sábado, 2 de octubre de 2010

Viernes, 01 de octubre de 2010.


Hoy cuando bebía el té del desayuno me atraganté y descubrí que no podía tragar. Me asusté e intenté decirle a mi madre que llamara a una enfermera, pero no pude, me quedé sin voz. En esos momentos sólo deseaba que las oncólogas pasaran para contarles lo que me estaba ocurriendo. Nunca antes había deseado tanto que llegarán, pero eso sólo hacía que las horas se me hicieran más largas y que mis nervios fueran aumentando ¿Y ahora cómo voy a tomarme las pastillas de por la mañana? ¿Tendrán que ponerme suero para mantenerme hidratada? ¿Cuántos días estaré sin poder comer ni beber? ¿Podrán darme en estas condiciones el tratamiento? ¿Y si se retrasa más la quimioterapia la enfermedad seguirá creciendo?. Tantas dudas asaltaban mi cabeza de una forma descontrolada que me resultaba imposible pararlas. Miraba a mi madre en el sofá tumbada y no quería llorar para no asustarla, aunque me resultó imposible y terminé por contagiarla.
Estaba muy preocupada, pues hacía un par de días que me habían hecho la punción del pulmón y creía que después de eso todo iría a mejor. Pero no fue así.
Más tarde se abrió la puerta y tenía la esperanza de que fuese la oncóloga, pero era una enfermera que entraba con dos bolsas de 250ml para transfundirme sangre. Al menos con la transfusión siempre termino encontrándome mejor, aun así seguía preocupada.
Sobre las 11 de la mañana entraba Miriam acompañada de otra oncóloga y sentí un alivio momentáneo. Enseguida me preguntó cómo me encontraba y con la poca voz que me quedaba le expliqué que no podía tragar nada y que no me había podido tomar las pastillas de por la mañana. Me dijo que no me preocupara, que el esófago era muy estrecho y que la enfermedad al haber aumentado un poco lo estaría oprimiendo. De las pastillas que me quedara tranquila, que se podían dar por vía intravenosa, menos una de la que no me advirtió nada y que más tarde descubrí con desagrado que se trataba de un supositorio. Lo que deseaba era poder cagar y no que me metieran cosas por el culo, que llevo tres días taponada . Pero eso es lo de menos, porque no podrán darme el tratamiento de quimioterapia y ahora estoy pendiente de que me hagan una gastroscopia para comprobar cómo está todo mi sistema respiratorio y a qué se debe el que no pueda tragar. Además me van a volver a aumentar la dosis de corticoides para ayudar a desinflamar los gángleos que puedan estarme afectando.
Antes de que se marchara no pude evitar llorar y de nuevo me volvió a consolar "Ángel, hay que ir paso a paso, no podemos darte la quimioterapia porque corremos el riesgo de que puedas tener una hemorragia que no vamos a poder controlar y al final será peor el remedio que la enfermedad. Además, pocas veces había visto pacientes tan resistentes a los tratamientos como tú. Es tu quinta línea de quimioterpaia, llevas mucha carga encima y lo estás llevando muy bien, así que no te desamines". Escuchar palabras así me hicieron sentirme como el árbol que sembró mi padre frente a mi casa desde antes de que yo naciera y que a día de hoy sigue resistiendo a más de un huracán.
Ni el estreñimiento ni el insomnio ni el hambre ni el estar afónica ni la tos, que poco a poco ha ido desapareciendo, se llevan tan mal como la sensación de tener sed y no poder beber, más aun cuando tengo el oxígeno todo el día puesto y me reseca mucho la garganta. Pero aquí sigo y seguiré.
Después de 5 días finalmente el Flaco se ha podido quitar la mascarilla para no transmitirme el virus de la gastrointeritis y pudimos pasar la noche juntos, así mi madre ha podido descansar una noche en casa. Echaba tanto de menos sentir el calor del Flaco que no paramos de abrazarnos.
Nunca he sido buena para dar consejos y no sé si algún día lo seré, pero no midas tu vida con el tiempo, si mañana llegas tarde al trabajo pide disculpas por haberlo hecho y seguro lo entenderán, si te cierran las puertas del supermercado, no te enfades, vuelve al día siguiente más temprano, si llegas tarde al cine, despreocúpate que luego podrás descargarla. A donde quiero llegar es a que siempre he creído que mi enfermedad es como un puzzle en el que da igual cuánto tiempo te lleve formarlo, porque la recompensa es verlo terminado y cuando al fin lo consigues puedes al fin disfrutarlo. No le des importancia al tiempo y olvida las cosas del pasado que te han hecho daño. No pienses tampoco que tu vida en el futuro será mejor, porque nadie lo tiene asegurado. Disfruta tu vida, disfruta de poder dar un paseo, de poder beber, de poder comer, de poder ir sólo al baño, de poder viajar, de poder dar un beso apasionado, de poder lavarte los dientes, de poder hacer deporte, de poder estudiar, de poder trabajar, de poder ver, de poder, escuchar, de cada pequeño detalle, pero sobre todo, disfruta el día a día que son el regalo más preciado.
Sin duda, fue un día lleno de sentimientos encontrados y más después del regalo que el Flaco me adelantó por nuestro primer aniversario. De él sólo puedo decir que doy gracias a Dios por haberme enseñado el verdadero amor este último año al lado del que considero mi alma gemela. Aunque suene paradójico y a pesar de haber estado con cáncer, el Flaco me ha hecho pasar el
mejor año desde que vivo en Madrid.
Pero no fueron los únicos regalos, los padres de uno de los mejores amigos del Flaco me dieron una piedra energética y María, mi enfermera, la figura de un Santiago de Compostela cargada de un esfuerzo de 800km en bicicleta y mucha fe. Son detalles que aunque no lo parezcan sirven de pequeño empujón en el camino que vas andando.
Del alta tendré que esperar hasta que consigan estabilizarme, sólo espero que sea antes del sábado para poder celebrar nuestro primer aniversario juntos.

