de juego), los espectadores del primer círculo (es decir, los que se hallan presentes en el estadio y que en muchos casos son también actores con sus cánticos, sus gritos, sus gestos como "la ola") y, por último, los espectadores del segundo círculo que siguen todo aquello desde la televisión, desde la radio o, incluso, desde los bares o los lugares públicos donde se ofrece el partido.
A los anillos o círculos de actuantes que propone Yonnet podría añadírsele la categoría un poco problemática de los árbitros y jurados. No tanto el árbitro de negro, invisible cuando todo sale bien (como el traductor literario, al árbitro sólo lo vemos cuando comete un error visible: el ideal es que olvidemos su presencia), sino el caso de esos deportes donde existe una especie de tribunal o jurado que otorga puntos. Es lo que ocurre en los saltos ornamentales, por ejemplo, disciplina que el gran público admira sin entender del todo sus sutilezas y complejidades. Allí, entonces, como en el caso de cierto arte de vanguardia, un grupo de "entendidos" cumple la misión de valorar y establecer premios.
El boxeo presenta una mezcla muy singular de las dos instancias. Mientras dura la pelea, casi nadie se acuerda de que allí, al pie del cuadrilátero, hay unos hombres que tendrán que pronunciar un fallo si el combate no se resuelve con un golpe, una caída, una herida. A diferencia de los saltos ornamentales (que desde su nombre indican la prioridad que se le otorga a lo estético, a lo ornamental), ni los boxeadores ni el público están pendientes del jurado o a la espera de esos cartelones con notas indudablemente escolares. En el boxeo, la catarsis, la violencia, la pasión del espectáculo hacen olvidar la existencia de jurados, que sólo son solicitados (como una especie de tribunal militar, tienta decir) cuando la pelea no se resolvió antes. E incluso cuando son solicitados, la supremacía de uno de los dos contendientes fue en ocasiones tan clara que el jurado no hace más que ratificar lo obvio, lo que hasta el menos entendido ya entendió.
Fragmento de un artículo más extenso, publicado en ADN (La Nación, Buenos Aires).
Enlace orginal: http://www.lanacion.com.ar/1706794-campeones-heroes-y-semidioses
19 julio, 2014
Épica y cháchara
Hay un conjunto de síntomas que permiten comprobar la fiebre que despierta el fútbol en la Argentina: desde las elegantes peluquerías femeninas con partidos en las pantallas de TV hasta los adolescentes que se pasean por la calle tarareando un cantito de la "barra brava". Uno de los síntomas más explícitos consiste en ver la cantidad de imágenes y metáforas futbolísticas que se usan cotidianamente: patear para adelante, transpirar la camiseta, quedarse en orsái, jugar a la defensiva, patear en contra, despejar, ser un crack, pedir la hora, colgarse del travesaño. Al mismo tiempo es ilustrativo observar cuántos giros y cuántas expresiones de origen bélico hay en el relato al que estamos acostumbrados cuando la TV o la radio nos entrega un partido de fútbol. El artillero, la defensa, los disparos, el ataque, el peligro, el "hombre caído en el campo".. En tiempos en que la palabra "competencia" se ha instalado en todos los ámbitos, la retórica del periodismo deportivo se aproxima con frecuencia al léxico militar ("vencer o morir", cosas así), tanto como el discurso amoroso también presenta analogías con las estrategias guerreras (¿no se habla de "conquistas amorosas?").
La épica nos ha enseñado que las hazañas, en el marco de esta lucha, son tan importantes como el relato de las hazañas: la narración o la acumulación de narraciones contribuye a magnificar al héroe. El primer gol de Maradona a Inglaterra es tan recordado como la frase de "la mano de Dios". Y, en cierto aspecto, Maradona ha sido un productor de giros y expresiones idiomáticas tanto como productor de hazañas deportivas: desde el "me cortaron las piernas" y "la pelota no se mancha" hasta el "se le escapó la tortuga" que llegó a instalarse en el idioma de los argentinos con tal fuerza que muchos ya olvidaron (o incluso ignoran) quién lo acuñó.
