29 noviembre, 2008

1914 y las vanguardias

Por Eduardo Berti

El escritor Ivo Andric sostuvo en “Un puente sobre el Drina” que el verano de 1914 fue “un periodo situado en el límite de dos épocas de la historia de la humanidad”. En más de un ensayo, Virginia Woolf localizó en 1914 la frontera entre el pasado y lo contemporáneo. En su novela “Canguro”, D. H. Lawrence discrepó apenas y sostuvo que “fue en 1915 cuando el viejo mundo terminó”. Pero el historiador del arte Arnold Hauser acuñó la célebre idea de que el siglo XX empezó en 1914, mientras que para Eric Hobsbwan aquel año marcó el inicio de la “era de las catástrofes”, prolongada hasta 1991.

No hay dudas, a esta altura, de que 1914 pasó a la historia como una fecha bisagra cargada de un fuerte simbolismo, sobre todo a raíz de los traumas y las transformaciones que acarreó la Primera Guerra Mundial, también conocida como Gran Guerra, y de cómo el final de los combates rediseñó el mapa de Europa.

Una muestra que se celebra en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el próximo 11 de enero («¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra») coloca a 1914 como tema central y se propone reflexionar acerca de las vanguardias y de su vínculo con aquella confrontación que marcó un antes y después en el imaginario de lo bélico ya que involucró a más de treinta países y dejó alrededor de 10 millones de muertos entre civiles y soldados.

Gino Severini
Cañón en acción, 1915

Una hipótesis general es que en la “vitalidad” de los movimientos de vanguardia se anticipaba “la militancia belicista por la que se pronunció una mayoría de los artífices del arte nuevo cuando se desató la contienda”. En otras palabras, aquí se trata menos de quienes entonces fueron los pacifistas (Thomas Mann, H. G. Wells) que de quienes, a grandes rasgos (por vocación o por fatalidad), se acercaron más al “militarismo”. Como Marinetti, que en el manifiesto futurista escribiera “queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso, la bofetada y el puñetazo”.

La exhibición (cuya primera parte puede visitarse en la sede del Thyssen y la segunda, de forma gratuita, en la Fundación Caja Madrid) está cronológicamente dividida en trece secciones: desde “El oscurecimiento del mundo” (primeros síntomas del conflicto) hasta la guerra propiamente dicha..

En ciertos casos es muy interesante la convivencia entre un cuadro y un texto literario: el poema narrativo “La guerra en Luxemburgo”, de Blaise Cendrars (escrito meses después de que, en septiembre de 1915, el autor perdiera su mano derecha en un combate) aparece al lado de “Retrato de Florent Schmitt, el Canto de guerra” (1915) del francés Albert Gleizes; o los poemas “Zone”, de Apollinaire y “El fin del mundo”, de Jakob van Hoddis (“la tormenta ha llegado/ los siete mares se agitan salvajemente…”) cerca de esa visión tremendista que es el óleo “La casa de la esquina” (1913) de Ludwig Meidner.

Ludwig Meidner
La casa de la esquina, 1913


A medida que la muestra avanza (y con ella la guerra), las posiciones se vuelven más divergentes. Algunos expresionistas alemanes como George Grosz o Ernest L. Kirchner (en la producción de este último destaca el “Autorretrato como soldado”, emparentado con el “Autorretrato como enfermero”, de Max Beckmann) ofrecen representaciones satíricas o crudas que ponen en tela de juicio el discurso patriótico.

Max Beckmann
Autorretrato como enfermero, 1915

En paralelo, están las obras hechas en la misma trinchera, a la manera de apuntes instantáneos. Es el caso del inglés David Bomberg o del francés André Mare (ambos movilizados). Y también de la acuarela “Ambulancia rusa o soldado herido”, de Ossip Zadkine (parte de la veintena de ilustraciones de guerra que hiciera el ruso), la cual parece el dibujo de un niño de diez o doce años, impávido ante lo que ha visto, y no la obra de un artista de casi 27.

Marsden Hartley
La Cruz de hierro , 1915

«¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra» permite, en segunda instancia, acercarse a la obra de ciertos pintores menos conocidos de forma masiva. Es lo que ocurre con el modernista norteamericano Marsden Hartley, cuya abstracción no llega a ser total puesto que esas figuras que a primera vista parecen puras formas geométricas resultan ser todo tipo de símbolos bélicos. Oriundo de Maine, amigo de Gertrude Stein, Hartley tuvo como amante a un teniente del ejército de Prusia llamado Karl Von Freyburg, fallecido en la Primera Guerra Mundial. La exposición del Thyssen incluye “La cruz de hierro” (1915), cuadro que es un homenaje a su amante, lo mismo que el “Retrato de un oficial alemán”.

El cierre llega con un conjunto de esculturas, grabados y pinturas que se distinguen, ahora sí, por denunciar claramente la guerra. Entre otros artistas, sobresalen aquí el escultor alemán Lehmbruck (excluido del ejército y asignado a un hospital militar, hasta que en plena guerra a fugó a Zurich), el fauvista francés Othon Friesz o el belga Constant Permeke (herido en plena guerra, durante la batalla de Antwerp), además del célebre álbum de grabados antibelicistas del pintor y xilógrafo suizo Félix Vallotton, de quien se presentan aquí dos de sus cuadros más importantes.

