31 enero, 2010

Visitantes del más alla


Vicente Battista comenta en ADN (La Nación, Argentina) mi antología "Fantasmas". Publicado el sábado 9 de enero de 2010

Fantasmas
Por Eduardo Berti (compilador)
Adriana Hidalgo
539 Páginas
$ 83

En Ulises , James Joyce arriesga una definición: "¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres". Los diccionarios son más categóricos: "Figura de una persona muerta que se aparece a los vivos". Además, aseguran, esa persona muerta no llega con buenas intenciones. Los fantasmas acompañan a los seres humanos desde los primeros tiempos. ¿Cuál es la razón de esa perseverancia? Stephen King, autor de numerosas historias de aparecidos, señala: "A medida que tomamos conciencia de nuestra muerte inevitable, descubrimos la emoción llamada miedo". Sabemos que los fantasmas vienen del más allá y casi no tenemos elementos para combatirlos. Para los vampiros basta con un crucifijo o con una ristra de ajo. Frente a los fantasmas, estamos desarmados. El jesuita Henri Doré propone algunos métodos para amedrentarlos: el sonido de las campanas de un templo budista, por ejemplo, o la simple figura de una escoba. Buenas intenciones de Doré, que resultan poco convincentes. Lo cierto es que esas criaturas inmateriales se han materializado en magníficas piezas literarias. Eduardo Berti recogió algunos de esos textos y los ha reunido en una peculiar antología.

En el prólogo anuncia que los primeros cuentos con fantasmas datan del año 500 a. C.; a partir de ese dato, establece una documentada crónica de cómo esas criaturas del más allá continuaron multiplicándose hasta llegar a nuestros días. Para el caso, elige a cuarenta y dos autores. Presenta a cada uno de ellos, pero no se limita a ofrecer los datos básicos -nacionalidad, fecha de nacimiento y fecha de muerte-, también brinda una clara exposición acerca de cada texto escogido y su ubicación en el espacio literario.

Junto a los autores ineludibles -Hoffmann, Poe, Maupassant, Henry James, Chesterton-, encontraremos sabrosas rarezas, como el cuento del Marqués de Sade, y recuperaremos textos claves como los de Plinio, el Joven; Luciano de Samósata; Valerio Máximo, Flegón de Tralles, Gan Bao y Boccaccio. Nos volveremos a impresionar con Horacio Quiroga y con las historias de Charles Dickens y Sheridan Le Fanu. Por su parte, Saki y Mark Twain demostrarán que no todos los fantasmas provocan miedo. Como advirtiera el monje jesuita Doré, una simple escoba o el sonido de las campanas de un templo budista espanta a los fantasmas. Estoy seguro de que quien comience a leer esta antología guardará la escoba a buen recaudo e ignorará los sonidos del templo. Vale la pena correr el riesgo frente a la calidad de los textos presentados.

Enlace original:

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1219566


29 enero, 2010

Minima moralia



Es una cortesía de Proust ahorrarle al lector la confusión de creerse más inteligente que el autor.

Un alemán es un hombre que no puede decir ninguna mentira sin creérsela él mismo.

El amor es la capacidad de percibir lo semejante en lo desemejante.

En el psicoanálsis, nada es tan verdadero como sus exageraciones.

El pasado reciente se nos aparece siempre como si hubiese sido destruido por una catástrofe.

El arte es magia liberada de la mentira de ser verdad.

Theodor W. Adorno, "Minima moralia (Reflexiones desde la vida dañada)"


27 enero, 2010

Algo no funciona en el mercado del libro electrónico


Recomiendo vivamente la lectura de este texto escrito por Pablo Felipe Arango Tobón en el blog de su librería "Libélula Libros" (Manizales, Colombia).



Entre el 27 y el 28 de diciembre pasados circuló en los periódicos una noticia según la cual subió el valor de las acciones de Amazon en la bolsa Nasdaq debido a la supuesta venta desbordada del lector kindle durante la pasada navidad. Amazon sin embargo, y según lo señalan las mismas publicaciones, se abstuvo como ha venido haciéndolo de suministrar información acerca del número de aparatos vendidos. La negativa como es obvio genera suspicacias y provoca molestia frente a la evidente falta de trasparencia que inunda los mercados: no puede existir razón valida para guardar el dato. Sirve la oportunidad sin embargo para volver a pensar en la pertinencia y futuro del libro electrónico aun cuando otros consideren inútil el debate pues le dan por ganada la batalla frente al libro tradicional, un análisis un tanto menos prejuicioso podría indicar todo lo contrario.

En primer lugar cabe advertir que el libro electrónico es un gadget, es decir un artilugio tecnológico como todos los demás que emocionan y agobian a ciertos consumidores; basta con revisar los comentarios que circulan en internet acerca del mismo y descubriremos que casi todos se presentan en paginas dedicadas a estos elementos. Curiosamente sin embargo no he conocido aun tienda no virtual alguna de elementos tecnológicos, que los ofrezca como sucede con otros, incluso los más novedosos. Debe insistirse entonces que el libro electrónico es un elemento tecnológico creado por la industria tecnológica y que pretende mercadearse como lo que es. Se sustenta en una necesidad satisfecha y pretende resolver requerimientos inexistentes o al menos no planteados de manera genérica. La necesidad de lectura la resolvió el libro de manera ingeniosa y práctica, y no hay quien haya manifestado el deseo de andar con cien o doscientos -y no digamos mil quinientos- libros al hombro. No solo es absurdo sino absolutamente inútil. El libro electrónico, digámoslo de manera clara, no resuelve una necesidad, se sustenta en una ya existente y resuelta, y esta es su primera dificultad.

Debe revisarse entonces la necesidad sobre la que descansa la pertinencia del lector electrónico, que tal como se ha dicho se encuentra ingeniosa y eficientemente resuelta, así como su comparación con el ipod. Los niveles de lectura son bajos, aún en los países más cultos, sobre todo si se comparan con los niveles de audiencia de música. Es decir se lee poco y se escucha mucha más música, sobran incluso los ejemplos, y basta con observar el entorno. Y es lógico que así sea, la lectura implica un nivel de exigencia del lector, la música casi nunca, por esta razón todos, aun los menos oyentes pueden tener interés en el ipod y por tanto alguna tendencia a su compra y utilización. No sucede igual con el lector electrónico. Para querer comprarlo se debe ser primero lector, y por supuesto un lector al que le sirva adquirir un elemento relativamente costoso, es decir un lector que lea al menos varios libros al año. Consideremos las siguientes cuentas: el lector kindle cuesta según la página Amazon quinientos mil pesos (US$259), si al mismo le agregamos al menos cinco libros no pirateados, tendremos que sumar setenta mil pesos más (siete dólares aproximadamente por cada libro), es decir que en total serían quinientos setenta mil pesos, cifra que le permitiría comprar en nuestra librería dieciséis libros, a razón de treinta y cinco mil pesos cada uno, es decir para un lector promedio en Colombia, tal cantidad significaría lecturas para ocho años, dieciséis en México, o para un lector medio en España entre tres y cuatro años y para un lector Francés dos años.

