Abrí las piernass e intenté disfrutar.
jueves, 30 de diciembre de 2004
Sonría, por favor
Abrí las piernass e intenté disfrutar.
Cualquier mundo cabe en un sueño
Aquella mañana de primavera cambió completamente su vida; una agencia publicitaria colocó un anuncio de viajes a escasos metros de su casa, justo enfrente de la ventana Era tan real que, visto desde su cuarto, parecía la prolongación de su propia vivienda. Fue como si, de pronto, los lugares más bellos del mundo estuviesen al otro lado de la calle, al alcance de la mano.
Todos los días contemplaba, desde su silla de ruedas, las verdes montañas, las ciudades milenarias, las playas desiertas. Y durante horas y horas soñaba con estar allí, entre bosques frondosos y aguas transparentes.
Aún a sabiendas de que su realidad estaba a años luz de ese otro mundo inalcanzable, se sentía atraído, casi obsesionado, por aquellos lugares exóticos y lejanos. Incluso por las noches, llevado por su imaginación, alcanzaba la ventana, cruzaba la calle y a hurtadillas se introducía sigiloso en aquel mágico cartel que había frente a su casa.
Un día dejaron de verle. La policía, alertada por los vecinos, entró en el piso; pero no encontraron nada que pudiera explicar su extraña desaparición, todo estaba en orden Todo menos la cama, que estaba deshecha, y su silla de ruedas, que frente a la ventana parecía mirar, omnisciente, el enorme cartel publicitario.
Atardecer en la escuela
Enseguida nos entendimos bien. Jugábamos a competir para ver quién se ponía más roja. Apretábamos mucho los dientes y los pensamientos hasta que poco a poco se nos iban hinchando las venas de la cara y conseguíamos que nuestros rostros se tiñeran de rosa, pasando por tonos violetas hasta llegar a un granate sangre digno de los mejores atardeceres levantinos.
Era una tarde de Febrero, de esas en las que ya comenzábamos a preparar el Carnaval, cuando la señorita Inmaculada me llamó a su mesa, situada en una tarima elevada. Después de un par de carraspeos me preguntó sobre la situación en casa, si mis padres seguían peleándose y cosas por el estilo. También quiso saber si estaba contenta con la nueva compañera que me había tocado en clase, a lo que afirmé muy satisfecha.
Fue entonces cuando ambas miramos hacia mi pupitre como para agradecer a Martita su grata compañía y la sorprendimos con la cara totalmente congestionada, apretando mucho los dientes con un gesto de un morado triunfal torciéndose en sonrisa.
Recuerdo pensar que definitivamente esa tarde había superado todos los récords del mundo mundial.
Lejos, la vida
Kiwgengwo recoge con cuidado las cajas. Momentos antes, sobre un plástico extendido en la acera, exhibía su hit-parade. Para hipócritas; o para bolsillos poco potentes. Sus clientes padecen casi siempre de una cierta vergüenza que percibe Kiwgengwo en el guiño cómplice que le dedican al pagarle. Guarda los discos y el plástico en una enorme bolsa de deporte y se cala el gorro de lana hasta las cejas. En un bar, cerca de la pensión donde vive, saluda a Nguema con el gesto endémico de llevarse la mano al corazón y come unos restos de cordero requemado que su amigo le guarda. Se arrebuja luego en la litera de una habitación atestada. Apesta a humanidad. Intenta dormir. Está aterido de frío. Cuando al fin lo consigue, su sueño es siempre el mismo: viste la túnica roja de los massai, adorna sus piernas y sus brazos con pulseras de hueso y multicolores trenzas prolongan sus cabellos. Le dice a su padre que se ha arrepentido y quiere volver. Le cuenta lo que ha visto. Hombres y mujeres que abandonan las tierras que les vieron crecer. Desesperados. Buscando un horizonte indiferente, ingrato, que les aloja, cauto, en frías estadísticas. Seres tristes que avanzan sin rumbo entre las multitudes; origen evidente en sus pieles oscuras. Pisoteado orgullo en tierras prometidas que no pasan, casi nunca, de una playa desierta; de una expulsión prevista o un salario de hambre. Y que vuelven, heridos, más pobres todavía, a sus países bellos. Los que tuvieron suerte y no quedaron lejos, alimentando la muerte con sus sueños. Su padre le escucha y llora. Después inicia la danza tribal. Saltos verticales que le elevan del suelo. Las ocho. Kiwgenwo se asea. Un vaso de leche. El gorro de lana encasquetado hasta las cejas. Cerca de la estación extiende el plástico. Ordena los discos.
