sábado, 2 de octubre de 2010
Viernes, 01 de octubre de 2010.
jueves, 30 de septiembre de 2010
Martes, 28 de septiembre de 2010.
Lunes, 27 de septiembre de 2010.
viernes, 24 de septiembre de 2010
Viernes, 24 de septiembre de 2010.
Se acumulan los pañuelos en la mesilla dejando el rastro de una tos con flemas que no me ha dejado tregua desde el día que salí del hospital. Y con cada ataque siento cómo los músculos se contraen dejándome sin respiración y con dolores musculares que se suman a una espalda ya de por sí atrofiada de tanto permanecer acostada.
A tan solo unas semanas de haber sido dada de alta, los efectos secundarios de la quimioterapia aún continúan afectándome. Al igual que los huevos “kínder” nunca sabes que te deparará el nuevo tratamiento.
Aceptar los cambios forma parte de la rutina habitual y mentiría si dijese que está siendo un camino fácil. Esto es como una lotería, unos días despiertas y agradeces a Dios no tener ningún dolor, pero al siguiente todo vuelve a ser diferente, aparecen síntomas nuevos, llagas en la boca, diarrea, cansacio, falta de aire, dolores musculares y así una lista interminable de molestias que se acumulan y que tengo que aprender a sobrellevar. Y a pesar de intentar aplicar todos los consejos de los libros de auto ayuda, pensar positivo, visualizarme curada, pensar que estoy en el cuerpo de un niño, el dolor mina mis pensamientos complicando más la tarea de recuperación.
Quejarse es un gasto inútil, pues con ello no van a cesar los dolores, por ello intento concienciarme de que tengo que aceptarlos y que forman parte del tratamiento que me están dando.
A pesar de todo, he sentido algunas mejorías, ya no tengo estreñimiento ni picores en la piel y no necesito echar espesantes al agua para evitar ahogarme. A la bomba de oxígeno he conseguido acostumbrarme aunque más de una vez el largo cable de 8 metros que me permite moverme de un lado a otro de la casa le ha sacado más de un susto al Flaco y a mi madre, que han tenido que recogerme del suelo al tropezar con este. La debilidad sumada a mi torpeza me han hecho tropezar ya en varias ocasiones. Por indicaciones de los oncólogos debo llevarlo puesto al menos 16 horas al día, no tienen que ser seguidas, puedo repartirlas según me vengan mejor. A veces suelo dormir con el oxígeno puesto, aunque es bastante molesto, resaca mucho la garganta.
Día tras día aprendo una lección de vida y descubro que son las cosas insignificantes, los pequeños detalles que parecen invisibles ante nuestros ojos los que realmente importan, cosas que me agradecería hacer por mi misma como levantarme de la ducha sin que nadie tenga que sujetarme, comer sin fatigarme, no tener que estar enchufada a una bomba de oxígeno, poder dar un beso apasionada a mi flaco, hace más de un mes que no lo hago, ver una película sin terminar con dolor en el cuello y la espalda, vestirme si ayuda de nadie, dormir en todas las posturas sin ahogarme, salir a dar un paseo en bicicleta, volver a tener el mismo aspecto físico de antes de los esteroides o simplemente beber un vaso con agua sin atragantarme.
Todo esto forma parte de un aprendizaje al cual debo enfrentarme y mantenerme firme a pesar de lo duro que pueda ser, porque no pienso rendirme ni resignarme, seguiré luchando hasta que consiga curarme, quiero vivir y seguir con mi destino al lado de los míos, sólo eso pido. Pero el tiempo me juega malas pasadas, siento que cada minuto transcurre aletargado y que las manecillas del reloj se escurren como en cuadro de Dalí. Intento eludirlo viviendo el día a día, el ahora, sin preocuparme en lo que pueda ocurrir mañana. La realidad es que estoy aquí y ahora, que cada segundo importa, y que el presente es lo único que hay. Y al igual que el tiempo, la mente es muy poderosa y a duras penas me permite descansar, constantemente me asaltan dudas ¿será este el tratamiento definitivo? ¿cuánto tiempo más resistiré ante todo esto? Dudas y más dudas que me hacen sentir vulnerable y frágil ante una situación que en parte escapa a mi control.
A veces quisiera despertar de la cama, abrir los ojos y no sentir dolor, como si nada de esto hubiera ocurrido, pero sé que tengo que ser fuerte y levantarme día a día, no dejar vencerme aunque sea una enfermedad muy jodida.
Aún así estoy muy agradecida con Dios porque he sido bendecida con un ángel que me ha enviado justo en el momento en el que más lo necesitaba. A día de hoy no sé qué haría sin él. Su simple presencia me tranquiliza, su calor cuando estamos en la cama, sus palabras de aliento cuando me siento desmotivada, su olor en las sábanas, su respiración por las mañanas, su mirada cuando me habla, su paz, su entrega, sus ganas de hacerme sonreír, su continuo esfuerzo porque no decaiga, su cuerpo, sus ojos rasgados, su corazón, su amor por mí. Por mi Flaco, por mi madre, por mi padre, por mi hermana, por mi familia y por mis seres queridos me levanto y resisto a las fuertes envestidas de la vida.
