El Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, a través de su blog (ver aquí), está llevando a cabo una encuesta en torno a tres preguntas muy concretas: (1) ¿En qué se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?, (2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original? y (3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
Ya han respondido a estas preguntas, hechas por Jorge Fondebrider, varias decenas de traductores de diversos países e idiomas, de Adan Kovacsics a Francisco Segovia, de Ilana Marx al gran Miguel Sáenz.
"Traducir es como escribir con lo más importante ya resuelto por otro. Ahí está la semejanza y la diferencia", dice Pablo Ingberg, para quien debe notarse que el texto es una traducción. "Si no, se borra una originalidad del original: la de que pertenece a otra lengua y otra cultura".
"Casi siempre la recomendación es
ocultar el hecho de que un texto es una traducción", recuerda Sergio Waisman. "El problema es que
si se oculta demasiado el hecho de que un texto es una traducción, se
suele perder (o peor: borrar) lo que tiene de extranjero el original. La
traducción tiene una meta casi imposible: funcionar bien en la lengua
meta y recrear la diferencia que crea el texto en la lengua fuente".
"No estoy seguro de las razones por las que el traductor o la traductora
querrían ser más “visibles” que la traducción, salvo que uno y otra
fueran alguna especie egomaníacos", responde Richard Gwyn a la tercera pregunta.
"Las malas traducciones se notan demasiado. En ellas, la lengua de
llegada se convierte en un obstáculo expresivo, en algo raro, forzado", piensa Juan Villoro.
"El misterio es que en las mejores traducciones tienen un aura de
lejanía, sugieren que las palabras tienen un origen remoto y sólo se
producen en nuestra lengua por efecto de otra. El principal efecto de
este trasvase es la sensación de que lo que leemos en la página sólo
puede existir como solución a un enigma ajeno a ese idioma. En ese
misterio se cifra la grandeza de la traducción".
"La
traducción es una puerta abierta a que una lengua diga cosas que, por sí
sola, quizá sería incapaz de decir", sostiene Mariana Dimópulos. "Y solo las puede decir en el
espacio de la traducción, por la invitación que nos hace la otra lengua a
pensar distinto el problema de la expresión y del lenguaje en relación
con el mundo. Esto no quiere decir que debe ser literal o que debe ser
burda, porque esto significa la mayoría de las veces que es simplemente
una mala traducción. Pero creo que nunca habría que confundir "buena
traducción" con "texto natural", "texto que corre", y todas las otras
metáforas que en general se utilizan. Esta será a lo sumo una buena
traducción para la gran industria editorial".