—Oye, negro. ¿Tienes el último de Alejandro Sanz?
Primer recuerdo
Pasos, voces que me despiertan. Hay preocupación, miedo en esas voces agitadas. Mi padre habla por teléfono. Mi madre se queja. -¡Arriba! ¡Arriba! – Hay que partir. Nos apretujamos en aquel pequeño coche negro. Mi tía Elvira, mi hermana, con el pequeño en sus brazos, y yo vamos en la parte de atrás. Mi padre conduce. Es noche cerrada. De tanto en tanto hay que detenerse. Mi madre vomita junto a la carretera. Yo no acierto a comprender qué está sucediendo. Presiento que no volveremos a Granada y voy despidiéndome de mis primeros recuerdos: de la pequeña tortuga que seguirá nadando en el aljibe de la tintorería, del sonido de las cornetas del cuartel vecino, de los sombríos cipreses que se ven desde el terrado… Empieza a llover. Cada vez más fuerte. En Lorca paramos a descansar. Lorca… ¿por qué me acordaré de ese nombre? Cuando llegamos a Valencia todo está dispuesto. Una ambulancia trasladará a mi madre a Barcelona. Supe después que estuvo dos años ingresada en el Hospital de San Pablo. Dos largos años sin ella, viviendo con mis abuelos, con mis hermanos. Con las visitas intermitentes de mi padre, que se repartía entre su trabajo y los viajes a Barcelona. Cuando mi madre regresó, era casi una desconocida. Una desconocida que se volcó en nosotros, como si tratase de recuperar el tiempo perdido. – Ya sé leer, Mamá – fueron las primeras palabras que pronuncié cuando deshice aquel emocionado abrazo después de tanto tiempo – Ya sé leer.
Sabia respuesta
—Perdona papá, pero… ¿qué es la Tierra? –preguntó el pequeño a su progenitor.
Este, acomodando su cuerpo, se dispuso a contestar:
—Esta es la Tierra…, con sus valles fértiles, colinas serpenteantes, montañas en eterno nevadas, lagos cristalinos, mares intensos y un horizonte que, más allá, lleva indefectiblemente… al abismo. Todos sabemos que la Tierra es plana y se encuentra apoyada sobre cuatro enormes elefantes que la sostienen, a manera de columnas. A su vez, los elefantes están apoyados sobre una gigantesca tortuga que gira con pasos lentos, en círculo, sobre la Nada. Este movimiento repetido e incansable es el que da origen a los días y las noches, dado que la Luna y el Sol permanecen fijos en el firmamento y las estrellas son pequeños agujeros en el techo de la Nada, por donde se filtran los rayos de luz que permiten entrever otro Sol, del que nada sabemos, y que sólo puede verse de noche.
El niño pensó cuánta sabiduría se escondía en su padre, mientras miraba con atención el increíble firmamento.
Fatima
Cada madrugada, la joven Fatima se levanta la primera, antes que sus padres y sus cuatro hermanos, para ir a buscar agua. Camina varios kilómetros en dirección a la fuente del pueblo y es allí donde llena su cubo metálico con todo el agua que puede cargar; se lo pone encima de la cabeza y desanda penosamente el camino de vuelta hacia su casa, al encuentro de su familia.
Anoche, Fatima y sus hermanos oyeron unas cuantas explosiones no muy lejos de allí. En el pueblo había oído que la guerra santa contra el infiel estaba a punto de empezar. A ellos siempre les gustaba hablar de esa forma.
Esta mañana, Fatima se levantó como cada día, antes del amanecer, para dirigirse al pequeño manantial. Pero al llegar, sólo pudo ver un montón de rocas y pedruscos desperdigados por allí, y ni rastro del agua. Sin saber qué hacer, miró alrededor y pudo distinguir unos papeles dispersos por el suelo como si un huracán los hubiera arrancado de la mesa de algún lejano despacho. Al coger uno pudo leer: "Hassan Munnein es un asesino. Si sabes dónde se esconde, dínoslo. La recompensa será de 1.000.000 $. te recordarán como el héroe de tu país".
Fatima no pudo entender que el mundo occidental iba a liberarla
Las lágrimas de Venus
Sé que tiene preocupaciones, sé que siempre trabaja para que podamos subsistir y sé que hace muchas cosas por mí. Pero por qué me pega, por qué me desprecia y me humilla. Él me quiere, lo sé. Sin embargo, a veces la duda maldita me invade. Quizás mi vida hubiera valido para algo, sin embargo, aquí estoy, sin ser reconocida, encerrada por los brazos traicioneros de mi marido, el cual tanto amo y tanto sufro. Pero debo recordar la frase que tanto decía mi abuela: "Aniquica Aniquica, tanto te quiero que te mato"
–Estas fueron las ultimas palabras de Josefa, una persona servicial, dedicada por entero al amor y a los votos del matrimonio, alguien en quien siempre podíamos confiar. Ella fue y seguirá siendo un bello ejemplo a seguir.