Buena vibra a todos.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Martes, 28 de septiembre de 2010.



A las 7 de la mañana entraba en la habitación María a extraerme la habitual analítica mañanera, pero esta vez, tocaba un segundo pinchazo en la arteria del brazo para medir el nivel de oxígeno en la sangre. No hace falta decir lo molesto y doloroso que es, aunque ya me lo había advertido la noche anterior María "No te voy a engañar, porque sabes que te quiero, pero el pinchazo duele". Y vaya si dolió. Ya para cuando había logrado volver a coger sueño hizo su entrada triunfal la señora de la limpieza más ruidosa de todo Puerta de Hierro, así que de nuevo me fue imposible volver a pegar ojo ¿Existe algún sitio en donde se descanse menos que en un hospital?

Pero para sorpresas la que me llevé con la visita de las oncólogas, y aunque a estas alturas ya debería estar acostumbrada a ellas, los nervios y el miedo terminan traicionándome. Me dijeron que lo de estar fatigada y con falta de respiración, se debía al aumento del derrame pleural, que lo normal sería que lo eliminase por la orina, pero al ser tal cantidad tendrían que pincharme el pulmón para extraerlo. No pude evitar llorar y mi madre igual. Intento ser fuerte, pero son demasiadas cosas en tan pocas semanas y cuesta asimilarlas todas a la vez.

Al verme así las oncólogas intentaron animarme, que por peores cosas había pasado, que ahora no podía venirme abajo, que siempre he demostrado ser una chica muy fuerte y que con esta prueba me iba a sentir mucho mejor. Y no dudo que me vaya a encontrar mejor, pero estoy cansada, cuando no es un dolor de piernas, es un huevo en el cuello o una candidiasis o una infección de orina o un derrame pleural o una tos que me deja sin respiración o que crece el tumor y me oprime la vena cava y así una larga lista de síntomas que se van acumulando y el cuerpo se resiente.