Ahora bien el libro electrónico ha sido creado por la industria de la tecnología, es decir no surge del mundo del libro sino del mismo escenario interesado en crear otros y diversos elementos tecnológicos y la lógica del mercado de estos productos descansa sobre el principio de su constante renovación. No en vano se han vendido más de cien millones de ipods en el mundo. Muchos de los compradores del ipod están y estarán interesados en cambiar su modelo cada año o cada dos años, y ahí reside el negocio, no en el suministro del aparato sino en su constante renovación, por eso precisamente se le agregan utilidades alternas o no coincidentes con su cometido inicial. Basta considerar la forma como se utiliza el ipod y compararla con la posibilidad de utilización del libro electrónico, las diferencias saltan a la vista.

Surgen entonces razones o justificaciones adicionales al aparato: reduce el espacio que ocupan los invasivos libros en nuestras viviendas y es ecológico pues no utiliza el papel. El primer argumento es baladí si consideramos las pocas bibliotecas privadas que sobreviven, pero además desconoce el cariño que los diseñadores tienen por los libros, no existe fotografía de habitación o vivienda que aparezca en las revistas de arquitectura que no considere el espacio generoso para los libros. La segunda razón coincide con el afán contemporáneo de encontrar culpables del deterioro ambiental, que deben buscarse además en lugares y consumidores más susceptibles a la crítica, pero es también absurda pues desconoce que la mayoría de los libros se hacen con papel reciclado. Más allá sin embargo de estas apreciaciones debe advertirse que los argumentos esgrimidos a favor del libro electrónico son más románticos e ingenuos que los que formulamos los amantes de los libros: que son bellos, que se pueden palpar, oler, probar, prestar, arrojar, romper, envolver y regalar. Estos últimos son reales, calculados, probados, es decir son ciertos, no meras conjeturas.

Algo no funciona en el mercado del libro electrónico, algo de carácter financiero y de mercadeo que algún tecnócrata escapado del mundo financiero que recién se derrumbó, se resiste a reconocer. Tal vez algún banquero como Alberto Vitale, citado por Schiffrrin*, que obstinado provocó inmensas perdidas en Random House. Es cierto que el mundo contemporáneo está empecinado en hacernos consumir lo que no reclamamos y necesitamos, lo paradójico es que en este caso el optimismo de los productores del libro electrónico es mayor que el de quienes durante años hemos intentado que la gente lea. El futuro del libro electrónico depen-de del incremento en los niveles de lectura, hasta niveles interesantes al propio mercado, pero cuando estos niveles se incrementen se contará con consumidores cultos y formados que probablemente compraran el aparato pero no estarán dispuestos a cambiarlo cada año. Así las cosas el mercado no será interesante para los productores del aparato.

Por lo pronto los lectores empedernidos podremos comprar el kindle y aprovecharlo hasta que sus propios gestores lo vuelvan una antigualla.

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* “...Bob Bernstein fue despedido como parte del plan magistral de S.I. Newhouse, y sustituido por un antiguo banquero incompetente llamado Alberto Vitale, que no paraba de ufanarse de que estaba siempre demasiado ocupado para leer un libro". Una Educación política. André Schiffrin. Peninsula. 2008.


Enlace original:

http://libelulalibros.blogspot.com/2010/01/algo-no-funciona-en-el-mercado-del.html


26 enero, 2010

Celibato científico


Peter Backus, 30 años, economista de la universidad de Warwick (Gran Bretaña), acaba de presentar una tesis titulada "Por qué no tengo novia", luego de tres años de celibato. Para explicar las razones "científicas" de su celibato, Backus utilizó una fórmula matemática llamada ecuación de Drake. Esta misma fórmula ya había sido empleada para estimar la existencia de vida extraterrestre. Según Backus, de las 30 millones de mujeres que existen en Gran Bretaña, tan sólo 26 le convendrían realmente como novia. El cálculo ha tomado en cuenta a las mujeres solteras de 24 a 34 años de edad que residen en la ciudad de Londres. De acuerdo con Backus, sus probabilidades de encontrar un alma gemela son de 0,0000034 %. La ecuación de Drake (N= R* x Fp x Ne x Fi x Fe x L) permitió en su momento estimar que podría haber unas 10 mil civilizaciones más en nuestra galaxia. El joven Backus se valió de esta misma fórmula, si bien modificó ciertos criterios: desde una cita ideal hasta una estimación del porcentaje de mujeres que, a su vez, podrían verlo atractivo a él.

Fuente original: Zigonet

24 enero, 2010

Más idiotas que los loros


Alexander von HUMBOLDT

Siempre me conmovió esa preciosa historia de Humboldt, el gran naturalista alemán, que en su viaje de exploración por Centroamérica entre 1799 y 1804 se encontró con que una de las tribus que quería visitar, la de los atures, había sido exterminada por los caribes, y que sólo quedaba un pobre loro viejo y tiñoso que farfullaba una cantinela que nadie entendía, que era la lengua atur. Humboldt, sabedor del valor de lo perdido, invirtió infinidad de horas intentando transcribir al papagayo y rescató cuarenta palabras, es decir, cuarenta sonidos seguramente deformados por el animal y que nadie sabía lo que significaban. Pero por lo menos gracias a ese pájaro, y sin duda a Humboldt, hoy estamos siquiera mencionando a los atures.

Déjame que te diga que hay casos peores, como el de esos dos ancianos del Estado de Tabasco, en el sureste de México, que son los dos últimos conocedores de la lengua zoque que hay en el mundo. Lo malo es que están enfadados y no se hablan. Somos más idiotas que los loros.

Rosa Montero (El País, España, abril de 2008)


23 enero, 2010

Larga vida al cuento 2

William BOYD

Segunda y última parte del texto de William Boyd sobre el cuento, traducido originalmente en el diario La Nación (Argentina), en diciembre de 2004.

Hay muchas definiciones del cuento. Pritchett lo describió como “algo vislumbrado al pasar con el rabillo del ojo”. Updike dijo: “Estos empeños de apenas unos miles de palabras retienen los sucesos, apuros, crisis y alegrías de mi vida con mayor fidelidad que mis novelas”. Angus Wilson, el autor de Cicuta y después, señaló: “En mi pensamiento, los cuentos y las obras teatrales van juntos. Tomamos un punto en el tiempo y desarrollamos la acción a partir de allí; no hay espacio para desarrollarla hacia atrás”. Cada escritor lo interpreta a su modo: es la epifanía fugaz y cotidiana, la autobiografía sumergida, una cuestión de estructura y rumbo. Podría citar más definiciones, algunas contradictorias, otras forzadas, pero todas (cada una a su modo) hasta cierto punto convincentes. Si la casa de la novela tiene muchas ventanas, también parece tenerlas la casa del cuento.

En veinte años, he publicado treinta y ocho cuentos, reunidos en tres libros. Habrá otros cuatro o cinco sueltos: creaciones juveniles publicadas en revistas universitarias o algún encargo para un aniversario. Sea como fuere, lo que me atrae, una y otra vez, a este género es su variedad, la seductora posibilidad de adoptar voces, estructuras, estilos y efectos diferentes. Por eso decidí que valdría la pena intentar una categorización un poco más minuciosa, tratar de clasificar sus múltiples variantes.

Al examinar la obra de otros escritores, llegué gradualmente a la conclusión de que hay siete categorías, en las que caben casi todos los tipos de cuento. Algunas se traslaparán, o bien, una de ellas tomará algo de otra sin ningún parentesco aparente, pero en general incluyen todas las especies del género. Tal vez, en esta diversidad, comencemos a ver qué tienen en común.