Las palabras del sacerdote me hacen vomitar. Si ya despreciaba a la Iglesia, al oírlo ahora despreciaba a sus huéspedes. Estoy harto de oír que todos los muertos fueron fantásticos y bellos ejemplos. ¡Qué ilusoria coincidencia que todos ellos sean un ejemplo a seguir!
Si tuviéramos que seguir a todos los muertos como ejemplo, cómo estaría el mundo de desértico. De todas formas, no tiene nada de ejemplar. Fue una muchacha ciega de un amor falso, y encima sufrió, y además murió. Claro que todos morimos, pero no siempre a manos de su cónyuge. No puedo sacar llanto de este discurso. No me sale la lastima. Sin embargo, sólo tengo que observar a mi alrededor y veré aquellas chácharas de las vecinas y todas aquellas falsas lágrimas que salen forzosamente, si apretamos mucho nuestros párpados. ¡Así yo también sé llorar! No, no me sirve llorar en estos momentos, ya lloré en su momento preciso, no gastaré más lágrimas.
Aquí al lado tengo a su hijo. Él sí que llora, y no me extraña. No tiene parientes, es hijo único y además tiene un padre en la cárcel. ¿ Qué harán ahora con el menor? Seguramente cumplirán los trámites legales debidos y lo enviarán donde dicte la ley. Está bastante afectado, no sé, quizás deba animarlo un poco... ¿Pero qué estás diciendo? ¿Animarlo en qué? ¿Qué se le puede decir a alguien que aún le esperan cosas peores? Bueno, puede desahogarse... ¡Ay! No sé que decirle.
–Usted es amigo de mi madre, ¿verdad? –el pequeño llorón escogió hablarme primero, interesante iniciativa, eso es que quiere desahogarse.
–Lo fui... en su momento –le dije con total cordialidad y amabilidad, intentaba sonreírle, el típico mimo cariñoso que se le suele hacer a un niño. Pero creo que no pude mostrar mucha sinceridad ante aquel rostro erosionado por los ríos de lágrimas, con semejantes ojerosas cavidades llenas de tristeza. ¿Cómo un niño de trece años podía llorar tan sinceramente como lo hacía éste?. Los niños suelen llorar porque quieren algo o por qué no han conseguido su propósito, es lo que siempre había visto. Ahora veo que hay una gran diferencia en las formas de llorar, pues esta da auténtica pena.
–¿En que momento? Mi madre nunca ha tenido muchos amigos... –su voz era entrecortada, quizás sus glándulas mucosas le impedían hablar con soltura, y a veces inspiraba como si no pudiera respirar, sin embargo, el niño se mantenía firme en seguir la conversación; intrigado por los amigos de su madre.
–¡Ah! Si, sí que los tuvo, bastantes además, - le dije alegremente como recordando los antiguos tiempos de rebeldía- antes nos lo montábamos bastante mejor que los jóvenes de hoy. Al chiquillo parecía intrigarle todo esto, era bastante curioso. Un momentáneo cesar de lágrimas en silencio, el pobre volvió a llorar.
–Un amigo de mi madre... de la juventud, quizás sólo tú comprendas lo que tuvo que sufrir mi madre. Aquí, por lo que sé, la mayoría de las parejas ven algo normal que sucediera. Sólo hay vecinas que nunca se dispusieron a ayudarla y que ahora lamentan su muerte. Sí, como puedes ver, son pocos los de su funeral. Y solo tú quien la conoce.
¿Qué podía decirle en esos momentos? Aquella situación me resultaba incomoda, pues el niño me miraba curioso y sin decir nada, sus lágrimas resecaban en su rostro. Tenía la pura apariencia de querer contarme algo, ¿debía incitarlo a que lo contara? ¿Acaso me importaba demasiado?
–Creo que sé lo que piensas, y te comprendo, tú sólo la conociste de joven. No entiendes cómo a una persona se le puede manipular careciéndola de su voluntad. Es una compleja evolución psicológica, que sin tener ni idea, aquellos que creen tener el poder infunden en su esposa o pareja –aquellas palabras me asombraron, no son corrientes para un niño de su edad.
