El escritor Ivo Andric sostuvo en “Un puente sobre el Drina” que el verano de 1914 fue “un periodo situado en el límite de dos épocas de la historia de la humanidad”. En más de un ensayo, Virginia Woolf localizó en 1914 la frontera entre el pasado y lo contemporáneo. En su novela “Canguro”, D. H. Lawrence discrepó apenas y sostuvo que “fue en 1915 cuando el viejo mundo terminó”. Pero el historiador del arte Arnold Hauser acuñó la célebre idea de que el siglo XX empezó en 1914, mientras que para Eric Hobsbwan aquel año marcó el inicio de la “era de las catástrofes”, prolongada hasta 1991.
No hay dudas, a esta altura, de que 1914 pasó a la historia como una fecha bisagra cargada de un fuerte simbolismo, sobre todo a raíz de los traumas y las transformaciones que acarreó la Primera Guerra Mundial, también conocida como Gran Guerra, y de cómo el final de los combates rediseñó el mapa de Europa.
Una muestra que se celebra en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el próximo 11 de enero («¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra») coloca a 1914 como tema central y se propone reflexionar acerca de las vanguardias y de su vínculo con aquella confrontación que marcó un antes y después en el imaginario de lo bélico ya que involucró a más de treinta países y dejó alrededor de 10 millones de muertos entre civiles y soldados.
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Gino Severini
Cañón en acción, 1915
Una hipótesis general es que en la “vitalidad” de los movimientos de vanguardia se anticipaba “la militancia belicista por la que se pronunció una mayoría de los artífices del arte nuevo cuando se desató la contienda”. En otras palabras, aquí se trata menos de quienes entonces fueron los pacifistas (Thomas Mann, H. G. Wells) que de quienes, a grandes rasgos (por vocación o por fatalidad), se acercaron más al “militarismo”. Como Marinetti, que en el manifiesto futurista escribiera “queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso, la bofetada y el puñetazo”.
La exhibición (cuya primera parte puede visitarse en la sede del Thyssen y la segunda, de forma gratuita, en la Fundación Caja Madrid) está cronológicamente dividida en trece secciones: desde “El oscurecimiento del mundo” (primeros síntomas del conflicto) hasta la guerra propiamente dicha..
En ciertos casos es muy interesante la convivencia entre un cuadro y un texto literario: el poema narrativo “La guerra en Luxemburgo”, de Blaise Cendrars (escrito meses después de que, en septiembre de 1915, el autor perdiera su mano derecha en un combate) aparece al lado de “Retrato de Florent Schmitt, el Canto de guerra” (1915) del francés Albert Gleizes; o los poemas “Zone”, de Apollinaire y “El fin del mundo”, de Jakob van Hoddis (“la tormenta ha llegado/ los siete mares se agitan salvajemente…”) cerca de esa visión tremendista que es el óleo “La casa de la esquina” (1913) de Ludwig Meidner.
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Ludwig Meidner
La casa de la esquina, 1913
A medida que la muestra avanza (y con ella la guerra), las posiciones se vuelven más divergentes. Algunos expresionistas alemanes como George Grosz o Ernest L. Kirchner (en la producción de este último destaca el “Autorretrato como soldado”, emparentado con el “Autorretrato como enfermero”, de Max Beckmann) ofrecen representaciones satíricas o crudas que ponen en tela de juicio el discurso patriótico.
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Max Beckmann
Autorretrato como enfermero, 1915
En paralelo, están las obras hechas en la misma trinchera, a la manera de apuntes instantáneos. Es el caso del inglés David Bomberg o del francés André Mare (ambos movilizados). Y también de la acuarela “Ambulancia rusa o soldado herido”, de Ossip Zadkine (parte de la veintena de ilustraciones de guerra que hiciera el ruso), la cual parece el dibujo de un niño de diez o doce años, impávido ante lo que ha visto, y no la obra de un artista de casi 27.
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Marsden Hartley
La Cruz de hierro , 1915
«¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra» permite, en segunda instancia, acercarse a la obra de ciertos pintores menos conocidos de forma masiva. Es lo que ocurre con el modernista norteamericano Marsden Hartley, cuya abstracción no llega a ser total puesto que esas figuras que a primera vista parecen puras formas geométricas resultan ser todo tipo de símbolos bélicos. Oriundo de Maine, amigo de Gertrude Stein, Hartley tuvo como amante a un teniente del ejército de Prusia llamado Karl Von Freyburg, fallecido en la Primera Guerra Mundial. La exposición del Thyssen incluye “La cruz de hierro” (1915), cuadro que es un homenaje a su amante, lo mismo que el “Retrato de un oficial alemán”.
El cierre llega con un conjunto de esculturas, grabados y pinturas que se distinguen, ahora sí, por denunciar claramente la guerra. Entre otros artistas, sobresalen aquí el escultor alemán Lehmbruck (excluido del ejército y asignado a un hospital militar, hasta que en plena guerra a fugó a Zurich), el fauvista francés Othon Friesz o el belga Constant Permeke (herido en plena guerra, durante la batalla de Antwerp), además del célebre álbum de grabados antibelicistas del pintor y xilógrafo suizo Félix Vallotton, de quien se presentan aquí dos de sus cuadros más importantes.
El vínculo de Valotton con la guerra es una buena síntesis : en un principio, el suizo quiso enrolarse pero fue rechazado por su edad algo avanzada (tenía 49 años); a comienzos del siglo XX los cuadros de Vallotton vendían tan bien que su hermano Paul llegó a abrir una galería de arte en Lausana, pero la Gran Guerra afectó sus ventas (como las de todos sus colegas) y le ocasionó penurias económicas. El conflicto, como es sabido, terminó en noviembre de 1918. Meses antes, en 1917, Vallotton escribía: “Todos los actos humanos, en todos los órdenes, han sido alterados”.~