Bueno gentecilla, la última entrada que subí os hablaba de el Titiritero y de como el Hada de Hielo había jugado conmigo. Sin embargo, todo pasa; vaya que si todo pasa. Y, como todo pasa, el tiempo no iba a ser menos.
Con el panorama de estar totalmente desahuciado del corazón del Hada de Hielo me planté en Mayo de 2010. Ese mes fue la transición. Fue la olla exprés en la que se coció todo. El Hada de Hielo me hizo cambiar de perspectiva. Siempre le dije que ella era diferente, que era capaz de romperme los esquemas que tenía previamente planteados sobre las relaciones con la gente. Y vaya que si me los rompió. Me explico: gracias a ella le cogí asco a las mujeres. Bueno, no asco, sino sed de venganza. Me sentía humillado, ninguneado, ofendido, insultado...en definitiva, maltratado. Y sentía una imperiosa necesidad de hacerle pagar al género femenino lo que no podía hacerle pagar al Hada de Hielo. Si, lo sé, una actitud totalmente infantiloide y desproporcionada. Pero, ¿qué queréis? Era mi primer desamor, prácticamente, y a mi en ese momento me parecía gravísimo e insoportable. Se me presentaría una oportunidad perfecta 2 años más tarde; pero eso, como ya imagináis, es harina de otra entrada.
Yo seguí viviendo con esa espina clavada en lo más profundo de mi alma, acumulando ponzoña y ganas de vengarme. Pero no permitía que me dominase, que vengarme fuese mi objetivo principal. Dejé que la vida fluyese y me llevase dondequiera que tuviese que ir. Y esto me llevo a conocer a dos chicas al mismo tiempo. Dos chicas totalmente opuestas. Dos chicas que, en su momento, fueron geniales y ahora no son más que sobras del recuerdo. Dos chicas trascendentales en mi vida y que me cambiarían mi forma de ser. Las dos primeras chicas más jóvenes que yo que conseguían interesarme. Una, del 6 de Enero del 96 y, la otra, del 10 del mismo mes y mismo año. Pero, por muy cercanos que fuesen sus cumpleaños, ellas dos no podían ser más distintas. Y más enemigas (aunque de eso, tuve parte de culpa yo). Os hablo de Stacy Malibu y de Lasti.
Desde el inicio de 2010 yo me había hecho bastante amigo de un chaval al que llamaré el Pingajos. Le llamo así porque el 90% de su ser eran pendientes, collares o pulseras. Respondía al estereotipo de gitanillo inofensivo, del que te pide 1€, le dices que no y se larga en vez de llamar a sus primos y pegarte una paliza. Pero bueno, él no es relevante (todavía).
Una vez estaba con él por los pasillos, haciendo tiempo para no tener que ir a la siguiente clase, cuando nos encontramos con un grupo un curso mejor en el salón de actos. Decidimos entrar y quedarnos a ver qué tramaban. Resultó ser una actuación de inglés que estaban ensayando para los actos de fin de curso. Cuando terminaron de ensayar, nos dirigimos al backstage (si a 4 tablillas mal puestas se le puede llamar backstage) porque el Pingajos tenía varios amigos en ese curso. Y ahí fue donde, por primera vez, nuestras miradas se cruzaron. Me había pasado los 30 minutos fijándome en una chica, aunque no fuese en absoluto llamativa: bajita, delgadilla, melena negra lisa que le caía por la cara, una cara absolutamente común. Pero...tenía...algo. Chispa. Y no era por sus ojos, ya que yo venía de estar colgado por el Hada de Hielo, cuyos ojos trascendían lo normal y que, comparados con cualquier otro par de ojos, ganaban por goleada. Pero, repito,...tenía algo de...magia, algo totalmente inexplicable.