1. El event-plot story [una traducción aproximada sería “cuento basado en una trama de hechos”]. Es una expresión acuñada por el escritor inglés William Gerhardie en 1924, en un libro sobre Chejov, fascinante pese a su brevedad. Gerhardie la usa para diferenciar los cuentos de Chejov de todos los anteriores. En éstos, casi sin excepción, lo más importante es la estructura argumental; la narrativa se adapta al molde clásico: exposición, nudo y desenlace. Chejov puso en marcha una revolución, cuyos reverberos persisten aún hoy. En sus cuentos, no abandonó la trama, pero sí la asemejó a la de nuestra vida: aleatoria, misteriosa, mediocre, áspera, caótica, ferozmente cruel, vacía. El estereotipo del event-plot story, en cambio, es el desenlace efectista que hizo famoso a O. Henry pero que también fue muy utilizado en los cuentos de fantasmas (los de W. W. Jacobs, por ejemplo) y de detectives (Arthur Conan Doyle). Yo diría que hoy parece muy anticuado, por lo artificioso, aunque Roald Dahl ganó cierta fama con una variación macabra sobre el tema y es de uso corriente entre los narradores de historias inverosímiles, como Jeffrey Archer.

2. El cuento chejoviano. Chejov es el padre del cuento moderno; su formidable influjo todavía se hace sentir en todas partes. Cuando publicó Dublineses, en 1914, James Joyce sostuvo, llamativamente, que no había leído a Chejov (desde 1903, había ediciones inglesas de la mayoría de sus obras), pero esta referencia precisa peca de gran falsedad. Dublineses, una de las obras más admirables que se hayan publicado jamás dentro del género, debe mucho a Chejov. En otras palabras, Chejov liberó la imaginación de Joyce del mismo modo en que, más tarde, el ejemplo de Joyce liberaría la de otros.

¿Cuál es la esencia del cuento chejoviano? “Era hora de que los escritores, especialmente los que son artistas, reconocieran que en este mundo nada se comprende”, escribió Chejov a un amigo. A mi entender, quiso decir que debemos observar la vida en toda su banalidad, su tragicomedia, y rehusarnos a juzgarla. Rehusarnos a condenarla y a ensalzarla. Registrar las acciones humanas tal como son y dejar que hablen por sí solas (hasta donde puedan hacerlo), sin manipularlas, censurarlas ni elogiarlas. De ahí su famosa réplica, cuando le pidieron que definiera la vida: “¿Me preguntan qué es la vida? Es como si me preguntaran qué es una zanahoria. Una zanahoria es una zanahoria y punto”. Las inferencias de esta cosmovisión, expresadas en sus cuentos, han ejercido un influjo asombroso. Katherine Mansfield y Joyce fueron de los primeros en escribir con una mentalidad chejoviana, pero la frialdad desapasionada e impávida de Chejov frente a la condición humana resuena en escritores tan disímiles como William Trevor y Raymond Carver; Elizabeth Bowen, John Cheever, Muriel Spark y Alice Munro.

3. El cuento “modernista” [en la órbita de las lenguas anglosajonas, el término “modernista” alude a las vanguardias de principios del siglo XX]. Titulé así este apartado para introducir a Ernest Hemingway, la otra presencia gigantesca en el cuento moderno, y transmitir la idea de oscuridad, de dificultad deliberada. El aporte revolucionario más obvio de Hemingway fue su estilo lacónico y recortado; no temía repetir los adjetivos más comunes, en vez de buscar sinónimos. Su otra gran contribución —donación— fue una opacidad intencional. Al leer sus primeros cuentos (casualmente son, de lejos, sus mejores obras) comprendemos la situación al instante. Un joven sale a pescar y, al caer la noche, acampa. En un café, se reúnen varios mozos. En “Colinas como elefantes blancos”, una pareja espera un tren en una estación. Están tensos. ¿Ella se ha hecho un aborto? Eso es todo. Sin embargo, de algún modo, Hemingway envuelve este cuento y los otros, con todas las complejidades encubiertas de un oscuro poema. Sabemos que hay significados ocultos; el cuento es tan memorable por la inaccesibilidad del subtexto. La oscuridad voluntaria da resultado en el cuento; a lo largo de una novela, puede ser muy tediosa. Esta idea de la oscuridad se superpone parcialmente con la categoría siguiente.

4. El cuento cripto-lúdico. Aquí, la narración presenta su superficie desconcertante de un modo más abierto, como una especie de desafío al lector; recordamos de inmediato a Borges y Nabokov. En estos cuentos, hay un significado por descubrir y descifrar, mientras que en Hemingway nos fascina su inasequibilidad exasperante. Un cuento de Nabokov, pongamos por caso “Primavera en Fialta”, fue escrito para que el lector atento lo desenmarañe (quizá le lleve varios intentos), pero detrás de esa tentación hay un espíritu fundamentalmente generoso. El mensaje implícito es: “Sigue excavando y descubrirás más cosas. Esfuérzate más y tendrás tu recompensa”. El lector está dispuesto a todo. Entre los grandes del cuento críptico o “narración reprimida” figura Rudyard Kipling; en cierto modo, es un genio no reconocido del género. Cuentos como “Mary Postgate” o “La señora Bathurst” son maravillosamente complejos por sus envolturas múltiples. Los críticos todavía mantienen vehementes debates en torno a sus interpretaciones correctas.

5. La “mininovela”. Su nombre lo dice todo. Es una de las primeras formas que adoptó el cuento (otra es el event-plot story). Hasta cierto punto, es un híbrido —mitad novela, mitad cuento— que intenta lograr en unas pocas decenas de páginas lo que una novela consigue en cuatrocientas: una larga lista de personajes y abundantes detalles realistas. El gran cuento de Chejov, “Mi vida”, pertenece a esta categoría. Abarca un lapso prolongado; los personajes se enamoran, se casan, tienen hijos, se separan y mueren. De algún modo, comprime en cincuenta y tantas páginas el contenido de una novela victoriana en tres tomos. Estos cuentos tienden a ser muy largos —están a un paso de la novela breve— pero sus pretensiones son claras. Evitan la elipsis y la alusión; acumulan hechos concretos, como si quisieran decirnos: “¿Ves? No necesitas cuatrocientas páginas para retratar una sociedad”.

6. El cuento poético-mítico. En fuerte contraste con la anterior, se diría que quiere apartarse al máximo de la novela realista. Esta categoría es amplia e incluye casos tan disímiles como las viñetas de las páginas, concisas y brutales, que Hemingway intercala en su colección de cuentos En nuestro tiempo; los cuentos de Dylan Thomas y D. H. Lawrence; las divagaciones cavilosas de J. G. Ballard por el espacio interior y los extensos poemas en prosa de Ted Hughes o Frank O’Hara. Es casi un poema y va desde el fluir del pensamiento hasta la impenetrabilidad gnómica.

7. El falso cuento biográfico. Es la categoría, en apariencia, más difícil de definir. Podría decirse que es el cuento que, en forma deliberada, toma y copia las propiedades de otros géneros literarios fuera de la narrativa: la historia, el reportaje, las memorias. Borges suele jugar con esta técnica. La generación más joven de escritores norteamericanos contemporáneos, con su afición presuntuosa por las notas fuera de texto y las remisiones bibliográficas, es otro ejemplo del género (o, más exactamente, representa un híbrido de cuento “modernista” y biográfico). Otra variante consiste en introducir lo ficticio en la vida de personajes reales. He escrito cuentos cortos sobre Brahms, Wittgenstein, Braque y Cyrill Connolly en los que narré episodios imaginarios de sus vidas; eso sí, hice toda la investigación previa que habría requerido un ensayo. Según una definición muy válida, la biografía es “una ficción concebida dentro de los límites de los hechos observables”. El falso cuento biográfico juega con esta paradoja, en su intento de aprovechar las virtudes de la narrativa para presentar supuestos hechos reales.