Sobre las 2 de la tarde estaban de vuelta Miriam, dos oncólogas más, a las cuales no había visto antes, y una enfermera. Me hicieron colocarme con el pecho apoyado en el respaldo de la silla, la misma silla incómoda en la que ha dormido incontables veces el Flaco en Urgencias, y una almohada en la que apoyaba los brazos. Con la espalda erguida sentí el frescor del desinfectante en mi piel y supe entonces que llegaría el primer pinchazo de anestesia, aunque fue el segundo el que más dolor me causó. Al poco tiempo ya no sentía nada, pero las piernas y las manos me temblaban sin parar. "Venga Ángel, que lo estás haciendo muy bien" me decía Miriam para intentar darme ánimos. De repente, un inoportuno repartidor de las bandejas de comida entró por la puerta en una situación que se tornó totalmente surrealista.

Recuerdo que antes de localizar el punto donde me iban a pinchar me hicieron repetir "33" varias veces, mientras movían el estetoscopio por mi espalda. Creo que recordaré ese número el resto de mi vida no como el de la edad de Cristo, sino como el número que repetí cuando me sacaron el líquido pleural.
El inconveniente de la anestesia local es que tu mente viaja y es inevitable imaginar que hay una aguja metida en tu pulmón extrayendo un líquido. El tiempo se me hizo eterno y varias veces pregunté cuánto quedaba para terminar, ya que escuchaba las complicaciones que iban teniendo, que si no conseguían seguir extrayendo el líquido, que tenían que volver a pincharme, que no había suficiente presión, etc.
No recuerdo cuánto líquido extrajeron , pero si pude verlo en un tubo que se habían dejado a un lado de donde está colocado el oxígeno en la habitación. Era líquido era de un color rosado. En seguida entró una auxiliar para llevárselo y las oncólogas se marcharon agradeciendo lo bien que había aguantado.
Son días difíciles, pero siempre tienen un lado positivo, mi hermana volverá a Madrid. Se quedará aquí durante dos meses antes de regresar a México, así que aprovecharé todo lo que pueda su compañía.

Te quiero Yus.


Lunes, 27 de septiembre de 2010.


He perdido la cuenta de la cantidad de veces que he tenido que visitar Urgencias estos últimos meses. A estas alturas lo más sensato será dejar de contarlas y aceptarlas como parte de la rutina entre un tratamiento de quimioterapia y otro.
Pero las cosas no se presentaban fáciles, el Flaco a pesar de haberse contagiado de una gastrointeritis que lo tuvo desde la mañana enclaustrado en el baño con mucha diarrea y vómitos, nos acercó hasta el hospital en una muestra más de su entrega y cariño.
Afortunadamente, cada vez que acudo a Urgencias tardan menos en atenderme. En cuanto di mis datos en el mostrador me llevaron a la consulta de clasificación donde tras explicarle a una enfermera, que no se distinguía precisamente por su don de gentes, me pasaron de inmediato al Nivel I (milagrosamente no se encontraba la viejita que suele gritar que le quiten las vías). Me dieron una camilla dividida por una cortina del resto de pacientes y mi madre se colocó en una silla a mi lado.
Enseguida las doctoras se acercaron a preguntarme por mi estado de salud. Entre lágrimas y nervios les conté que estos últimos días había tenido muchas dificultades para respirar, sobre todo por las noches, que de tanto toser durante el día, se me cerraba la garganta y tardaba en volver a recuperar el aire. Las doctoras al vernos tan nerviosas intentaron tranquilizarnos diciéndonos que podía tratarse incluso de una simple gripe y que me harían una radiografía para saber exactamente lo que me ocurría. Desde luego, no podía tratarse de una gripe con esos síntomas, pero había que esperar.
El Flaco entró a despedirse ya que él también se encontraba en malas condiciones y tampoco era conveniente que estuviera cerca de mi por el riesgo de contagiarme.
Y como no todo podía ser bueno, llegaron los problemas, el reservorio ha dejado de refluir y para colmo me tocó una enfermera primeriza para pincharlo, aunque he de reconocer que para ser su primera vez no lo hizo del todo mal. Así que me extrajeron la analítica del brazo, luego me hicieron un electrocardiograma y finalmente me llevaron a hacerme la placa del tórax.
Cuando llegaron los resultados la doctora se acercó de nuevo a nosotras para decirnos que había aumentado el derrame pleural con el que había entrado a Urgencias hacía unas semanas y que lo más conveniente, si estábamos de acuerdo, era dejarme ingresada para que estuviera más controlada. Evidentemente, decidí quedarme, hacía días que pasaba miedo sólo de pensar que iba a llegar la noche.
Más tarde nos pasaron a un box para que mi madre y yo pudiéramos estar más cómodas, pero duramos poco tiempo. Afortunadamente, mi madre se libró de pasar la noche en una silla de lo más incómoda, ya que gracias a María, una de las enfermeras que más cariño me tiene desde que empecé con la enfermedad, vio en el ordenador que mi nombre estaba en la lista de pacientes pendientes de ingreso y como había una habitación disponible esa misma noche no dudó en avisar a los celadores para subirme a planta.
Al final, entre unas cosas y otras nos resultó imposible dormir, aunque me alegro de que mi madre no haya tenido que pasar la noche en una silla como le ocurrió al Flaco en tantas ocasiones. Tampoco me libré de un nuevo cambio de gripper esa misma noche, manías de las enfermeras de oncología, aunque he de reconocer que María es de las que mejor pincha. No hay que olvidar ver las cosas por el lado amable.