El vínculo de Valotton con la guerra es una buena síntesis : en un principio, el suizo quiso enrolarse pero fue rechazado por su edad algo avanzada (tenía 49 años); a comienzos del siglo XX los cuadros de Vallotton vendían tan bien que su hermano Paul llegó a abrir una galería de arte en Lausana, pero la Gran Guerra afectó sus ventas (como las de todos sus colegas) y le ocasionó penurias económicas. El conflicto, como es sabido, terminó en noviembre de 1918. Meses antes, en 1917, Vallotton escribía: “Todos los actos humanos, en todos los órdenes, han sido alterados”.~

28 noviembre, 2008

Mister Harley


Mister Harley tenía varios hermanos. Destinado por su padre a la Iglesia, y por su madre al mar, y con el anhelo de satisfacer a los dos, convenció a Sir John para que le consiguiera un puesto de capellán a bordo de un buque de guerra. Obtenido esto, se cortó el pelo y se embarcó.

Regresó al cabo de medio año y tomó un carruaje que iba a Hogsworth Green, el lugar donde vivía Emma. Sus compañeros de viaje erna un hombre sin sombrero, otro con dos, una solterona y una muchacha recién casada.

Esta última rondaba los 17 años, tenía unos delicados ojos negros y una figura elegante. En pocas palabras, mister Harley pronto descubrió que la muchacha era su Emma, y recordó que se había casado con ella pocas semanas antes de abandonar Inglaterra.

Breve cuento escrito en su juventud por Jane Austen.
(Traducción de Eduardo Berti)


25 noviembre, 2008

La sombra en Babelia


El siguiente comentario de mi reciente novela “La sombra del púgil” (La otra orilla), a cargo de Lluís Satorras, fue publicado en Babelia (diario El País, España), el pasado sábado 22 de noviembre de 2008




El argentino Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) presenta su cuarta novela, realmente estupenda, en la que resaltan sus temas predilectos. De una sencilla anécdota brota la compleja narración: un boxeador de trayectoria mediocre vence en su último combate a quién sería después un campeón indiscutible, el cual herido en su orgullo, le persigue, años despúes, para que le conceda la revancha. Mediante un muy hábil y original mecanismo narrativo, Berti presenta una Buenos Aires recóndita y espectral y un dibujo cuidadoso y agudo de las relaciones familiares. El narrador es plural. Son tres hermanos, todos varones que se llevan pocos años, sólo individualizados en determinadas ocasiones para producirse enseguida el reagrupamiento general, que hablan desde el presente, cuando ya son adultos, y exploran el pasado del que tienen un conocimiento imperfecto o incluso radicalmente equivocado. El material principal son los copiosos relatos del padre, positivamente ciertos pero también adornados de fantasía y completados por los posteriores comentarios de la madre. Largas y razonadas explicaciones, sucesivas sedimentaciones llegadas en perpetua confusión temporal van conformando un edificio precario pero consistente. Sucesos y más sucesos llenos de simetrías y contrastes, de sorprendentes paralelismos y de divertidas casualidades alientan en los oyentes la necesidad de seguir escuchando y de llegar a conocer el final de la historila. Por eso, los hermanos, primeros oyentes fascinados, se ponen “a investigar y a completar los resquicios” para conocer y adivinar el mundo brusco y masculino del boxeo y el universo cerrado de sus tías solteronas tan cortazarianas y, finalmente, reescribir parte de la historia. Así, el lector llega a saber, y Berti convierte este material en una buena manera de explicarnos cómo construye el novelista sus edificios narrativos, y es ya, entonces, otra cosa con gestos e imágenes y detalles prodigiosos que en la vida real no pueden ser advertidos a simple vista. Sí en la literatura. Y resulta verdaderamente admirable.

24 noviembre, 2008

Círculos


Cuando se hace cualquier revisión, no importa cuan suelta e informal, de la narrativa moderna, es difícil no llegar a la conclusión de que la práctica actual de este arte representa, de alguna manera, una evolución con respecto a la anterior. (...) Sin embargo la analogía entre la literatura y el proceso de -por ejemplo- fabricar un auto apenas se sostiene más allá de un primer vistazo. Es de dudar que con el paso los siglos, aunque hayamos aprendido mucho sobre cómo fabricar máquinas, hayamos aprendido algo sobre cómo hacer literatura. No escribimos mejor. Lo que puede afirmarse que hacemos es seguir moviéndonos, un poco en tal dirección, luego en otra, pero con una tendencia a lo circular si se examina el trazo de la pista desde una cima suficientemente elevada.

Virginia Woolf, “La narrativa moderna”

22 noviembre, 2008

Parientes de tinta y sangre


El escritor estadounidense William Dean Howells tuvo hace cien años la idea de que doce autores escribieran los doce capítulos de una novela en la que se narraría la historia de una familia. Entre los autores llegó a contarse Henry James (retrato, abajo) y el texto fue primero publicado en la revista Harper's Bazaar.





Por Eduardo Berti


Hace cien años, a fines de 1908, la editorial estadounidense Harper &Brothers publicó una de las novelas más singulares que se hayan escrito en la historia de la literatura; se llamó The Whole Family ("La familia entera") y en primera instancia podría definirse como un acabado ejercicio de perspectiva, ya que doce autores se ocuparon de contar, a lo largo de doce capítulos, la historia de un núcleo familiar desde sus diferentes puntos de vista.

La idea había sido concebida por el escritor y crítico William Dean Howells (1837-1920), que por entonces gozaba de una sólida reputación y que, en décadas pasadas, como editor de Atlantic Monthly y otras publicaciones, había presentado al gran público estadounidense a autores todavía en ciernes como Emily Dickinson, Frank Norris o Abraham Cahan.