22 enero, 2010

Larga vida al cuento 1


Una extensa y jugosa reflexión del escritor William Boyd sobre el cuento, que publicaré en dos entregas. Aquí, la primera parte.

En opinión de William Faulkner, es más difícil escribir un cuento que una novela. Algunos escritores rara vez lo abordan, o bien, escriben apenas media docena en toda su vida. Otros parecen sentirse perfectamente cómodos con esta forma y luego la abandonan. Y están aquellos que ven el desafío en la novela.

Sin embargo, muchos grandes cuentistas se mantuvieron apartados de la forma extensa en general: Chejov, Jorge Luis Borges, Katherine Mansfield, V. S. Pritchett, Frank O’Connor. (...) ¿Qué atractivos tiene para un escritor? Importa recordar que el cuento, tal como lo conocemos, es un fenómeno relativamente reciente. Entre mediados y fines del siglo XIX, en Estados Unidos y Europa, la aparición de las revistas de venta masiva y una nueva generación de lectores cultos de clase media provocaron un florecimiento del cuento que, posiblemente, duró un siglo. Al principio, muchos escritores se sintieron atraídos por él como una fuente de ingresos, sobre todo en Estados Unidos: Nathaniel Hawthorne, Herman Melville y Edgar Allan Poe costearon sus carreras de novelistas, menos lucrativas, escribiendo cuentos. En la década del 20, The Saturday Evening Post pagó 4000 dólares a Francis Scott Fitzgerald por un cuento (unos 40.000, al valor actual). En los años 50, hasta John Updike calculaba que podía mantener a su esposa y sus pequeños hijos con sólo vender a New Yorker cinco o seis cuentos por año. Los tiempos han cambiado. Si bien algunas revistas (New Yorker, Esquire, Playboy) son generosas y pagan más que sus equivalentes británicas, ningún escritor actual podría repetir la proeza de Updike.

En cierto modo, la popularidad del género, y aun su disponibilidad, siempre han estado a merced de consideraciones comerciales, en mayor medida que las de la novela. Cuando publiqué mi primera colección de cuentos, En resumidas cuentas (On the Yankee Station, 1981), estos libros eran rutina en muchas editoriales británicas. Ya no. Además, había un mercado, pequeño pero estable. Un cuentista podía colocar su obra en medios muy diversos. Por ejemplo, los cuentos de mi primera colección habían sido publicados en Punch, Company, London Magazine, la Literary Review y Mayfair, y difundidos por la BBC. En mi juventud, empecé a escribir cuentos porque entonces parecía lógico hacerlo: tendría las mejores probabilidades de publicación. Pero todo este discurso en torno al dinero y las estrategias enmascara el atractivo tenaz de la forma. En definitiva, la frecuentamos porque ella activa un conjunto diferente de mecanismos mentales. Melville escribió cuentos mientras avanzaba trabajosamente con Moby Dick y dijo: “Mi deseo de que tengan «éxito» (como le dicen) brota únicamente de mi bolsillo, no de mi corazón”. Sin embargo, por entonces escribió algunas obras de narrativa breve hoy clásicas: “Bartleby” y “Benito Cereno”, entre otras.

Escribir un cuento y leerlo son experiencias distintas de la escritura y la lectura de una novela. A mi entender, básicamente se contraponen la compresión y la expansión. (...) Tampoco es una simple cuestión de longitud: hay cuentos de veinte páginas mucho más cargados y grávidos de significados que una novela de cuatrocientas páginas. Hablamos de una categoría de ficción en prosa totalmente distinta.

Es usual comparar la novela con una orquesta y el cuento breve con un cuarteto de cuerdas. Esta analogía me resulta falsa porque, al referirse exclusivamente al tamaño, nos lleva a conclusiones erróneas. La música producida por dos violines, una viola y un violonchelo nunca puede sonar, ni de lejos, como la producida por decenas de instrumentos, pero es imposible diferenciar un párrafo o página de un cuento de los de una novela. Ambos géneros utilizan recursos idénticos: lenguaje, argumento, personajes y estilo. Al cuentista no le es denegado ninguno de los instrumentos literarios requeridos por los novelistas. Para tratar de precisar la esencia de las dos formas, es más pertinente comparar la poesía épica con la lírica. Digamos que el cuento es el poema lírico de la ficción en prosa y la novela su epopeya.

Hay muchas definiciones del cuento. Pritchett lo describió como “algo vislumbrado al pasar con el rabillo del ojo”. Updike dijo: “Estos empeños de apenas unos miles de palabras retienen los sucesos, apuros, crisis y alegrías de mi vida con mayor fidelidad que mis novelas”. Angus Wilson, el autor de Cicuta y después, señaló: “En mi pensamiento, los cuentos y las obras teatrales van juntos. Tomamos un punto en el tiempo y desarrollamos la acción a partir de allí; no hay espacio para desarrollarla hacia atrás”. Cada escritor lo interpreta a su modo: es la epifanía fugaz y cotidiana, la autobiografía sumergida, una cuestión de estructura y rumbo. Podría citar más definiciones, algunas contradictorias, otras forzadas, pero todas (cada una a su modo) hasta cierto punto convincentes. Si la casa de la novela tiene muchas ventanas, también parece tenerlas la casa del cuento.

(Publicado por La Nación, Argentina, el 26 de diciembre de 2004. Traducción de Zoraida Valcárcel)

www.williamboyd.co.uk




21 enero, 2010

El hombre desparejo


Por Antonio Serrano Cueto

Hora punta en los andenes del metro. Un hombre corre precedido por su sombra, que camufla sus perfiles humanos entre el gentío atropellado. El hombre ignora que ha salido de casa desparejo. Llega al trabajo y saluda, pero su saludo suena geminado, porque ya saludó antes su sombra. Es mediodía. El hombre se dispone a almorzar donde suele. En la mesa quedan restos del almuerzo reciente de su sombra. Cumplida la jornada, atardecida la hora, el hombre vuelve a casa. Por su habitación camina descalzada su sombra. A pesar del cansancio, inicia en la cama el ritual del deseo con el cuerpo de la amada, pero ella duerme ya gozosamente satisfecha.


Antonio Serrano Cueto es profesor titular de filología latina en la Universidad de Cádiz. Autor de varios trabajos de investigación, escribe también poesía y relatos. Obtuvo en 2008 el V Premio de Microrrelatos de El Basar de Montcada y lleva adelante un blog llamado "El baile de los Silenos".