A partir de aquí, pasaron otros 30 minutos que, perfectamente, podrían haberse sacado de cualquier comedia romántica actual. Fueron 30 minutos de ficheo en ambas direcciones de forma totalmente continua. Pero, como siempre sucede en las películas americanas de adolescentes, las campanas de las clases suenan cuando menos se las necesita. Sin embargo, así fue como conocí a Lasti, una persona con quien me pasé todo ese verano hablando, aunque no trascendiese del ordenado la conversación. Pero ya hablaré de ella más adelante, cuando me toque hacerlo. Y, es que éste no era su momento; a la vez que conocía a ella, conocía a otra persona. Otra muchacha. Una que realmente me trastocaría. Alguien con quien, por primera vez, descubriría a qué saben los labios cuando se ama. Porque podía haber estado enamorado antes, podía haber tenido relaciones previas; pero nunca, nunca, había tenido la oportunidad de compaginar ambas sensaciones. ¿Su nombre? Stacy Malibu.
Me da pena decirlo...pero era tonta. Mucho. Tonta e inocente, que es lo peor que se puede ser en esta vida. Porque, puedes no saber nada de ningún tema, ser un absoluto ignorante y, sin embargo, tener la picardía de no mostrarlo constantemente. Pero, si eres ignorante y te regocijas en tu ignorancia, tienes un problema. Y Stacy Malibu tenía este problema. Es por esto por lo que la llamo así: podría tener el cuerpo de una muñequita de anuncio, pero también compartía el interior con ellas.
La conocí cuando, por fin, ese verano me decidí a salir por mi barrio y parar con la gente de por aquí, cosa que, como sabéis, no había hecho antes por mi asocialidad. Ella era un año menor, pero no me importó cuando lo supe. Yo seguía prendado de aquellos ojos. No eran preciosos, como los de el Hada de Hielo, pero eran enormes. Eran tan enormes que, si ella hubiese salido en la película SinCity, habrían conseguido que la luz que emitiesen fuese tan deslumbrante, tan redonda y tan grande, que pareciese ciega y, por ojos, no tuviese más que un par de linternas.
Sin embargo, era lo único que deslumbraba de su cuerpo. Era aún una niña y estaba desarrollándose físicamente (y mentalmente sigue en ello). Pero, sin duda, no me importó lo más mínimo.
Aquel verano empezó con el tonteo típico entre dos personas que, a las claras, se ve que tienen química. Sin embargo, su timidez podía más que el tiempo. Un mes nos tiramos con el tonteo y el roce tonto innecesario. Pero...era lo que había, y yo lo había aceptado. Y todo porque era la primera vez que me planteaba que una relación con alguien que realmente me gustaba pudiese ser factible (yo siempre pensé que el Hada de Hielo era inalcanzable; quizás eso tuviese que ver en mi estrepitoso fracaso).
Pero, sin duda alguna, hay un día que fue el punto de inflexión: 11 de Julio de 2010. ¿Cómo me acuerdo con tanta exactitud de la fecha? Bueno, para el que no lo sepa, ese día era la final del Mundial de Fútbol. Y recuerdo que me pasé la noche entera con ella. No es que le gustase el deporte, ni practicarlo ni verlo por la tele, pero ella quería estar conmigo. Y eso fue más de lo que nunca me pude soportar. Sin pararme tan siquiera a pensarlo, en cuanto Iniesta marcó aquel gol que quedó grabado para la posteridad, la besé. Y, con ese beso, sellamos un pacto de no volver a desperdiciar el tiempo como el mes que ya había pasado.
Sin embargo, los pactos están para romperse. La gente empezó a malmeter entre Stacy Malibu y yo. Qué queréis que os diga, siempre pensaré que la gente infeliz no soporta ver gente feliz a su alrededor. Es como que son intensificadores de su infelicidad y sienten la irrefrenable necesidad de destruir todo atisbo de alegría para poder seguir viviendo sumidos en sus tinieblas interiores. Consiguieron su propósito, y un 7 de Septiembre se despidió de mi con poco más que un "hasta otra". Siempre fue muy influenciable y siempre lo será. Pero es el precio que se ha de pagar cuando prefieres obedecer a la sociedad antes que escuchar a quien quiere tu felicidad.
Por suerte para mi, Happyphant siguió ahí. Y también se empezaba a formar una bonita amistad con Perezosa y con John Lennon, aunque ya os hablaré de ellos en próximas entradas, ¡lo prometo!