Quizás ni yo mismo lo comprendía. A mí nunca me han manipulado de ningún modo, mi espíritu joven se aviva sin evaporarse.
Y cuando la voluntad cesa, entonces se dejan llevar por las demás influencias, esta en concreto, por mi padre. Sin embargo no es tan sencillo, pues los pensamientos, las posibilidades y los lamentos fluyen constantemente. Quieres, pero no puedes. Y al no poder se te ocurren absurdas ideas que llegas a creértelas, para comprender algo que no tiene comprensión. Pero no hablo con dureza, mis palabras son mas bien técnicas que sentimentales. Vivirlo es algo totalmente aparte. Vivir aquellas palizas que intentaban decir quien mandaba aquí, no es lo mismo que explicarlo. Vivir las humillaciones ni se le acerca. Ni yo mismo podría –sus explícitas y maduras palabras fueron interrumpidas por un intento de no explotar a lagrimaza tendida–. Lo peor es ver lo bien que se lo ha pasado él. Ella le entregó su vida y él, creyéndose en su derecho, hizo con su vida lo que a placer quiso y después la mató. - Toma- el joven sacó de su bolsillo un libro, lo mas parecido a un diario - Leer las ultimas paginas de su estancia en su triste existencia quizás te ayude un poco a entender la causa por la que lloro. Ella siempre le amó, hasta el ultimo de sus días- una fuerte inspiración fue el comienzo de su llanto enternecedor. Seguramente esa sería la ultima vez que vería a aquel niño que tuvo que madurar muy temprano. Sabía muy bien lo que le esperaba, fue poca cosa lo que se me ocurrió decirle.
–Que tengas suerte, mucha suerte- le estreché la mano, quizás tuve que haberle besado, pero no tuve el atino. Lo que me sorprendió profundamente fue su respuesta.
–La suerte la tendré sólo si trabajo duro por ella, y eso ya no me apetece. Ves como termina el mundo, ves como te toca la mano de Dios y contemplas que cada vida es igual de sufrida, incluso más. Observas que todo esta hecho de lamentos y atributos a los muertos. Sólo se entiende cuando ocurre el desastre, y por lo demás se olvidan en sus propios problemas. Qué suerte voy a desear, y qué suerte me vas a desear; si después de tenerla he de pasar por un sin fin de caminos de lamento. Mira el ejemplo de mi madre, ¡tuvo la suerte de casarse!
Silenciosamente, partió a un camino incierto. Lejos del amparo de la Iglesia, lejos de su madre. Mire el libro con encuadernación rústica, muy antiguo. Las primeras paginas hacían referencia a la procedencia del diario. Según decía, escribía porque necesitaba expresar sus inquietudes, si no con alguien, al menos a su diario, hablándole como a una persona llamada Manuel, sin obtener respuesta.
Ha aquí las ultimas páginas del diario de Josefa:
Sabes muy bien todo lo que ha pasado estos días, ya te conté que no me hizo falta ir al hospital. El alcohol limpia cualquier herida, tanto física como emocional. Menos mal, si les contaba alguna excusa más, muy posiblemente hubieran dudado. Sólo siento algo de dolor en el brazo, pero que se pasa con lo días y el duro trabajo. Espero que no te preocupes. Por cierto, hoy me he encontrado con Miriam en el supermercado. No tenía mucho que contarle, así que dejé que me contara ella. Qué feliz estaba, ¿sabes que tiene un niño? Yo le dije que también tenía uno... Trece añitos ya. Me dijo de volver a vernos, pero yo no tuve mucha gana. Creo que se sintió algo mal. ¿Pero qué iba a decirle? No podía salir salvo para comprar, ¿y si alguien me veía? Se lo dirían a Manolo, ¡y ya sabes que a Manolo no le sienta bien que me vea con otras personas! Hablando de Manolo, hoy me ha traído unos limones. Qué alegría, ¿no? Sé que lo ha hecho para pedirme perdón. Aunque no sepa expresarlo con palabras, ya sabes que es muy falto en hablar. Pero sus gestos me bastan. ¿Lo ves como te decía yo que Manolo es buena persona? Y que cena que le he preparado hoy, se ha chupado los dedos, y no se ha lavado ni nada. Después de recoger la cena, Manolo se ha quedado en el sillón viendo la tele, hoy echan un programa que le gusta mucho. Yo le he dicho que me iba ya a la cama y ha dejado que me fuera, cómo se nota que hoy le ha gustado la cena. Veras, mañana me toca fregar toda la casa, tengo que ordenar la habitación de mi niño y hacer un montón de cosas más. Menudo día me espera. Y luego dice mi Manolo que no hago nada. No quiero que te preocupes por mí, estoy muy bien. Hoy no se ha alterado. Estos días son los que a mi me gustan, los días que me demuestra su amor.