Los doce textos de The Whole Family , que conforman un mosaico, fueron publicados primero en la revista Harper´s , aunque sin firma, de modo que los lectores de la revista enviaban cartas tratando de adivinar el nombre de cada autor. El encargado de abrir el fuego, en diciembre de 1907, fue el propio Howells, mediante un capítulo que exponía los hechos básicos, no a través de la primera persona del padre (curiosamente Howells, promotor de la idea, empleó una primera persona ajena a la familia), sino de un vecino cercano, un periodista llamado Ned Temple: "En cuanto supimos la grata noticia -supongo que la noticia de un compromiso nupcial siempre debe ser vista como grata-, se decidió que yo sería el primero en hablar acerca de ello, y que debía hablar con el padre", reza la frase inicial.

Si bien existen varios libros de ficción escritos a dos manos (lo que los franceses llaman double pupitre , o "doble escritorio"), por ejemplo las colaboraciones entre Borges y Bioy, entre Charles Dickens y Wilkie Collins, entre Joseph Conrad y Ford Madox Ford, entre Colette y Willy, o entre Fruttero y Lucentini, mucho más extraño es el caso de novelas con más de dos autores. Hace algunos meses se editó en España Primeras noticias de Noela Duarte , concebida "a seis manos" por José Ovejero, Antonio Sarabia y José Manuel Fajardo. Pero las novelas de autoría colectiva tuvieron su verdadero auge hace un siglo, como explica June Howard en el ensayo Publishing the Family , un estudio sobre la literatura y la cultura popular estadounidenses que toma como excusa o, mejor dicho, como punto de partida la novela The Whole Family . "La ficción de producción colectiva fue muy usual a fines del siglo XIX e inicios del XX, aunque muy pocos de esos libros tuvieron éxito o incluyeron escritores que hoy sean recordados", sostiene allí Howard.

El primer caso relevante quizás haya sido S ix of One by Half a Dozen of the Other (1872), una novela sobre tres parejas que hacen un viaje conjunto a tres ciudades de los Estados Unidos; el libro contó con seis autores, pero sólo dos de ellos son recordados en la actualidad: Edward Everett Hale y, ante todo, Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom . Poco después, a principios del siglo XX, un cuarteto de escritores (Mary y Jane Findlater, Allan McAulay y Kate Douglas Wiggin) plasmó dos novelas en colaboración: The Affair at the Inn (1904) y Robinetta (1910). Y también existen casos como el de A House Party (1901), donde Paul Leicester Ford sentó el marco narrativo (inclemencias del tiempo que obligan a doce personas a permanecer encerradas y a contarse historias para no aburrirse) de algo semejante a un Decamerón a doce voces, hecho de relatos independientes.

Para el proyecto de The Whole Family (de todas las novelas colectivas de ese período, la más leída y la que congregó a más autores de relevancia), Howells tuvo como principal aliada a Elizabeth Jordan, editora de Harper´s Bazaar de 1900 a 1913. En verdad, Jordan fue la gran organizadora de la novela y la encargada de que cada autor estuviera al tanto de lo que iban escribiendo los demás. En su listado original, Howells y Jordan incluyeron a varios escritores que rechazaron la invitación, entre ellos Mark Twain, Frances Hodgson Burnett o la recién mencionada Kate Douglas Wiggin, a la sazón amiga íntima de Jordan.

"Realmente no puedo escribir el capítulo de la madre; y me pregunto si usted se ofenderá mucho si le digo que, incluso si pudiera hacerlo, el proyecto no me atrae", reza una carta que la escritora Margaret Deland le envió a Jordan y en la que tilda a la iniciativa de "sándwich". Heidi Michelle Hanrahan cita esa carta en un completísimo ensayo consagrado a The Whole Family , el cual forma parte de un trabajo más extenso: Competing for the Reader . Allí señala asimismo que la misión de Jordan lejos estuvo de ser sencilla.

Montar lo que podría denominarse la primera superproducción editorial fue "un verdadero lío", según evocó años más tarde, en su autobiografía, la propia Elizabeth Jordan. A los problemas de ego o de incompatibilidad estética, se sumaron disputas económicas, por ejemplo, cuando Elizabeth Stuart Phelps exigió 750 dólares (unos 15 mil dólares actuales) por su texto.

La gran compensación fue que Henry James aceptó el reto de escribir el séptimo capítulo, el del hijo casado. Convocar al reverenciado James no fue una idea original de Howells sino de Jordan, según sostiene June Howard. Es muy posible que James aceptara, entre otras razones, porque conocía bien a Jordan o porque en 1882, en el marco de una polémica entre defensores de la ficción romántica y la ficción realista, Dean Howells había salido en su defensa, y en defensa del realismo en general, con un artículo publicado en The Century .

Que James escribiese un texto para una revista de moda, principalmente dirigida al público femenino, hoy puede llamar la atención. Sin embargo, como apunta Howard con gran perspicacia, de todas las revistas femeninas ninguna era más "jamesiana" que la cosmopolita y refinada Harper´s .

Como sea, lo cierto es que la "otra familia", la de los autores, quedó finalmente conformada, además de Howells y James, por Mary E. Wilkins Freeman (la tía), Mary Heaton Vorse (la abuela), Mary Stewart Cutting (la cuñada), la propia Elizabeth Jordan (la escolar), John Kendrick Bangs (el ahijado), Elizabeth Stuart Phelps (la hija casada), Edith Wyatt (la madre), Mary Raymond Shipman Andrews (el escolar), Alice Brown (Peggy) y Henry van Dyke (el amigo de la familia). ~


Fragmento del extenso artículo publicado hoy, sábado 22 de noviembre de 2008, en ADN Cultura, del diario LA NACION, de Buenos Aires, Argentina.