El relator deportivo, que también contribuye a la magnificación y a la épica, debe en teoría limitarse a ayudar a que se construya lo mejor posible el espectáculo. Pero en ciertas ocasiones imprime frases o giros (el "barrilete cósmico" de Víctor Hugo Morales) que son casi inseparables de la "gesta". O, en su defecto, cae en el exceso y la cháchara.
A fines de los años sesenta, Umberto Eco publicó un texto fascinante en torno a la "cháchara deportiva". Más allá de que la idea de "derroche" domina la actividad deportiva, escribe Eco, hay un derroche de discurso en torno al deporte, inseparable del nacimiento del "atleta como monstruo". Esto sucede, según Eco, cuando el deporte se eleva al cuadrado: "Cuando, de juego que era jugado en primera persona, se convierte en una especie de discurso sobre el juego, el juego como espectáculo para otros y, por tanto, el juego jugado por otros y visto por mí".
Si el mundial o los juegos olímpicos no se realizasen de verdad y se limitaran a imágenes ficticias, exagera Eco, "nada cambiaría en el sistema deportivo internacional, ni los comentaristas deportivos se sentirían defraudados". En definitiva, "el deporte como práctica ha dejado de existir o sólo existe por razones económicas (porque es más fácil hacer correr a un atleta que rodar una película con actores que finjan correr)", y hoy en día sólo existe "la cháchara sobre la cháchara deportiva", la que posee todas las apariencias del discurso político. "Esta cháchara es, aparentemente, la parodia del discurso político, pero, puesto que en esta parodia se diluyen y se disciplinan todas las fuerzas de que disponía el ciudadano para el discurso político, tal cháchara constituye el Ersatz del discurso político. Y lo es hasta tal punto que ella misma se convierte en discurso político."
Fragmento de un artículo más extenso, publicado en ADN (La Nación, Buenos Aires).
Enlace orginal: http://www.lanacion.com.ar/1706794-campeones-heroes-y-semidioses
17 julio, 2014
Un equipo, ¿una nación?
Ilustración de Eulogia MERLE
Los 32 equipos que se ganaron el derecho a participar en el Mundial de Fútbol de Brasil pudieron escoger la frase o emblema de su ómnibus oficial. Las frases son sintomáticas no solamente de lo que el público espera de sus jugadores, sino también del rol que los jugadores (y su dirigencia) han aceptado representar: "¡Una nación, un equipo, un sueño!" (Alemania), "No somos un equipo, somos un país" (la Argentina), "Samuráis, ¡ha llegado el momento de luchar!" (Japón), "Somos un pueblo, una nación" (Honduras) o "El pasado es historia, el futuro es la victoria" (Portugal).
Entre tantas frases bélicas, chauvinistas o exitistas, el lema de la República de Corea parece de otro planeta: "¡A disfrutar, rojos!". Más allá de su especie de acto fallido (¿cómo que "no somos un equipo"?), el lema de la Argentina es reflejo del valor y de la escala cada vez mayores que el deporte de alta competitividad -el así llamado deporte-espectáculo- ha ido cobrando en estas últimas décadas de la mano del creciente profesionalismo. No sólo a raíz de las cifras astronómicas de los contratos deportivos o publicitarios, sino además por el peso simbólico de sus actores: por la cruza de ídolo y de héroe que encarnan. Venerados por la supuesta deidad que contienen (como los ídolos) y por la mezcla de fama legendaria y sacrificio que se les adjudica (como los héroes), los "campeones" se han vuelto ubicuos, más que las estrellas de cine o los ídolos juveniles, y son vistos como herederos de los antiguos atletas griegos (los que eran, en ocasiones, invitados a guerrear al lado del rey) o como modernos sucesores de la casta de los caballeros, aquellos que resumían dos tradiciones hoy divididas: el atleta-militar y el atleta-deportista.