Todavía no me duermo, estoy esperando a que mi Manolo se ponga a roncar. Ya sabes que suele quedarse en el sillón dormido y luego no me apaga el televisor. Pero te voy a dejar por hoy, que tengo la vista un poco cansada. Ya te contaré otra noche. Besos para mi Manuel, diario que nunca que olvida.
Ayer cometí una imprudencia. ¿Cómo puedo saber lo que le parece mal y lo que le parece bien? A veces me dice que por qué no hago esto y luego me dice por qué lo he hecho. Intente explicárselo, quise por todos los medios que no volviera a ocurrir. Pero no fue así. No entiendo nada Manuel, nada. Él tenía el mando cogido, y yo quería apagarle la televisión para que durmiera mejor. Intenté por más que pude sacárselo de la mano con la mayor prudencia posible. ¡Pero le desperté! Y como si eso fuera el castigo de Dios, me formó un escándalo. Por mucho que me diga todas esas cosas nunca consigo acostumbrarme, no soporto esos gritos. Procuro cerrar los ojos. Es mejor hacerlo que verle la cara somnolienta soltando barbaridades y escupiendo en su intento mientras se pone rojo como un tomate. Antes mi Manolo era mas guapo. El caso es que sin la más mínima intención cometí el error de despertarlo, sólo para apagarle el televisor. Fue terrible. Cuando se pone furioso conmigo, sabe muy bien qué comentarios utilizar para dejarme en lo más bajo de la carroña de las ratas. No sirvo para mucho Manuel. Soy muy torpe, incluso para cuidar de alguien. Desperté a mi hijo con los gritos de Manolo, no concilió mucho el sueño, y por mi culpa ha faltado al colegio. Lo mío no tiene nombre. Sólo procuré apagar la tele para que todos durmieran mejor. No lo volveré hacer. Lo que ocurre es que nunca sé exactamente lo que quiere. Veras como me dice otra noche por qué no le apague la tele. Lo conozco muy bien. Pero no pasó nada, sólo me dejo claro como me consideraba... No creo en sus palabras, cuando se pone así es otro. Estoy segura que no le soy una asquerosa. Tampoco una mierda, como él me dice. Manolo me quiere mucho, lo que pasa es que no sabe demostrarlo, es muy anticuado. Hoy sin embargo no he salido a la calle. Juan se quiso quedar en casa de un amigo suyo. Ahora estamos los dos solos. Bueno, Manolo se queda siempre viendo la televisión y suele decirme: ¡Vengo enseguida! Pero luego se queda roncando. Es muy despistado. Pero me encanta oír sus ronquidos, son como el sonido de un aguijón. No creo que pudiera dormir sin esos ronquidos. Deberías verle dormir. Es como un bebé. No podría expresarlo mejor. Un bebé. Despistado, inconsciente, algo marrano, que duerme y se despierta cuando le viene en gana y se queja mucho; ¡un encanto! Que aquí estoy yo para cuidarle. La verdad, no sé que haría sin mí, y eso que a veces me dice que no le valgo para nada. ¡Mira como luego me trae limones! Esta tarde no me ha traído nada del campo. Se nota que sigue un poco enfadado por lo de anoche, pero mira que me he disculpado veces, pero él dale que dale que soy una puta fastidiosa. Aunque no lo parezca, estos comentarios si que me sientan mal, pero Manuel, tienes que comprenderlo. ¡Manolo viene muy atosigado del trabajo! No puede pasarse la noche en vela por mi culpa. Ya que cuando se despierta luego le cuesta mucho volver a dormir. Yo tampoco pude dormir mucho, los incesantes comentarios no me dejaban. El caso es que no quiero oír lo que dice, pero al mismo tiempo la otra parte de mi ser sí quiere saber todo lo que dice de mí. Saber a verdad si me quiere. Son crudas sus palabras, y contundentes sus palizas. Pero tiene el mismo sensiblero y amoroso corazón de un bebé. No me puedo afligir en estas tonterías. Siento que cada vez lo hago todo mejor, y seguro que acabará por refunfuñar mucho menos. Además la cena que le he preparado hoy era de reyes. Mi abuela me la enseñó en su día y sólo la tengo preparada para momentos así de tensos. Para que se calme un poco. Si lo ves eructar, si te lo digo yo, es como mi bebé mayor. Yo sé que me quiere mucho, si no fuera así ya me hubiera abandonado por otras mujercitas que son mucho más guapas que yo. Ya me lo dice mi Manolo: " Mira que mujeres más apañadas, si tú fueras como esas..." y luego se ríe de algunas partes de mi cuerpo, que eso