101 años del inicio de la I Guerra Mundial.
Miro mis botas. Son grandes y bastas, me sujetan los pantalones que están metidos dentro formando bolsa; cuando estamos derechos tenemos un aspecto fuerte y robusto, vestidos con estos anchísimos tubos. Pero cuando nos desnudamos para bañarnos podemos contemplar realmente nuestras delgadas piernas y estrechas espaldas. Entonces no somos ya soldados sino casi unos chiquillos que parecen incapaces de llevar una mochila. Es un instante extraño este de vernos desnudos; somos entonces personas civiles y nos sentimos como tales.
Fotografía escogida al azar de mi colección particular de soldados alemanes,
que muy bien podría tratarse de Kemmerich o de cualquier otro de los militares nombrados en la novela.
A Franz Kemmerich, en el baño, se le veía
pequeño y delgado como un niño. Ahora está tendido aquí. ¿Por qué? Sería
preciso traer al mundo entero ante esa cama y decirle:
-Este
es Franz Kemmerich, de diecinueve años. No quiere morir. ¡No permitáis que
muera!