Sin embargo, su amistad no era lo mismo que el cariño que Stacy Malibu profesó por mi. Llenaba, pero no tanto. Siempre he creído que una persona es una tabla de madera en la que se clavan muchísimos clavos, que son las personas. Unas clavan más profundo, o de forma más intrincada. Pero, todas clavan. Y, como clavan diferente, unas cuesta más trabajo que otras arrancarlas. Otras, sin embargo, simplemente se caen por su propio peso. Otras, por el contrario, se oxidan y pudren esa parte de la madera que somos. Pero, de lo que no tengo duda alguna es que ningún clavo es como otro que ya se haya clavado y, por tanto, el hueco que pueda dejar una persona en nuestra tabla no lo puede rellenar otra. Puede hacer una función similar o, incluso, tratar de imitar, pero jamás será una copia fiel del clavo ya caído. Y Stacy Malibu dejó un clavo muy, muy retorcido, del que, al sacarlo, se quedaron pedazos dentro de la tabla que era a modo de metralla. Nunca se me dio bien adivinar lo que va a pasar, o tan siquiera vaticinarlo con escaso acierto. Pero, si tuviese que haber apostado por algo en aquel momento, habría dicho que Stacy Malibu aún no había encontrado la puerta que le sirviese para escapar de mi vida y que, posiblemente, fuese a cruzármela de nuevo en un futuro. ¿Quién sabe? Podía tanto acertar como fallar y, sólo el tiempo, sería capaz de decirme qué iba a suceder.
Pero, otro curso empezaba, y no me quedaba más remedio que resignarme e intentar tirar para adelante.
Ese curso estuvo mucho más presente en mi vida Lasti. Os prometí que hablaría de ella "más adelante", pero ese "más adelante" aún no ha llegado, así que me despido por hoy de vosotros. Ya sabéis lo que os digo siempre: comentad, difundid a la gente que conozcáis. Conseguir que este blog llegue a mucha gente es cuestión de vuestra ayuda...¿Quién sabe? Quizás alguno de vuestros amigos esté pasando una mala racha sentimental (o vosotros mismos) y queráis pedir consejos. No quiero autodenominarme Doctor Amor pero, si algo tengo claro, es que soy mejor dando consejos que siguiéndolos, aunque sean los míos.
Seguid andando con la cabeza bien alta, que es lo que les jode y cada día que leáis mi blog estáis más cerca de conocer el motivo de esta frase.
¡Besos a todos!
Me da pena decirlo...pero era tonta. Mucho. Tonta e inocente, que es lo peor que se puede ser en esta vida. Porque, puedes no saber nada de ningún tema, ser un absoluto ignorante y, sin embargo, tener la picardía de no mostrarlo constantemente. Pero, si eres ignorante y te regocijas en tu ignorancia, tienes un problema. Y Stacy Malibu tenía este problema. Es por esto por lo que la llamo así: podría tener el cuerpo de una muñequita de anuncio, pero también compartía el interior con ellas.
La conocí cuando, por fin, ese verano me decidí a salir por mi barrio y parar con la gente de por aquí, cosa que, como sabéis, no había hecho antes por mi asocialidad. Ella era un año menor, pero no me importó cuando lo supe. Yo seguía prendado de aquellos ojos. No eran preciosos, como los de el Hada de Hielo, pero eran enormes. Eran tan enormes que, si ella hubiese salido en la película SinCity, habrían conseguido que la luz que emitiesen fuese tan deslumbrante, tan redonda y tan grande, que pareciese ciega y, por ojos, no tuviese más que un par de linternas.
Sin embargo, era lo único que deslumbraba de su cuerpo. Era aún una niña y estaba desarrollándose físicamente (y mentalmente sigue en ello). Pero, sin duda, no me importó lo más mínimo.
Aquel verano empezó con el tonteo típico entre dos personas que, a las claras, se ve que tienen química. Sin embargo, su timidez podía más que el tiempo. Un mes nos tiramos con el tonteo y el roce tonto innecesario. Pero...era lo que había, y yo lo había aceptado. Y todo porque era la primera vez que me planteaba que una relación con alguien que realmente me gustaba pudiese ser factible (yo siempre pensé que el Hada de Hielo era inalcanzable; quizás eso tuviese que ver en mi estrepitoso fracaso).