me gusta menos, porque yo siempre intento mejorar mi aspecto físico para él. Cuando está trabajando y Juan está en el colegio intento mejorar aquellas partes que no le gustan a mi Manolo. Luego me entra un lumbago... que sólo Dios sabe el dolor que pasó. Porque entre que tengo que hacer todas las cosas de la casa e ir todos los días al supermercado, se me crujen los huesos. Son estas cosas las que mi Manolo nunca me aprecia. Cree que la comida entra volando y que la casa se limpia sola, que su ropa se alisa al tenderla y que los deberes de Juan se hacen solos. Sólo sabe apreciar mi cocina, en eso sí que es delicado mi Manolo, esta noche no me ha dicho nada, pero ayer me dijo: "¡Sabrá la Josefa cocinar, y eso que mi madre me decía que seguro que no valía para la cocina, y ya cocina mejor que ella! Como era mi rebelde, ahora es buena cocinera" Todo eso me entra como perfume de rosas. Sólo con recordar esas palabras, Manuel, se me olvida todo lo demás. Es mi cielo y mi tierra, mi casa y mi huésped, mi leche y mi café. Lo quiero tanto cuando recuerdo sus buenos detalles. ¡Huy! Es muy tarde, es que con el ruido de la tele no me había dado cuenta. A ver si mañana se le pasan todos estos enfados. Muchos besos, querido Manuel.
Antes que nada, quiero comentarte. Hoy he visto una pareja mientras me dirigía al supermercado. Parecían muy enamorados, estaban los dos comprando para la casa. (Y eso que mi Manolo dice que los hombres que van a comprar tienen un ramalazo) Estaban felices y sonrientes, diciéndose encantadores piropos que nunca se los he oído a Manolo. Para serte sincera Manuel, me los quedé mirando. Venían con el carro de la compra, cogidos de la mano. No me di cuenta, pero era descarado la manera con la que los contemplaba. Ellos se dieron cuenta. Me miraron con una cara de desprecio de arriba a abajo, como si fuera basura. Me sentí muy avergonzada, sobretodo porque me estaba atendiendo Elvira, la de pescadería, una persona muy culta, y muy simpática además. Me sentí muy inferior a todos ellos. Yo también había estudiado, ¿sabes? Pero aquella pareja, a la cual yo había observado con oval adoración, ahora ellos me miraban con despectivo desprecio. ¡Y no me extraña con los harapos que llevaba! Si quieres que sea más sincera, ¡me pareció una tremenda crueldad! Porque aunque luego apartaron esa mirada despectiva, yo me había dado cuenta de su fija visión. Vale que no iba ni bien vestida, ni bien peinada, ni arreglada. ¡Sólo iba a comprar al supermercado! Pero creo que fue algo más Manuel; algo más fue la razón por la que me miraron así. No sé ahora mismo por qué pero no era del todo por mi forma de presentarme en la sección de pescadería. De todas maneras, para la próxima vez intentaré ir un poco mejor de apariencias. Es que mi Manolo no saca mucho dinero, y yo doy cualquier capricho que pida mi hijo. No me fijo mucho en mí misma, ¿crees que no debería hacerlo? Me conformo mucho con lo tengo, nunca me hace falta nada. Si todavía tengo ropa desde cuando me casé, y hace ya de eso treinta años. Si, en eso mi Manolo no se queja, dinero yo, gasto poco. A veces las miradas dañan más que las palabras, por eso no me gusta mucho salir. Manolo lleva razón al decir que el exterior no es mundo para mí, por desgracia, mi marido siempre lleva la razón. Hablando de Manolo, hoy no se ha presentado en todo el día, me parece algo raro porque mañana tiene trabajo y en los días que tiene mañana trabajo siempre viene. Sabes, hoy mi hijo ha aprovechado que mi Manolo se ha ido para decirme una serie de tonterías tremendas. Fíjate tú ¡que viene y me dice que su padre me trata como a una perra servicial! ¡Con esas mismas palabras! ¿Te lo puedes creer Manuel? A mí me parece que en el colegio no le enseñan buenas palabras. Trece años y diciendo esas cosas. El sabe que me hace daño, porque cuando me ve llorar en la cocina por las cosas que me dice, siempre viene y me abraza, pidiéndome perdón. Mi hijo es buena gente, nunca se ha metido en líos, aunque parece tímido. Si vieras como le gustan los libros... Bueno te dejo ya, estoy cansada de esperar, seguramente éste no viene en toda la noche, ya veremos mañana en el trabajo. No me olvides Manuel. Besos.