Mucha luz a todos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Viernes, 24 de septiembre de 2010.


Se acumulan los pañuelos en la mesilla dejando el rastro de una tos con flemas que no me ha dejado tregua desde el día que salí del hospital. Y con cada ataque siento cómo los músculos se contraen dejándome sin respiración y con dolores musculares que se suman a una espalda ya de por sí atrofiada de tanto permanecer acostada.

A tan solo unas semanas de haber sido dada de alta, los efectos secundarios de la quimioterapia aún continúan afectándome. Al igual que los huevos “kínder” nunca sabes que te deparará el nuevo tratamiento.

Aceptar los cambios forma parte de la rutina habitual y mentiría si dijese que está siendo un camino fácil. Esto es como una lotería, unos días despiertas y agradeces a Dios no tener ningún dolor, pero al siguiente todo vuelve a ser diferente, aparecen síntomas nuevos, llagas en la boca, diarrea, cansacio, falta de aire, dolores musculares y así una lista interminable de molestias que se acumulan y que tengo que aprender a sobrellevar. Y a pesar de intentar aplicar todos los consejos de los libros de auto ayuda, pensar positivo, visualizarme curada, pensar que estoy en el cuerpo de un niño, el dolor mina mis pensamientos complicando más la tarea de recuperación.

Quejarse es un gasto inútil, pues con ello no van a cesar los dolores, por ello intento concienciarme de que tengo que aceptarlos y que forman parte del tratamiento que me están dando.

A pesar de todo, he sentido algunas mejorías, ya no tengo estreñimiento ni picores en la piel y no necesito echar espesantes al agua para evitar ahogarme. A la bomba de oxígeno he conseguido acostumbrarme aunque más de una vez el largo cable de 8 metros que me permite moverme de un lado a otro de la casa le ha sacado más de un susto al Flaco y a mi madre, que han tenido que recogerme del suelo al tropezar con este. La debilidad sumada a mi torpeza me han hecho tropezar ya en varias ocasiones. Por indicaciones de los oncólogos debo llevarlo puesto al menos 16 horas al día, no tienen que ser seguidas, puedo repartirlas según me vengan mejor. A veces suelo dormir con el oxígeno puesto, aunque es bastante molesto, resaca mucho la garganta.