Versión completa:

http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1071792


21 noviembre, 2008

Edward Lear


Tras un par de días en que este blog se consagró a los limericks y al bueno de Edward Lear, me he enterado de que la gente del sitio www.nonsenselit.org está llevando a cabo una tarea necesaria y a la vez curiosa: la de publicar en una especie de blog (en inglés, desde luego) los diarios privados que Edward Lear escribió desde el primero de enero de 1858 hasta el 12 de mayo de 1862, fecha en que festejaba su cumpleaños número cincuenta.

Lo más curioso del caso no es el contenido sino la forma en que decidieron hacer públicos los diarios de Lear: cada entrada es copiada en el blog 150 años después de que Lear la escribiera en su diario.

El lector puede seguir, con una "leve" y puntual demora de siglo y medio, las anotaciones de este escritor y dibujante al que muchos tienen por padre del absurdo moderno.

http://www.nonsenselit.org/diaries/

19 noviembre, 2008

Traducciones


Como pocas cosas son más tentadoras que contradecirse, después de haber escrito ayer que es casi un suicidio tratar de traducir un “limerick”, aquí van dos intentos más de traducciones… Los originales, en inglés, corresponden al “Book of Nonsense” de Edward Lear.


(Leer con piedad y, para más información, ver la entrada anterior)



There was an Old Person of Prague,
Who was suddenly seized with the Plague;
But they gave his some butter,
Which caused him to mutter,
And cured that Old Person of Prague.


Había una persona en Praga
Que se contagió una plaga
Pero le dieron manteca
Lo que alivió su jaqueca
Y curó a aquella persona de Praga




There was an Old Man who supposed,
That the street door was partially closed;
But some very large rats,
Ate his coats and his hats,
While that futile old gentleman dozed.


Había un anciano que pensaba
Que la puerta estaba cerrada
Pero unos ratones vinieron
A comerse sus sombreros
Mientras aquel anciano inútil dormitaba

18 noviembre, 2008

Limericks

La palabra “nonsense” quiere decir en inglés, literalmente, “sinsentido” (cosa absurda, ilógica, irracional, según se encarga de explicar el diccionario), pero suele aplicarse también de forma peyorativa: “that’s nonsense” como equivalente de “eso es una ridiculez” o “eso es una tontería”.

La gran figura del “nonsense” inglés (o, siendo más estrictos, de la poesía absurda inglesa) fue el escritor y dibujante Edward Lear (1812-1888), autor de numerosos poemas (limericks), por ejemplo:


There was a Young Lady whose chin,
Resembled the point of a pin;
So she had it made sharp,
And purchased a harp,
And played several tunes with her chin

Lo que en mi torpe traducción queda reducido a:

Había una dama cuyo mentón
Era largo como un bastón
Su punta ella mandó a afilar
Y un arpa decidió comprar
Y así tocó mil canciones con su mentón

Como el lector habrá advertido, el limerick es un poema humorístico que responde a reglas formales: se organiza en 5 líneas y la rima suele ser "A-A-B-B-A"; es decir que las dos primeras líneas riman con la quinta, mientras que otra rima se produce entre las líneas tres y cuatro.

Nacido en un suburbio de Londres, criado por una hermana veinte años mayor que él, Lear no fue el inventor de estos poemas ni siquiera empleó la palabra “limerick” en sus libros (los entendidos dicen que la forma nació en Irlanda, acaso en el pueblo homónimo, y que el primer libro enteramente dedicado a estos poemas se editó en 1820), no obstante sí fue quien se encargó de consagrar y de difundir los limericks, a tal punto que hasta su contemporáneo Lewis Carroll sucumbió al encanto.

En un texto autobiográfico, el propio Lear cuenta que nació el 12 de mayo de 1812, que empezó a dibujar de muy niño para ganarse “el pan y el queso”, y que en 1831 fue empleado en la Zoological Society donde tuvo como misión hacer grandes ilustraciones de aves, primero, y más tarde de monos, gatos y otros animales. Por ejemplo:




Gran amante de los viajes, antes de cumplir la treintena pasó un tiempo en Roma, Sicilia y otras ciudades de Italia (acaso su país predilecto). Después anduvo por Malta, Grecia, Albania, Egipto, Suiza o Siria, siempre con un cuaderno donde hacer dibujos y poemitas.

La primera edición del “Book of Nonsense” apareció en 1846. La segunda, ampliada, en 1862.




Volcar a otro idioma los limericks (sean o no de Lear) es una trampa para traductores. A simple vista puede parecer una tarea sencilla, pero muy pronto se revelan los problemas: las exigencias de métrica y rima, los juegos de palabras y también (como indica César Aira en un libro acerca de Lear) el hecho de que cada poema viene de la mano de un dibujo puntual, que se encarga de denunciar toda o casi toda licencia que se toma el traductor.


Recomiendo vivamente: http://www.nonsenselit.org

17 noviembre, 2008

Mentiras verdaderas

Ya que nada verdadero tengo para contar –porque nada digno de mención me ha ocurrido- me he dedicado a la ficción de modo mucho más descarado que los demás. Pero en una sola cosa seré veraz: en decir que miento.

Me parece que así escaparé a las acusaciones ajenas, reconociendo yo mismo que no cuento nada verdadero. Escribo, por lo tanto, de lo que no vi ni comprobé ni supe por otros; y, más aún, de lo que no existe en absoluto ni tiene fundamento para existir. Por lo tanto, quienes me leen no tienen que creerme de ningún modo.