Tienta tomar la máxima de Clausewitz ("la guerra es la continuación de la política por otros medios"), añadirle que "el deporte es la continuación de la guerra por otros medios" y armar una especie de silogismo según el cual el espectáculo deportivo a nivel de equipos nacionales es la continuación de la política. Algo (mucho) de esto ha entendido la FIFA. Algo (mucho) de esto se puede encontrar en mil ejemplos del deporte de alta competencia posterior a cuando, en 1896, el barón de Coubertin relanzó los juegos olímpicos. A partir, sobre todo, del Mundial de Fútbol de Italia en 1934 y de las olimpiadas de Berlín en 1936.
Fragmento de un artículo más extenso, publicado en ADN (La Nación, Buenos Aires).
Enlace orginal: http://www.lanacion.com.ar/1706794-campeones-heroes-y-semidioses
15 julio, 2014
Dolor
Soñé que solamente veía cosas que me cusaban un dolor insoportable. De pronto alguien venía y les quitaba simplemente todo cuanto tenían de doloroso, como se retira una ataque que ya no tiene objeto. Esta comparación también aparecía en el sueño.
Peter Handke, Desgracia impeorable
13 julio, 2014
Peste y cólera
Para el francés Patrick Deville, escribir equivale a viajar. Nacido en Saint-Brévin-les- Pins, frente al puerto de Saint-Nazaire, donde no sólo amarran y zarpan barcos, sino que además se fabrican enormes transatlánticos como el Queen Mary II, Deville pasó por Nigeria, Argelia, Cuba, Uruguay o Marruecos mientras completaba sus cinco primeras novelas editadas por Les Éditions de Minuit, sello-emblema del nouveau roman: Cordon-bleu (1987), Longue vue (1988; El catalejo, trad. de Javier Albiñana, Barcelona, Anagrama, 1990), Le Feu d’artifice (1992), La Femme parfaite (1995) y Ces deux-là (2000), que él considera como su última «novela de ficción».
Peste & Cólera sigue la huella de los libros posteriores a este primer ciclo, en los que se combinan por lo común el viaje con la pesquisa histórica y biográfica, y en los que el año 1860 cuenta como fecha simbólica. Pura vida (2004) narraba las peripecias del aventurero estadounidense William Walker, que llegó a ser presidente de Nicaragua entre 1856 y 1857 y acabó asesinado en 1860. Equatoria (2009) ponía en escena a Pierre Savorgnan de Brazza, explorador del río Congo, junto a personajes como David Livingstone, Henry Morton Stanley, Jonas Savimbi, Emin Pacha o el Che Guevara. En cuanto a Kampuchéa (2011), se centraba en Henri Mouhot, joven erudito que en la selva de Camboya, mientras buscaba mariposas, descubrió por azar los templos de Angkor, antes de morir en Laos con apenas treinta y seis años de edad.
El suizo Alexandre Yersin (1863-1943) es el punto de partida para esta nueva «novela de invención sin ficción», según el propio Deville ha calificado a esta segunda secuencia de libros. Una suerte de biografía que evoca, en cierto punto, lo que su compatriota y amigo Jean Echenoz hizo con las vidas de Ravel, Tesla o Zátopek, y que también tiene en común con la trilogía de Echenoz ese raro talento de los escritores franceses para narrar, a diferencia de los británicos, con pocas escenas y con un uso prodigioso del resumen.
En este libro, Deville refiere la vida de un científico y explorador que fue discípulo de Pasteur, admirador de Livingstone, explorador de China y Madagascar, y descubridor (nada menos) del primer bacilo de la peste. La «hermosa locura» de Yersin es fascinante, pero la escritura de Deville (de la mano de la inspirada traducción de José Manuel Fajardo) no tiene nada que envidiarle. En cierto aspecto, tienta pensar que Yersin se parece a Deville como escritor: curioso, cambiante, nómada, imprevisible… «Se le ocurre una idea cada cinco minutos», apunta Deville. «Su curiosidad es enciclopédica». El resultado, a todo esto, es una novela que, como las antecesoras, presenta (por su atmósfera y su marco) ecos míticos de, por ejemplo, Joseph Conrad o el Blaise Cendrars de El oro.