Día tras día aprendo una lección de vida y descubro que son las cosas insignificantes, los pequeños detalles que parecen invisibles ante nuestros ojos los que realmente importan, cosas que me agradecería hacer por mi misma como levantarme de la ducha sin que nadie tenga que sujetarme, comer sin fatigarme, no tener que estar enchufada a una bomba de oxígeno, poder dar un beso apasionada a mi flaco, hace más de un mes que no lo hago, ver una película sin terminar con dolor en el cuello y la espalda, vestirme si ayuda de nadie, dormir en todas las posturas sin ahogarme, salir a dar un paseo en bicicleta, volver a tener el mismo aspecto físico de antes de los esteroides o simplemente beber un vaso con agua sin atragantarme.

Todo esto forma parte de un aprendizaje al cual debo enfrentarme y mantenerme firme a pesar de lo duro que pueda ser, porque no pienso rendirme ni resignarme, seguiré luchando hasta que consiga curarme, quiero vivir y seguir con mi destino al lado de los míos, sólo eso pido. Pero el tiempo me juega malas pasadas, siento que cada minuto transcurre aletargado y que las manecillas del reloj se escurren como en cuadro de Dalí. Intento eludirlo viviendo el día a día, el ahora, sin preocuparme en lo que pueda ocurrir mañana. La realidad es que estoy aquí y ahora, que cada segundo importa, y que el presente es lo único que hay. Y al igual que el tiempo, la mente es muy poderosa y a duras penas me permite descansar, constantemente me asaltan dudas ¿será este el tratamiento definitivo? ¿cuánto tiempo más resistiré ante todo esto? Dudas y más dudas que me hacen sentir vulnerable y frágil ante una situación que en parte escapa a mi control.

A veces quisiera despertar de la cama, abrir los ojos y no sentir dolor, como si nada de esto hubiera ocurrido, pero sé que tengo que ser fuerte y levantarme día a día, no dejar vencerme aunque sea una enfermedad muy jodida.

Aún así estoy muy agradecida con Dios porque he sido bendecida con un ángel que me ha enviado justo en el momento en el que más lo necesitaba. A día de hoy no sé qué haría sin él. Su simple presencia me tranquiliza, su calor cuando estamos en la cama, sus palabras de aliento cuando me siento desmotivada, su olor en las sábanas, su respiración por las mañanas, su mirada cuando me habla, su paz, su entrega, sus ganas de hacerme sonreír, su continuo esfuerzo porque no decaiga, su cuerpo, sus ojos rasgados, su corazón, su amor por mí. Por mi Flaco, por mi madre, por mi padre, por mi hermana, por mi familia y por mis seres queridos me levanto y resisto a las fuertes envestidas de la vida.

A una semana de volver a ser ingresada me pregunto si este será el tratamiento que me acerque más hacia el trasplante de médula. Sé que aún queda tiempo para poder saberlo, pero no puedo evitar pensarlo. Sólo pido sufrir lo menos posible y resistir lo que haga falta.

Si en estos momentos me concedieran un deseo pediría poder besarte hasta perder el aliento, porque así es como te quiero y no tengo ojos para nadie el mundo más que para ti. Te adoro Flaco.

¿Cuándo llegaré?

lunes, 13 de septiembre de 2010

Viernes, 10 de septiembre de 2010.

El alta y la vuelta del cólico nefrítico.

Muy temprano por la mañana, despertábamos en el hospital con el continuo ajetreo de las enfermeras entrando y saliendo de la habitación. De repente, el Flaco comenzó a sentir un dolor en la espalda que ya nos resultaba bastante familiar. Al intentar descargar el primer chorrito mañanero fue cuando se dio cuenta que las piedrecillas de aquel doloroso cólico nefrítico que le había llevado hace un mes a Urgencias, habían vuelto. Afortunadamente, sobre las 10 de la mañana mi madre llegó para acompañarle a Urgencias mientras yo esperaba en la habitación para recibir noticias. Las ventajas de estar en un hospital es que no tienes que desplazarte más de unos cuantos metros para llegar.