Luciano de Samósata, “Relatos verídicos”

15 noviembre, 2008

Viaje al final de Céline


Por Eduardo Berti

Pocas figuras despiertan al mismo tiempo tantos elogios y condenas como el escritor francés Louis-Ferdinand Céline: elogios que se extienden hasta hoy por una obra revolucionaria, encabezada por la novela "Viaje al final de la noche" (1932) que recibió las loas inmediatas de León Trotsky o Claude Lévi-Strauss; condenas que se renuevan por sus panfletos antisemitas y por su postura pronazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Una serie de libros recién publicados en Francia muestran que Céline sigue suscitando de todo menos indiferencia. La principal novedad es una “caja” con dos volúmenes llamados "Un autre Céline" ("Otro Céline", editorial Textuel), cuyo coordinador es Henri Godard, profesor de la Sorbona. El primero de los libros recorre varias obsesiones del autor: París, el mar y los ríos, la música y la danza. El segundo no sólo rescata dos cuadernos inéditos, escritos en una prisión danesa en 1946, sino también su correspondencia con Lucienne Delforge, la pianista con quien tuvo un breve idilio.

A esto debe añadirse que un pequeño sello acaba de reeditar el panfleto antisemita "Las hermosas banderas" pese a las protestas de la viuda de Céline, Lucette Almanzor de Destouches, una ex bailarina que hoy tiene 95 años. “Es uno de los autores más importantes del siglo, pero parte de su obra sigue prohibida”, dijo Philippe Régniez, el editor, para justificar los cinco mil ejemplares puestos a la venta. También Céline, antes de morir en 1961, pidió que esos textos “malditos” no fueran relanzados para evitar controversias.

Entre 1937 y 1941, Céline escribió varios textos de alto contenido antisemita. Por el primero debió renunciar a su puesto como médico en Clichy. En 1944, sabiendo que corría peligro con la inminente victoria aliada, se refugió en Dinamarca y fue encarcelado en Copenhague. La Resistencia francesa reclamó en vano su extradición. Finalmente fue juzgado in absentia y declarado “desgracia nacional”. En 1946 intentó defenderse: “Los judíos deberían levantarme una estatua por el mal que no les hice y que tendría que haberles hecho”. En un libro llamado Céline secreto, su viuda intentó establecer “un vínculo entre una herida recibida durante la guerra del 14, que volvió a Louis completamente sordo del oído derecho (…) y el carácter alucinatorio de los panfletos”.

No es la primera vez que alguna editorial intenta republicar estos panfletos. En 1975, la viuda de Céline obtuvo el derecho a incautar la edición de "Une certaine France" (Cierta Francia); en 1982 la magistratura italiana ordenó el secuestro de una traducción ilegal de otro panfleto ("Bagatelas para una masacre") del que llegaron a venderse cuatro mil ejemplares.

“Aunque se deteste a Céline, es imposible leer su cuaderno de Dinamarca sin sentir emoción”, ha opinado Phillippe Sollers acerca de "Otro Céline". El veredicto es acertado. Mientras teme ser fusilado y espera un juicio (por “traición”, lo que despierta su ira), Céline escribe: “El deseo de morir no me abandona en ningún momento”. Cuando los guardias le dicen que será enviado a Francia bajo pena de muerte, recibe la noticia sin emoción. “Me da lo mismo”, apunta. “Estoy loco”. Y también: “Quise evitar la guerra (…) y lo perdí todo”.

(Fragmento de un texto publicado el pasado 14/11/08 en el diario "Crítica", de Buenos Aires)

www.criticadigital.com

13 noviembre, 2008

Otra casa tomada

Había en Atenas una casa muy grande y espaciosa, pero desacreditada y abandonada. Con frecuencia, en el silencio más profundo de la noche, se oía en ella un ruido de hierros que chocaban entre sí, y, si se escuchaba con más atención, un ruido de cadenas que parecía venir de lejos y luego acercarse. No tardaba en verse un espectro viejo, flaco y abatido, con una larga barba, cabellos erizados y cadenas en las manos y en los pies pies que el pobre sacudía de forma ruidosa. La horrible aparición quitaba el sueño, los insomnios provocaban enfermedades que acababan de la forma más triste; porque durante el día, aunque no apareciese el espectro, la impresión que había causado hacía que uno lo tuviera siempre delante de los ojos, y el espanto seguía presente aunque hubiese desaparecido el ser que lo había causado.

Finalmente, la casa fue abandonada y dejada por entero al fantasma. No obstante, pusieron un cartel para anunciar que estaba en alquiler o en venta, con la idea de que alguno, ignorante de aquella molestia tan terrible, se dejase engañar.

Jan Potocki

Por esa época llegó a Atenas el filósofo Atenágoras. Ve el cartel y pregunta el precio. Es tan bajo que desconfía. Se informa. Le cuentan la historia y, lejos de hacerlo desistir, esto lo anima a cerrar el trato cuanto antes. Se aloja en la casa y por la noche ordena que le preparen la cama en la habitación de adelante, que le traigan sus papeles, que pongan luces y que los criados se retiren al fondo de la casa. Temiendo que su excesiva imaginación, animada por un temor frívolo, le haga ver vanos fantasmas, aplica su mente, sus ojos y su mano a escribir.

Al caer la noche reina en aquella casa, como en todas partes, el silencio. Pero él no tarda en oír un entrechocar de hierros y un rumor de cadenas. No alza la vista ni abandona la pluma. Trata de calmar y, por así decir, se empeña en no oír. El ruido aumenta. Parece que el ruido se produce tras la puerta de la habitación y después dentro de ésta. Alza los ojos entonces y ve al espectro, tal como se lo habían descrito.

El espectro está de pie y lo llama con un dedo. Con la mano, Atenágoras le hace señas de que aguarde un poco, y sigue escribiendo como si no ocurriese nada. El espectro empieza de nuevo con su estrépito de cadenas, que resuenan en los oídos del filósofo. Éste se vuelve y ve que nuevamente le hacen señas con el dedo. Se levanta, toma la luz y sigue al fantasma, que camina a paso lento, como abrumado por el peso de las cadenas.