Enlace a su blog: http://antonioserranocueto.blogspot.com/

20 enero, 2010

Elis como Gioconda

Hace unos años, allá por el 2004, el suplemento "Radar", de Página/12 (Argentina), invitó a varios escritores a que escogieran su canción favorita (o, en rigor, una de sus favoritas) y que la comentaran por escrito. Recuerdo que Rodrigo Fresán optó por "A Day in the Life" de los Beatles, Luis Chitarroni por "It Never Entered My Mind" (Sarah Vaughan), Matilde Sánchez por la maravillosa "Hazey Jane 1" de Nick Drake, Sergio Bizzio por la entrañable "My Sweet Lord" de George Harrison, y Carlos Gamerro por "Gloomy Sunday" (Billie Holiday). A mí me costó bastante decidirme entre varias opciones, pero algo me dijo que nadie iba a votar una canción de la llamada MPB (música popular brasileña) y que, entre varias que me apasionan, podía escribir acaso sobre la versión de “Aguas de marzo” que Tom Jobim y Elis Regina grabaron en su ya legendario álbum a dúo.








Por Eduardo Berti


Si opto por “Aguas de marzo” no es tanto a causa de mi irreductible pasión por Tom Jobim sino, más bien, al hechizo que siempre suscitó en mí su versión por excelencia (la de Tom con Elis Regina); hechizo que radica, sobre todo, en ese instante en que ella se tienta y canta riéndose. Un mal productor, en nombre de no sé qué criterios, habría propuesto grabar de nuevo esa parte. No fue el caso, por suerte. Claro que la canción es perfecta para un arrebato así. Se ha dicho que Jobim no fue un gran letrista y puede que sea relativamente cierto si se lo compara con sus colaboradores más geniales, desde Vinicius hasta Newton Mendonça. La letra de “Aguas...”, no obstante, se cuenta entre mis favoritas. La enumeración de objetos (pan, piedra), imágenes y hasta sensaciones, falsamente simple, falsamente caótica, pone a la vida y la muerte en una danza exuberante que tropieza todo el tiempo contra esas aguas que son, a la vez, fin de algo y promesa de otras cosas. De las cantantes brasileñas (llámense Carmen, Gal o Bebel) me cautiva en especial su timbre sonriente. Pero Elis lleva esto al paroxismo. La letra habla de un “misterio profundo”. El misterio, para mí, siempre fue de qué se ríe Elis (Gioconda de la MPB) cuando primero se pone a deconstruir la letra (momento sublime) y luego arremete con un scat final al filo de la carcajada. Alguien que habló con alguien que estuvo en la grabación del disco me contó que, en rigor, Elis se ríe allí de nervios, de timidez. No lo sé. A mí me gusta imaginar que de pronto, en pleno canto, ella comprendió lo que ocurría: grababa a dúo con el otro Gershwin del siglo una de sus canciones cumbres. Una noche, un ex guitarrista de Piazzolla me contó que, fatalmente, al llegar el turno de “Adiós Nonino”, se le ponía la piel de gallina. En mi caso, debo haber escuchado “Aguas de marzo” por lo menos quinientas veces (la primera a mis doce años, lo recuerdo a la perfección, a fines de febrero y cerca del mar), y no hay vez que la risa de Elis no me mueva a la emoción o incluso, por qué no, a una risa que por supuesto carece de su elegancia y de su alegre afinación.

Enlace original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-1838-2004-11-27.html

19 enero, 2010

Las vocales de Pere Ubu



El "Almanaque ilustrado" de Père Ubu fue el modo en que Alfred Jarry (el autor del famoso "Ubu rey") saludó la llegada del año 1901. El libro, originalmente editado con ilustraciones de Pierre Bonnard (un amigo de Jarry), estaba compuesto como un verdadero almanaque (género muy usual en ese entonces), a tal punto que abre con un calendario en el que los nombres de los santos han sido transformados por el autor.

Dentro de la gran miscelánea que es el libro encontramos desde una canción ("Tatane") con su correspondiente partitura hasta unos "Consejos a los capitalistas", pasando por una suerte de alfabeto ilustrado con las vocales de Père Ubu.

Jarry y Bonnard ya habían editado otro almanaque, el primero, en 1899; un almanaque tan transgresor que ¡sólo abarcaba tres meses! El de 1901 fue el segundo y el último; y esta vez abarcó un año.

La editorial francesa Le Castor Astral reeditó esta rareza en diciembre de 2006 y tuvo la excelente idea de publicar una versión facsímil, de la que se reproducen algunas "vocales":

La "A", el hambre (la panza de Père Ubu)


La "E", la ferocidad (la mandíbula de Père Ubu)

La "O", la admiración (el ombligo de Père Ubu)

La "U", el dolor (las lágrimas de Père Ubu)

17 enero, 2010

El funeral de Chuang Tzu

Thomas MERTON

Cuando Chuang Tzu estaba al borde de la muerte, sus discúpulos empezaron a planear un espléndido funeral. Pero él dijo: "Tendré como ataúd el Cielo y la Tierra; el Sol y la Luna serán los símbolos de jade que pendan junto a mí; los planetas y las constelaciones brillarán como joyas a mi alrededor, y todos los seres estarán presentes como comitiva fúnebre en mi velatorio. ¿Qué más me hace falta? Todo está suficientemente dispuesto!" Ellos, sin embargo, dijeron: "Tememos que los cuervos y milanos devoren a nuestro Maestro." "Bien", dijo Chuang Tzu, "sobre la tierra seré devorado por cuervos y milanos; debajo de ella, por hormigas y gusanos. En todos los casos, seré devorado. ¿Por qué, entonces, tanta parcialidad contra las aves?"


Incluido en "El camino de Chuang Tzu", de Thomas Merton.
En este libro, el poeta ermintaño estadounidense (1915-1968) reescribe libremente los cuentos y aforismos del antiguo filósofo chino, uno de los maestros del taoísmo. Como dice el propio Merton en su prólogo:

Simplemente, me gusta Chuang Tzu porque es lo que es, y no siento necesidad alguna de justificar este aprecio ni ante mí mismo ni ante nadie. El es, con mucho, demasiado grande como para necesitar apologías mías. Si san Agustín podía leer a Plotino, si santo Tomás leía a Aristóteles y a Averroes (ambos, evidentemente, mucho más lejos de la cristiandad de lo que jamás estuviera Chuang Tzu) y si Teilhard de Chardin podía utilizar copiosamente a Marx y a Engels en su síntesis, creo que puedo ser perdonado por relacionarme con un ermitaño chino que comparte el clima y la paz de mi propio tipo de soledad y que es el mismo tipo de persona que yo. Su temperamento filosófico es, creo, profundamente original y sensato. Por supuesto, puede ser malentendido. Pero es básicamente simple y directo. Busca, como lo hace todo gran pensador filosófico, llegar inmediatamente al corazón de las cosas.

16 enero, 2010

Haiti


Pense no Haiti
Reze pelo Haiti

O Haiti é aqui
O Haiti não é aqui

("Haiti", Caetano Veloso - Gilberto Gil)


14 enero, 2010

Decálogo apócrifo del escritor de éxito


Por Javier Cercas

Publicado originalmente en La Vanguardia de Barcelona, el 20 de Julio de 2006, bajo el título de “Los caminos del éxito”.


Javier CERCAS

Primero. Recuerda que la única forma posible de éxito consiste en escribir el mejor libro que puedes escribir, ese libro que antes de terminar de escribir ni siquiera imaginabas que podías llegar a escribir. No busques ninguna otra forma de éxito: que sea ella la que te busque a ti. Si te pilla, no tengas miedo y haz como si no pasara nada.