Esta vez, los dolores no llegaron a más dado que llegó a tiempo para que con unos cuantos calmantes, muchos litros de agua y un poco de reposo se recuperara casi por completo.

Más tarde volví verlo en la habitación algo más recuperado y con un poco de mejor cara. Me contó que le habían hecho unas placas y una prueba de orina en la que habían aparecido hematíes, causantes de un pequeño desgarre en la uretra y los riñones. En definitiva, hasta que no eche la arenilla las molestias continuarán apareciendo.

No tardé mucho en darle la grata sorpresa que me llevé durante la visita de las oncólogas la mañana del viernes. Ya me había hecho a la idea de que estaría ingresada hasta el lunes, pero al parecer decidieron cambiarlo de último momento. Aunque con ciertas dudas, dado que la operación de la vena cava había sido muy reciente, me dieron el alta con la condición de volver a Urgencias en caso de sentir fatiga, tener problemas respiratorios o de subir la fiebre hasta 38ºC.

A pesar de que el día no había empezado demasiado bien, las buenas noticias llegaron de improvisto. El hospital tiene sus cosas buenas, pero cuanto menos tiempo pase en él, mucho mejor. Aún así, ese pequeño cordón umbilical que me mantiene atada a sus servicios en una extraña relación amor odio, es difícil de remediar. Cuando no estoy ingresada y tengo algún dolor quiero llegar hasta allí lo más rápido posible y una vez estando en el hospital cuento los días para curarme y poder marcharme a casa.

En esta ocasión y tras los últimos resultados de las pruebas, me he sentido más nerviosa de lo habitual, así que decidieron añadir una nueva droga a mi respectivo cóctel medicinal, esta vez, Valium. Al principio, no quise tomarlo, me parecía algo demasiado fuerte, pero tras varios ataques de ansiedad y después de recordar que un par de meses atrás había estado enchufada a una bomba de morfina, decidí tomármelo. ¡V A L I U M! mezclado con lorazepam y Morfeo se había apoderado una vez más de mis sueños.

Al mediodía Bernard volvió con el informe del alta y todas las indicaciones para poder estar controlada en casa, entre ellas, además de la habitual mediación para evitar los efectos secundarios, tendría que pedir a una empresa especializada una bomba de oxígeno a la cual debo estar conectada 16 horas al día hasta mi próximo ingreso el día 30 de septiembre, fecha en la que se me dará el segundo ciclo de quimioterapia. Por lo demás todo igual.

Los últimas horas antes de recibir el informe de alta se hacen eternas, sabes que estás a nada de poner el culo de nuevo en la calle, pero por momentos parece que el tiempo se detiene en un lento tic tac para hacerte sufrir más.

Al fin llega la hora. El Flaco y yo aguardamos en la entrada mientras mi madre acerca el coche. Enseguida, comienzo a sentir ese cosquilleo en el estómago que me provoca la sensación de alejarme del hospital, el saber que si las cosas se complican no estarán las enfermeras para ponerme la medicación. Intento mantener la calma, es lo único que se puede hacer en estos casos.

Parece que el verano está dando sus últimos coletazos, desde el microclima de mi habitación no me había percatado de ello.

Hogar, dulce hogar. No tardan en llegar con la bomba de Oxígeno, que además de hacer un molesto ruido, huele fatal, será cuestión de acostumbrarse.

Mucha luz a todos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Martes, 07 de septiembre de 2010.



Operación vena cava.

Llegó el día de la prueba. A pesar de todas las perrerías que me han hecho durante este año y medio no consigo controlar mis nervios. Por la mañana una de las auxiliares me entrega unos desinfectantes con los que tengo que ducharme, han empezado los preparativos.

Recorremos el pasillo hasta llegar a la puerta del quirófano, un espacio frío en donde aguardamos mi madre y yo en espera de que el cirujano me llame para empezar la prueba. A la media hora sale al fin para explicarme en qué consiste la pequeña intervención que me van realizar. Me cuenta que es una operación muy sencilla, que consiste en colocar un muelle en la vena cava a través de la yugular o del brazo, pero lo más importante es que no duele. Así, que me quedo con ese pequeño detalle, a estas alturas es el más significativo de todos.