Pero, sin duda alguna, hay un día que fue el punto de inflexión: 11 de Julio de 2010. ¿Cómo me acuerdo con tanta exactitud de la fecha? Bueno, para el que no lo sepa, ese día era la final del Mundial de Fútbol. Y recuerdo que me pasé la noche entera con ella. No es que le gustase el deporte, ni practicarlo ni verlo por la tele, pero ella quería estar conmigo. Y eso fue más de lo que nunca me pude soportar. Sin pararme tan siquiera a pensarlo, en cuanto Iniesta marcó aquel gol que quedó grabado para la posteridad, la besé. Y, con ese beso, sellamos un pacto de no volver a desperdiciar el tiempo como el mes que ya había pasado.
Sin embargo, los pactos están para romperse. La gente empezó a malmeter entre Stacy Malibu y yo. Qué queréis que os diga, siempre pensaré que la gente infeliz no soporta ver gente feliz a su alrededor. Es como que son intensificadores de su infelicidad y sienten la irrefrenable necesidad de destruir todo atisbo de alegría para poder seguir viviendo sumidos en sus tinieblas interiores. Consiguieron su propósito, y un 7 de Septiembre se despidió de mi con poco más que un "hasta otra". Siempre fue muy influenciable y siempre lo será. Pero es el precio que se ha de pagar cuando prefieres obedecer a la sociedad antes que escuchar a quien quiere tu felicidad.
Por suerte para mi, Happyphant siguió ahí. Y también se empezaba a formar una bonita amistad con Perezosa y con John Lennon, aunque ya os hablaré de ellos en próximas entradas, ¡lo prometo!
Sin embargo, su amistad no era lo mismo que el cariño que Stacy Malibu profesó por mi. Llenaba, pero no tanto. Siempre he creído que una persona es una tabla de madera en la que se clavan muchísimos clavos, que son las personas. Unas clavan más profundo, o de forma más intrincada. Pero, todas clavan. Y, como clavan diferente, unas cuesta más trabajo que otras arrancarlas. Otras, sin embargo, simplemente se caen por su propio peso. Otras, por el contrario, se oxidan y pudren esa parte de la madera que somos. Pero, de lo que no tengo duda alguna es que ningún clavo es como otro que ya se haya clavado y, por tanto, el hueco que pueda dejar una persona en nuestra tabla no lo puede rellenar otra. Puede hacer una función similar o, incluso, tratar de imitar, pero jamás será una copia fiel del clavo ya caído. Y Stacy Malibu dejó un clavo muy, muy retorcido, del que, al sacarlo, se quedaron pedazos dentro de la tabla que era a modo de metralla. Nunca se me dio bien adivinar lo que va a pasar, o tan siquiera vaticinarlo con escaso acierto. Pero, si tuviese que haber apostado por algo en aquel momento, habría dicho que Stacy Malibu aún no había encontrado la puerta que le sirviese para escapar de mi vida y que, posiblemente, fuese a cruzármela de nuevo en un futuro. ¿Quién sabe? Podía tanto acertar como fallar y, sólo el tiempo, sería capaz de decirme qué iba a suceder.
Pero, otro curso empezaba, y no me quedaba más remedio que resignarme e intentar tirar para adelante.
Ese curso estuvo mucho más presente en mi vida Lasti. Os prometí que hablaría de ella "más adelante", pero ese "más adelante" aún no ha llegado, así que me despido por hoy de vosotros. Ya sabéis lo que os digo siempre: comentad, difundid a la gente que conozcáis. Conseguir que este blog llegue a mucha gente es cuestión de vuestra ayuda...¿Quién sabe? Quizás alguno de vuestros amigos esté pasando una mala racha sentimental (o vosotros mismos) y queráis pedir consejos. No quiero autodenominarme Doctor Amor pero, si algo tengo claro, es que soy mejor dando consejos que siguiéndolos, aunque sean los míos.
Seguid andando con la cabeza bien alta, que es lo que les jode y cada día que leáis mi blog estáis más cerca de conocer el motivo de esta frase.
¡Besos a todos!