Cuando llega al patio de la casa, desaparece de pronto, dejando allí a nuestro filósofo, quien recoge hierbas y hojas y las coloca en el lugar en que el espectro acaba de esfumarse, para poder reconocerlo. Al día siguiente, va en busca de los magistrados para que ordenen excavar en aquel sitio. Es lo que hacen, y encuentran huesos descarnados, atados por cadenas. Como las carnes habían sido consumidas por el tiempo y la humedad de la tierra, sólo habían quedado huesos en los paños mortuorios. Los juntan y la ciudad se encarga de sepultarlos.

Cuando por fin se cumplieron los últimos deberes con el difunto, no volvió a turbarse el orden de la casa.

Jan Potocki, “Manuscrito encontrado en Zaragoza”

(En este texto Potocki reescribe, en realidad, una muy antigua carta de Plinio el joven, la que se considera el caso primero y prototípico de relato de casas embrujadas. El mismo relato también es reescrito por Luciano de Samosata).

12 noviembre, 2008

Prometeo

"Prometeo", de G. Moreau


Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo. Según la primera, fue encadenado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas a devorar su hígado, que se renovaba perpetuamente.
Según la segunda, Prometeo, aguijoneado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella.
Según la tercera, la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la olvidaron, él mismo la olvidó.
Según la cuarta, se cansaron de esa historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio.
Quedó el inexplicable peñasco.
La leyenda quiere explicar lo que no tiene explicación.
Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable.

Franz Kafka, “La muralla china y otros relatos” (1918)

11 noviembre, 2008

Belleza masculina

No se ha encontrado todavía el valor de la belleza del hombre, aunque para la mayor parte de las mujeres esto es algo insignificante; nosotros buscamos en el hombre un carácter, las mujeres buscan simplemente un hombre; son ellas quienes han creado el conocido aforismo: ‘Un hombre es siempre bello’.


Iginio Ugo Tarchetti, “Los fatídicos” (“I fatali”)


Extracto de un relato de Tarchetti incluido en “Cuentos fantásticos”, libro traducido al castellano por la editorial madrileña Violín de Carol.

10 noviembre, 2008

Cinco libros: Jorge Boccanera


Estoy pidiéndole a diversos escritores y artistas que recomienden cinco libros de ficción a los lectores de este blog y por qué no, de paso, al autor del mismo.
No se trata, para nada, de un ránking ni mucho menos de una lista canónica. Se trata, más bien, de cinco libros que repentinamente ellos quieran proponer y compartir con los demás.

El voto de Jorge Boccanera:

Cinco libros de poesía que tengo este mes en mi mesa de luz

1-La sed de lo perdido, de Eliseo Diego. A mi ver, este poeta cubano es uno de los grandes en lengua española. Su poesía, como tituló un libro suyo, es un inventario de asombros. Diego instala con limpidez y en una atmósfera de cuentos infantiles y fantásticos, sus ejes principales: la luz y el tiempo. Encuentra en esa cotidianidad que pinta, lo que él mismo decía que buscaba en otros libros: el peso de la intensidad. Suelo volver, una y otra vez, a un texto suyo: “El viejo payaso a su hijo”.

2-Herejía Bermeja, de Bustriazo Ortiz. La antologí­a de un trovador de extramuros, una leyenda es este poeta de La Pampa: Juan Carlos Bustriazo Ortiz, con una obra extensa y mayormente inédita. Con algo de Chamán, de vidente, de “Ghenpíínâ” (en mapuche: “dueño de la palabra”), Bustriazo, instala su ritmo poderoso sobre una trama surrealizante integrando experimentación y regionalismo.



3- Mundar, de Juan Gelman. Este es un libro de cambio, en el que destaca una formulación diferente, entre la reverberación de la imagen y la sequedad del silogismo. A un lenguaje cada vez más despojado, le corresponde una mayor condensación de sentido. Tanto el concepto como la imagen (que aquí funcionan como idea-piñata/ imagen-piñata, en alusión a su carácter polivalente), ganan espesor y contundencia en una expresión austera, alejada de la oralidad expansiva que caracterizó esta poesía.


4-Cuaderno de un retorno al país natal, de Aimé Cesaire. Me resulta extraño que a este gran poeta, que acaba de fallecer, no le hayan dado el Nobel. Por lo singularidad de una obra fundante en la línea de la negritud, y vanguardista en la línea de un surrealismo, pero de extramuros, fuera de las ortodoxias de la escuela francesa. Así, su anticolonialismo se entrelaza a imágenes solares, exuberantes, como un Whitman a zancadas por el trópico dándole a todo, a todos, la palabra.


5-Los fronterantes, de Ariel Williams. Una mirada personal sobre un paisaje de fin de mundo, de tierra rala. Personajes como sombras, flotando en esas vastedades, manchones salidos de un cuadro de Goya. Me gusta de este joven poeta de la Patagonia, su decir diferente que se hace uno con el entorno de viento y soledad, palabras mordidas, acopladas, enterradas en el murmullo. Es sólo una muestra de la buena poesía patagónica que están haciendo además poetas como Cristian Aliaga, Jorge Spíndola, Ricardo Costa, Andrés Cursaro, para nombrar sólo algunos.