Segundo. No escribas para tu madre. Ni para tu padre. Ni para tu novia. No escribas para tus amigos. No escribas para tus enemigos (sobre todo no los odies: el odio, lo dijo Michael Corleone, no te permite juzgarlos). Ni se te ocurra escribir para los críticos. Ni para los editores ni para los agentes ni por supuesto para esa abstracción llamada lector, que, como su propio nombre indica, no existe. Ni siquiera escribas para ti mismo. Escribe para un Dios impecablemente omnisciente, que sabe incluso cuándo estás tratando de engañarlo. Y entonces se ríe con una carcajada horripilante.

Tercero. No olvides que escribir una frase consiste en resolver un problema que la siguiente frase vuelve a plantear. Ni que escribir un libro consiste en lo mismo. Desconfía de la facilidad. No intentes ser inteligente ni sabio ni profundo ni gracioso ni divertido (por Dios santo, no intentes ser gracioso ni divertido: que lo sea el libro). Que el libro sea mucho mejor que tú, que no eres más que un pobre hombre, como todo el mundo. Dedícate a otra cosa en cuanto notes que escribes tratando de quedar bien. No olvides que escribir consiste en reescribir, es decir: en averiguar qué es lo que estaba dentro de ti sin que tú lo supieras.

Cuarto. Huye como de la peste de las frases bonitas, de las palabras bonitas, de quienes escriben con mayúscula la palabra arte, la palabra artista, la palabra obra, la palabra belleza, sobre todo la palabra belleza. Huye de todo lo que suene remotamente a literatura; la literatura es lo que nunca, ni siquiera remotamente, suena a literatura: suena sólo a verdad.

Quinto. Resérvate el miedo que tengas (y ya sé que tienes un miedo espantoso) para la vida, y destiérralo como sea en cuanto te sientes a escribir, para que aparezca entero y verdadero en tus libros, que son lo que de verdad eres. Recuerda que este oficio no es para cobardes, pero recuerda también que el valiente no ese el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo y se aguanta y luego embiste y va a por todas.

Sexto. Escribe como si estuvieras muerto y recordaras o inventaras (da lo mismo) cuanto te ocurrió a ti o a otros, igual que si quisieras materializar un espejismo, igual que si contra toda evidencia te hubieras convencido de que, en el momento en que consigas materializarlo, lo que te ocurrió a ti o a otros se volverá más real que lo real, que a fin de cuentas no es nada. Recuerda, por cierto, que no hay nada más importante que la literatura, excepto la vida.

Séptimo. Cultiva tus obsesiones, tus vicios, tu locura y, con moderación, tu cordura; cultiva tus perplejidades, tus pasiones (las altas y las bajas, sobre todo las bajas), tu gusto intransferible (el bueno y el malo, sobre todo el malo), y no olvices reírte con alegre fiereza de ti mismo. Recuerda que tus defectos son también tus virtudes: ni harto de vino rechaces un elogio, porque -esto no lo dijo Michael Corleone, sino La Rochefocauld, pero para el caso es lo mismo- quien rechaza un elogio es porque quiere dos. Y, sobre todo, por nada del mundo te resignes a sentir envidia de un colega o a hablar mal de él: es una confesión de inferioridad.

Octavo. Léelo todo, relee sólo lo más íntimo (pero relee mucho), escribe lo que te salga de las entrañas -por decirlo con una palabra distinguida-, y publica sólo lo que no puedas no publicar. A menos que hayas decidido suicidarte o te hayas perdido por completo el respeto a ti mismo o los acreedores te amenacen con la cárcel o el potro de tortura, no tengas prisa por publicar.

Noveno. Si escribes con ordenador, hazme caso y presiona de vez en cuando el icono Guardar, y no escatimes en copias de seguridad: más que nada para ahorrarte hacer el mamarracho ante ti mismo con la imaginación masoquista y vilmente halagadora de que acabas de perder para siempre la frase o el párrafo o la página que te iba a justificar; si escribes a mano, tienes una posibilidad menos de hacer el mamarracho, así que es preferible que escribas a mano. Este mandamiento es el penúltimo, pero debería ser el segundo.

Décimo. Recuerda (este mandamiento es el último, pero debería ser el primero) no hacer caso jamás de ningún decálogo. Empezando por éste y acabando por el que tú mismo establezcas el día que un periódico decida que eres un escritor de éxito y te entreviste para que improvises un decálogo del escritor de éxito.


13 enero, 2010

Ramonerías



"Idem, buen seudónimo para un plagiario"

Ramón Gómez de la Serna, Greguerías


1

El barómetro es un termómetro con título de nobleza.

2

La espuma es la cerveza emborrachada de sí misma.

3

La torre de Pisa comenzó su saludo antes, mucho antes de que existiera el turismo japonés.

4.

En la prehistoria había arcoiris en blanco y negro.

5.

El humo espiralado es el remordimiento del incendio.

6.

La mayor prueba de la sabiduría de la naturaleza es que las sirenas, por suerte, no salieron al revés.

7.

Los alfiles son peones que, al crecer, se apartaron del camino recto.


Greguerías incluidas en "Los pequeños espejos" (edición bilingüe, editions Meet, Francia)



12 enero, 2010

Viejo oficio, nuevos modos

Hablábamos hace pocos días de la costumbre de robar libros y hoy mismo el diario Clarín, de Argentina, publica un artículo sobre los "nuevos modos del robo de libros", donde señala que en la Argentina el "ladrón romántico" ya pasó al olvido.



Fuente de la imagen: http://diariodeiqt.wordpress.com


Por Fernando Soriano

De aquellos simpáticos ladrones de una pieza, románticos y sigilosos, subversivos del mercado editorial y su lista de precios, apenas ha quedado alguna huella, cierta reaparición intempestiva en nombre del (supuesto) amor a la literatura. Todo ha cambiado ahora; el robo de libros se alejó bastante de la rebeldía antisistema y terminó por acercarse en sus formas al "crimen organizado", para fomentar la gran oferta en parques y plazas, pero sobre todo en las páginas de la estrella de este siglo: Internet. De una u otra manera, el robo de libros no perdió su intensidad en estos años y sigue siendo el problema de las librerías. Foucault, Borges, Galeano, Cortázar y Bolaño -ladrón confeso-, entre varios de la elite literaria. También los best sellers Dan Brown, Paulo Coelho y cualquier cosa que supere los 50 pesos. Todo desaparece. Todo se roba. (Casi) todo se revende.

"Dejá 15 minutos 'Vigilar y castigar', de Foucault, a la vista y no lo viste más", dice Matías, vendedor en una de las librerías de la avenida Callao, como ejemplo del extraño fervor por "llevarse" la obra del gran filósofo francés ("el más robado de la historia"). "Foucault, como muchos otros, son los más buscados por los lectores y, como consecuencia, por los ladrones, así que nosotros preferimos tenerlos bajo llave", explica el empleado de una librería de Corrientes, y detalla: "Con seguridad y todo, roban mucho. No es tanto en los números finales, pero es más de lo que parece". Según los números de esa misma librería hay un libro robado por cada 99 vendidos. Pero otras, confiesan off the record, han tenido hasta un 25% de error en los cierres. Igual, no existen cifras oficiales: en la Cámara Argentina del Libro carecen de datos al respecto.