A una semana de volver a ser ingresada me pregunto si este será el tratamiento que me acerque más hacia el trasplante de médula. Sé que aún queda tiempo para poder saberlo, pero no puedo evitar pensarlo. Sólo pido sufrir lo menos posible y resistir lo que haga falta.
Si en estos momentos me concedieran un deseo pediría poder besarte hasta perder el aliento, porque así es como te quiero y no tengo ojos para nadie el mundo más que para ti. Te adoro Flaco.
¿Cuándo llegaré?
lunes, 13 de septiembre de 2010
Viernes, 10 de septiembre de 2010.
El alta y la vuelta del cólico nefrítico.
Muy temprano por la mañana, despertábamos en el hospital con el continuo ajetreo de las enfermeras entrando y saliendo de la habitación. De repente, el Flaco comenzó a sentir un dolor en la espalda que ya nos resultaba bastante familiar. Al intentar descargar el primer chorrito mañanero fue cuando se dio cuenta que las piedrecillas de aquel doloroso cólico nefrítico que le había llevado hace un mes a Urgencias, habían vuelto. Afortunadamente, sobre las 10 de la mañana mi madre llegó para acompañarle a Urgencias mientras yo esperaba en la habitación para recibir noticias. Las ventajas de estar en un hospital es que no tienes que desplazarte más de unos cuantos metros para llegar.
Esta vez, los dolores no llegaron a más dado que llegó a tiempo para que con unos cuantos calmantes, muchos litros de agua y un poco de reposo se recuperara casi por completo.
Más tarde volví verlo en la habitación algo más recuperado y con un poco de mejor cara. Me contó que le habían hecho unas placas y una prueba de orina en la que habían aparecido hematíes, causantes de un pequeño desgarre en la uretra y los riñones. En definitiva, hasta que no eche la arenilla las molestias continuarán apareciendo.
No tardé mucho en darle la grata sorpresa que me llevé durante la visita de las oncólogas la mañana del viernes. Ya me había hecho a la idea de que estaría ingresada hasta el lunes, pero al parecer decidieron cambiarlo de último momento. Aunque con ciertas dudas, dado que la operación de la vena cava había sido muy reciente, me dieron el alta con la condición de volver a Urgencias en caso de sentir fatiga, tener problemas respiratorios o de subir la fiebre hasta 38ºC.
A pesar de que el día no había empezado demasiado bien, las buenas noticias llegaron de improvisto. El hospital tiene sus cosas buenas, pero cuanto menos tiempo pase en él, mucho mejor. Aún así, ese pequeño cordón umbilical que me mantiene atada a sus servicios en una extraña relación amor odio, es difícil de remediar. Cuando no estoy ingresada y tengo algún dolor quiero llegar hasta allí lo más rápido posible y una vez estando en el hospital cuento los días para curarme y poder marcharme a casa.
En esta ocasión y tras los últimos resultados de las pruebas, me he sentido más nerviosa de lo habitual, así que decidieron añadir una nueva droga a mi respectivo cóctel medicinal, esta vez, Valium. Al principio, no quise tomarlo, me parecía algo demasiado fuerte, pero tras varios ataques de ansiedad y después de recordar que un par de meses atrás había estado enchufada a una bomba de morfina, decidí tomármelo. ¡V A L I U M! mezclado con lorazepam y Morfeo se había apoderado una vez más de mis sueños.
Al mediodía Bernard volvió con el informe del alta y todas las indicaciones para poder estar controlada en casa, entre ellas, además de la habitual mediación para evitar los efectos secundarios, tendría que pedir a una empresa especializada una bomba de oxígeno a la cual debo estar conectada 16 horas al día hasta mi próximo ingreso el día 30 de septiembre, fecha en la que se me dará el segundo ciclo de quimioterapia. Por lo demás todo igual.
Los últimas horas antes de recibir el informe de alta se hacen eternas, sabes que estás a nada de poner el culo de nuevo en la calle, pero por momentos parece que el tiempo se detiene en un lento tic tac para hacerte sufrir más.
Al fin llega la hora. El Flaco y yo aguardamos en la entrada mientras mi madre acerca el coche. Enseguida, comienzo a sentir ese cosquilleo en el estómago que me provoca la sensación de alejarme del hospital, el saber que si las cosas se complican no estarán las enfermeras para ponerme la medicación. Intento mantener la calma, es lo único que se puede hacer en estos casos.
Parece que el verano está dando sus últimos coletazos, desde el microclima de mi habitación no me había percatado de ello.