Jorge Boccanera (Argentina, 1952). Publicó en poesía, entre otros libros: “Los espantapájaros suicidas”; “Contraseña”; “Música de fagot y piernas de Victoria”; “Los ojos del pájaro quemado”; “Polvo para morder”; “Sordomuda”; “Bestias en un hotel de paso” y “Palma Real”. Es también autor de algunos ensayos y de libros de historias de vida, crónicas y testimonios, entre ellos: Angeles trotamundos; Tierra que anda/ el exilio de los escritores y Redes de la memoria/ Escritoras ex detenidas de la dictadura. En 2002 salió su libro de relatos La pasión de los poetas. Actualmente dirige en Argentina “nómada”, la revista de la Universidad Nacional de San Martín.
Entre otros galardones, obtuvo el Premio Casa de las Américas (Cuba, 1976), el Premio Internacional Camaiore (Italia, 2008) y el Premio Casa de América (España, 2008).

08 noviembre, 2008

Una fiambrería


Hacía tiempo me habían contado que en una fiambrería de Europa vendían productos porcinos que fueron famosos. Y el secreto del productor estaba en mezclar carne y sangre humanas con las del cerdo. Las víctimas eran reclutadas entre la clientela a la hora de mayor concurrencia. Algunas de las personas –que eran invitadas a pasar a lugares interiores de la casa con el pretexto de mostrarles algún producto- no salían más. Después, si preguntaban por ellas, hablaban del gran gentío, de posibles confusiones y de que no sabían por cuál de las tres puertas habrían salido. Pero una vez, el novio de una sirvienta esperaba que ella saliera colocado frente a una de las puertas; allí acostumbraban a encontrarse. Al pasar mucho tiempo sin que ella apareciera, el novio, alarmado, dio cuenta a la policía; y por ahí se llegó a la verdad.

Felisberto Hernández, “Tierras de la memoria”

06 noviembre, 2008

Berberova y Nabokov

No es casualidad que ayer reprodujera en este blog un texto acerca de Vladimir Nabokov. La semana pasada hemos publicado, en La Compañía, un libro escrito por Nina Berberova y consagrado en principio a "Lolita", pero en verdad a toda la obra de su compatriota.

"Nabokov y su Lolita" (como se llama el libro) es el quinto título que editamos con La Compañía, y el último que aparecerá en este año 2008.

Algunos fragmentos del texto de Berberova, que por cierto aparecieron como adelanto en el suplemento ADN del diario La Nación, de Buenos Aires.




D. H. Lawrence, uno de los más notables escritores y poetas ingleses, ha dicho más de una vez que en el amor debe haber una parte de juego, como, por supuesto, en el arte: el arte, sin juego, nos sofoca de aburrimiento. El elemento cómico está presente en las obras de los genios de todos los tiempos. Sólo los individuos desprovistos de talento toman totalmente en serio sus escritos y su propia personalidad, privados como están de ese "grano de sal" que hace a toda verdadera creación. Pushkin, Gogol, Dostoievski, lo sabían bien, pero no fue siempre el caso de Lermontov que, a pesar de su maravilloso talento, no supo transmitir, cuando lo tradujo, la triste ironía de Heine, como lo atestigua En el Norte salvaje: no hay ningún rastro de "grano de sal" y allí no se ve más que a dos personas de sexo femenino que se aburren y querrían hablar entre ellas. A partir de Lermontov, los traductores rusos casi siempre han vuelto el texto extranjero más inconsistente, puritano, tedioso –independientemente de la calidad de la traducción–, despojándolo de toda sonrisa, tuviera una o fuera ésta sólo aludida. [...] Podemos imaginar que en ruso Lolita tendrá una sonoridad muy distinta de la del inglés, privada de ese impiadoso y gracioso "espíritu de Aristófanes" que llevó a algunos críticos a hablar de "libro cómico".

Todo esto para pasar a la ironía de Nabokov, uno de los elementos fundamentales de Lolita, que lo vincula con los genios de nuestro pasado, nada menos que con Dostoievski, tanto como Gogol y –a través de hilos más profundos y completos todavía– Andrei Biely. Desde sus primeros libros, el humor fue uno de los rasgos característicos de Nabokov y sus lazos con Gogol han sido ya objeto de ciertos análisis, pero Lolita vuelve imposible cualquier duda: insensiblemente, sin que Nabokov lo advirtiera, Dostoievski le ha inoculado la sustancia misma de su comicidad, y las líneas de éste sobre la edificación de una canalización en Karlsruhe [se trata de una anécdota de Los demonios] o sus consideraciones sobre la belleza del rostro de la mujer rusa ("bastante similar a un blini, suscita en los maridos una dolorosa indiferencia, que da razón al cuestionamiento femenino") tienen la misma sonoridad que el humor de Lolita. En lo que concierne a Petersburgo, la novela de Biely ha funcionado, por decirlo así, como catalizador de todo el arte de Nabokov. Hay allí materia para un análisis literario particularmente importante, que no me atrevería a abordar aquí de manera superficial. Me limitaré a constatar que Gogol-Dostoievski-Biely-Nabokov forman una cadena evidente. [...]

¿Significa esto que considero Lolita como una novela rusa y a Nabokov, a pesar de todo, como un escritor ruso? Voy a responder a esta pregunta con plena conciencia de mi responsabilidad.

En estos últimos veinte o treinta años de literatura occidental, o para ser más precisos, en la cumbre de esa literatura, ya no existen novelas "francesas", "inglesas" ni "estadounidenses". Lo mejor que se publica hoy día es internacional. No sólo se lo traduce inmediatamente a otros idiomas, sino que a menudo se lo edita desde un primer momento en dos lenguas y –por sobre todo– no es raro que se lo haya escrito en una lengua distinta de aquella en que debería habérselo escrito. Ya había habido, en el siglo XIX, escritores así, pero las razones por las que Conrad nunca escribió en polaco, sino directamente en inglés, no son exactamente las mismas que llevaron a Wilde a escribir en francés o a Strindberg en alemán. En ese sentido, Wilde y Strindberg son los verdaderos precursores de nuestros actuales escritores cosmopolitas. En su tiempo, si hubiera dominado la lengua francesa a la perfección, sin duda Joyce habría escrito Ulises en francés, a semejanza de lo que hace Beckett hoy. Pero a nadie se le ocurrió nunca preguntarse: ¿se perdió Beckett para la literatura inglesa? Está allá, está aquí. En definitiva, ya no se trata de lengua, ésta ha dejado de cumplir el papel estrechamente nacional del que podía estar investida hace ochenta o cien años, las fronteras de las lenguas europeas se borran poco a poco y es probable que de acá a un siglo... Pero ése es otro tema.