"A medida que iba leyendo podía comprender ese misterioso halo de influjo que el marido de Josefa influía sobre ella. Desde luego, no parecía aquella joven enamorada. Había cambiado, no sólo en su forma de ser, sino también en su forma de hablar. Qué extraña adaptación. No había para nada, según lo que narraba, una mutua compenetración, sino todo lo contrario. ¿Cómo era posible que esto sucediera en un ser humano? Sin embargo, yo no intuía lo que al siguiente día le iba a suceder a Josefa, ni su estremecedora reflexión. Esté es el ultimo día en su diario..."
¿Crees que merecía está paliza? Tengo un extraño temblor en las piernas que no sé como quitarlo, presiento que debo ir al hospital pero no tengo el atrevimiento. No sabría.... exactamente lo que decirles. Ya no se me ocurren más excusas, no me entran mas aclaraciones, ni más requisitos. No puedo ser la mujer que Manolo quiere, no llego a su altura ni a sus peticiones incesantes. Mi compromiso no se cumple, a mi Manolo no le gusto. He intentado con todos los medios que tenia poder gustarle, pero valga mi intento o no, a él no le agrada. "¡Maldita la hora en la que me casé contigo!" Eso me ha dicho entre otras cosas... Yo le suplique que me perdonara, me arrodille a sus pies y le lloré, le dije que lo amaba, lo amaba como el primer día, y que por favor no me dejara. Se lo dije Manuel, no sabes con qué insistencia. ¿Supones que pegarme una patada mientras le suplico es digno?
Me retire a la cocina, necesitaba curarme la herida. La cabeza iba a estallar y me sentí morir, pero el insinuó que no fuera al hospital. Al principio no le hice caso enfurecida, estaba preparada para salir corriendo de allí, pero el me cogió. Al hacerlo me di cuenta que no sentía amor, sólo terror y miedo. Grité e intenté deshacerme de su abrazo, estaba frenética y llena de temor. Intento explicártelo con la mayor precisión posible Manuel, quiero que intentes comprender, ¿sabes? Me pidió perdón y me acarició la herida. Me cogió cariñosamente y me susurró que no me fuera. Mi miedo fue usurpado por la sorpresa y la sorpresa por el encanto de ese momento. Casi lloré de la emoción, ¿Tienes idea de cuánto tiempo no hacía eso? Le volví a pedir perdón, que incluso me hacía una operación estética de esas que se hacen todas. La idea pareció gustarle y eso me lleno de alegría. No quiero que seas tan critico conmigo, ¿vale? Sólo fue una patada, no se dio ni cuenta. ¿Por qué eres así? Quieres que salte de la casa y huya como una loca, pero piénsalo bien. Las heridas son momentáneas, enseguida se borran. El me pide perdón, siempre siente lo que hace. Su perdón sana mi espíritu, si pide disculpas es que me ama. ¿Cómo voy a ser capaz de abandonarlo? No podría, después de todo lo que hace por mí. Tengo que estar eternamente agradecida. Si yo saliera por la puerta para no volver, ¿qué crees que puede hacer una señora de 50 años como yo? Mi Manolo es apacible, sólo se comporta así a veces. Es por él que sigo viviendo y no como esos mendigos que suelen pedirme en las puertas del supermercado. Hoy tengo el espíritu sano, estoy bien. El temblor se me pasara y la cabeza ya casi no me duele. Le quiero, de verdad que le quiero. Si alguna vez he sentido miedo, es sólo por el hecho de que me pida disculpas más tarde. No me gusta que se sienta culpable.