Hogar, dulce hogar. No tardan en llegar con la bomba de Oxígeno, que además de hacer un molesto ruido, huele fatal, será cuestión de acostumbrarse.
Mucha luz a todos.
domingo, 12 de septiembre de 2010
Martes, 07 de septiembre de 2010.
Operación vena cava.
Llegó el día de la prueba. A pesar de todas las perrerías que me han hecho durante este año y medio no consigo controlar mis nervios. Por la mañana una de las auxiliares me entrega unos desinfectantes con los que tengo que ducharme, han empezado los preparativos.
Recorremos el pasillo hasta llegar a la puerta del quirófano, un espacio frío en donde aguardamos mi madre y yo en espera de que el cirujano me llame para empezar la prueba. A la media hora sale al fin para explicarme en qué consiste la pequeña intervención que me van realizar. Me cuenta que es una operación muy sencilla, que consiste en colocar un muelle en la vena cava a través de la yugular o del brazo, pero lo más importante es que no duele. Así, que me quedo con ese pequeño detalle, a estas alturas es el más significativo de todos.
Mi madre y yo escuchamos atentas. Ahora sólo queda firmar el consentimiento. En un principio, le piden a mi madre que lo haga por mí, hasta que descubre que soy mayor de edad. Afortunadamente, aún siguen echándome menos edad de la que aparento.
Estamos nerviosas y no es para menos, a pesar de ser una prueba sencilla compromete un órgano muy importante, el corazón. Que trabajen cerca del motor que te mantiene respirando todos los días pone los pelos de punta, pero a la vez sé que estoy en buenas manos e intento que los nervios no minen demasiado mis pensamientos.
Una enfermera vuelve al cabo de un rato para meterme al quirófano. Mi madre se despide entre lágrimas. Intento contenerme para poder tranquilizarla, en el fondo sé que todo va a salir bien.
Una vez en el quirófano me colocan unas fundas verdes en los pies y me tumbo boca arriba sobre una fría placa. En seguida, reconozco a uno de los cirujanos que tiempo atrás me colocó el porth a cat. Sus conversaciones logran evadirme de la situación mientras espero a que la prueba comience. Me desinfectan el brazo derecho, el frescor de líquido recorre mi piel, después un pinchazo me quema durante unos segundos y ¡voilá! Ya no siento nada más. A partir de ese momento me dedico a seguir las órdenes del cirujano, respiro profundo sin soltar el aire varias veces a lo largo de la prueba. El calor del contraste recorre mi cuerpo. Una placa a la altura de mi pecho se recoloca constantemente dirigida desde una sala en donde el cirujano da órdenes a sus ayudantes. Ha durado aproximadamente una hora y afortunadamente todo ha salido de maravilla. No he sentido casi nada. De todas las pruebas que me han hecho hasta hoy, ésta ha sido sin duda la más relajada.
En lo que terminan de quitarme todos los chismes para medir las constantes vitales, aprovecho para ver las imágenes de mi corazón y el tubo que me han metido en la vena en una pequeña pantalla colocada en el techo. Es curioso ver tu corazón palpitar en un monitor, pequeñito e indefenso.
Una vez pasado el susto me devuelven a mi camilla y la celadora, tras una larga charla con un médico al cual no veía desde hace un tiempo, me conduce de nuevo a la habitación en donde ya están esperándome mi madre y el Flaco.
Una prueba más que dejo atrás y que me ayudará a mejorar mi respiración ¿Cuál será la siguiente?
Mucha luz a todos, en especial a Thierry, compañero y amigo.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Lunes, 06 de septiembre de 2010.
Visita matutina de la oncóloga, nuevas pruebas y cambios de tratamiento, el pan de cada día. Esta enfermedad es así, hay que estar preparado para todo, en ningún momento puedes bajar la guardia. Miriam, termina de confirmarme lo que ya venían anunciándome los oncólogos el sábado, que me harían una pequeña cirugía para descomprimir la vena cava y que tendrían que cambiarme de tratamiento, porque no sólo están buscando que haya una buena respuesta sino poder controlar la enfermedad.
Sin embargo, estoy tranquila, sé que con la ayuda de Dios este cambio será para bien y todo seguirá adelante como hasta ahora. Me mantendré firme y fuerte para continuar luchando esta batalla, aún no está nada escrito. Recibiré mi dosis de quimioterapia con la mejor cara y mañana esperaré paciente la prueba.
Por la tarde llegan los dolores. Desde el sábado que me colocaron la bomba de oxígeno puedo respirar mejor, pero la garganta se seca mucho y enseguida me entra tos. No dejo pasar más tiempo y pido que me traigan unos calmantes para no permitir que el dolor aumente, ya tengo experiencia de sobra con estas cosas y aguantarse es lo peor que se puede hacer, más cuando estas en un hospital en el que tienes a mano todo tipo de drogas ¡Vivan las drogas! Pero las que curan.