Nina Berberova: "Nabokov y su Lolita" (traducción de Pedro B. Rey)

05 noviembre, 2008

Mariposones


Por Juan Forn

“Es pasmoso que las personas corrientes se fijen tan poco en las mariposas”, decía siempre Vladimir Nabokov. Para demostrárselo a un amigo, un día que iban subiendo juntos una colina en Suiza, le preguntó a un mochilero que bajaba si había visto mariposas a su paso. “Ninguna”, contestó el mochilero, para estupor del acompañante de Nabokov que veía un enjambre de ellas revoloteando entre los arbustos a espaldas del mochilero. En lo que sí se fija siempre la gente, en cambio, es en las personas que hacen el ridículo: “Y cuanto más viejo es el cazador de mariposas, más ridículo parece con la red en la mano”, reconoce Nabokov con resignación en sus memorias, donde confiesa los muchos aullidos de sorna que recibía de los coches que pasaban a su lado por caminos vecinales, y los críos diminutos que lo señalaban con el dedo a sus desconcertadas madres al verlo salir de la espesura, y el granjero que lo atrapó merodeando su propiedad y le señaló furioso el cartel de Prohibido pescar; y hasta la enorme yegua negra que lo persiguió dos kilómetros a campo traviesa en Nuevo México hasta que Vera lo rescató”.

(Fragmento de “Contra los mariposones”, excelente ensayo de Juan Forn aparecido en la contratapa del diario Página 12, de Argentina, del pasado miércoles 29 de octubre)

Versión completa:

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-114124-2008-10-29.html

04 noviembre, 2008

El componedor de cuentos

Los que echaban a perder un cuento bueno o escribían uno malo lo enviaban a un componedor de cuentos. Este era un viejecito calvo, de ojos muy vivos, que usaba unos anteojos pasados de moda, montados casi en la punta de la nariz, y estaba tras de un mostrador bajito, lleno de polvosos libros de cuentos de todas las edades y de todos los países.

Su tienda tenía una sola puerta hacia la calle y él estaba siempre muy ocupado. De sus grandes libros sacaba inagotablemente palabras bellas y aún frases enteras, o bien cabos de aventuras o hechos prodigiosos que anotaba en un papel blanco y luego, con paciencia y cuidado, iba engarzando esos materiales en el cuento roto. Cuando se terminaba la compostura se leía el cuento tan bien que parecía otro.

De esto vivía el viejecito y tenía para mantener a su mujer, a diez hijos ociosos, a un perro irlandés y a dos gatos negros.


Mariano Silvia y Aceves (“Campanitas de Plata”, 1925)

03 noviembre, 2008

Un pionero de la microficción

En un ensayo dedicado al microcuento en México, Javier Perucho explica que "los padres fundadores del microrrelato mexicano forman un cuarteto (Reyes, Estrada, Silva y Aceves, Monterde), que llamaré por el momento la Primera Ola, la época inicial del cuento breve en el siglo pasado. La Segunda la integrarían lo que he llamado en otro lugar el canon Torremonte (Julio Torri, Juan José Arreola y Augusto Monterroso), que fueron los maestros del tercer reflujo de escritores de brevedades: Raúl Renán, José de la Colina, René Avilés Fabila, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, entre sus principales cultivadores”.

Silva y Aceves


Escritor, filólogo y dramaturgo, Mariano Silva y Aceves (1886-1937), uno de los miembros de aquel “cuarteto” pionero, fue uno de los fundadores del grupo “El Ateneo de la Juventud” en el año 1909. Licenciado en Derecho y doctor en Filosofía y Letras, escribió numersos cuentos hiperbreves, agrupados en libros como “Arquilla de marfil” (1916) o “Campanitas de plata” (1925). Una buena recopilación de su obra es “Un reino lejano. Narraciones, crónicas, poemas”. (Fondo de Cultura Económica, México, 1987).

Uno de los microcuentos más interesantes de Silva y Aceves es una suerte de reescritura de «El albañil» , texto del francés Louis “Aloysius “Bertrand , innegable precursor de la prosa poética y de gran influencia en el Baudelaire de “El spleen de París”.

Otro cuento que descolla en la producción de Silva y Aceves presenta el caso de un “señor muy misterioso” que tenía un lápiz extravagante y a quien los demás apodaban "el señor del lápiz dorado". Tras la muerte de este hombre se descubre que “todos los libros que escribió sólo en la oscuridad podían leerse porque la escritura de aquel lápiz dorado estaba hecha de luz”.

Pero acaso el más famoso de sus relatos sea “El componedor de cuentos”; de modo que mañana, sin falta (sólo les pido paciencia...), voy a publicarlo en este mismo blog.

01 noviembre, 2008

La mano

Cuando un joven fue a visitarlo en Zurich y le preguntó “¿puedo besar la mano que escribió ‘Ulises’?”, Joyce repuso, un poco como el Rey Lear: “No, hizo muchas otras cosas también”.

Richard Ellmann, “James Joyce”