Después de todo la culpa ha sido mía. Te preocupas en vano Manuel. Piensa que tengo un hijo maravilloso, un marido que me mantiene y una casa donde vivir, soy afortunada y le doy gracias a Dios. Tampoco vivo como esos famosos que veo yo algunas tarde, que les pagan no sé qué de euros para salir en la tele. Cómo me gustaría que mi niño fuera famoso. Es que hoy he visto en el televisor mientras cosía que a una muchacha le han pagado no sé cuántos millones, y no de pesetas, ¡de euros! ¿Pero todavía sigues con lo mismo? Por favor, no le des más vueltas, me gusta mi vida, estoy muy a gusto. Además, Manolo me ha felicitado otra vez por la cena que le he preparado y me ha prometido que no lo volverá hacer, nunca más. Me encantaría pensar que jamás me volverá a pegar, pero a algunas se nos quitan las esperanzas después de oírlo tantas veces... Quizás alguna vez la cumpla, seguro que cuando me haga la operación esa de estética mi Manolo me mirará con mejores ojos. Gracias por pensar en mí, si no es por ti no sé a quien podría contar todas estas inquietudes. A Miriam no la he vuelto a ver, y la única con la que más relación tengo es con Elvira, la pescadera. Figúrate tu tú. Ya sabes que Manolo no le gusta que tenga amistades. Ese es otro factor de su amor por mí, ¡tiene celos! Bueno, mañana te escribo, mi Manolo se ha quedado viendo el televisor, como de costumbre. Aun puedo oír con dulce tranquilidad sus ronquidos de aguijón. Con eso me quedo, Manuel, con eso me quedo. ¡Que difícil sería dormir sin esos ronquidos!
"No puedo decir salvo que una lágrima caliente empezó a rozar con duro dolor la fría piel de mi cara. Su última página, nada más hay escrito. Los recuerdos me venían ahora muy cercanos. Esta mujer no era Josefa, no podía entenderlo. Con el rostro pálido por el dolor que sentía miré atrás con la esperanza de que aquel muchacho siguiera allí, en el portal de la Iglesia. No logré encontrarlo y mi tristeza aumento sin saber muy bien por qué.
Miré al altar, vi al Jesús crucificado y me quedé con la imagen de su rostro mirando hacía las alturas, pidiendo clemencia. El ataúd se situaba justo abajo de aquella imagen, y Josefa se encontraba en su interior. La situación no había cambiado después de muerta, ¡aún pedía perdón al más grande de los hombres!"
Alimañas
¡Corre, niña! ¡Corre! No dejes que te alcance de nuevo. Piérdete entre la espesura del bosque. Tú sabes cómo hacerlo. Conoces como nadie esos árboles y esos zarzales enmarañados, donde hasta las alimañas podrían extraviarse. Silencio. Un momento de silencio hasta que desaparezca la sombra oscura que te persigue y consigas calmar tu pecho agitado. Observa con tu joven prudencia y comprueba que el peligro ha pasado. Después sube la colina y regresa a tu vieja casa del cortijo. Tu madre habrá puesto ya la mesa y te aguardará la sopa caliente del cariño. Tu padre se estará lavando en el patio, en silencio, mientras la luz huye de la amenaza del crepúsculo. La jornada habrá sido dura preparando las tierras para el barbecho. Después, descansa tu agitado cuerpo entre las sábanas, quizás un tanto ásperas, que ansían tu calor adolescente. Y no pienses más, no sueñes con aquel dolor absurdo que la vida te ayudará a olvidar. Ya no deberás mentir, como aquel día. Yo te protegeré, niña. Mientras viva.
–¿De dónde vienes tú, a estas horas? – Marcial se seca las manos con un paño que cuelga luego con cuidado del alambre que atraviesa el patio, repleto de pinzas que aguardan la colada, como gorriones posados en un cable. [...]
El peor ciego
(Finalista Certamen Acumán 2004)
--¡¡¡Pero...Pero, ¿es que está usted ciego, cooooño?!!! --gritaba, estupefacto, mientras frotaba desperfectos imaginarios de la pintura.
El viejo aún seguía a cuatro patas, tanteando el suelo, buscando con las manos el bastón blanco.
Golpe de hacha
Yo, que soy un triste payaso
Pero ella no es así. Esta y es como una sombra espectro: no por ausente sino por inaprensible. Quererla es sencillo: lo hace todo el mundo. Amarla es difícil: su amor no está al alcance de la mano, debes volar con el viento que corre por las estrellas. Tenerla es una quimera: te presta su aura y te arropa en ambrosía sin descubrirte tu miseria humana: el sol de su mirada alumbra a cualquier ciego. Aceptas, admites, recoges los goces sensibles y riegas el pequeño fruto del amor: que te concede a tu imagen, pero que es a su semejanza. E imaginas la osadía de decirla tu hija, que lo es, porque respira tu oxígeno; sin embargo, viaja iluminando mi planeta en compañía de su madre: ella, la Luna llena; llevando de la mano a nuestra hija, la Luna nueva.
Ahora sí: sus pasos bailados, su voz aflautada, se acercan al mundo de cristal que habito en los infiernos. Y al abrir la puerta, mi ángel amada, esparce el maná del que me alimento:
—Cariño, ¿quieres levantarte y hacer la cama?