Yersin tiene poco menos de ochenta años cuando, en 1940, emprende un viaje desde Francia hasta su amada Saigón. Un viaje que no es una huida, pero sí casi un milagro, porque los nazis están llegando a París. Un viaje crepuscular, pues acaba de despedirse para siempre –lo intuye– del hotel Lutetia y de otros lugares por los que siente un afecto especial. Un viaje que funciona como «presente» en el libro de Deville y que se alterna con el pasado de Yersin e incluso con ingeniosos e inesperados flash-forwards (prolepsis) en los que aparece, incluso, el mismísimo Deville bajo el apelativo de «fantasma del futuro».
Peste & Cólera es la vida del hiperactivo Yersin. O sus muchas vidas, como habría dicho Conrad: epidemiólogo, médico a bordo de un barco, expedicionario, fotógrafo, amigo del constructor de automóviles Serpollet, director del hospital de Hanoi, amante de la astronomía, inventor de una especie de Coca-Cola avant la lettre. Y también es mucho más que eso. Cuando uno menos lo espera, Deville incrusta historias ajenas y digresiones jugosas: Émile Littré acuñando el término «microbio», el origen de la expresión inglesa posh, los ajustes de cuentas de Louis-Ferdinand Céline con los «pasteurianos» (y viceversa) o, sobre todo, la increíble vida y muerte de Joseph Meister, el primer hombre salvado de la rabia, gracias a Pasteur, y convertido tras ello en el portero-vigilante de la fundación de su salvador. Como una especie de Meister, Yersin será el último superviviente de la banda de Pasteur y ésa es la función que muchos querrán que asuma hacia el final de su vida: una suerte de guardián de mausoleo. Pero no es su temperamento.
Fragmento de mi reseña publicada en "Revista de libros".
La versión completa, aquí:
http://www.revistadelibros.com/resenas/entre-escila-y-caribdis
10 julio, 2014
¿Y ahora?
Los dos Papas (a coro, exhaustos tras los rezos): –Lo logramos, ¡gracias, Dios nuestro!
Dios (con algo de sorna): –De nada. ¿Y ahora?
(La respuesta, el domingo en el Maracaná)
07 julio, 2014
El Chesterton del fútbol
Ha muerto Alfredo Di Stéfano y, bajo el título de "El Chesterton del fútbol", Eduardo Rodrigálvarez recopila, en el diario El País, alguno de los desopilantes aforismos del que muchos ponen a la altura de Pelé y Maradona, o incluso por encima de ellos.
Sobre el juego: "La pelota no se mueve sola. Todo lo que hacemos con los pies, lo hemos de hacer antes con la cabeza".
Sobre el gol: "Meter goles es como hacer el amor. Todo el mundo sabe cómo se hace, pero ninguno lo hace como yo". "Los goles no se merecen, se consiguen".
Sobre el equipo: "Ningún jugador es tan bueno como todos juntos".
Sobre sus marcadores: (A Uriarte, del Athletic): "Si vas a marcar al hombre, seguíme y aprendé".
Sobre el portero: "No le pido que ataje las que van dentro, me vale con que no meta las que vayan fuera".
Sobre el fútbol: "El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto".
Sobre el resultado: "Un 0-0 es como un domingo sin sol"
La nota entera, aquí:
http://deportes.elpais.com/deportes/2014/07/07/actualidad/1404745004_664691.html
06 julio, 2014
Más bromas del Filogelos
1.
Un hombre avaro que escribía su testamento se nombró su propio heredero.
2.
Un hombre le preguntó a su fogosa mujer:
–¿Qué hacemos, querida? ¿Comemos o tenemos sexo?
–Como tú quieras –dijo ella–. No hay ni un mendrugo de pan.
3.
Un hombre, al caer enfermo, le había prometido al médico que le pagaría apenas se curase. Días después, cuando su esposa lo retó por tomar vino a pesar de que tenía fiebre, el hombre dijo: "¿Quieres que me cure y que me vea obligado a pagarle al médico?".
Ya ha escrito en este blog acerca del Filogelos, uno de los libros de "chistes" más antiguos que pudo conservar la humanidad.
Ver aquí mi entrada previa:
http://eduardoberti.blogspot.fr/2009/02/filogelos.html
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