Guillermo Martínez y yo fuimos entrevistados por la gente de la Revista Ñ (Clarín, Argentina) en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires.
Para conversar sobre los mundos literarios construidos en sus novelas
más recientes, Eduardo Berti, último ganador del Premio Emecé con
Un país imaginado, y Guillermo Martínez, autor de
Yo también tuve una novia bisexual (Planeta), visitaron el stand de Ñ en la feria. Minutos después,
participaban de una mesa sobre mundos diferentes “para elegir”.
¿Qué tipo de elementos utilizaron para construir los mundos literarios de sus novelas?
Berti:
Uno siempre construye mezclando imaginación con vivencias. Son
elementos, aunque mi elección es muy extrema: me fui muy lejos a
ambientar la novela, a la China, donde estuve un mes y medio en toda mi
vida. Hay grandes diferencias culturales, pero mi experiencia la usé a
fondo: mi mujer estudia chino y nos hicimos amigos de su profesora. Leí
libros de historia, de literatura china y de otros escritores que
hicieron el mismo ejercicio: occidentales que imaginaron China. Y como
pasa siempre en la literatura, lo que uno cree que es más osado, más
loco, termina siendo más cercano a la realidad que lo que está bien
documentado.
Martínez: La novela no transcurre
en la Argentina sino en un país lejano, del que me siento apartado en
cuestiones culturales, pero esa especie de distancia del extranjero
percibe en su verdadera extrañeza. Me interesaba unir dos modos de
escribir que en general se plantean en las antípodas: el gran retrato de
lo social/político vs. la relación íntima/privada, que a veces parece
casi encapsulada y a resguardo de la realidad concreta/histórica. Quería
empezar en una clave íntima, lo carnal: un mundo no escrito del todo,
porque se escribe hasta el acto y todos sabemos que hay una gramática de
los cuerpos. Quería que en algún momento irrumpiera lo histórico, que
en este caso tiene que ver con las Torres Gemelas, y cómo eso que parece
lejano, aún si ellos viven en los Estados Unidos, termina por tocarlos.
Estaba pensando que lo que une a nuestra novelas es que hay chicas
bisexuales, pero como si hubiéramos tomado dos modos muy distintos de
hablar de algo que es similar, que es la marca en una chica de la
relación previa con otra.
¿Cuáles son los motivos de este mundo lejano que más repercuten en la actualidad?
Berti:
Hay una idea de antípoda en la novela todo el tiempo. Está escrita al
principio de un siglo pero pasa a comienzos del siglo anterior, está
ambientada en China que es una antípoda de por sí, la voz es una chica y
soy hombre, una chica que prácticamente tiene mi edad al revés (41/14),
pero a la vez siento que habla de cosas absolutamente universales y muy
cercanas: la amistad, la idolatría, el amor, los celos, la autoridad,
el mandato paterno, el espacio de libertad dentro de una sociedad, las
tradiciones… Cada lector hará con esto lo que quiera, pero tiene un
montón de temas ahí. Quise que dentro de ese mundo extraño de la novela
hubiera cosas concretas.
Martínez: En mi caso
hay una historia que está dando vueltas en las discusiones sobre
literatura argentina, sobre la posible falta de lenguaje nacional dentro
de estas novelas que transcurren en países extranjeros. Es muy difícil
definir en qué lenguaje escribir si uno lo hace desde la antigua China o
en un campus de Oxford, donde todos hablan en inglés. Aparece un
problema del lenguaje que muchos desprecian o consideran que no existe, y
en mi novela intento manejar esos matices y hacerlos jugar a favor de
lo sexual, que es lo que me interesaba: cómo circula ese lenguaje
partido y sus diferentes variantes. Creo que todos los escritores, de un
modo u otro, han tenido la experiencia del viaje y eso hace también a
una problematización de qué es un lenguaje nacional.