Robos hay de todo tipo: aleatorios y apurados, eruditos (como ejemplo, un librero no sabe explicar cómo alguien se llevó la obra completa de Borges de una vez), a pedido del cliente y en equipo: "Viene uno, lo marca y le saca la alarma y otro se lo lleva", detalla Eduardo, otro vendedor. En verano, pero sobre todo en invierno. "Cuanta más ropa llevan puesta, más bolsillos y lugar tienen para esconderlos. Hay situaciones insólitas también. Por ejemplo, una chica una vez entró con un sobretodo en verano, era obvio que vino a robar, así que la enganchamos con ocho libros en la parte de adentro del abrigo", ríe Sebastián, de Losada. "Aunque los ladrones son generalmente amables. Piden disculpas, devuelven el botín y prometen no volver", cuenta Nahuel.

Ricardo, veterano vendedor de la avenida Corrientes, dice que también se roba a las distribuidoras. "Mucho va a parar a Internet", dice. Es cierto que en la Web los libros ofrecidos como nuevos están un 50% menos que en las librerías, aunque es incomprobable su origen. Ricardo se opone a la idea romántica. "Ese ladrón no existió nunca, jamás, a pesar de que varios intelectuales lo hayan hecho. Es cagarse en nuestro trabajo", se enoja. Matías piensa lo contrario. "Existe. Pero si los libros fueran más baratos, si el acceso a la cultura fuera más fácil cambiarían muchas cosas", cree, y ríe con su conclusión: "Claro, eso no le importa a nadie. Por eso roban Foucault".

Aunque quizá sea tan simple como creía el chileno Bolaño: "Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito".

Enlace original: http://www.clarin.com/diario/2010/01/12/um/m-02118336.htm

11 enero, 2010

Cinco libros: Juan Jacinto Muñoz Rengel


Estoy pidiéndole a diversos escritores y artistas que recomienden cinco libros de ficción a los lectores de este blog y por qué no, de paso, al autor del mismo. No se trata, para nada, de un ránking ni mucho menos de una lista canónica. Se trata, más bien, de cinco libros que repentinamente ellos quieran proponer y compartir con los demás.



El voto de Juan Jacinto Muñoz Rengel:



Aquí van mis cinco recomendaciones de lectura. No he pretendido sorprender a nadie ni ser original, tan sólo citar cinco libros con cuyas lecturas disfruté de verdad:

Las ciudades invisibles, Italo Calvino

Solaris, Stanislaw Lem

Crónicas marcianas, Ray Bradbury

Hombres salmonela en el planeta porno, Yasutaka Tsutsui

El porqué de las cosas, Quim Monzó


Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) es escritor. Cursó el doctorado en Filosofía y ha ejercido la docencia en España y en el Reino Unido. En 1998 fundó la revista de filosofía y teoría literaria Estigma. Ha colaborado con revistas como Anthropos, Clarín o Barcarola. En la actualidad es profesor en la escuela de escritura creativa Fuentetaja de Madrid, y dirige el programa “Literatura en Breve” de Radio Nacional de España (RNE 5). Es autor de los libros de relatos 88 Mill Lane (Alhulia, 2006), con prólogo de Pablo De Santis, y De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009). Ha coordinado y prologado los volúmenes Ficción Sur (Traspiés, 2008), una antología de los más significativos cuentistas andaluces actuales, y Perturbaciones (Salto de Página, 2009), una antología de la última narrativa fantástica española. Su obra ha sido traducida al inglés y al ruso.

www.demecanicayalquimia.com


08 enero, 2010

La danza de los títulos


La historia es así: el futbolista argentino Diego Buonanotte sufrió el 26 de diciembre de 2009 un grave accidente automovilístico en la ruta 65, en la provincia argentina de Santa Fe; sus tres acompañanates murieron como consecuencia del impacto, mientras que Buonanotte (que era el conductor) fue derivado a un hospital, donde se recuperó.

Ayer, jueves 7 de enero, se conocieron los resultados de los análisis efectuados por los peritos y se comunicó de forma oficial que el grado de alcohol que tenía Buonanotte en su orina era de 0,4mg, inferior al límite de 0,5 permitido por ley, mientras que en la sangre dio cero.

Casi de inmediato, dos de los principales periódicos de la Argentina (Clarín y La Nación) difundieron la misma noticia de manera ostensiblemente distinta.

La Nación tituló:

Mientras que Clarín (al igual que muchos otros periódicos) anunció:

No es ningún secreto que muchos lectores se limitan, por falta de tiempo, a leer únicamente los titulares. En este caso en particular, mi sensación es que los lectores de uno y otro diario recibieron poco menos que una noticia diferente.

El problema que aquí se plantea es interesante.

Objetivamente, La Nación no mintió al decir que había rastros de alcochol en la orina de Buonanotte, pero uno siente que algo faltaba aclarar para que la información fuera más exacta: que esos rastros estuvieron por debajo del límite permitido.

Objetivamente, Clarín no mintió al decir que Buonanotte no estaba alcoholizado. Si bien el empleo del término “alcoholizado” podría lindar con lo ambiguo, la Real Academia se encarga de dejar las cosas en claro:

Desde este punto de vista, es cierto que Buonanotte no estaba “padeciendo los efectos por el abuso de las bebidas alcohólicas" (tampoco había "abusado" de ellas, de acuerdo con lo que marcan las leyes); pero, una vez más, uno siente que algo faltó aclarar para que la información fuera más exacta: que si bien el futbolista no estaba “alcoholizado”, los mismos análisis confirman que sí había consumido alcohol aunque por debajo (bastante cerca) del límite permitido.

¿Cómo tendría que haberse titulado esta noticia?

Intuyendo tal vez que algo no estaba del todo bien, La Nación y Clarín se libraron en los minutos siguientes a una danza de titulares.

El título de Clarín pasó a ser:

El de La Nación:

Estos cambios, sin embargo, ¿remediaron el problema ya planteado? Mi impresión es que no lo hicieron; no del todo, por lo menos.

Suele repetirse que una verdad a medias puede ser una media verdad, pero también una media mentira… El riesgo de algo así no es poco, y lo ocurrido ayer es un caso apasionante para ver y debatir en las escuelas de periodismo.


06 enero, 2010

Diez preguntas

Walter Lescano, de la editorial Mancha de Aceite, de San Francisco Solano (Argentina), me hizo la siguiente entrevista, que fue luego publicada en el blog de la editorial.

Mancha de Aceite es una editorial independiente que se ocupa de hacer libros artesanales y este mismo cuestionario fue enviado a varios escritores argentinos, como Marcelo Figueras o Gonzalo Garcés. Casi todos confiesan haber robado al menos un libro en su vida. Y ustedes, ¿queridos lectores del blog?




1-¿Cuál fue el primer libro que leíste?


El libro “Upa”, que entonces se usaba para aprender a leer.

2-¿Cuál fue el primer libro que compraste?

No estoy seguro… Creo que el primero que pedí fue uno de la colección Robin Hood, seguramente. Pero mi primera imagen de estar solo en una librería, comprándome un libro, es algo difusa. Me parece que compré algo de Kafka, si la memoria no me falla.

3-¿Cuál fue el primer libro que robaste?

Siempre fui muy cobarde para robar libros de las librerías. Mis amigos volvían de la Feria del libro con los bolsillos llenos. Yo, más que robar, “encargaba”: traéme tal o tal otro. Pero una vez robé un libro de una casa donde unos amigos estaban veraneando. Era un libro de Platón (una lectura no muy de verano, lo sé…). Los dueños de la casa la alquilaban amueblada, con biblioteca y todo. Supongo que habrán pensando: “Quién se va a afanar un libro de Platón”.