Mi madre y yo escuchamos atentas. Ahora sólo queda firmar el consentimiento. En un principio, le piden a mi madre que lo haga por mí, hasta que descubre que soy mayor de edad. Afortunadamente, aún siguen echándome menos edad de la que aparento.

Estamos nerviosas y no es para menos, a pesar de ser una prueba sencilla compromete un órgano muy importante, el corazón. Que trabajen cerca del motor que te mantiene respirando todos los días pone los pelos de punta, pero a la vez sé que estoy en buenas manos e intento que los nervios no minen demasiado mis pensamientos.

Una enfermera vuelve al cabo de un rato para meterme al quirófano. Mi madre se despide entre lágrimas. Intento contenerme para poder tranquilizarla, en el fondo sé que todo va a salir bien.

Una vez en el quirófano me colocan unas fundas verdes en los pies y me tumbo boca arriba sobre una fría placa. En seguida, reconozco a uno de los cirujanos que tiempo atrás me colocó el porth a cat. Sus conversaciones logran evadirme de la situación mientras espero a que la prueba comience. Me desinfectan el brazo derecho, el frescor de líquido recorre mi piel, después un pinchazo me quema durante unos segundos y ¡voilá! Ya no siento nada más. A partir de ese momento me dedico a seguir las órdenes del cirujano, respiro profundo sin soltar el aire varias veces a lo largo de la prueba. El calor del contraste recorre mi cuerpo. Una placa a la altura de mi pecho se recoloca constantemente dirigida desde una sala en donde el cirujano da órdenes a sus ayudantes. Ha durado aproximadamente una hora y afortunadamente todo ha salido de maravilla. No he sentido casi nada. De todas las pruebas que me han hecho hasta hoy, ésta ha sido sin duda la más relajada.

En lo que terminan de quitarme todos los chismes para medir las constantes vitales, aprovecho para ver las imágenes de mi corazón y el tubo que me han metido en la vena en una pequeña pantalla colocada en el techo. Es curioso ver tu corazón palpitar en un monitor, pequeñito e indefenso.

Una vez pasado el susto me devuelven a mi camilla y la celadora, tras una larga charla con un médico al cual no veía desde hace un tiempo, me conduce de nuevo a la habitación en donde ya están esperándome mi madre y el Flaco.

Una prueba más que dejo atrás y que me ayudará a mejorar mi respiración ¿Cuál será la siguiente?

Mucha luz a todos, en especial a Thierry, compañero y amigo.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Lunes, 06 de septiembre de 2010.



Visita matutina de la oncóloga, nuevas pruebas y cambios de tratamiento, el pan de cada día. Esta enfermedad es así, hay que estar preparado para todo, en ningún momento puedes bajar la guardia. Miriam, termina de confirmarme lo que ya venían anunciándome los oncólogos el sábado, que me harían una pequeña cirugía para descomprimir la vena cava y que tendrían que cambiarme de tratamiento, porque no sólo están buscando que haya una buena respuesta sino poder controlar la enfermedad.

Sin embargo, estoy tranquila, sé que con la ayuda de Dios este cambio será para bien y todo seguirá adelante como hasta ahora. Me mantendré firme y fuerte para continuar luchando esta batalla, aún no está nada escrito. Recibiré mi dosis de quimioterapia con la mejor cara y mañana esperaré paciente la prueba.

Por la tarde llegan los dolores. Desde el sábado que me colocaron la bomba de oxígeno puedo respirar mejor, pero la garganta se seca mucho y enseguida me entra tos. No dejo pasar más tiempo y pido que me traigan unos calmantes para no permitir que el dolor aumente, ya tengo experiencia de sobra con estas cosas y aguantarse es lo peor que se puede hacer, más cuando estas en un hospital en el que tienes a mano todo tipo de drogas ¡Vivan las drogas! Pero las que curan.