4-¿Cuál fue el primer libro que influyó en vos de alguna manera?

Supongo que el mismísimo “Upa”, porque me cambió la vida: empecé a leer.

5-¿Qué necesitás para ponerte a escribir?

Papel y birome (o lápiz). Y que no me hablen al lado a los gritos… Al menos no en un idioma que entiendo. Puede haber ruido general. Puedo estar en un tren. Puede haber música instrumental. Eso no me afecta mucho. Pero me mata que alguien hable fuerte, porque me interfiere.

6-¿Qué fue lo primero que escribiste?

Unos cuentitos, a los 10 años, más o menos. Y también una historieta (yo escribía y dibujaba, lo último pésimamente) llamada “Mic, el marciano”.

7-¿Qué fue lo primero que publicaste? ¿Cómo lo ves ahora?

Lo primero fue un cuentito en una revista de la escuela secundaria. Horrible.

8-¿Qué estás escribiendo en este momento?

Acabo de terminar un libro de cuentos. Espero que sean mejores que el de la revista escolar.

9-Un libro imperdible

“El barón rampante”, de Italo Calvino (por nombrar uno solo)

10-Una definición de escritor

Creo que fue Thomas Mann el que dijo una vez que un escritor es alguien para quien escribir es una tarea más difícil que para cualquier otro. No está mal como definición.

Enlace original: www.manchadeaceite.blogspot.com

04 enero, 2010

Escribir según Joseph Joubert


Escribiendo demasiado arruinamos nuestro espíritu; no escribiendo, lo oxidamos.

Cuando se escribe con facilidad siempre se cree contar con más talento del que se tiene.

Sólo se debe emplear en un libro la dosis de ingenio que se requiere, pero en la conversación se puede emplear más de la que se requiere.

Para escribir bien se necesita una facilidad natural y una dificultad adquirida.

Hay que ser profundos en términos claros y no en términos oscuros.

Lo que acarrea todos los males a nuestra literatura se halla en que nuestros sabios tienen poco ingenio y nuestros hombres de ingenio no son sabios.

Sólo buscando las palabras se encuentran los pensamientos

Las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor

Antes de emplear una palabra hermosa hazle un sitio.

Ciertos escritores se crean noches artificiales para dar un aspecto de profundidad a su superficie y más relumbre a sus luces mortecinas

Son buenas obras sólo aquellas que han sido durante mucho tiempo, si no trabajadas, al menos soñadas.


Joseph Joubert (1754-1824 ), “Sobre arte y literatura” (Periférica, 2007), traducción de Luis E. Rivera a partir de la selección y edición póstuma que hiciera Chateaubriand , amigo de Joubert.


03 enero, 2010

La era de la nube


Por Eduardo Berti


Nostalgia y tiempo presente parecen dos ideas incompatibles, pero se sabe que el tiempo es veloz, tan veloz que, a menudo, nos asombramos siendo actores o testigos de nostalgias por cosas que, hasta ayer, formaban parte del paisaje. ¿Quién iba pensar, por ejemplo, que habría una nostalgia por la Alemania del Este? Parece obvio anunciar que, tarde o temprano, llegará el día en que existirá una nostalgia por internet o por ciertos contenidos o cierta etapa de internet del mismo modo que existe desde hace tiempo una industria de la nostalgia por la antigua televisión.

En Estados Unidos se ha puesto en funcionamiento un Internet Archive, un archivo de viejos sitios web –o de viejas versiones de sitios que aún existen, aunque en perpetua renovación–, el cual, desde luego, puede consultarse en el ciberespacio; basta con ir a www.archive.org e ingresar en esa especie de máquina del tiempo que se denomina Wayback Machine. He visitado varias veces este archivo, recomendable para quien desee rastrear cómo han ido evolucionando el diseño y la concepción de las páginas.




Los responsables del Internet Archive, fundado en 1996, se jactan de haber catalogado 150 mil millones de páginas; la iniciativa cuenta con el apoyo de la biblioteca del Congreso y del prestigioso Instituto Smithsonian. Ideológicamente, el proyecto se ha basado, entre otras cosas, en un concepto acuñado por el diseñador de ordenadores Danny Hillis: el riesgo de una era de poca memoria o, algo más dramáticamente, de una “edad negra digital”. Pese a que se suele proclamar que los formatos digitales son imperecederos, su obsolescencia es inevitable y la preservación de archivos plantea nuevos problemas.

Hay un aspecto temerario en la ilusión de que el soporte digital –para el cine, la fotografía o el diseño gráfico de libros– es “inmortal” y confiable. Por supuesto que hoy corremos menos riesgos de que un incendio aislado suscite la desaparición del único negativo de equis largometraje. Pero una de las contracaras es la amenaza de lo efímero.

En febrero pasado, la directora de la British Library, Lynne Brindley, anunció su intención de crear un archivo de páginas web británicas y en lengua inglesa en general. En una entrevista concedida al periódico The Guardian, Brindley introduce el concepto de “caos digital”, brinda el ejemplo hogareño de las muchas fotografías digitales que acumulan sin ton ni son en los ordenadores –ordenadores desordenados, valga el juego de palabras– y ofrece dos ejemplos concretos que inspiraron su proyecto: su asombro al ver que de las casi 150 páginas que existían consagradas a los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 ya no queda prácticamente nada en el ciberespacio; su alarma al ver cómo desaparecían casi todas las páginas oficiales de George W. Bush a poco de finalizado su mandato presidencial. A esto se podría añadir el reciente cierre de Geocities, de Yahoo.

Del mismo modo que la señora Brindley sostiene con sensatez que no se puede dejar la custodia de la memoria en manos de Google y grupos afines, ya que esta labor compete ante todo a bibliotecarios o historiadores, tampoco parece conveniente dejar la custodia de las páginas en castellano sólo en manos de archivistas de otras lenguas y culturas, por mucho esmero que pongan ellos en la tarea.

Y qué hacer, por otra parte, con el hecho de que muchos ensayos –libros, trabajos universitarios– incluyen cada vez más referencias a páginas web que en un futuro acaso ya no estén a nuestro alcance.

La sensación de estar atravesando una era de lo efímero parece confirmarse, sino aumentar, con una tendencia que muchos expertos en informática dan por irreversible: el reemplazo de los discos rígidos de los ordenadores personales por un sistema de almacenamiento externo. Lo que en ciberjerga se llama, cada vez más, la nube. La consecuencia es que alguien –un “servidor”– ejercerá de memoria. El concepto no es totalmente novedoso. Muchos usuarios emplean, desde hace tiempo, sus casillas de correo electrónico a modo de archivo alternativo o preventivo en caso de tener problemas con su disco personal. Pero otra cosa es carecer de toda memoria propia y dejarla en manos de una entidad abstracta.

El vaticinio parece ser que, en un futuro, buena parte de la información personal y también de la información de las empresas vivirá en ese limbo llamado nube. Además de ciertas trampas menores, como la así llamada “dependencia de la conectividad”, aparecen otros dilemas delicados. Principalmente, claro, el tema de la seguridad y privacidad de los datos. La perspectiva podría estar más cerca de Orwell que de la tan mentada libertad del ciberespacio. Lo ideal, una vez más, parece consistir en hallar un equilibrio entre el viejo concepto de centralización y esa utopía de multiplicación a la que invita internet.

(Versión resumida de un artículo publicado originalmente en el diario 'Crítica', de Buenos Aires, Argentina)